Querido Padre:
Muchos recuerdos nos vienen de nuestro querido y recordado Padre Alba. Una
servidora, como dirigida suya que fui, también tiene unos recuerdos muy
grabados en su alma. En mi testimonio quiero resaltar el corazón misericordioso
de nuestro amado Padre. Empecé a ir al Centro por una invitación de mi prima.
El primer sábado me quedé justo a la reunión, y me fui para casa, pues tenía
una hora de camino. A la semana siguiente me invitó a quedarme a misa y me
pareció bien. Entramos a la iglesia de Sta. Juliana, y mi prima me tenía
cogidita del brazo, y la muy pilla, va y me lleva a la fila del confesionario y
ahí me deja plantada. Yo, que veo eso, me encontré que no supe qué hacer.
Hubiera echado a correr, pero me daba vergüenza por la gente que me vio entrar;
y quedarme ahí, yo no quería de ninguna manera. Sentía una violencia terrible
y sólo hacía que decir: "Tierra, trágame". Creo que en aquellos
momentos debió bramar y estremecer que yo estaba marcada con la estrella de
carmelita –aunque yo no lo sabía así que me tocó confesarme. Los pocos
pasos que me separaban del confesionario, creí que iba a caer muerta. Me
arrodillé y con toda la furia le dije al Padre: "YO NO QUIERO
CONFESAR". Él, con toda serenidad me preguntó: "¿Y por qué te
confiesas?" Entonces le contesté que era prima de los Dolz, y poco a poco
me fui amansando. Cuando me levanté del confesionario, noté como si acabara de
nacer.
Éstas son las entrañas paternales del Padre. Y también recuerdo, dos años
más adelante, confesando con él (era momento de la comunión), interrumpió un
momento y me dijo: "Fíjate qué gorgoritos hace esta señorita". Puse
atención y verdaderamente una señora cantaba con toda su alma, haciendo unos
gorgoritos muy melódicos. Nos reímos lo que quisimos. Éste es el corazón
jovial y sencillo que tenía el Padre Alba.
Otras palabras que recuerdo del Padre son éstas: que no tuviéramos en cuenta
los pequeños roces entre los miembros del Centro. Con esto, yo veo que el Padre
nos invita a todos a la unidad, que sólo se consigue con la caridad y el
perdón. Aprovecho la ocasión para deciros que seamos acogedores con todos,
especialmente con nuestras familias, que mucho lo necesitan.
Querido Padre Alba, Dios le pague desde el cielo tanto bien que me ha hecho;
pues ya desde el Carmelo de San José de Cuenca, puedo cantar por toda la
eternidad las misericordias del Señor. Y agradecer mucho al centro, a los
Padres Antonio Turú, Manuel M. Cano, a Jerusalén e Isabel, pues todos han
ayudado a realizar mi vocación.
Humildemente pide su bendición y besa su mano su menor hija en Cristo y María.
Eulalia del Inmaculado Corazón de María, i.c.d.