Hoy voy a hablaros de una muerte: la de
nuestro querido P. ALBA.
Pero antes, permitidme que os diga que llevo en la Unión Seglar tan sólo doce
años... A veces comentamos con Mª Dolores, mi esposa, que es como haber estado
toda la vida, como si antes no hubiéramos hecho nada... Aquí os quiero
recordar con cierta sana envidia la suerte que habéis tenido muchos de vosotros
de vivir siempre con el Padre y haber ido creciendo a su lado, vosotros y
vuestras familias.
Creo entender, desde la óptica del amor que sentimos por él, muchas de las
cosas que presencié el día de la defunción del P. Alba. El cariño, la
devoción, el dolor, ... , con que se escapaban nuestras lágrimas y las de
nuestros hermanos y hermanas que pasaron por la capilla ardiente para dar el
último adiós al cuerpo inerte, pero hermoso, de quien tanto nos amó. Mª
Dolores me dijo que, por dos veces, una en la clínica donde expiró, mientras
rezaban de rodillas el Santo Rosario, y, otra, en la capilla del Colegio, notó
un exquisito olor a rosas que exhalaba el cuerpo del P. Alba al acercársele.
Ella, como todos, sentía en aquellos momentos de la enfermedad tanto cariño y
amor por el Padre que actuó, dada la evidencia del próximo tránsito de
nuestro querido Director Espiritual, de forma poco convencional: se presentó en
Bellvitge sin haber pedido permiso a los Padres y obtuvo la gratificante
compensación de poder hablar por última vez con él. Igualmente, el once de
enero, viernes, se fue a Sabadell, a la clínica donde estaba, y pudo estar
cerca de él hasta que el Señor decidió llevárselo a su seno. Su actuación
se entiende siempre desde el profundo amor filial que le profesaba.
Siempre recibí del Padre sanos consejos, he aprendido enormemente en su
compañía (¿quién no se acuerda de aquellas clases de Catecismo que tan
magistralmente dirigía y la subsiguientes sabias conclusiones a las que
llegaba?) ..., siempre me he maravillado de su buen humor y la
"chispa" con que afrontaba muchos temas, su saber hacer bien en todo
momento, "En la tribulación, nunca mudanza". ¡Cuántas veces no se
lo habremos oído decir! No hablemos de su inmediata acogida cuando le solicité
si mis hijos podrían ir al Colegio y la maestría con que sabía, incluso,
reprendemos sin que el sujeto de la reprimenda sufriera menoscabo en su ego. Ya
lo he dicho: Un SABIO.
.... Volvíamos de Mallorca. Recordaréis que habíamos ido a celebrar con los
hermanos de Palma el veinticinco aniversario de su Unión Seglar y que no
pudimos volver con el mismo transporte con que habíamos ido a causa del mal
tiempo. Ahora quiero agradecer de nuevo la cariñosísima acogida de aquellos
hermanos y su santa paciencia ante lo mucho que hubieron de hacer por nosotros
hasta que pudimos coger pasaje en un barco de la Transmediterránea. Nos
distribuimos como pudimos por la nave. Mujeres y niños en los camarotes y
muchos de nosotros en unas butacas. El Padre no quiso dormir en camarote y se
vino donde nosotros estábamos, En un momento dado vi que se levantaba y que
había de pasar por mi lado. Supuse que querría estirar las piernas o ir al
lavabo, no sé,... el caso es que, en aquel momento, vino a mi mente algo que
había explicado el P. Turú a su regreso de Perú, que los nativos les pedían
a los Padres: "Una bendición, Padrecito" y que éstos se la otorgaban
y se iban tan felices. Yo formulé mentalmente la misma petición cuando el
Padre pasaba por mi lado. Se paró y, haciendo la señal de la cruz sobre mí,
que lo estaba mirando, dijo: "Una bendición, Padrecito" y siguió su
camino. Podéis imaginaros mi asombro, mi alegría y mi agradecimiento...
Me consta que, actualmente, más de uno que le ha pedido al Padre su
intercesión desde el cielo, ha sido correspondido con esa gracia. Lo dicho: Un
SANTO.
Nunca agradeceré lo bastante tantos beneficios como he recibido de su inmensa
generosidad y bondad.
Antonio Alarcón