En mi época escolar conocí al P. Alba, pues bautizó al hijo de un profesor.
Varios años después, el Señor me volvió a poner en su camino, ese camino que
él iba abriendo para todos nosotros hacia el cielo.
Nuestros problemas eran también siempre los suyos.
Cuando me estaba sacando el carnet de conducir, no había manera de aprobar y
él estaba bastante preocupado. Un día al salir de la capilla, me invitó a
tomar un café con leche para hablar y animarme.
Otro día estaba yo en la cocina del Colegio y salió de su comedor y me dice:
Angelita, vamos a ir con ametralladoras y nos vamos a cargar a todos los
examinadores y yo le contesté:
No Padre es que hoy se me ha calado el coche tres veces y dice: ¡No, si aún me
consolará ella a mí!, y acabamos todos riendo.
El día que aprobé era muy tarde y me fui directamente al parvulario. Mi
hermana en ese momento se iba a comer. Enseguida buscó al P. Alba para darle la
noticia, lo encontró en la escalera y se dirigía a su despacho, cuando ella le
llamó, el Padre le dijo: Bueno ¿qué quieres ahora?, no tengo tiempo.
Enseguida le dio la noticia y exclamó: ¡Bendito sea Dios!, por fin.
Era mi consuelo interior y nuestro pilar en la Unión Seglar.
Cuando entró mi hija Patricia en el Carmelo, al día siguiente vino
expresamente al parvulario a verme, supongo que sería para ver mi estado de
ánimo.
¡Qué gran santo tenemos en el cielo para que interceda por todos nosotros! Yo
sólo le pido que nos lleve a todos al cielo con él, para ver el rostro de
Nuestro Señor y nuestra Madre del cielo por eternidad de eternidades.
Mª Angeles García