Hacía ya tiempo, años tal vez, que el Señor
parecía mantener al Padre en una profunda Noche oscura. Sobre todo
últimamente, sus consejos eran siempre amarrarse al Amor de Dios, adentrarse en
Su Corazón, aunque nada se viera y nada se sintiera, y permanecer en Él,
apoyado en su Misericordia. No veía abrirse el Cielo por ningún lado.
Incomprendido de todos, repetía con frecuencia que sólo en Sentmenat y en los
suyos estaban sus delicias. Su única confianza la tenía en la restauración
que había prometido la Virgen en Garabandal.
Pero en los días de su enfermedad, en que sus fuerzas estaban muy debilitadas,
dejaba en algunas ocasiones, según parece, vislumbrar un poco del miedo y
angustia que en algunos momentos le embargaba. Eran sólo unos instantes
Recuerdo perfectamente la noche del 24 de diciembre, Nochebuena, que la tuvo que
pasar en el hospital de Belvitge, después de habérsele practicado la biopsia
en la cabeza y pues se le llevó de nuevo al hospital para que los médicos le
normalizaran la medicación.
Esa fue la primera noche que pasó con una gran excitación nerviosa que le
impidió dormir ni tan sólo diez minutos.
Por dos veces pedía a las enfermeras que le dieran un calmante para que pudiera
descansar o dormir por lo menos dos horas seguidas. Se los dieron, pero no
lograron su efecto.
Recuerdo que le habían cambiado de habitación y, desde la ventana de esta
nueva, se veía el Tibidabo, que esa noche permaneció alumbrado hasta las 4 de
la madrugada.
Pasó la noche en un continuo movimiento de vueltas y revueltas. Continuamente
pedía en toda finura cosas: súbeme, bájame, levántame, siéntame, ponme una
almohada aquí, ponme los calcetines, échame una manta en los pies...
En un momento dado, girado del lado izquierdo, preguntó: "¿Estás
ahí?", muy bajito y como con miedo. Le contesté: Sí, Padre (aunque no
sé cierto si me lo preguntaba a mí, pues me estaba hablando evasivamente).
Inmediatamente, taponándose la cara con la mano y luego en el embozo de la
sábana, como si quisiera ocultarse, temeroso, de alguna mirada indeseable,
comenzó a sollozar y, bajito, se le oyó decir: "Oh, Señor, ¡qué
noche!, ¡qué noches! Jesús, Jesús, ¿por qué, Señor?, ¿qué es esto? Oh,
Jesús, es por tu amor, es por tu amor, por la salvación de los pecadores y por
la vuelta a la Iglesia del pueblo de Israel... Jesús, Jesús... sollozando.
De pronto, como volviendo en sí, me pidió el pañuelo, se sonó y seguimos de
nuevo con las vueltas y revueltas.
Creo que esa noche, mientras le arropaba y le ayudaba, llegué a rezar las tres
partes del Rosario mirando suplicante al Corazón de Jesús del Tibidabo y
pidiéndole concediera al Padre unos instantes de reposo.
Luego recordé cómo el primer día que el Padre Turú le iba a llevar al
médico, como el Padre Alba no había celebrado Misa todavía,y presintiendo que
ese día no pudiera hacerlo ya, pidió que le diera la Comunión. El Padre Turú
se la dio. Estuvo un rato dando gracias y luego, se levantó del banco, decidido
y dijo: "Ya está, vámonos a donde sea. Ahora ya me he ofrecido".
Doy fe de que el enemigo se ensañó con toda su furia en el cuerpo y alma
doloridos del Padre Alba.
Jerusalén Torra