Al Padre Alba lo conocí, puede decirse,
desde que nací. Tanto mis tíos, como mis abuelos eran miembros de la Unión
Seglar de San Antonio Mª Claret. Por lo que tengo infinidad de recuerdos. Desde
muy chiquitina, con seis años, mis padres me llevaron a campamentos, pero
durante unos años me quise alejar de la Unión Seglar, pues veía en él que me
debía comprometer a llevar una vida espiritual en serio. Pero, a pesar de todo,
el contacto con él nunca se perdió, pues como ya he referido, el vinculo
familiar que había era muy grande. Cuando comprendí que "siendo bueno no
basta, que hay que ser santo", decidí volver. Ya como miembro de la Unión
Seglar y de la Asociación de San Luis Gonzaga, conocí a mi marido, Juan
Carlos, también miembro de la Asociación. El Padre nos casó y nos dirigió
espiritualmente a los dos. Actualmente, tenemos tres hijos. El último de ellos,
nació cuando mi padre, después de intervenirlo quirúrgicamente, sufría un
infarto cerebral, quedando hemipléjico y sin la posibilidad de hablar. Desde
aquel junio del 2000, el Padre se desvivió por nuestra familia, al completo.
Aún más de lo que había hecho hasta entonces, que ya era mucho. Viendo él la
imposibilidad de que mis padres me cuidasen a Miguel Ángel, tal como lo habían
hecho con mis otras dos hijas, debido a las circunstancias; y puesto que debía
seguir yo trabajando, pues seguíamos necesitando de un sueldo más, se le
ocurrió el hacernos un favor personal: que una de las madres de la Asociación
cuidase de mi hijo dentro del recinto escolar, por un precio acordado. El pasado
septiembre, el día antes de empezar el calendario escolar, me fui para el
Colegio para llevar el material necesario: pañales, etc., pues no lo había
podido llevar hasta entonces. Cuando llegué por allí, apareció nuestro Padre,
le comenté a qué había ido, y mientras esperábamos a la Srta. Jerusalén,
estuvimos charlando un tiempo de toda una serie de temas y le comenté las
circunstancias que me habían pasado en días anteriores, que habían hecho no
haber ido antes. Os voy a relatar una de ellas: El día 8 de septiembre del
2001, cerca de la Iglesia del Pino de Barcelona, estaba yo comprando en una
tienda, cuando me robaron el billetero, en el que llevaba: la documentación,
estampas, fotos y un dinero en efectivo de 40.000 pts. (horas extras), que
finalizada la compra debía ingresar en un banco cercano. La contestación del
Padre, ante mi gran disgusto, fue: No te preocupes por el billetero, saldrá,
pero del dinero que llevabas, tanto da, el dinero, dinero es. No lo tenías,
bueno, no lo tendrás; lo importante es que tú tengas tus cosas. Me quedé muy
impresionada, pues el dinero me era muy necesario. Ésta fue mi última
conversación larga con él. Han pasado los meses, el Padre había entrado en
coma, el día 10 de enero del 2002, en el que yo ya me había despedido de él
hasta el cielo. Por lo que el día 11, pedí permiso en el trabajo para salir
antes, explicando lo que había ocurrido, para ir a cuidar a mi padre, mientras
mi hermana acompañaba a mi madre al hospital para que ella también pudiera
despedirse de él. Y yo, cuando regresasen, ya iría al hospital con mi marido y
mis hijos. Pero eran las cinco de la tarde, cuando mi hermana me telefoneaba
desde el hospital: el Padre acababa de fallecer. Al finalizar la llamada, mi
padre me estaba llamando, quería que lo aseará. Tan sólo pasaron unos minutos
(cinco a lo máximo), cuando volvió a sonar el teléfono. Me llamaban de una
comisaría de policía de Barcelona, me decían que llevaban unos minutos
intentándome localizar, para decirme que había aparecido mi billetero. En él
estaban todas mis cosas, exceptuando el dinero. Al hacer la pertinente denuncia,
me habían dicho los policías que me esperara como máximo dos meses, y si no
que me renovara toda la documentación, pues eso sería señal de que no
aparecería. El tiempo que paso con nosotros, el Padre Alba fue todo un Padre,
nos cuidaba de que no cayéramos en el error, nos educaba como padre,
enseñándonos a buscar, en todo momento, lo que nos acerque más a Dios, según
el principio y fundamento de San Ignacio; y todo ello con cariño y gran bondad.
(El Cardenal Ratzinger, en una entrevista que le realizaron recientemente,
hablando de su propio padre, definió Bondad como la capacidad de decir que no a
algo, en un momento dado, buscando para el prójimo el Bien y el mayor provecho
de su alma). La gente podría decir que es una tontería todo lo que os he
relatado, o pura casualidad, pero yo no lo creo así. Estoy convencida de que
fue un regalito del Padre, una señal para que no desfallezcamos. Él, ahora
desde el cielo, vela e intercede por la Unión Seglar y por cada uno de
nosotros.
Mª Elena de Fuentes Guillén