Natural de Benicarló, Diócesis de Tortosa (España). De nuestra comunidad de S. Feliú de Guixols. Falleció a los 66 años de edad, 40 de vida religiosa y 32 de Profesión perpetua. Fue fusilado por odio a la fe, en Benicarló, el 14 de Agosto de 1936.
Fervoroso cristiano, Patricio Gellida había formado parte de los grupos de Acción Social en su Parroquia, siendo modelo de edificación para cuantos le conocían. Para contribuir a la solemnidad de la procesión del Rosario, que recorría frecuentemente las calles de Benicarló, se había integrado en la banda local y había aprendido a tocar la flauta. Más tarde, este instrumento de música le permitirá realzar más de una fiesta en su decidido apostolado entre los jóvenes. Habiendo llegado a la edad de 26 años, el piadoso joven, resuelto a abandonar el mundo para consagrarse a Dios en nuestro Instituto, al que se sentía atraído por muchas invitaciones de Benicarló, en especial de su primo el venerado Hno. Crisóstomo, futuro Procurador del Distrito de Barcelona. A su llegada al Noviciado de Bujedo, Patricio tuvo por iniciador en los usos de la casa, a su pariente cercano que acaba el año de Noviciado. El generoso Postulante se entregó muy pronto al cumplimiento de la Santa Regla, corrigiendo poco a poco las formas mundanas con las que había llegado. El 9 de Abril de 1897, cambió los vestidos del mundo por los religiosos y recibió el nombre de Rafael José. Su carácter franco y su piedad ardiente facilitaron mucho su formación religiosa, bajo la dirección del venerado Hno. Seridón Isidoro. En el Escolasticado, que dirigía entonces con firmeza el Hno Secundino Miguel, nuestro Hermano completó la obra de su formación y se entregó con plenitud al estudio. Modelo de sencillez y de buen espíritu, siempre resultó un buen promotor de la vida de familia y animador nato de las fiestas de la Casa. Su abnegación le hacía ya entonces estar disponible para cualquier servicio a los Hermanos o para cualquier trabajo que resultara conveniente. Siempre que surgía cualquier obra, servicio o ayuda, su entrega a la misma estaba asegurada. Esta hermosa disposición teacompañó a lo largo de toda su vida. Después de un breve aprendizaje docente en la Escuela de San Hipólito de Voltregá, en Mayo de 1899, comenzó una primera estancia en Santa Madrona, barrio desheredado de Barcelona, donde nuestra Escuela hacía un bien inmenso. Pronto fue destinado a Colunga, para ir después a Tortosa, a Cambrils y a Manlleu. En 1908 fue de nuevo enviado a Santa Madrona, pero esta vez ya en calidad de Director. Catorce años más tarde, dejará, con mucho sentimiento suyo y de cuantos allí le apreciaban, este barrio barcelonés, donde había llegado a ser apreciado y muy popular. Fue destinado a otro centro de alumnos no menos necesitados el de Roquetas, cerca de Tortosa. Pero al año siguiente, la obra y el Patronato de Tarragona reclamaban un Director hábil y experimentado y se aprovechó la generosa disponibilidad del Hno. Rafael José para enviarle a una difícil misión. En ella se mantendría los siguientes diez años. Habiéndosele hecho, debido a sus enfermedades, especialmente costosa la enseñanza directa, se le encargó durante algún tiempo la administración del internado de Tarragona. En 1933 se le envió a la ropería del Colegio de Bonanova y allí sufrió una hemiplejia, que le debía afectar ya para lo que le quedaba de vida. Los cuidados que se le prestaron en la Enfermería del Distrito consiguieron restablecerle lo suficiente para que pudiera ser enviado al Patronato de San Feliú de Guixols. En todas partes sabía aprovechar las ocasiones para dejar caer el oportuno consejo, en cualquier asunto que tuviera que ver con su larga experiencia y que muchas veces pudiera ayudar a prevenir errores lamentables. Piedad, celo y abnegación serán sus tres cualidades mejores como religioso educador. Para nuestro Hermano, siempre los actos de piedad ocuparon el primer lugar en sus compromisos. Sus ejercicios espirituales siempre eran sagrados. Durante los quince años de su directorado, la presencia y la fidelidad en estos ejercicios resultó intocable. Practicaba todas las devociones propias de nuestro Instituto y sentía especial devoción por el glorioso Patriarca de Nazaret, cuyo nombre llevaba con satisfacción. Esta piedad, que llenaba su alma, se derramaba también en sus alumnos y en los jóvenes de los Patronatos que hubo de dirigir a lo largo de su vida. El celo que sentía por la gloria de Dios se manifestaba sobre todo en el interés que ponía en la celebración de los actos de culto, los cuales servían de plataforma para la educación de la fe. Era una forma externa de manifestar lo que reinaba en su interior. Nada le causaba más gozo que ver a los hombres acercarse al Sacramento de la confesión y verlos luego acercarse la Sda. Mesa. Sus catecismos, reflexiones y charlas de formación religiosa, que realizaba con los jóvenes del Patronato, eran como mensajes de fuego, nacidos en una caridad divina. El también había sido obrero, hijo del pueblo, alma sencilla y llena de fe noble. Por eso sabía acomodarse a la forma de pensar de su auditorio Sus ejemplos, sus virtudes, su espíritu de sacrificio, corroboraban sus enseñanzas. Y así obtenía todo lo que quería de los valientes jóvenes que se le acercaban y de los padres que acudían en buen número a sus frecuentes invitaciones. En el Patronato de Tarragona, la obra predilecta del Cardenal Vidal y Barraquer, nuestro Hermano tenía ganada la confianza del Comité directivo y obtenía de él todas las facilidades que alentaban las iniciativas y actividades, a veces atrevidas, que emprendía con su mundo juvenil. El buen Cardenal tenía en tan alta estima a su "buen Hermano Rafael" que más de una vez le llamó para pedir el parecer de este humilde obrero evangélico en algunas publicaciones gráficas que alentaba. Una obra de perseverancia reclama una abnegación sin medida para organizar, y sobre todo ejecutar, todo lo que puede atraer e instruir a los jóvenes, de modo que se sientan contentos en las actividades y se alejen de los malos espectáculos del mundo. Por eso nuestro generoso Hermano tenía siempre vanos proyectos en la cabeza, en los cuales estaba cavilando y para cuya realización consagraba su energía. Es necesario decir que el Hno Rafael no vivía más que para Dios y para las almas y por eso se sentía también plenamente entregado a su Comunidad. Cumplidos sus ejercicios y realizado su trabajo de clase, se ponía en todo a disposición de sus Hermanos. Sobre todo era en las vacaciones y en los días de asueto cuando más se le notaba la entrega. Hacía de barrendero, cocinero, administrador, pintor, albañil y cuanto fuera necesario en cada momento, con tal de servir a los que vivían con él. Toda su vida religiosa se puede decir, pasó en medio de los obreros y de los pobres, a los cuales amaba con predilección, según el más genuino espíritu lasaliano. No evitaba penas, ni trabajos, ni fatigas con tal de procurarles ventajas y orientarlos hacia Dios. Para ellos, era capaz de solicitar con verdadera osadía los favores de los patronos, de los ricos y de los poderosos. En la Barceloneta, arrabal costero de Barcelona, donde estuvo algún tiempo de paso, estableció un Patronato que reunía a las gentes del mar y a los obreros de las fábricas cercanas. Entronizó en él la imagen del Sdo. Corazón, de acuerdo con el Sr. Párroco. Reservó a todos una agradable sorpresa. En el momento más inesperado, una compañía de infantería se presentó, con la bandera al aire y las trompetas sonando, para rendir los honores al Señor. Sin duda los honores eran para el Señor, pero el pueblo del puerto tuvo su parte de regocijo. Durante mucho tiempo se recordó aquel hecho con emoción y agradecimiento al promotor. Cuando sucedió la Semana Trágica de Barcelona, en Julio de 1909, los revolucionarios saquearon y quemaron su querida Escuela de Sta. Madrona. Apenas volvió la calma, cuando nuestro emprendedor Hermano, queriendo restablecer la obra sobre las mismas ruinas, comenzó a pedir ayudas entre los bienhechores e interesó en la empresa al Obispado. Fue tan eficaz su trabajo que, en Noviembre del mismo año, volvió a abrir la Institución y se mantuvo a su frente todavía otros trece años. Cuando el Hno Visitador vino a ver la obra, quedó gratamente impresionado al contemplar la perfecta restauración realizada y que todavía recibió del Hno. Director los sobrantes de las colectas y ahorros que el hábil administrador había conseguido. Incluso añadió, en esta ocasión y con la debida autorización, el complemento de sus bienes patrimoniales, para el objetivo que se había propuesto. Otro símbolo de su admirable generosidad podemos recordar. En 1922, a consecuencia de una crecida extraordinaria del Ebro, todo el delta del río quedó inundado. El agua llegó hasta el primer piso de las casas. Era entonces nuestro Hermano Director de Roquetas, uno de los barrios de Tortosa, y tuvo que huir, con toda la Comunidad, del peligro del agua desbordada. Pero, habiendo sabido que las Hermanas, que también tenían una escuela en el lugar, no habían podido abandonar la casa, regresó rápidamente para ayudarlas. Con peligro de su misma vida, fue a retirar la Santa Reserva de su Capilla, que las religiosas no se atrevían a llevar con ellas y por eso no querían marcharse. Intrépido y audaz, procedió a embarcar a las Hermanas como pudo, salvando así a las religiosas y también al Stmo. Sacramento, que luego depositó en lugar seguro. Pasado el peligro, guardó siempre un recuerdo emocionado de lo que el había sentido y solía reflejarlo, con lágrimas en los ojos, en estas palabras: "Yo he salvado a nuestro Señor y lo he tenido junto a mi pecho". En estos gestos queda reflejado como era este hombre, siempre dispuesto a entregar su cuerpo a los verdugos para testimoniar su fe de cristiano y de apóstol educador. Morir por Dios será su suprema dicha. Era su modo de entender la vida: seglar piadoso en el mundo y luego religioso entregado en plenitud, una vez que entró en la Congregación. Se había preparado una corona brillante en el cielo, en donde recibiría la recompensa de sus virtudes y obras de celo. Cuando se desató repentinamente la Revolución de Julio de 1936, el Alcalde de San Feliú de Guixols, muy afecto con los Hermanos, viéndose desbordado por los comunistas, que eran mayoría en aquel centro industrial, aconsejó al Hno. Director dejar la villa, por temor de no poder protegerle cuando llegara la noche. El Hno. Rafael José siguió al Hno Director a Santa Coloma de Farnés, ciudad vecina en la que parecía que la efervescencia revolucionaria era menos furiosa. Pero la vida de las gentes de iglesia parecía allí también muy poco segura. Por eso decidió refugiarse en casa de sus familiares y partió para Benicarló el 5 de Agosto. Su familia era muy piadosa. Se la había confiado la guarda del Stmo. Sacramento, ante el cual el padre de nuestro Hermano, un venerable octogenario, leía cada día las oraciones de la santa Misa, ya que no la podía oír aquellos días. Era la misa seca, en el decir de los buenos aldeanos de la comarca, y a ella se admitía a los más íntimos. A la prácticas de piedad de sus familiares, el Hno. Rafael José añadía cada día sus ejercicios espirituales de Regla, el Rosario y el Viacrucis. El 14 de Agosto, a mediodía, en el momento en el que la familia recitaba el Angelus, tres milicianos armados se presentaron y llevaron, con el pretexto de hacer una declaración, al Hermano Rafael José. También obligaron a ir con ellos al joven José, su sobrino, que había estado empleado en la casa de los Escolapios de Barcelona. Apenas vio la detención de su tío, otro sobrino se dirigió al Comisariado, donde fingieron ignorar todo. Muy pronto se tuvo la certeza de que los dos detenidos habían sido encarcelados en compañía de los Hnos. Luis Alberto y Exuperio. A las nueve, los familiares de Hno. Rafael José llevaron a la cárcel una maleta. Los milicianos no quisieron admitirla argumentando que los prisioneros no tenían necesidad de ella. Desgraciadamente era verdad, pues hacía unos momentos que acababan de entrar en el reposo eterno por el camino del martirio. A última hora de aquella víspera de la Asunción de María, nuestro Hermano y su sobrino José Gellida fueron llevados a tres kilómetros del pueblo, en la carretera de Valencia, y asesinados a balazos. Al día siguiente se encontró en el lugar varias cápsulas de bala vacías. Los cadáveres de las dos víctimas fueron llevados en un carro de la limpieza municipal al cementerio de Benicarló y enterrados en él. Uno de los asesinos, apodado Gallinero, apresado y condenado más tarde, decía en el bar, al día siguiente de su hazaña, que el Hermano había expirado con el grito de "Viva Cristo Rey" y que había añadido con mucha serenidad. "Yo os perdono. No tardaréis en ser testigos del triunfo de la religión". Así coronó el Hno. Rafael José, con muerte heroica, una vida entera de fe activa.