Conocí al P. Alba y a la Unión Seglar en 1979,
gracias a la que sería mi esposa, que me llevó a un Cenáculo. Aquel ambiente
nos gustó a los dos, pues no lo vivíamos en nuestras respectivas poblaciones.
Dada la lejanía de Barcelona, no siempre podíamos asistir a los Cenáculos,
pero sí que a partir de entonces acudí anualmente a los Ejercicios
Espirituales que se celebraban en Vilafranca del Penedés, y a la procesión de
fin de mayo. Pocos años después, empezamos a acudir con nuestros hijos
pequeños a los Retiros para matrimonios que el Padre Alba daba en Sentmenat.
Nos suponía un esfuerzo tener que levantarse muy temprano, pero aquella
inyección de espiritualidad nos servía para aguantar hasta el próximo Retiro.
Los hijos iban creciendo y también Dios nos regalaba más. Pronto nos
planteamos el problema de su educación. Tanteé en la entidad bancaria en la
que trabajaba, para ver si había sucursal cerca de Sentmenat, pero el traslado
suponía romper con todo y dejar a la familia. Los hijos eran aún pequeños y
lo dejamos aparcado. Pocos años más tarde y gracias al P. Alba, se presentó
un buen día en casa el P. Turú para pedirme si quería venir a ayudarles en el
Colegio de Sentmenat. Aquello era un milagro, una gracia del Señor, teníamos
las dos cosas: una educación religiosa para nuestros hijos y un trabajo donde
podríamos ayudar a llevar adelante el ideal del Padre: un Colegio católico.
Estos trece últimos años pasados junto a los Padres y a la Unión Seglar han
sido de gran ayuda en nuestra vida matrimonial y de católicos de a pie. Siempre
nos exigía más, más y más... tal y como reza el lema de los jóvenes de la
Asociación de la Inmaculada. Sus charlas, conferencias y retiros calaban
hondamente en mi corazón. Aunque parezca una contradicción, sus amonestaciones
y críticas a nuestra manera de ser, a veces muy duras, recuerdo ahora la
última que nos dirigió en la despedida del P. Javier Sánchez espoleaban mi
corazón y mi persona en querer ser cada día mejores, pues estaba lejos de
serlo. Casi aseguraría que las deseaba a cualquier halago.
Habría muchas cosas que decir y alabar de nuestro querido P. Alba, pero me
limitaré, a señalar únicamente dos puntos en las dos ocasiones que con motivo
de los Años Jacobeos pude acompañarle hasta Santiago de Compostela. En 1993,
su exquisita caridad para con todos los peregrinos de la Asociación, e
inclusive con los forasteros. Recuerdo que por tres días consecutivos
coincidimos al anochecer con dos peregrinos franceses, que venían desde París.
Llevaban los pies destrozados, y él, como Jesús a sus apóstoles, les curaba
cada día sus heridas. Llegábamos cada noche a los albergues y ya lo tenía
todo dispuesto para nuestro descanso y reposo. Después se pasaba largas horas
cuidándonos los pies y preocupándose por todos. Jornadas más adelante, nos
tuvo la sorpresa agradable de poder refrescarnos en la piscina municipal de
Nájera, a las nueve de la noche, tras haber pedido permiso al alcalde.
En la última de 1999, recordando el gracejo que siempre tenía el Padre, nos
paramos a descansar un rato en la Ermita de Ntra. Sra. de Eunate y allí nos
esperaba con un corte de sabroso y jugoso melón. Durante este rato pasaron
otros visitantes y una señora de Madrid, con toda su ingenuidad, le preguntó
que quiénes éramos. Él contestó que "estudiantes al sacerdocio", y
ella señalando al peregrino del día que va con hábito de peregrino dijo:
"A este ya lo tiene casi convencido". Continuó la broma y la
conversación con la señora madrileña. Ella le contó que tenía un hermano
jesuita y resultó que el Padre lo conocía. La señora no salía de su asombro.
Al poco apareció su marido y le dijo: "Ven, corre, que este cura conoce a
mi hermano".... Total, que entre broma y broma les sacó una suscripción
para la Revista Ave María. Así era nuestro Padre Alba.
Que ahora que ya goza de la visión de Dios nos ayude a ser santos, tal y como
siempre nos lo enseñó y vivió.
Que nos ayude a hacer santos a los demás, con nuestra oración, nuestro
ejemplo, nuestro sacrificio, nuestros apostolados menudos, que nos ayude a AMAR
a Dios y a las almas, que es lo único importante y fue la última lección que
nos dio: la lección del AMOR.
Juan Sellas Dorca