El Señor me ha concedido vivir poco
tiempo con el P. Alba, pero he aprendido muchas cosas que me servirán de gran
provecho para mi vida espiritual y para mi formación humana. La más importante
de ellas es que grabó en mi corazón que la Sociedad Misionera de Cristo Rey es
una Sociedad de amor y que lo llegará a ser si sus miembros viven en el amor de
Dios y en la humildad. Humildad profunda, que es sentirse y persuadirse de que
nada somos y que, si algo somos, es una montaña de pecados. Humildad, que lleva
al amor pleno y confianza absoluta en Dios y amor y entrega a los hermanos.
Otra cosa que me enseñó, no de palabra, sino con su vida, es que fue un PADRE
para todos. Y su paternidad estaba vestida de una sencillez evangélica, de una
alegría divina, de una entrega total por las ovejas que Dios le había
encomendado. Dormía en el dormitorio grande con nosotros. A las cinco y media
se levantaba como todos y cantaba con gran fuerza la acción de gracias del
nuevo día. Hacía su gimnasia y hasta nos acompañaba de buena mañana a la
piscina de agua fría. Nos hacía escribir cartas a nuestras familias. No me
dejaba fregar platos ni hacer trabajos de carga por miedo a que me hiciere daño
grave en la piel. En uno de sus últimos días, haciendo un gran esfuerzo,
subió a comer con la comunidad en el refectorio, y con el gran ánimo y
alegría que nunca pierden los santos dijo: "¡Qué sabroso está
esto!" acompañado de una gran sonrisa, mientras apuraba el plato de paella
que le habían servido. Nos llevaba a todos en su corazón.
Padre, acuérdate de tu FAMILIA y ayúdale para que viva en el amor de Dios y en
la humildad. Te pedimos que nos obtengas de Dios la gracia de conocer y cumplir
siempre su Santísima Voluntad. Así sea.
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Jordi Cordonet