LOS CIELOS SE ABRIERON

 

El veintitrés de diciembre, domingo, por la tarde, visité al Padre Alba en el hospital de Bellvitge; fue la última vez que pude hablar con él. Al llegar le fui a besar la mano y, desde el lecho, agarró la mía con firmeza, la llevó a su pecho y, apretándola contra su corazón, me dijo: "Antonio, te tengo aquí dentro". Lo mismo repitió cuando me despedí de él. Salí de la visita visiblemente emocionado y con el convencimiento de que me encontraba entre los favoritos del Padre. Días después, comentando el hecho con otros compañeros de la Asociación, todos me referían situaciones parecidas por ellos vividas. Así era, todos y cada uno de nosotros éramos "el preferido del Padre", "aquel que estaba dentro de su corazón".
Después de varios días plomizos, cubiertos, sin sol, el once de enero, a eso de las cinco de la tarde, los cielos se abrieron para acoger el alma santa de nuestro amadísimo Padre Alba y, al día siguiente, un sol radiante iluminaba su último paseo por los caminos de su querido Colegio del Corazón Inmaculado de María. Dentro de su pecho, en su corazón, el Padre se llevaba un trocito del nuestro, del de cada uno de nosotros.
Durante su corta, pero dolorosa enfermedad, el Padre no cesó de repetirnos un mensaje claro: la unidad en el amor. Desde estas páginas quiero hacer mía esa consigna de caridad, y hacerla extensiva a todos vosotros: que los que estamos, los que estuvieron y los que vendrán, nos unamos en el amor a Cristo y a su Iglesia, como era el deseo de nuestro Padre fundador. Todos unidos, juntando esos corazones a los que el Padre Alba hurtó un trocito, hemos de seguir adelante en el camino de la santidad, para poder llevar a buen fín los proyectos apostólicos que nuestro Padre nos señaló. El nuestro ha de ser un solo corazón que bombee con inusitada fuerza apostólica, alimentado con Jesús Sacramentado y vivificado con nuestra consigna, "Por Cristo, por María, por España, MÁS, MÁS Y MÁS".
Uno de nuestros Misioneros de Cristo Rey nos decía, poco antes de morir el Padre: "Para ser hijos del Padre Alba no basta con decir: "!Cuánto le quería¡". Él nos marcó el camino. Debemos entregarnos con todo nuestro ser a la Unión Seglar, a la Iglesia, a Cristo, en suma".
Así es, el Padre Alba nos dejó cuando ya podíamos andar solos. Él se entregó por todos y cada uno de nosotros. Seamos dignos hijos de tal Padre. Hermanos, unidos en la caridad, SURSUM CORDA.

Antonio Sáez