MONSEÑOR SALVIO HUIX MIRALPEIX
(18771936)
FUNDAMENTOS FIRMES. Nace monseñor Salvio Huix Miralpeix en su «casa pairal» de Santa Margarita de Vellors, provincia de Gerona y obispado de Vic, por las comarcas de La Selva y Guillerías, tierra recia de hombres convencidos y dispuestos siempre a defender sus convicciones. En aquella casa solariega, de la que ya se hace mención en documentos del siglo XI, dotada de amplias salas y oratorio y abierta a horizontes inmensos, viene al mundo el 22 de diciembre de 1877.
A los tres días de nacido, lo lleva su madre a la ermita de Nuestra Señora del Pedró y lo ofrece a la Reina de los Cielos. En la casa pairal se respira un profundo espíritu religioso y tradicionalista. Y el padre ha practicado Ejercicios Espirituales varias veces, dejando escrito en uno de sus propósitos: «Dar la vida, si es necesario, por el Papa.»
En este ambiente de recio catolicismo va creciendo el pequeño Salvio, hasta que a los doce años entra en el Seminario de Vic, célebre por haber sido verdaderamente semillero de santos y grandes hombres. Cumple allí minuciosamente durante 14 años sus obligaciones de seminarista Y todo lo hace bien, con aquella "difícil facilidad" de los que tienen vencidas sus inclinaciones con el peso ordenado de la razón y de una férrea voluntad de hacer lo que deben.
Para todos es un amigo, nadie se la resiste, todos admiten que, "si él lo dice, será lo mejor". Buenas notas en los estudios, puntual cumplimiento de sus deberes. Y siempre sin hacer antipática la virtud, ni aun para los que ordinariamente ponen en duda todo lo bueno de los demás.
VIDA SACERDOTAL. Ordenado sacerdote en 1903, fue coadjutor de las parroquias. de Coll y de Sant Vicenc de Castellet. Pero sus ansias de apostolado parece no se satisfacen en la tranquila vida de una parroquia limitada. Y decide ingresar en la Congregación del Oratorio de San Felipe Neri el santo del apostolado alegre y abnegado, de la simpatía y atracción irresistibles. Veinte años permanece en la Casa que los Oratorianos tienen en Vic, entregado a las obras apostólicas de la Congregación, y especialmente a la confesión.
En aquellos tiempos se levantaban los padres filipenses a las cuatro y medio de la madrugada durante todo el año... excepto los domingos que, por serlo, lo hacían media hora antes; y después de una hora de oración, su labor de confesonario, y allí horas y horas mientras haya alguien que requiera sus servicios. ¡Cómo se echa en falta hoy día los madrugones de antaño, el largo rato de oración como primera providencia del día, y el fastidiarse durante horas para reconciliar e los hombres con Dios, aligerar las almas de dudas y escrúpulos y sembrar la alegría de la gracia divina en los pechos de los penitentes!
Sobre todo como confesor de muchachos jóvenes y hombres maduros alcanzó una reputación que por fuerza tenía que cimentarse en su probada virtud y sus cualidades de don de consejo, discreción de espíritus, facilidad para arreglar asuntos difíciles incluso de orden temporal, con una prudencia sana y persuasiva. que a todos llega a convencer porque es fruto de su amor sincero al prójimo y a las almas que se le confían.
Otra de las facetas de su ministerio sacerdotal era la visita a los enfermos, entre los que practicaba la caridad de forma abnegada y sin relumbrón. Y ese mismo amor a los pobres fue indudablemente el que le facilitó las maravillosas conversiones que consiguió, algunas verdaderamente impresionantes. Profesor de Ascética y Mística en el Seminario, pronto la mayoría de sus discípulos lo escogieron como confesor o director espiritual: circunstancia que también prueba la solidez de sus enseñanzas, respaldadas por la ejemplaridad de una vida intachable.
Su constante amabilidad y caridad para con todos, no significa ni mucho menos que no tuviera su propio carácter, Incluso quizá violento. Pero como San Francisco de Sales y otros santos, a fuerza de vencimientos propios había adquirido el dominio de sus impulsos temperamentales.
SIEMPRE APÓSTOL. A los diez años de estar en el Oratorio fue nombrado director de las Congregaciones Marianas de Vic, y parece mentira que un solo hombre pudiera conducir tantas y tantas obras apostólicas entre la juventud a él confiada, en la que supo infundir su espíritu de ardiente amor a Cristo y a María.
Organizó magistralmente las secciones de Beneficencia y de Propaganda, llevó a término la magna Asamblea de Congregaciones Marianas de Cataluña, en 1921, y organizó los actos de la coronación canónica de la Virgen de la Gleva, Patrona de la «Plana de Vic», en 1923. No es extraño que el cardenal Tedeschini, a la sazón Nuncio en España, se fijara en aquel sacerdote. entonces ya prepósito del Oratorio, que lo llevaba todo y no figuraba en parte alguna.
De sus tiempos de confesor y director espiritual quedan muchos testimonios de hombres a los que ayudó a encontrar el camino de su vida, sea el del sacerdocio o el de la vida seglar. ¡Cuántos recuerdan sus homilías dominicales o los consejos de padre que consiguieron encauzarlos por el camino recto.
PASTOR DE LA IGLESIA. Cuando en 1927 fue nombrado obispo de Ibiza, aceptó sin jactancia y sin oponer ninguna falsa humildad, con el mismo talante de aceptación de la voluntad divina que constituía el fundamento de su vivir cotidiano. Entonces su preclara personalidad pudo desplegar sus dotes, y sus ansias de apostolado se colmaron ante el campo inmenso de posibilidades que se le ofrecían. Entonces dio la medida de lo que sentía su corazón de apóstol, preocupándose del Seminario, de los sacerdotes en especial de los ancianos y enfermos, de la Acción Católica, de las escuelas religiosas y la educación de la niñez y la juventud, formación de padres de familia, Ejercicios Espirituales; y de propagar más si cabe sus grandes devociones: al Sagrado Corazón de Jesús, al Santísimo Sacramento, a la Madre de Dios en su advocación ibicenca de Nuestra Señora de las Nieves
Mientras estuvo en Ibiza puede hablarse de una perfecta identificación del pastor con su grey. Siempre demostró valor y entereza cuando se trataba de defender los sagrados intereses de la Iglesia y la fe del pueblo. En sus pastorales se traslucen su gran formación teológica y la indignación que causaban a su alma naturalmente noble y justa las leyes sectarias de la República. Cuando aquellas leyes ordenaron quitar las cruces de los cementerios, se organizaron en Ibiza verdaderas procesiones de penitencia y reparación. En la de la Catedral aguardó Monseñor Huix con el cabildo el Crucifijo que venía del cementerio y al llegar lo abrazó, lo cargó sobre sus hombros y lo entró en la Catedral entre la emoción incontenible de todos los presentes.
No podía faltar, entre las cualidades sacerdotales que lo adornaban, su sincera y completa sumisión al Rornano Pontífice. En una reseña del viaje a Roma en visita «ad limina», escribe para sus diocesanos: «Sentíamos cómo el corazón nos palpitaba con fe renovada y confirmada, con adhesión más filial al Santo Padre, con vivo entusiasmo y firme propósito de mayor fidelidad, de fidelidad hasta la muerte y el martirio si fuera menester, con la ayuda de la divina gracia.»
. Nombrado obispo de Lérida en enero de 1935, se encontró con una diócesis distinta, mucho más grande y con otros numerosos problemas. Pero a todos hizo frente con ánimo esforzado, y como siempre afloraron sus ansias apostólicas en favor de la Juventud. de los niños en edad escolar, sus desvelos hacia los sacerdotes ancianos, hacia los pobres transeúntes sin hogar, para los que tenía en construcción un comedor para socorrerlos.
Comenzó sus desplazamientos hacia los más apartados pueblos pirenaicos en visita pastoral.. acudiendo dondequiera veía necesidad.
Impulsó los certámenes catequísticos y favoreció la labor de la célebre Academia Mariana de la ciudad del Segre, que tanta gloria ha dado a la Virgen Santísima con sus actividades artísticas y literarias. En cierta ocasión autorizó a un párroco a vender parte de las joyas propiedad de la parroquia, con las debidas garantías, para sufragar con el importe unas escuelas para niños que se necesitaban imperiosamente. Hizo lo posible para herma. nar la Acción Católica y la Federació de Joves Cristians de Catalunya». Al final, muchos de los jóvenes de ambas organizaciones dieron sus vidas por Dios, sin que tampoco el enemigo los separara a la hora del martirio.
CAMINO DEL CALVARIO. Poco antes de¡ 18 de Julio. organizó unas Jornadas Eucarísticas de oración y penitencia, como si presintiera los trágicos días que se avecinaban. Cuando empezó la sangrienta persecución religiosa de 1936, no le tomó de sorpresa por cuanto ya había predicho las fatales consecuencias que traerían las leyes inicuas que se habían ido dictando.
Se refugió en un primer momento en un piso cercana al palacio episcopal y más tarde en casa de un huertano en las afueras. Pero comprendiendo el peligro que para sus protectores representaba su presencia allí, y acaso no pudiendo sufrir más estar a resguardo mientras tantos y tantos de sus diocesanos daban continuamente su sangre, en un arranque verdaderamente valeroso se presentó a un control de gente armada, entre la que vio a algunos guardias civiles, identificándose como el obispo de Lérida y acogiéndose a su protección. Pasada la primera gran sorpresa de aquellos hombres armados y después de algunas agrias discusiones entre ellos, los guardias pudieron conseguir recluirlo en la cárcel, que en aquellos tiempos de venganzas y crímenes expeditivos, era a veces garantía de alguna seguridad, por lo manos momentánea.
Su estancia en la prisión fue un rayo de luz y optimismo sobrenatural para los pobres que allí permanecían temiendo lo peor. Con ocasión de haber ingresado un sacerdote que pudo burlar la vigilancia y pasar un copón con formas consagradas, pudieron comulgar el día de Santiago, Patrón de España, y celebrar debidamente la festividad.
Quedan testimonios de la grande entereza que demostró en todo momento, infundiendo ánimo a los deprimidos, consolando a todos y repartiendo todo lo suyo con tus compañeros de prisión.
Los dos Comités antifascistas de la ciudad se disputaban tan valiosa presa, y esperaban jugar buenas bazas con su posesión. Así, cuando de las autoridades de Barcelona vino telefónicamente una orden de traslado de algunos presos significativos para ser juzgados en la ciudad condal, hallaron la manera de burlar la buena intención de algunos componentes del Gobierno de la Generalidad, escudándose en la falta de una orden escrita. Se organizó la marcha de veinte presos seglares y el obispo. Salieron de" Lérida en plena noche por el puente sobre el Segre, enfilaron la carretera de Barcelona y cuando pasaban por delante del cementerio a las tres y media de la madrugada, fueron detenidos por unos milicianos que les dieron el alto y les exigieron la orden por escrito: ardid empleado en otras ocasiones para conseguir lo que tanto deseaban: poder derramar aquella sangre que ellos, con más visión tal vez que algunos que se llaman católicos y la tienen en menos, la apreciaban en todo su inmenso valor.
Monseñor Huix no perdió la serenidad ni en aquellos trágicos momentos: campechanamente comentó con los suyos, con una frase popular catalana que designa el próximo fin de un viaje: «Ja som a Sants», queriendo significar que, efectivamente, allí acabaría el suyo entes de emprender el vuelo a la Gloria. Allí fueron inmolados los veintiuno. El señor obispo fue el último en morir, bendiciendo a los que la precedieron en el sacrificio. Era la hora de entes del alba del día 5 de agosto de 1936, festividad de Nuestra Señora de las Nieves, Patrona de Ibiza. La Reina del Cielo había hecho su postrer regalo a aquel siervo suyo, ten fiel y tan valiente.
COLOFÓN. Tanto el Dr. Torras y Bages como el Dr. Irurita tenían un gran concepto de Monseñor Huix, y era de esperar todavía de él una formidable labor apostólica si su vida no hubiera sido tronchada por los enemigos de Dios. Y el llorado Dr. Baucells, que le conocía a fondo, escribió de él que era "uno de los sacerdotes y obispos más ponderados que he conocido... cuya vida, ejemplarísima y fecunda. llena de méritos, mereció ser coronada con la aureola del martirio". Es la cabeza de los 270 sacerdotes diocesanos inmolados de Lérida. ¡Gloria a los mártires.
José Vernet Mateu