Desde donde alcanza mi memoria, conozco
al padre Alba. Mi madre dice que tenía yo un año y medio, así que hace 37.
Viví la fundación de la Unión Seglar. Formé parte del primer grupo de
alumnos del primer colegio que fundó, que se llamaba Nuestra Señora del
Carmen. Bautizó a casi todos mis hermanos. De sus manos recibí mi primera
comunión. Bendijo mi matrimonio, y bautizó a tres de mis cinco hijos. Como de
muchos de vosotros, él ha sido mi padre espiritual. Ha sido nuestro padre
común en esta "familia de familias" que es la Unión Seglar, nuestra
familia espiritual, que él quería ver siempre unida en el amor a Dios. Pero,
como todos los santos, era también muy humano: se alegraba con nuestras
alegrías, nos consolaba en la tristeza, sufría por nosotros si veía que
alguna cosa no nos iba bien, como padre nuestro que era. De una faceta suya muy
humana, la alegría, quiero explicaros una anécdota (una de las muchas) de mi
infancia.
El primer colegio, N.S. del Carmen, estaba situado cerca del Tibidabo, en una
casa antigua con una torre, a la que llamábamos el "pico de la
bruja", pues estaba coronada en pico con lo que nos parecía tener la forma
del sombrero de una bruja. El padre Alba solía venir de vez en cuando a darnos
charlas de religión, y cada vez que venía era un "día de juerga"
para nosotros, pues era muy juguetón.
Un día, las profesoras (Isabel Lamarca y Jerusalén Torra), nos dijeron que en
la torre había una bruja, que era verdad. Nos hicieron subir por grupos a
verla. Estaba de espaldas, toda vestida de negro y con un pañuelo anudado en la
cabeza, e incluso hay quien la vio moverse. Isabel y Jerusalén nos dijeron que,
por la tarde, cuando llegase el padre, haría bajar a la bruja de la torre. Así
que cuando llegó el padre, la expectación era máxima. Estábamos todos en el
patio esperando, cuando nos dijeron que ya llegaba la bruja. Llegó el momento
y, bajo una manta que la cubría por completo, la bruja llegó al patio. Cuando
tiramos de la manta, apareció el padre Alba debajo, con una almohada vestida de
bruja entre las manos. Nuestras risas y nuestro griterío al descubrir la broma
fueron enormes. El padre reía a carcajadas, mientras nos tirábamos sobre él
para arrebatarle la "bruja" de las manos, y empezamos a tirarla por
los aires. Él era el primero que jugaba y participaba, haciendo lo mismo que
nosotros y gritando "¡muera la bruja!" una y otra vez. Luego le
llegó a él el turno, pues le perseguíamos por todo el patio gritando, y él,
encantado, reía más y mejor. Ese jugar y reír con nosotros, los niños, lo
recuerdo con muchísimo cariño de los años de mi infancia. Le encantaba, en
las excursiones, iniciar guerras de piñas y juegos por el estilo, que siempre
terminaban con él por los suelos rodeado de niños que lo
"machacaban", mientras él reía a carcajada limpia.
Cuando ya era más mayor y el físico no le respondía para ese tipo de juegos,
no por eso perdió la alegría; siempre bromeaba y hacía chistes, pues le
encantaba vernos alegres. Recordaréis cómo nos repetía aquello de "un
santo triste es un triste santo"; y vivió esa alegría hasta el final de
sus días. En eso se nota que una persona está llena de Dios, como él lo
estaba. Le pido que desde el cielo, me mande esa alegría y ese optimismo que
tuvo siempre; que siga cuidando de su familia, su gran familia de la tierra. Y a
nosotros nos toca ahora corresponder a sus desvelos, siguiendo más que nunca su
ejemplo y sus enseñanzas, y mimando su obra, a la que dedicó su vida entera
hasta el último aliento, para que con la ayuda de Dios, teniéndole a él por
intercesor en el cielo, caminemos con paso firme hacia nuestra morada
definitiva.
Gema Silva