Era, es y seguirá siendo el Padre, el Padre para
todos los que le conocieron y le amaron.
Le conocí en mi adolescencia en la Academia donde estudiaba. Allí nos impuso
el escapulario de Ntra. Sra. del Carmen y nos predicó la devoción al Sagrado
Corazón de Jesús con la práctica de los nueve primeros viernes de mes.
A partir de los dieciocho años empecé a ir a los campamentos de la Unión
Seglar, después asistí a las reuniones de la Asociación Juvenil de la
Inmaculada y San Luis Gonzaga, me incorporé a la Adoración nocturna del turno
de Sta Juana de Arco y acudí a mis primeros Ejercicios Espirituales según San
Ignacio. De todas estas actividades el principal promotor era el Padre, mi padre
espiritual, del que Dios se sirvió para que conociera y amara más a Cristo y a
su Santísima Madre.
Le recuerdo con su mirada luminosa llena de fuerza, siempre animoso, luchador
implacable, a quien jamás le preocuparon las críticas ni le sedujeron las
alabanzas. Siempre vital, con nuevos proyectos e ilusiones.
Quien le hubiera tratado poco, quien le conociera de forma superficial, podría
ver en él un hombre de fuerte carácter, rígido y exigente. Creo que llevaba
muy arraigado el espíritu ignaciano recibido de su santo fundador, pero detrás
de esa coraza de guerrero de Cristo, firme e intransigente con el mal, palpitaba
un gran corazón de padre, siempre dispuesto a escuchar, a animar, a corregir,
en una palabra, a ayudar. De sus labios siempre recibí sabios consejos, hombre
docto en innumerables materias, gran conocedor de la psicología humana, hablaba
de forma sencilla transmitiendo verdades profundas.
Recuerdo las visitas al Stmo. Sacramento en campamentos. Él siempre recitaba
esta bonita oración: " Aquí estoy, Señor, te he venido a ver porque eres
mi Dios, porque eres mi Rey".
Tantas veces me bendijo el Señor Sacramentado valiéndose de sus manos. Tantas
veces recibí la absolución de mis pecados en el sacramento de la penitencia,
llenándose mi alma de la gracia y la paz que el amor de Dios me comunicaba a
través de su siervo fiel y cumplidor.
Él bendijo mi matrimonio, él derramó sobre mi hijo las aguas bautismales
convirtiéndole en nueva criatura. Muchas son las gracias que Dios me ha
comunicado a través del Padre Alba en los veinticinco años que he podido
disfrutar de sus consejos y del ejemplo edificante de su vida.
Estoy segura que, desde el cielo, Dios se valdrá de su intercesión para seguir
inflamando nuestros corazones en el celo apostólico, sin dejarnos llevar del
desaliento y haciendo nuestra la máxima que tantas veces predicó y que siempre
llevó a la práctica con su vida: "Por Cristo, por María, por España,
más, más y más."
Julia Demira