DOCE MILLONES DE CATÓLICOS
CHINOS BAJO EL RÉGIMEN COMUNISTA
El catolicismo representa en China un 1% de la
población. Unos doce millones de chinos son católicos y viven bajo un régimen
comunista que tiene dividida a esta comunidad entre las comunidades clandestinas
y la oficial que sigue lo marcado por el Partido Comunista. La persecución
aumenta la fe y así lo demuestran los testimonios de católicos chinos en un
reportaje de M.Teresa Ausín en la revista Ciudad
Nueva:
"A pesar de la división", me explica Ángela Bai,
católica china, los cristianos del gigante asiático "anhelan la unidad".
¿Cómo viven su fe?
Ángela es su nombre de bautizada, no su nombre civil,
pues allí, al bautizarse, suelen tomar el nombre de un santo "porque es a lo que
aspiran". En medio de un ambiente materialista, tienen una fe muy viva y la
llevan a su vida familiar, a su trabajo. "Amar es algo bueno –asegura Ángela– y
atrae la atención de los demás hacia la fe".
Pedro Fung es un ejemplo de
ese vivir la fe "en el día a día". Casi no sabe leer, pero explica la Biblia a
su manera y vive sus enseñanzas. En el Año Nuevo chino acostumbra a visitar a
los pobres y un año se propuso llevarles los mejores haces de leña. "¿Por qué?",
le preguntó su mujer. Y él respondió: "Si fueran Jesús, ¿qué les darías tú?".
Para conseguir la leña había
que cruzar un río con una capa de hielo de cinco centímetros, pero para él el
hielo era "un peligro, no un impedimento". Meses después, cuando la comunidad
quiso construir una parroquia, los vecinos no católicos acudieron a ayudarles:
"Somos amigos; el ser católicos no es una barrera".
Libertad religiosa, pero no de
culto
La libertad de
culto sigue siendo una asignatura pendiente. Mientras los católicos “oficiales”
practican su religión abiertamente, los “clandestinos” tienen que andar con
cuidado. La ley permite a los mayores de edad tener sus creencias, pero el
Gobierno no les permite tener edificios de culto. En algunas regiones no hay
iglesias ni horario de misas y los sacerdotes son pocos.
Hace veinte años en el pueblo
de Pedro había misa cada tres meses. Los domingos, Pedro captaba la frecuencia
de Radio Vaticano y se ponía de rodillas al llegar la consagración. "Si no puedo
comulgar físicamente, al menos quiero hacerlo espiritualmente", decía. Hoy la
frecuencia de misas es mayor, pero Pedro continúa pegado a la radio.
Ángela relata que para ir a
misa en China muchas veces tienes que conducir media hora en coche o hacer una
hora en bici. "Aquí la tenéis al lado y varias veces al día», exclama
sorprendida. Comenta que tenemos más facilidades para vivir la fe, pero que el
ambiente no ayuda: "No os sentís orgullosos de ser hijos de Dios". Los católicos
chinos valoran mucho la palabra elegidos. "No es que nosotros elijamos a Dios,
sino que Él nos elige a nosotros", concluye.
Las conversiones
En Europa, los bautizos, comuniones y bodas son casi
una tradición cultural; no los valoramos como sacramento. Pero allí hay un antes
y un después del bautismo. "Eliges un camino", explica Ángela.
Sus compatriotas funcionan
mucho por el ejemplo de otros, por eso las conversiones se dan en cadena por el
contacto con amigos, familiares o vecinos que muestran otra forma de vivir.
Ángela cuenta cómo los católicos viven primero su fe con pequeños gestos y luego
explican su motivación: "Porque soy católico".
El testimonio de abuelas a sus
nietos también influye. Esa es la historia de Pablo Wang. Tenía entonces 19
años. Una noche de invierno rodó con su moto por un barranco de veinte metros de
profundidad. La temperatura no superaba los cero grados. Se dio cuenta de que
tenía un brazo roto y pensó que moriría. En ese momento recordó a su abuela y
clamó al cielo: "Dios de mi abuela, si realmente existes, sálvame". A las dos de
la madrugada alguien pasó por la carretera, oyó sus gritos y lo rescató. Aquel
hombre era católico.
Ángela explica que allí suelen decir mucho: "Cielo,
ayúdame". Y que, cuando le ponen un rostro concreto a ese Cielo que les ayuda,
muchos se convierten. Pablo se bautizó poco después: "Si el Señor de mi abuela
me ha devuelto la vida, la viviré para Él". Parece que mientras no hay
dificultades serias, no buscamos a Dios, comenta Ángela, pero "sembremos
semillas de fe –añade esperanzada– aunque no sepamos cuándo recogeremos la
cosecha".
Ciudad Nueva