MANIFESTACIONES
PÚBLICAS
DE
FE
El último sábado de mayo
tuvo lugar la Procesión en honor de la Virgen de Fátima con que, año tras año,
la Unión Seglar y todas sus secciones ponen fin al Mes de Mayo. Este año se
añadía la circunstancia de que es el Centenario de las apariciones de la Virgen
de Fátima Sea por esto, porque se
hizo difusión a través de las redes sociales, o por otras razones, este año hubo
más asistencia que en años anteriores. No es mi intención poner medallas a
nadie, sino agradecer a nuestra Madre que atraiga a sus hijos a su lado, y
seamos muchos los que la acompañemos y honremos en la noche barcelonesa. Porque
no cabe duda de que la Procesión es ocasión, para los que asistimos a ella, de
recibir gracias abundantes de Nuestro Señor. No solo rezamos juntos, también
hacemos un pequeño sacrificio que podemos ofrecer a Dios en unión de los méritos
de Jesús y de María, vencemos los respetos humanos que con demasiada frecuencia
nos llevan a pecar por omisión, y ofrecemos, a la mundana vida nocturna de la
ciudad, un testimonio que los que van a divertirse de noche, con frecuencia
sumergidos en la vorágine del mundo, muchas veces no ven.
Por eso me alegré
enormemente cuando vi tanta asistencia. Por eso me alegro también cuando veo que
se hacen otros actos públicos de manifestaciones de Fe.
Cuanto más multitudinarios mejor, en lugares diversos de nuestra
geografía y del mundo.
Pienso en la Procesiones
de Semana Santa que tienen lugar en miles de pueblos y ciudades de España, y
seguramente también en otros países.
Pienso en la Jornada
Mundiales de la Juventud o en otros actos a los que nos ha convocado el Santo
Padre en diversas ocasiones.
Pienso también en la
Beatificaciones, romerías, peregrinaciones, etc.
Dios se sirve de todas
ellas para tocar a las almas. Muchas veces no lo vemos, pero, de vez en cuando,
Dios permite que vislumbremos levemente algo de lo que El obra por medio de
nuestro pequeño esfuerzo. Recuerdo que me contaron que un año, en la Procesión
del Viernes Santo de Gerona, al paso de la Virgen Dolorosa, una mujer de mala
vida se convirtió “al ver la cara de dolor de Nuestra Madre”.
Y cuando recuerdo el
vendaval de viento y lluvia que azotó a los miles de jóvenes en la Jornada
Mundial de la Juventud de Madrid mientras estaban adorando al Santísimo
Sacramento junto al Papa Benedicto XVI… sin que se viera que ninguno de ellos, a
pesar de las inclemencias del tiempo, dejara de adorar al Rey de Reyes y Señor
de Señores hasta que se dio la bendición, cuando lo lógico –humanamente
hablando habría sido que todos se fueran, empezando por el Papa octogenario.
¿Cómo dudar de que ese ejemplo ha sido enormemente fructífero en muchos rincones
del mundo que pudieron presenciarlo a través de la televisión?
No dejemos, pues, nunca,
de salir a la calle a dar testimonio de nuestra Fe. Sin duda un día conoceremos
el bien que hacemos con ello.
Mª Pilar Frigola