Al Padre José María Alba, lo conocí
gracias al Sacerdote don José Ignacio Dallo, en las Jornadas por la Unidad
Católica de España (Zaragoza), en el año 1993. Allí me invitó a la Unión
Seglar de Barcelona, que conocí felizmente y por Gracia. A partir de ese año,
entre subidas y bajadas, nunca dejé de estar en contacto con la Unión Seglar y
con el Padre Alba.
Bautizó en la Parroquia San Félix a mis dos hijos, con el cariño del Padre
Eterno, e hizo una excepción grande al admitir asistir a una cena para celebrar
la entrada del primero al redil de nuestra Santa Iglesia.
Nos acompañó en momentos difíciles, y sus mensajes aún perduran en el alma
como si fuesen un solo eco, que no es otro que la VERDAD de la cual siempre fue
portador, de un ejemplo lleno de oración, fe, mortificación, contundencia en
la decisión, optimismo y erudición.
En mayo del año 2001 nos llevó en su coche a toda la familia a Barcelona, y
cual libro abierto, nos hablaba con la sabiduría y sencillez de un santo, sobre
diferentes cuestiones, gustándole escuchar los proyectos que podían dar más
gloria a Dios, pero, sobre todo, sabía comprender, para luego, con una
precisión sobrenatural, dar su opinión o el consejo que efectivamente
constituía y constituye la solución.
En el mes de diciembre del 2001, me entregó información sobre un asunto
técnico que necesitaba. El contenido era preciso, la esencia de lo que buscaba.
Las últimas semanas fueron intensas. El Padre Alba, padeciendo con santa
resignación y serenidad la Voluntad de Dios, con entradas y salidas del
Hospital, y los que lo veíamos más o menos cada día, viendo brillar su
rostro, con el color del acero de la fe, leal y noble imagen de San Ignacio de
Loyola que ya en el Cielo le esperaba en la Mesa que Cristo Rey tiene preparada
a todos los que, como el Padre José María Alba Cereceda, fueron en vida
consecuentes con las exigencias de la fe, hasta sus últimas consecuencias.
No hace mucho, tuve la dicha de llevar la mano derecha de nuestro General. Me
dijo con la humildad de un niño, la nobleza y gallardía de un veterano militar
curtido por combates: Dame el brazo. En ese momento, sentí que acompañaba al
ser más grande que puede haber en la tierra. Me sentí homenajeado por
semejante oportunidad que me daba la Providencia, por unos momentos fui celoso
Centinela de un Santo. Dichosos aquellos que lo tuvieron siempre a su lado y que
nunca lo dejaron. Caminamos y conversamos por la entrada principal de la
Dirección del Colegio, luego nos sentamos y proseguimos con la plática. Allí,
prácticamente se despidió de mí, me dio los últimos consejos e instrucciones
a seguir. Aquel día, delante de la Dirección y servidor, agasajó con
pastelicos y café, a la Policía Local de Sentmenat.
A partir de aquel inolvidable día, los siguientes, cuando dejaba a mi hijo en
el Colegio y entraba en la capilla, veíamos cómo poco a poco se iba apagando
ese chorro de vida que inundó nuestros corazones. El día 10 de enero, en el
Hospital, al escuchar su respiración, aún se oía la Autoridad Moral de Aquel
Sacerdote Militar de Cristo Rey, que no veía obstáculos en hacer la Voluntad
de Su Superior, y encumbraba montañas pedregosas para plantar el Estandarte de
la Cruz, que envió a misioneros al plus ultra, cuyo ejemplo y memoria, NUNCA
JAMÁS se borrará de nuestras almas.
Y el día 11 de enero, día en que mí madre me dio la vida terrenal, ganaba la
vida eterna el Padre José María Alba Cereceda. Esta marca es para toda la
vida. Su semblante conservaba sublime paz y serenidad que sólo es fruto del
crisol donde se curten los santos. El día 12 de enero, la banda que acompañó
su venerable cuerpo por los alrededores del Colegio, retumbaba los confines del
alma, y marcialmente, como fue, es y será siempre su espíritu, hasta la
naturaleza se veía sobrecogida en el esplendoroso sol que brillaba como acierto
de la Luz que del propio Padre Eterno ahora recibe su alma. Sacerdote Jesuita,
fiel y noble seguidor del Fundador de la Compañía de Jesús, quien con honor y
gloria, ahora, vive en la unidad del Padre que es Dios, por los siglos de los
siglos. Amen.
Amado García Cuenca. SDM