Queridos lectores de Meridiano Católico:
Conocí al Padre José María Alba en 1999. Venía a Mallorca cada cierto tiempo
para dirigir un turno de adoración nocturna de la Unión Seglar de aquí y
celebrar la Santa Misa. Uno de mis hermanos le conocía y cada vez que el Padre
venía me ofrecía conocerle. "Es un sacerdote tradicional, jesuita, que
viste sotana": La impresión era grata, pero no me decidía a conocerle.
Cuando finalmente lo hice, sucedió que el Padre estuvo varios meses sin
aparecer, por lo que decidí llamarle por teléfono. Muy amable, me ofreció
asistir al Cenáculo que la Unión Seglar de San Antonio María Claret iba a
celebrar en mayo en el Colegio Corazón Inmaculado de María, de Sentmenat.
"Conocerás la Unión Seglar –me dijo y, a mucha gente": Así fue.
Me hospedé en su propia casa, esto es, en el Colegio. Esta fue su primera
caridad conmigo. Era el 15 de mayo de 1999, sábado, día de la Virgen y de San
Isidro Labrador. Al siguiente día, domingo, se celebraba el Cenáculo. El Padre
me recibió cariñosamente y hablamos a solas los dos días. El día de llegada
me invitó a cenar en su compañía. Durante la cena se interesó por mí y me
hizo diversas preguntas. Llegada la hora de ir a dormir, me pregunta si con la
muda, he traído zapatillas. Le digo que no, ¡despistado de mí! Y entonces
llegó otra muestra de caridad, pues me responde: "Y mañana al salir de la
ducha, ¿qué harás? Descalzo lo mojarás todo". Y sin dirigirse a nadie
en particular, ordena: "¡A ver, unas zapatillas para este hombre".
Pero, sin esperar respuesta se dirigió a su dormitorio y volvió con unas
zapatillas y un albornoz. Y me dice: "Toma". Nada habíamos hablado
del albornoz, pero no necesitó preguntarme para darse cuenta de que tampoco
llevaba.
En distintas ocasiones me hospedó el Padre en su Colegio. Y no recuerdo si fue
la primera noche oí en alguna otra de las estancias que sucedió lo que
seguidamente les relato. Me fui a dormir y a medianoche me desperté. Era una
habitación para mí solo. Sentía frío y me cubrí mejor. A los pocos segundos
se abrió la puerta del dormitorio. Era el Padre Alba. No se percató de que
estaba despierto. Se acercó a mí y cerré los ojos. Metió las mantas bien
metidas debajo del colchón. Miró desde mis píes si había quedado bien
compuesto y salió. No lo olvidare. Comentó luego el Padre a mí novia –hoy
mí esposa: "¡Hay que ver! Es como un niño. El otro día entré en su
cuarto y tuve que taparle". Nunca supo el Padre que fui testigo de su
cariño aquella noche.
Todo lo que les he contado hasta ahora es para mí prueba suficiente de que el
Padre Alba ejerció conmigo de manera altísima la fina virtud de la
hospitalidad.
Recuerdo un día que llegué de noche al Colegio para hospedarme. El Padre, al
saber de mi llegada por la apertura de la reja, ideó una pequeña broma. Se
hallaba en un exterior del Colegio rezando el Rosario con los seminaristas.
Forzosamente debía pasar yo por allí y hacia allá me dirigí, con reparo de
molestar. A su vez el Padre avanzaba hacia mí flanqueado de seminaristas
formando todos ellos un frente. Mi vergüenza aumentó. De repente todos pararon
de andar y de rezar el Rosario y, en fuerte voz, todos a una exclamaron:
"¡Buenas noches!" ¡Qué amable y gozoso se me hizo aquel
recibimiento! ¡Qué bromista era el Padre! ¡Qué acogedor! Me sentí como en
casa.
Ahora debo contarles cómo ingresé en la Unión Seglar. Acudí desde Mallorca
al Cenáculo de junio de ese año. Y a la salida el Padre me espera sonriendo y
con gracejo. Pensé: "¡Caramba! La Unión Seglar debe de ser algo
importante. A ver qué pruebas me pone el Padre". El caso es que cuando
acudía a Barcelona con posterioridad y alguien me preguntaba si era de la
Unión Seglar, supongo que inquiriendo si pertenecía a la Unión Seglar de
Mallorca, yo respondía como un bobo: "¡No! El Padre Alba me tiene que
hacer unas pruebas". Al final, como no podía ser de otra manera, el Padre
se enteró. Y en una corta parada de la Peregrinación de julio a Santiago de
Compostela de aquel Año Compostelano, sentados en un banco degustando unas
jugosas naranjas, me dice, un tanto molesto: "¡Oye! ¿Qué es eso que vas
diciendo de que no sabes si eres de la Unión Seglar?". No le respondí y
desde ese momento me consideré un miembro más de la Unión Seglar.
A principios de 2000 me casé en Mallorca y hacia acá voló el Padre para el
casamiento, con el esfuerzo consiguiente dada su edad. A principios de 2001
tornó a volar para bautizar a mi primogénito.
La amabilidad y cariño que siempre me mostró el Padre no le impidieron
corregirme cuando lo consideró conveniente. Así, en cierta ocasión en que el
Padre me vio acercarme a la Comunión en el Colegio con las manos en la espalda,
me llamó una vez acabada la Misa. Y me dice: "No lleves las manos en la
espalda cuando te acerques a comulgar, que pareces un demócrata. Se llevan
delante, una sobre otra, y cuando hayas comulgado te diriges de la misma forma,
recogido y con la mirada baja, a tu sitio".
Variados consejos me dio el Padre mientras le traté, todos muy provechosos. No
puedo acabar esta carta sin mencionar un bien grandioso que hizo a mi alma. Pese
a que era miembro de la Unión Seglar, no había yo dejado de frecuentar el
centro y la dirección espiritual de un grupo religioso liberal y progresista,
seudocatólico en definitiva. El Padre lo sabía, y usando un modo indirecto,
con picardía y eficacia, me sacó de allí. El Padre pensaba y comentó en
cierta ocasión que un servidor "estaba haciendo el tonto". Veo con
claridad que estaba bebiendo de una doctrina religiosa relajada y acomodada al
mundo y no se me brindaban los consejos y medios espirituales que necesitaba mi
alma. Esa doctrina cristiana sin rebajamientos y esos medios espirituales los he
encontrado en la Unión Seglar.
No siempre correspondí al cariño y confianza del Padre. El lo sabía y siempre
me perdonó y trató tan bien como el primer día. Y así me lo mostró la
última vez que lo vi, doce días antes de su muerte.
¡Gracias, Padre! ¡Hasta Lluch!
José Augusto Payeras