LA MISERICORDIA
DE DIOS EN MI VIDA
Ya que
estamos terminando el año de la Misericordia, quisiera explicaros cómo la
misericordia de Dios ha estado presente en todos los acontecimientos de mi vida
y me ha hecho descubrir en ellos, la acción amorosa
del Señor.
Primero
quiero dar gracias a Dios por su gran misericordia al haber nacido en una
familia cristiana. Mis padres, siempre han sido un ejemplo para mí; me enseñaron
a amar por encima de todo a Jesús y su Madre María.
Uno de los
recuerdos más bonitos de mi infancia es el día de mi primera comunión a la edad
de siete años, mi corazón se salía del pecho por recibir a Jesús. Era el día de
Corpus, y por las calles de mi pueblo, se hacían alfombras de flores, pero nada
era importante, yo solo pensaba: “¡Hoy voy a recibir a Jesús!” ¡Estaba tan
emocionada!
En mi
adolescencia, a mis catorce años, tuve una crisis de fe. Me preguntaba si Dios
realmente existía; seguro que fue per las
malas influencias de las “amigas” del colegio. Mi madre se dio cuenta, pues yo
estaba muy rebelde y me apuntó a mis primeros Ejercicios espirituales con
nuestro querido Padre Alba. Y Cristo tocó mi corazón y me di cuenta de que tener
fe no es un sentimiento agradable, ni tampoco sentirse libre de dudas y
tentaciones. Tener fe es saber firmemente que Dios está cerca y comparte mi
vida. La fe es también confianza absoluta en Dios que me llama a escribir mi
historia, cogida de su mano.
Doy
gracias a mi Dios por su infinita misericordia, por darme a mis hermanos
que han sido siempre un apoyo en mi vida, tener el
júbilo de tener dos hermanas consagradas, y dos hermanos sacerdotes,
donde cada día sus manos son la cuna de Jesús; en sus manos Dios cambia la
sustancia del pan y el vino en la Carne y Sangre de Cristo; por medio de sus
manos nos dan la absolución a nosotros pecadores y sus manos liberan, sanan,
bendicen y perdonan.
La
confesión es por excelencia el sacramento de la misericordia y me doy cuenta de
que confesarme con frecuencia me ayuda en mi vida espiritual. La mirada
misericordiosa de Dios perdona, libera y transforma al hombre. Cuando nos
dejamos tocar y penetrar por esa misericordia, toda nuestra vida cambia.
Mi marido
Antonio, es el regalo más grande que el Señor me ha concedido y que no merezco,
pero Dios, en su Divina Misericordia, le puso en mi vida y le debo toda la
felicidad que tengo. Nuestro matrimonio no ha sido precisamente un camino de
rosas pues, en él, no han faltado problemas y sufrimientos pero las alegrías que
hemos compartido juntos pesan mucho más que las penas. Todas nuestras metas
cumplidas son gracias a la Misericordia de Dios, que nos da cada día la fuerza
para luchar y para perseverar dentro de nuestro
matrimonio.
También
quiero dar gracias a Dios por cada momento, infinito en Misericordia, cuando lo
recibo en la Sagrada Comunión, donde el mismo Dios se hace uno con nosotros y
nos convertimos en Sagrarios vivientes. ¡Gracias, Señor, por los ratos que he
pasado a tu lado en las horas de Adoración! Delante del Señor mi alma se
engrandece y siento que se hace presente en mi corazón y noto que cada día me
enamoro más de Él.
En nuestro
día a día suceden miles de milagros: algunos, grandes y otros son tan pequeños e
insignificantes que no les damos importancia, pero ocurren a diario. Uno de los
más grandes milagros, es el don de ser padres cada hijo que Dios nos ha dado es
una muestra de su Misericordia y su confianza hacia nosotros.
Cuando
nació mi hija Mª Lourdes, muchas veces le pregunté al Señor el porqué de tener
una niña con síndrome de Down, pero llegué a comprender que mi pequeña,
era la flor más bonita que Dios me había
dado. Aun en su corta vida hizo mucho bien a nuestra familia.
Me doy cuenta de que esa inexplicable sensación que sentimos al dar amor
transforma nuestras vidas para siempre. Cuando pasa el tiempo, veo que la
reacción que tuvimos Antonio y yo ante la muerte de nuestra hija, solo se
explica desde la fe, pues del dolor desgarrador pasamos a la aceptación de la
Voluntad del Señor. Esa es la Misericordia de Dios, insondable, infinita y
transformadora.
En este
año de la Misericordia además de poder hacer actos de caridad, como es dar
limosna al necesitado y entregarte a
lo que te pidan, por caridad, al prójimo, Dios nos ha mostrado su amor en dos
acontecimientos que han ocurrido en nuestra familia. El primero el acto de haber
podido enterrar a una niña recién nacida, a la que hemos llamado Teresa,
al lado de nuestra hija Mª Lourdes. Fue encontrada en un cubo de basura y
Dios nos dio la posibilidad de hacer este acto de misericordia como es enterrar
a los muertos y damos gracias por ello.
El segundo
fue que una chica me agredió delante de mi casa cuando estábamos entrando las
maletas al coche para ir de viaje a Lourdes. A ella no le sentó bien que
ocupáramos la acera, y llegamos a juicio. ¡Cuán difícil es y cuánto cuesta perdonar lo
“imperdonable”! A mí me falta mucho, para perdonar del todo; y es normal, somos
seres humanos y algunas cosas nos cuestan demasiado, pero he llegado a entender
que el verdadero perdón solo proviene de Dios y de su Misericordia. Por nuestras
propias fuerzas somos incapaces de perdonar. Solo poniéndonos en las manos del
Señor actuamos de esta forma.
Antonio
dijo que estábamos en el año de la Misericordia y que teníamos que demostrar
nuestra fe con nuestro amor y perdón a los que nos hacen daño. Así que retiramos
la denuncia, me acerqué a la chica diciendo que le pedía perdón por si le había
molestado y le perdonaba por el daño hecho; ella me abrazó,
pidiéndome perdón y mi marido les dijo que ya sabían dónde estaba nuestra
casa para lo que necesitaran, y nos fuimos tan amigos. Tenemos a un Dios que
todo lo puede, que todo lo ve; lo que tenemos que entender es que,
su Misericordia es infinita, y que
si perdonamos es por la Fe que tenemos,
que nos hace obrar de este modo el mérito no es nuestro, sino de Dios que hace
obras grandes a través de nosotros y por eso, se merece toda nuestra alabanza.
Por
último, lo más importante, quiero dar inmensas gracias al Señor por su bendita
Madre. En la capilla pequeña del colegio
del padre Alba, hay una pequeña estatua de María con su hijo Jesús en sus
rodillas. El otro día, cuando la contemplaba, pues es muy hermosa, vino a mi
mente este pensamiento; con cuanto amor y cariño amaría la Virgen a su hijo
Jesús al tenerlo entre sus brazos, no solo como Hijo que
era, sino adorándole como Dios. Pues el Señor en su gran misericordia nos la ha
dado como Madre a nosotros y Ella
nos ama de la misma forma. Hemos sido llamados a ser sus hijos solo por
misericordia ¿qué mejor Amor que el de nuestra Madre? Quién puede ser más
afortunada. Por la Misericordia de Dios, tenemos a la mejor de las madres y a la
más hermosa. ¡Madre mía de mi alma ruega por mí
y por todos nosotros!
Mª Lourdes
Vila Morera