Muchos han sido los recuerdos que estos días han
aflorado a mi memoria tras la pérdida de nuestro querido Padre Alba. De ellos
he querido detenerme en una anécdota que me refirió mi madre hace unos años y
que viene a expresar la esencia de todos ellos y el sentimiento especialmente de
agradecimiento que de cada uno he tenido estos días. Contaba mi madre cómo en
cierta ocasión, estando ella en Guadalajara, salió de casa muy temprano y,
mientras paseaba por la calle Mayor, en las proximidades del Ayuntamiento, se
encontró con el P. Alba. Me manifestó la sorpresa que le produjo el casual
encuentro, y que tras una rápida conversación de cortesía, el Padre continuó
su camino. Esta imagen del P. Alba, viniendo de aquí para allá, en continua
disposición de atender cualquier asunto, exprimiéndole las 24 horas al día,
nos ha sido muy familiar durante mucho tiempo. Al finalizar el funeral por el
Padre, de regreso a casa, mi esposa me urgió a telefonear, para que le diera a
mi madre la noticia de su fallecimiento. Así lo hice y sus primeras palabras
fueron para expresarme su condolencia por la pérdida que había supuesto para
nosotros. Estas palabras reflejaban el reconocimiento agradecido de la labor del
Padre en nuestra formación. Una formación de la que ella indirectamente
siempre se ha manifestado con orgullo, pues se correspondía a la que con
sencillez recibió con el ejemplo de sus padres y es la que hubiese deseado para
mantener la unidad de sus hijos. Prueba de ello son las fotografías que adornan
de forma destacada el comedor de su casa. La primera corresponde a un obsequio
reciente que le ofrecimos al cumplir los 80 años, en la que nos encontramos mi
esposa y yo, junto a nuestros siete hijos. En la segunda aparezco yo solo,
uniformado de campamentos, portando la bandera de España y cubierto por la
boina roja. Muchos son los beneficios que he recibido desde que empecé a dar
mis primeros pasos junto al Padre, pero particularmente quiero manifestar un
especial agradecimiento por el hecho haber correspondido, aunque tarde e
insuficientemente, al amor y los cuidados que mis padres me ofrecieron y aún
hoy día recibo de mi madre. Todo aquello que he sido capaz de devolver con amor
al amor recibido, ha sido porque Dios quiso sembrar en mi corazón con las manos
de nuestro querido Padre Alba. Un beneficio del que intentaré corresponder y
dar gracias mientras tenga aliento mi vida. Los frutos de su apostolado no sólo
debo agradecerlos como hijo, por voluntad de Dios también debo expresarlo como
padre. Su obra generosa es sin lugar a dudas garantía para nuestros hijos en
cuanto a los medios que les permiten avanzar por caminos de perfección para
alcanzar la salvación. ¿No somos los miembros de la Asociación privilegiados
y cuidados especialmente por la Divina Providencia, que ha querido bendecir su
obra? Cuántos padres desearían poder ofrecer a sus hijos un Colegio donde los
profesores, por encima de la formación académica de su alumnos, hacen
prevalecer su educación cristiana. Cuántos desearían también ofrecer a sus
hijos una Asociación Juvenil sana para esos años cruciales de la vida cuando
el corazón noble desea respirar los valores del ideal y mantener la pureza que
le aparte de la esclavitud del egoísmo, para permitirles vivir un matrimonio
consagrado al ejercicio de las virtudes o una vocación generosa que ofrezca en
todas sus obras la mayor gloria de Dios. Para cuántos padres no sería consuelo
poder llegar a la vejez y contemplar cómo aquellas almas que el Señor quiso
confiarles, no reniegan de su existencia, no menosprecian el recuerdo de su
infancia y no se presentan ante Cristo crucificado como siervos perezosos, con
las manos vacías de obras de amor, que un día tras otro sus ojos contemplaron
y sus carnes recibieron en su propio hogar. Es la herencia que he recibido, es
mi tesoro escondido. Querido Padre Alba, usted que en tantas ocasiones ha tenido
presente mi nombre en sus oraciones, interceda para que alcance de Nuestro
Señor Jesucristo la gracia de la perseverancia en esta Comunidad de Amor y
pueda en ella dar por muchos años lo que de ella recibí en todos éstos que
permanecí bebiendo de sus fuentes.
Fernando García Pallán