16 de julio de 2001. Festividad de Ntra. Sra. del
Carmen. Mi familia y yo madrugamos ese día para oír Misa con la Comunidad.
Participamos de la Sta. Misa cantada, muy solemne, y al salir de la capilla
estaba el P. Alba esperándonos para felicitar a las Cármenes.
Se acercó a mi hija Mª Carmen y le dijo algo. Ella vino hasta mi y me dijo con
extrañeza: "Me ha dicho el Padre que lo he invitado a desayunar".
Entendí y, mientras se acercaba él hasta el grupo, le dije: "¿ Sí
Padre? , pues vámonos". Subió al coche y se vino con nosotros a casa a
desayunar. Antes de llegar paramos en la panadería y compré unas pastas.
Mientras las niñas disponían la mesa y yo preparaba el café, se detuvo un
momento ante una fotografía que tenemos en el comedor de la peregrinación a
Roma en 1980 con la Asociación de la Inmaculada y después se sentó junto a la
mesa y se puso a ojear el periódico del día anterior.
Cuando todo estuvo a punto nos sentamos y desayunó con nosotros y nosotros con
él. A medio desayunar dijo: "¿Estas pastas tan deliciosas las habéis
comprado expresamente por mí?" Nos acompañó casi hasta las 10 de la
mañana, contándonos cosas e interesándose por las nuestras hasta que volvió
con José Luis al Colegio.
¿Os acordáis de aquel pasaje del Apocalipsis en que Cristo llama deseando
unirse a nosotros y que dice: "Mira que estoy a la puerta y llamo, si
alguno oyere mi voz y me abriere la puerta, entraré a él y cenaré con él y
él conmigo"? Pues para mí fue figura de aquello.
Pero es que 9 días antes había sido el día dedicado a las familias en nuestra
Colonia de la Unión Seglar. Él vino a visitarnos con el P. Turú, algunos de
los estudiantes y las hermanas misioneras. Ocupada yo en muchas cosas y de otras
personas, me quedaba con pena de no haberlo podido atender mejor y así se lo
dije en un momento en que me crucé con él en la puerta de la casa de colonias:
"Padre, qué poquito le hemos podido atender", y él me contestó con
firmeza y suavidad a la vez: "Yo no he venido para que me atendáis, yo he
venido a hacer mi apostolado".
Al llegar a casa esa misma tarde se lo conté a mi marido y él me dijo que, con
palabras parecidas, le había dicho lo mismo en un momento de la comida en que
se acercó a la mesa donde comía el Padre con otros sacerdotes.
Ahora que ha pasado el tiempo y él ya no está entre nosotros, he comprendido
que, en realidad, aquel desayuno del día de mi santo no fue sólo de
felicitación, sino que, con su humildad y caridad exquisita, quiso
"dejarse atender" por nosotros, que tanto hemos recibido de él y al
que tanto hemos amado.
Mª Carmen López.