Cuando mis padres llegaron a Barcelona, recién
casados, en el año 60, hubiera sido muy fácil que hubieran caído en el
desarraigo, como de hecho ha ocurrido con miles y miles de inmigrantes. Ambos
habían hecho "Cursillos de cristiandad" y tenían esa inquietud por
encontrar algún grupo, dentro de la gran urbe, que tuviera ese mismo espíritu.
La Providencia quiso que conocieran a un cursillista en la parroquia del barrio
y que éste les hablase de un sacerdote "molt trempat" que no era otro
que el Padre Alba. Las primeras reuniones a las que asistieron, no sé si ya se
les llamaba "cenáculos" , tenían lugar en un local cerca de la Plaza
Lesseps. ¡Y lo que son las cosas de Dios!, aquel que acercó a mis padres años
después no perseveraría en la Unión Seglar, pero fue la herramienta de la
cual se sirvió Nuestro Señor para que nosotros tuviésemos una luz clara y
diáfana en nuestro caminar cristiano.
En aquellos años de confusión, mientras el sacerdote de la Parroquia
recomendaba en el confesionario el uso de la píldora anticonceptiva (
"siempre que hubiera un motivo que lo justificara", aclaraba) mis
padres prefirieron beber en las aguas cristalinas de la doctrina segura en
comunión con el Papa (en aquellos años Pablo VI ponía las cosas en su sitio
con la publicación de la encíclica Humanae Vitae ) y con el Magisterio de la
Iglesia.
En ese ambiente iba creciendo y me llegó la edad de poder asistir a los
campamentos, a Ejercicios espirituales, a la Adoración Nocturna...etc. Creo que
es precisamente de la Adoración Nocturna de donde guardo los mejores recuerdos
del Padre. Tengo muy presente en mi memoria las reuniones preparatorias del
turno, en los sótanos de los jesuitas de la calle Palau (detrás del
Ayuntamiento). Allí, en aquellas "catacumbas", el Padre abría su
corazón, se sentía a gusto en medio de aquellas dos docenas de jóvenes, y
nosotros nos sentíamos a gusto con él. Tenía con nosotros sus confidencias.
Aquel trato íntimo y aquel sentirle verdaderamente como Padre, aquel magisterio
de la liturgia, de cómo se tenían que hacer santamente las cosas de Dios, el
aprender los diferentes oficios: lector, acólito, turiferario..., es algo que
ha quedado profundamente grabado en mi memoria y en mi corazón. Ahora, con la
perspectiva que da el tiempo y, por desgracia, la desaparición física del
Padre, comprendo que todos los que lo tuvimos como capellán del turno de
Adoración, somos unos privilegiados. Desde su Adoración Perpetua del cielo le
pedimos, Padre, que siga intercediendo por su Unión Seglar y por la
perseverancia de los que aprendimos a "hacer" Adoración Nocturna con
usted.
Fernando Vilaplana