MONS. MANUEL IRURITA ALMANDOZ,

obispo de Barcelona

mártir glorioso

(18761936)

TIEMPO Y LUGAR. Este Gran Olvidado que hoy queremos recordar, es el ObispoMártír de Barcelona Don MANUEL IRURITA ALMANDOZ, que nació en la hermosa por tantos conceptos tierra de Navarra, en Larráinzar, valle de Ulzama; cuarto de los doce hijos del matrimonio TeodoroJaviera, familia cristiana de recia raigambre tradicionalista, enemiga de componendas con el mal.

Nació nuestro protagonista el 19 de agosto 1876 y fue bautizado al siguiente día 20. Chico sano, travieso, ducho en juegos y pedreas. De pequeño ya quiso ser capuchino. Estudió en los colegios apostólicos de Montehano y Lecároz. Por cierto que en Lecároz, sorprendido un día con las piedras en la mano, sufrió una agria reprimenda, con tan rara mansedumbre, que el Padre Guardián le dijo: «Manolico, tú, o serás un diablo o serás un santo».

Estudió griego, latín y música: flauta, acordeón y canto coral, para lo que estaba muy bien dispuesto por su excelente voz. Hizo el año de noviciado en Basurto, Bilbao, y en 1893, a sus 17 años, la Profesión simple. Continuó la Filosofía en Fuenterrabía. Dos meses antes de su Profesión solemne, el Capítulo Provincial de los Capuchinos juzgó a Manuel Irurita no apto para capuchino. El mantuvo por muchos años el deseo de reingresar enla Orden. Incluso fue readmitido, ya sacerdote, en Valencia, pero otro capuchino que conocía a fondo su enorme espíritu apostólico, le dijo un día en confianza: «Manolo, estos son resabios de tu conciencia delicada. Tú tienes alas para volar muy alto. Un águila encerrada no puede volar. Dios no te llama al claustro».

Intentó la solución de ser sacerdote diocesano: fue a Pamplona en casa de unos parientes y asistía a las clases del Seminario, en aquellos tiempos rebosante de seminaristas: aquel año de 1892 eran alrededor del millar. (La comparación con la situación actual de aquel magnífico Seminario no se presta a deducciones demasiado optimistas).

Manuel se cree indigno de llegar a ser Sacerdote y estudia Magisterio. Efectivamente, se hace maestro y como tal ejerce en Zugarramurdi, lugar célebre por sus famosas cuevas, relacionadas con hechicerías paganas y rmodernos aquelarres.

Siempre que Don Manuel las visitaba, hacía retumbar sus negras bóvedas con las notas de la Salve que entonaba, y años después, en 1928, siendo ya obispo, mandó entronizar en ellas una hermosa imagen de la Virgen de Lourdes.

Figuraba como socio del Orfeón Pamplonés y su fotografía en el cuadro de honor. Normalmente pasa las vacaciones en su pueblo de Larráinzar, y juega a la pelota vasca con sus siete paisanos seminaristas. En cierta ocasión hizo pareja con otro Manolo. Andando el tiempo, uno sería Obispo de Barcelona y otro Cardenal, Arzobispo de Tarragona, Don Manuel Arce Ochotorena.

LA LLAMADA. Se dice que un día, yendo de camino, vio una imagen de Cristo Crucificado y de allí partió su decisión irrevocable de emprender la vida sacerdotal. Hizo Ejercicios Espirituales en completo retiro y el capellán que le confesó le dijo: «Ordénate y serás un buen sacerdote». En adelante, sencillamente, la oración, la castidad, la devoción acendrada a la Santísima Virgen, los Ejercicios de S. Ignacio, la dirección espiritual... con ello adquirió la «auténtica madurez» que había de consolidar su vocación para siempre. (Sin jugar con fuego, sin tentar a Dios ... ).

Es Salmista en la Catedral de Pamplona. Se presenta en unas oposiciones a una plaza de «tenorbajete» en la Catedral de Valencia. Las ganó, sin ninguna recomendación. Pero era condición expresa recibir las Ordenes Sagradas dentro de aquel mismo año. Don Manuel se presentó a los exámenes de latín y los superó con la calificación de «meritíssimus». El primero de octubre de 1899 tomó posesión del beneficio en la Catedral levantina. Recibió el Presbiterado en Gandía, y el obispo consagrante, ya de edad avanzada, bastante sordo y miope, dio la sensación a los asistentes de no haber cumplido a la letra todas las rúbricas del ritual. La duda le duró mucho tiempo a nuestro protagonista; hasta que un día. mientras daba las gracias después de la Misa, se le acercó un señor y le dijo: «Don Manuel, cuando hoy ha levantado la Sagrada Forma, he visto en ella a Nuestro Señor Jesucristo». El sacerdote Irurita lo contó a su hermano JoséMaría, con la condición de que no lo dijera a nadie. Este guardó el secreto hasta la muerte del Dr. Irurita. Con ello se disiparon los escrúpulos de nuestro Don Manuel acerca de la validez de su Sacerdocio. En 1900 fue nombrado profesor de Lengua griega del Seminario Central Valentino. En 1901 fallece su madre y la familia restante se van a vivir a Valencia con Don Manuel.

CANTOS DE SIRENA Y VOLUNTAD HEROICA. A los 34 años, en plena euforia vital, hubo unos meses decisivos para su vida sacerdotal. De muchas partes se le instaba a cantar con su espléndida voz de barítono en veladas y reuniones. Su natural humano no era insensible a las alabanzas y lisonjas que su bien timbrada voz le granjeaba. Tuvo la tentación de dejarse llevar del aplauso del público, presentarse en América con nombre supuesto, explotar su voz excepcional y ganar mucho dinero. Fue una lucha terrible: Sacar partido humanamente de aquel don de Dios o renunciar a lucirlo y a lucirse... Y aconsejado por el P. Ripoll, jesuita, renunció. El Padre le había dicho: «Don Manuel: Se acabó la música. A estudiar Teología y a predicar».

Una vez que hubo abdicado, por Dios, del ejercicio de aquel legítimo afán artístico, se dedicó con más asiduidad al apostolado y a la docencia. Enseñaba muy bien el griego. Sus alumnos decían que a finales de curso ya podrían escribirlo sin consultar el diccionario ni la gramática. En 1916 toma posesión de una canonjía ganada con gran brillantez frente a otros dos opositores muy bien preparados.

Siempre estaba dispuesto a predicar. Decía: «En dos minutos preparo un sermón sobre el Sagrado Corazón o la Virgen María». Decimos: «De la abundancia del corazón ... » En 1918 tomó parte en los festejos del VII Centenario del Descenso de la Sma. Virgen de la Merced a Barcelona e intervino junto con el futuro Cardenal Gomá en los actos: dos figuras capitales de la historia religiosa de las primeras décadas de nuestro siglo. Siempre predicando y en actividad, pero no dejando nunca ni la oración, ni la meditación, ni la santa Misa, ni las Visitas al Santísimo Sacramento, ni el rezo del Rosario, Confesaba también durante horas. ¿Cómo tenía tiempo para alcanzar a tanto? En la virtud de la pureza era extremado. Y caritativo hasta límites heroicos. Fue impulsor entusiasta de la entronización del Sagrado Corazón en los hogares, y de la Fiesta de Cristo Rey, celebrada en Valencia años antes de que el Papa Pío XI la extendiera a toda la Cristiandad.

De aquella época es el siguiente, episodio: Siendo canónigo fue a Francia a predicar a unas monjas carmelitas. Con las prisas tomó billete para un tren que no paraba en la estación donde pensaba apearse, sino 40 Km. más adelante. En el apuro recurrió a Santa Teresita, de la que era muy devoto, y al llegar el tren a la estación deseada, paró bruscamente. El maquinista explicó después que vio a una religiosa inmóvil en medio de la vía y él paró para no atropellarla

EL MOVIMIENTO SE DEMUESTRA ANDANDO. Impulsado por su ardiente afán apostólico, llevó a cabo una ingente labor misionera en Reatíllo, aldeúca con 40 familias, sin sacerdote, sin médico ni maestro, sin ni siquiera cementerio para enterrar a sus muertos. Don Eduardo Guardiola, de la Federación Valenciana de Sindicatos Agrícolas, sabía la situación de Reatillo. La comentó con Monseñor Irurita y ambos pusieron manos a la obra. Sólo una mujer, en todo el poblado, sabía leer y escribir. Los demás, pobres lugareños llenos de ignorancia y supersticiones.

Don Manuel y Don Eduardo empezaron llevando a la aldea una imagen de tamaño natural del Sagrado Corazón. Al día siguiente, Misa con sermón a cargo de aquel cura al que llamaban «Don Canánico» y «Don Vuecencia». A continuación, bendición de la primera piedra de la iglesia nueva. Después, casa rectoral, escuela, sindicato agrícola... A los diez meses las obras quedaban terminadas, gracias al celo y al tesón de aquellos dos hombres abnegados. Monseñor Irurita se ganó la confianza del Prelado Dr. Melo al ver éste la magnitud de la obra realizada. La escuelita seguía los métodos de Don Andrés Manjón, el gran pedagogo cristiano. Se tuvo que luchar durante tres años para acostumbrar a los niños a lavarse la cara diariamente. Don Manuel jugaba a la pelota con los jóvenes y les enseñaba música y canto.

No faltaron falsas acusaciones y calumnias, como siempre que se trabaja en pro de Cristo. Pero la gente de Reatillo no se dejó engañar. Otras aldeas similares fueron objeto de la solicitud de Don Manuel, situadas incluso en territorios de las diócesis de Cuenca y Segorbe. También hizo labor apostólica entre los gitanos. Unas buenas señoras le querían regalar en cierta ocasión una hermosa casulla bordada y él les dijo: «¿Tengo yo cara de llevar una casulla de mil pesetas? Dénmelas y haremos una misión».

EN LA CUMBRE DEL SACERDOCIO. El 20 de diciembre de 1926 Pío XI le preconizaba obispo de Lérida. El se preparó concienzudamente durante dos meses en Venta Berri de Almándoz. Sentía la grave responsabilidad que contraía. La consagración episcopal fue en Pamplona, el 25 de marzo de 1927, festividad de la Anunciación de la Virgen María, con asistencia del Cardenal Tedeschini. La Primera Misa Pontifical la celebró en su pueblo de Larráinzar el 29 del mismo mes, asistido por siete sacerdotes del pueblo, probablemente los siete seminaristas de 30 años atrás.

Entró en su, nueva diócesis de Lérida por Borges Blanques, aclamado entusiásticamente por la multitud que le recibía. El propio Dr. Irurita, en una pastoral que escribió dos meses después, nos habla de este recibimiento y de paso nos retrata su alma sacerdotal plena de fe sincera y sincerísimo amor: «¿Por qué no nos ha de ser permitido pensar, en nuestra infantil devoción, que esas corrientes de sano amor han tenido su origen en aquel altar de Borjas Blancas, dedicado a la Virgen de los Dolores, donde dijimos la Misa el día de nuestra entrada; en aquel Sagrario, que quedó vacío, siendo insuficientes las sagradas Formas para la muy concurrida Comunión general, a pesar de la previsión del celoso señor arcipreste?»

Y a sus nuevos diocesanos les decía: «Quiero que mi garganta se destroce predicando la verdad». Y empezó a predicar ya realizando la primera visita pastoraL hasta los últimos confines de la anchurosa Diócesis. El decía: «Sembramos entre piedras y abrojos. Pero tal vez hallemos también algún pedazo de tierra buena que nos compense». Se entregó a los remedios de siempre: visita pastoraL misiones populares, Ejercicios espirituales de San Ignacio, Catequesis, adoración y amor a la Sagrada Eucaristía, consagración y amor a la Santísima Virgen. «Otros serán grandes teólogos o grandes santos decía; a mí me toca ser el Obispo Misionero». En breve tiempo toda fa extensa diócesis de Lérida fue misionada. Hasta diez veces en un día llegó a predicar. Y claro, convencía porque era coherente, virtud que, dicho sea de paso, algunas veces se echa en falta.

El buen humor del Dr. Irurita afloraba a cada paso: Yendo un día en una ¡ancha por el canal de Artesa, dijo a sus acompañantes: «Donde reina la alegría no tiene parte el Diablo. ¡A cantar! ¡Yo por mi parte cantaré la Marina!» Y la alegría era auténtica y se explicaba porque en aquella Artesa, por ejemplo, más de cien feligreses alejados de la Iglesia y algunos con más de treinta años de apartamiento, habían acudido a confesar y comulgar. Esto, a un sacerdote le ha de colmar de júbilo.

En los pueblos de habla catalana les hablaba en catalán. A veces les decía: «Y ahora, dejadme soltar» y seguía en castellano. Jamás faltó al Rosario de la Aurora, que en Lérida se cantaba cada domingo. Dijo una vez: Me repartido más de cien rosarios a los seminaristas. Quiero que todo el mundo tenga el suyo. Y cuando todos lo tengan, colgaré uno en cada árbol, para que también ¡os pajarillos puedan cantarlo a coro». Para aquel celoso Prelado era inconcebible un seminarista que no rezara el Rosario cada día.

Prestó un grandísimo apoyo al famoso padre Vallet en sus trabajos de fundación del nuevo Instituto de Cooperadores Parroquiales de Cristo Rey. En 1927 le entregó una hermosa carta de recomendación que había escrito para el Papa Pío XI.

Cada sábado, a las diez de la mañana, en los bajos del Palacio Episcopal, en un comedor de las Conferencias de San Vicente de Paúl, catequizaba a varios centenares de pobres, les entregaba un donativo y a veces les servía él mismo la comida. Su caridad para con los necesitados era inagotable y nadie se explicaba de dónde podía sacar tanto dinero. El decía jocosamente que tenía una cuenta corriente en el Banco de la Providencia y que ese Banco nunca le fallaba.

Era esencialmente sacerdote y sentía la necesidad de las vocaciones y la santidad de vida de los sacerdotes. En aquella época, por una parte se sentía el ferviente deseo de ordenarse, y por otra, los obispos respaldaban siempre a los sacerdotes que cumplían con su deber.

UN PELDAÑO MÁS ARRIBA. En 1930 recibe el nombramiento de Obispo de Barcelona. A su hermano que le felicita, le responde: «Voy al patíbulo». Salió de Lérida con dirección a Barcelona pasando por Montserrat a encomendarse a la Virgen Morena; y escribió una hermosa Carta pastoral de salutación a sus nuevos diocesanos.

Mientras tanto, la República se había proclamado en España. Se dice en el boletín del Supremo Consejo del Grado 33 de la Masonería del primer semestre de 1931: «No es posible realizar una revolución política más perfectamente masónica que la revolución española». Y decimos nosotros: «A confesión de parte ... » Ya al mes de proclamada, el 11 de mayo, ardían en Madrid, Málaga y otras provincias, más de doscientas iglesias y conventos. Algunos católicos ingenuos habían confiado en la República. Refiere el escritor Josep Pla que Carrasco Formiguera, el separatista catalán, al enterarse en Madrid de la expulsión de la Compañía de Jesús, exclamaba desesperado: «Y pensar que yo y mi mujer hemos rezado tantos rosarios para que viniese la República». Pronto aparecieron leyes sectarias contra la Religión, o sea, contra los sentimientos religiosos de la mayoría de los españoles. El Dr. Irurita, en una de sus exhortaciones a sus diocesanos, demuestra la certera visión que tenía del panorama religioso y social de España.

En 1934 decretó la erección de 18 nuevas parroquias y la elevación a la categoría de tales de once tenencias parroquiales. El jesuita padre Jacinto Alegre le había dicho, en sus últimas palabras antes de morir: «(En el Cielo) sólo pediré, para Barcelona, parroquias y hospitales».

Al lado de las parroquias, ayudaba a las instituciones de caridad: Conferencias de San Vicente de Paúl. asilos de San Juan de Dios y de San Rafael, Hospital de la Santa Cruz y San Pablo, el Clínico, el Cotolengo, las Adoratrices, las Hermanitas de los Pobres...

Al párroco de San Paciano le dijo un día: «Vamos a visitar al enfermo más pobre que tenga en la parroquia». Y allí se hubiera podido ver al Obispo irurita, arrodillado a los pies de la cama, abrazado con el tuberculoso. Otra vez, un hombre descreído que dudaba que el señor Obispo visitara a los pobres en su casa, se encontró con que. al preguntar «¿quién es?» el propio Dr. Irurita le daba a besar su anillo pastoral. Cuenta el virtuoso canónigo Dr. Baucells, que había sido Secretario de Cámara de Su llustrísima, que en (a Misa de los pobres de la Catedral llegaron a asistir seis mil necesitados. Y que el Dr. Irurita se multiplicaba para atenderlos y catequizarlos, y comentaba. gozoso, con sus íntimos: «¡Ya tengo el dinero para los pobres del próximo domingo!»

En abril de 1931 apoyó el Instituto proobreros sin trabajo, empresa bendecida por el Cardenal Pacelli futuro Papa. El Dr. Vilaseca, canónigo, dijo en una ocasión: «He conocido personas generosas, pero más que el Dr.Irurita no. Yo no sé cómo se las arreglaba. Se entraba en su oratorio particular y allí, arrodillado, te pedía el dinero al buen Jesús. Al poco tiempo ya lo tenía y lo distribuía». Poco antes de su «visita ad límina» disponía de una modestísima cantidad para el «óbolo de San Pedro». Hizo una corta oración y al poco tiempo vino un señor que le traía medio míllón. Y otra vez que necesitaba diez mil pesetas, una señora le entregó cinco mil. Volvió al oratorio: «Que el trato eran diez mil, Jesús...» Y no mucho después la misma señora de antes volvió para hacerte entrega de lo que le faltaba... Muchos otros casos se contaban de las maravillas de caridad que podía hacer con la ayuda de su Amigo del Sagrario.

En junio de 1931 tuvo una entrevista con el Dr. Bonet, sacerdote fundador de la «Federació de Joves Cristians de Catalunya». Monseñor Irurita lo oyó y le dijo: «Láncese usted. Esto es de Dios». Y para ahorrarte preocupaciones pecuniarias, le asignó una dotación mensual para que pudiera entregarse de lleno a la obra. Fue todo un éxito. El Dr. Bonet llegó a reunir unos 15.000 jóvenes y muchachos en más de 350 grupos de fejocistas y vanguardistas. De ellos unos 300 fueron inmolados por su Fe durante la persecución religiosa de 1936. Otros 500 combatieron en el Ejército Nacional. (sólo en el Tercio de Ntra. Señora de Montserrat) de los que 89 cayeron en combate y hoy sus restos descansan en el Mausoleo de la Santa Montaña. Pío XI les había animado a pasarse al bando nacional «a luchar por la Fe y la libertad». Uno escribía a su esposa, despidiéndose de ella: «Muero defendiendo a España y a la Religión en el mismo campo de batalla. Yo por mi España y por Dios doy la vida con gusto y verdadero orgullo». El mismo Abad Escarré de Montserrat, decía: «...tenemos en este Santuario un deber de gratitud hacia ¡os devotos de nuestra Virgen Moreneta que, invocando su nombre y protección, supieron luchar y ofrecer su vida por sus ideales espirituales y sociales». Que ahora haya quien quiera negar o tergiversar esta realidad ya es otro cantar.

Otro gran fejocista. el Dr. Tarrés, nos describe con patetismo el estallido de la revolución en Barcelona y con alegre alborozo el Día de la Liberación por las tropas nacionales. En su «Diario de guerra» pueden leerse esas páginas, escritas con emoción y realismo.

En junio de 1933 se celebró en Montserrat una gran Jornada Catequística, a la que asistieron más de 15.000 niños. Acudi6 el Dr. Irurita. Tuvo que andar a pie cuatro kilómetros debido a la grande aglomeración de coches. Conmovió a todo aquel auditorio infantil explicándoles la parábola del Buen Pastor y preguntándoles si serían devotos de la Virgen Moreneta. Millares de voces inocentes te respondieron afirmativamente. Tenían un Pastor que se preocupaba de su educación cristiana en medio del ambiente anticlerical de la República. Y apostilla Mosén Ricart: «Entonces se protestaba de la enseñanza laica. de la coeducación, de las escuelas sin crucifijo. Todo esto que ahora .... se nos hace tragar».

MÁS PINCELADAS. Sobre la simpatía y sentido de( humor del Dr. Irurita nos quedan muchísimas anécdotas, reveladoras de su imperturbable paz espiritual. Cierto día lo vemos a caballo. «cantando bajo la lluvia» copias en vascuence a la Santísima Virgen, calado hasta los huesos, de camino de Puiggraciós a Montmany. En marzo de 1931 sufrió un grave accidente al chocar su coche, en ruta hacia Vendrell, con un camión de transporte de pescado. Sacó fuerzas de flaqueza. Con ¡a cabeza vendada y sangrándole. todavía dijo Misa de comunión, hasta que confió a Mn. Fortuny: «No puedo más ... » Volvió a Barcelona y tuvo que guardar cama varios días.

En marzo de 1934 organizó la Santa Misión 180 sacerdotes predicando en 70 iglesias y el Prelado desviviéndose por acudir a todas partes donde pudiera pregonar la Palabra de Dios. En el templo de San José Oriol distribuyó la Comunión a dos mil niños... Tuvo un éxito magnífico. En aquellos tiempos, cada diez años se hacía una Misión en Barcelona. Hasta que en 1971 los nuevos «pastoralistas» consiguieron colapsar aquel ritmo ininterrumpido que tantas almas había llevado a Dios.

Fomentó también con grande empeño la Obra de los Ejercicios Parroquiales. Durante su pontificado se llevaron a cabo más de trescientas tandas en completo retiro, contando sólo las masculinas. Obras son amores.

Escribe Mosén Ricart: «No conoció la prudencia de la carne ni las componendas ante los enemigos declarados y ciertos de Dios y de la Iglesia. En su Carta Pastoral «Ante la Cruz de Cristo» se expresa en estos términos: «...reprobamos y execramos ¡as libertades de perdición que se comprenden bajo el nombre de Liberalismo: las cuales, si prevalecen, llenarán el Mundo de esclavos del error y del vicio ... » Protesta contra la disolución de la Compañía de Jesús. «Condenamos y reprobamos los pecados públicos, la profanación de los días festivos, las costumbres licenciosas, los desafueros de la moda y del placer, la Prensa impía y blasfema...» «Denunciamos finalmente la indiferencia y cobardía de tantos católicos, así como aplaudimos y bendecimos a los valientes defensores de la Causa católica. La victoria será siempre de Dios y de los que luchan por Dios». Pide perdón para los enemigos; que se conviertan y vivan. Para evitar la descristianización en que se empeñaba la República, logró que setenta mil de los 120.000 niños que formaban el censo de Barcelona, acudieran a las lecciones de Religión que se daban a través de los Comités Diocesanos de la Escuela Católica y de Enseñanza catequística.

 

Condena nominalmente a varios diarios y semanarios anticlericales, que cita: «El Diluvio», «Solidaridad Obrera», «L'Esquella de la Torratxa», «El Papitu», «L'Hora», «La Batalla», «La Trwca», «Fray Lazo», «El Cencerro», «La Tierra» y otros similares «cuya lectura está prohibida bajo pecado mortal a los fieles de la Iglesia». También « ... nuestra más efusiva felicitación... a la prensa netamente católica, que defiende con bizarría singular las doctrinas cristianas contra las blasfemias, contra la profanación del matrimonio y por la santidad de la familia cristiana». En 1936, a unos muchachos tradicionalistas que se le ofrecían para custodiar el Palacio episcopal, les dijo: «No quiero que en la casa del padre haya otro derramamiento de sangre, en todo caso, que la mía propia». «¿Que vamos a ser mártires? No nos caerá esta breva.» Con gran magnanimidad pidió clemencia para los procesados por los luctuosos sucesos del 6 de octubre del 34.

En Lourdes bebía con toda naturalidad el agua de ¡as piscinas para vencer la natural repugnancia de algunos enfermos. Se destrozaba la voz a puro cantar a la Santísima Virgen. Y confesaba ingenuamente: «Cuando llegue al Cielo, me dirá la Virgen Santísima: «¿Quién eres tú, hijo mío, que acabas de ¡legar?» «Soy aquel pobre cantor que allí abajo, en Lourdes, gritaba sin cesar: Dios te salve, Dios te salve, María». Y la Madre del Cielo me responderá: «Ya recuerdo, que alguna vez hasta desafinabas, porque te quedabas ronco ... »

Durante una peregrinación a Tierra Santa, junto al Santo Sepulcro, predicó con tal fervor, que un guía árabe que entendía el español, confesó: «Me ha hecho llorar. Sera algún santo este obispo?» Confiaba mucho en las religiosas de clausura. Les decía: «Para hacer lo que hacéis vosotras, hay que estar un poco loco. Vosotras sois las locas de Jesucristo».

Tanto en Lérida como en Barcelona tuvo siempre una gran preocupación por la marcha del Seminario y la sólida formación de los seminaristas. Decía: «Si en Barcelona hay doce sacerdotes que recen devotamente el santo Rosario, Barcelona se salvará». Tenía siempre muy presentes sus grandes responsabilidades como Obispo de una Diócesis tan extensa y conflictiva. Algunas veces lo vieron arrodillado ante el Sagrario, con los brazos en cruz. Ayudaba a los seminaristas pobres con toda delicadeza, y el día de las ordenaciones. ya de madrugada oraba por los ordenandos. Dice Mosén Ricart en este punto: «Por esto hoy la figura del Dr. Irurita incontestablemente se convierte en un aguafuerte que suscita añoranzas, justifica indignaciones y nos empuja a la oración para que revivan ejemplares de aquella estirpe».

Es emocionante leer la «Carta. a un Sacerdote» que escribió Monseñor Irurita con motivo del Año Centenario de la Redención, 1933: «La práctica más hermosa: «Santificar la Misa, santificándonos por ella». Y horrorizado por la vertiente opuesta, ruega con afán: «¡Dadnos un Año Santo sin misas sacrílegas!» Cita oportunamente frases de San Juan Eudes, San José de Calasanz, San José Oriol, San AntonioMaría Claret, para reforzar el argumento: «¡Qué fervorosas serían nuestras Misas si tuviéramos fe viva» «Bastaría la Santa Misa santamente celebrada para convertir al mundo». Uno no extraña que de aquellos sacerdotes adoctrinados con tan sublimes enseñanzas surgiera la pléyade de los mártires que dieron su sangre antes que renegar de su sacerdocio.

El Dr. Irurita usaba cilicio y disciplinas, ayunaba todos los viernes y sábados. Vivía una vida intensísima de oración y espiritualidad. ¿Cómo extrañarse de los frutos de tal vida. frutos que nos dan a conocer que el árbol que los daba era bueno de verdad? Ya en 1909 era tenido por santo por su Prelado el Dr. Guisasola, que pasaba más bien por exigente.

Una anécdota muy significativa cuenta que el Obispo Polanco de Teruel, otro santo como él y también mártir, hallándose en apuros económicos para sufragar los gastos que tendría si daba unos Ejercicios Espirituales a sus sacerdotes, como se proponía, le aconsejó in su familiar sacerdote: «Excelencia, los santos se entienden. Pida al Obispo Irurita y él le resolverá la papeleta». Le escribió monseñor Polanco y a los pocos días recibía un magnífico billete de MIL PESETAS de aquellos tiempos, con el que solventó sus penurias. El familiar repuso: «Ya le dije a V.E. que los santos se entienden». Efectivamente. Era amigo asimismo del virtuoso padre Huix. que le sustituyó en la Diócesis de Lérida y murió también mártir al frente de un nutrido grupo de sus diocesanos a los que ayudó a bien morir. Se llega a la conclusión que, con tales pastores, no es de extrañar que la grey respondiera tan heroicamente cuando llegó «la gran tribulación».

El Dr. Irurita fue martirizado la noche del jueves al viernes primero de diciembre, hora que él acostumbraba hacer la Hora Santa de preparación para el Primer Viernes, y además fiesta de su paisano San Francisco Javier... La Providencia tiene delicadezas, aun en los momentos más trágicos...

SIEMPRE EN SU PUESTO. Nunca se metió en política, aunque ahora ciertos «historiadores» ayunos de buena fe y veracidad te quieren echar este sambenito. ¿Cómo podía tener tiempo para la política un hombre de Dios que, al abrir los ojos a cada nuevo día ya estaba en la divina presencia y continuaba en ella hasta que, agotado. los cerraba al sueño reparador? Esto no quiere decir que viviera en el séptimo cielo, ignorante de lo que pasaba a su alrededor. Precisamente por su íntima percepción de las cosas desde el ángulo sobrenatural, veía que se acercaban tiempos terribles de persecución y sangre. Preveía el martirio de muchos. Y lo deseaba para sí, como buen discípulo del Mártir del Gólgota, Una vez confesó a sus seminaristas, de los que se despedía, al finalizar el curso 193536: «A mí me gustaría que al Obispo de Barcelona le ataran una soga al cuello y lo arrastraran por las calles... Pero no me caerá esta breva». Y a las religiosas benedictinas de la calle de Anglí, las saludó diciéndoles: «Madres, las vengo a invitar al martirio».

El martes 21 de julio una turba enfurecida pedía la cabeza del Obispo, capitaneados por el Comisario de prensa de la Generalitat. Estaba el Prelado a punto de tomar el desayuno junto con sus familiares. Sólo tuvo tiempo de retirar el Santísimo del Sagrario y exclamó en alta voz: «Señor, lo que Tú quieras». Salió con los suyos por la puerta lateral hoy tapiada, que da a la calleja de Montjuic del Obispo, y fue a casa de mosén Faura, en el número 3 de la citada calleja, de portón señorial con artísticas aldabas que todavía hoy pueden verse. Si tan desprevenido estaba, era señal de que era ajeno al Movimiento que había estallado. Y los de la Generafi4at, a 25 metros de distancia de esquina a esquina, ¿qué hicieron para garantizar la vida del ciudadano Manuel Irurita? A poco salió de la casa de mosén Faura para buscar un refugio menos inseguro y se encontró con D. Antonio Tort, orfebre, tradicionalista, que llegaba a pie de Monistrol, en donde tenía a su familia de vacaciones. Reconoció al Prelado y le dijo: «El señor Obispo se viene conmigo». Y se fueron todos, medio disfrazados, componiendo sin darse cuenta un grupo digno de una novela de Dostoievsky, acongojados por el griterío de las turbas que se adueñaban de la ciudad, hacia la casa del Sr. Tort en la calle de Call (judería) nº17,esquina a la calleja de Santo Domingo del Call, en pleno «barrio gótico» de Barcelona. Hoy puede contemplarse perfectamente esta casa, de cantón redondeado, con fachadas a ambas callejas y balcones corridos.

¡Cuántos actos de amor a Dios debía hacer ahora en su cautiverio el Dr. Irurita, cuando antes, en cierta ocasión había exclamado: «Andaría a pie toda la ciudad para que una sola persona hiciera un acto de amor a Dios». Aquella clandestinidad tenía todos los visos de la vida de los primeros cristianos perseguidos. Don Manuel se levantaba cada día a las cuatro y media: a las cinco ya estaba arrodillado para la preparación de la Santa Misa. Adoración continua al Santísimo Sacramento, Rosarios, Visitas. Cada día desde el balcón entreabierto. bendecía a los gobernantes de la Generalitat y el Ayuntamiento, que quedaban, uno a un tiro de piedra, y otro a algo más, de su escondrijo. Y comentaba con los suyos: «Poco puede pensar esta pobre gente que todos los días reciben la bendición de su Obispo». Agradecía con exquisita cortesía todo cuanto le ofrecían sus cristianos huéspedes.

A primeros de diciembre del 36 son descubiertos por las patrullas de control unas fíchas en las que consta que don Antonio Tort y su hija Mercedes asistieron a una concentración carlista en Montserrat. Se efectuó el registro y se encontraron con más presas de las esperadas. Además de los dos «fichados», se llevaron al hermano del Sr. Tort, don Francisco, y a los dos «curas» (Don Manuel y don Marcos Goñi, que no negaron su identidad sacerdotal). Según relató uno de los milicianos aprehensores, en un momento en que don Antonio Tort estaba sumiendo las Sagradas Formas del capón del Sagrario, entró su hijito Jaime, de cinco años: y su padre, con sobrehumana serenidad, administró la Primera Comunión a la criatura mientras le decía: «Hijo mío, te quitan el padre de la tierra. Pero aquí tienes a tu Padre del Cielo, que no te podrá quitar nadie».

Los patrulleros condujeron a los detenidos al Cuartel de Milicias Antifascistas de la calle Pedro IV, 176, antiguo Ateneo Colón. Allí todo era griterío, desorden y blasfemias. El Dr. Irurita respondió con firmeza a aquellos desalmados que renegaban: «¡Alabado sea

Díos!», por lo que fue denostado y escarnecido. Durante su interrogatorio hizo un encendido elogio del valor de la Santa Misa, afirmando que él la celebrada cada día y que la seguiría diciendo si le dejaban. «El mundo se sostiene por la Misa» dijo a aquellos malvados. Y al serie arrebatado el Rosario, lo reclamó diciendo: «No podría pasar sin mi Rosario». Del Ateneo Colón fueron llevados a la cárcel clandestina San Elías, instalada en un convento devastado, cerca de la calle de Balmes, en cuyo sótano todavía pueden observarse los impactos de las balas que acababan con los presos. Allí se prepararon para el martirio y daban gracias a Dios por haberles concedido esta gracia. De San Elías fueron sacados de noche, atados codo con codo y conducidos al cementerio de Montcada. Según una versión del martirio, el Dr. Irurita pronunció antes de morir estas palabras, que dicen muy bien con toda su vida y actuación sacerdotal y episcopal: «Os bendigo a todos y bendigo también a las balas que me ocasionarán la muerte, ya que serán las llaves que me abrirán las puertas del Cielo». Su Santidad el Papa Pío XII, que tanto supo sobre la gran persecución, pudo decir: «Inclinamos... nuestra frente a la santa memoria de los obispos, sacerdotes, religiosos de ambos sexos y fieles de todas edades y condiciones, que en tan elevado número han sellado con sangre su Fe en Jesucristo». Al Dr. Irurita se le pueden aplicar con toda justicia. El se merece la admiración y el amor agradecido de todos los católicos barceloneses por habernos dado el magnífico ejemplo de su vida y de su muerte. Aunque su memoria se quiera enervar, aunque los que más habrían de hacer por reivindicar su recuerdo lo miren con aparente total indiferencia... (¿No suena algo así el «Acto de desagravio» al Corazón Eucarístico de Jesús, tan amado por el Dr. Irurita ?).

Hay quienes regatean a los que dieron su vida por confesar a Cristo, el honor que tan justamente se merecen. Pero ya llegará la «hora de los mártires». Y los que han procurado ensombrecerlos u ocultarlos, quedarán deslumbrados y a la vez avergonzados de su propia ruindad. Queremos acabar con la invocación que pronunció el recordado Obispo Dr. Modrego el año 1944, en la Catedral, después de los grandiosos actos de homenaje que se habían tributado en la Plaza de Cataluña con asistencia de todos los Obispos del Principado y del Abad Escarré: «Santo Obispo Mártir Doctor Irurita, que bendijiste a los que te fusilaron ¡bendice desde el Cielo a esta tu Diócesis, a Cataluña y a España!»

EPiLOGO. El 12259, festividad de Santa Eulalia, Patrona de Barcelona, se publicaba e edicto de la Causa de beatificación y canonización o declaración de martirio de los Siervos de Dios Dr. Irurita y Rvdos. Clausellas, Guardiet, Samsó y otros sacerdotes de la Diócesis de Barcelona. Ha pasado un tercio de siglo y nadie habla de este proceso, que otras cristiandades juzgarían un honor gloriosísimo. Puede que haya aquí otros temas y otros asuntos más interesantes, cuya importancia con respecto a la salvación de las almas a nosotros, pobres ignorantes, no se nos alcanza...

JOSÉ VERNET MATEU