RECUERDO Y PRESENCIA DEL PADRE ALBA

Como es obvio, no voy a "descubrir" quién era, quién es, el jesuita José María Alba Cereceda, que acabamos de perder y cuya muerte, sabida como un zarpazo de sorpresa, tanto me ha entristecido. En estas líneas le quiero recordar como mi querido amigo Pepe Alba, con el que tantas horas y vivencias compartí en nuestros lejanos años juveniles. Nunca, claro, pude suponer que un día le recordaría aquí, en esta revista que, como tantas otras empresas de amor, de espíritu religioso, de esperanzada comunicación y ayuda a los demás, él pilotó.
Yo creo que iniciamos nuestra amistad desde los primeros días de clase en la universidad en el curso 19421943. Enseguida se estableció entre nosotros una cálida comunicación, favorecida por el hecho de ser vecinos, ya que él vivía en Rambla de Cataluña, casi esquina a Rosellón, y yo en esta calle, junto al Paseo de Gracia.
Todos los días nos encontrábamos frente a Montesión y bajábamos juntos a clase. Recuerdo que en pleno invierno, en los días de más frío, nos sorprendía ver a un mocetón, basurero él de los todavía de carro y caballo, en mangas de camisa, pecho y brazos al aire. Y también, en aquel primer curso, al llegar la primavera, cómo nos avisaba el florecer de los tilos la proximidad de los exámenes. No sé, ahora, son tantos los recuerdos y las imágenes que se agolpan en mi memoria...
Después, como un desgarro en nuestra juvenil alegría, nos llegó la muerte de Finuca, la hermana de Pepe Alba, y también, posteriormente, el suicidio de un compañero de clase. Pepe y yo hablábamos mucho, compartíamos nuestras inquietudes, nuestra no muy bien entendida religiosidad. Una compañera, hace años fallecida tras muchísimos sufrimientos y a la que el padre Alba asistió y visitaba con frecuencia en la residencia en la que estuvo en Castelldefels, era algo así como nuestra "madre espiritual" y a ella pedíamos consejo en muchas de nuestras, a veces ingenuas, inquietudes.
No recuerdo cuándo exactamente el futuro padre Alba y yo hicimos unos ejercicios espirituales en los jesuitas de Caspe y decidimos que al terminar la carrera decidiríamos qué rumbo tomábamos. Durante aquel verano de 1943, España estuvo muy cerca de entrar en la Segunda Guerra Mundial, y los que estábamos en edad militar yo le llevaba casi tres años a Pepe Alba fuimos movilizados. Después de jurar bandera, los estudiantes de Barcelona teníamos permiso desde después de la comida hasta la noche. Yo cenaba temprano y Pepe venía a casa para luego acompañarme, prácticamente todos los días, hasta el cuartel, detrás del parque de la Ciudadela. Éramos, sí, entrañables amigos. También recuerdo lo bien que lo pasamos la verbena de san Juan en el Pueblo Español...
Y una excursión a pie, por la montaña, desde Sant Celoni a Sant Pol de Mar. Llevábamos una primitiva tienda de campaña y dormimos cerca de un pueblo. Me parece que montamos la tienda entre lechugas... Al día siguiente tuvimos nuestros problemas porque, en misa, se escandalizó un poco el sacerdote que oficiaba porque Pepe y yo íbamos con pantalón corto... ¡Y el incomible arroz con lapas que "guisamos" junto a unas rocas de la playa de Sant Pol!
Para entonces, ya bullía en el interior de Pepe Alba el fermento de su vocación sacerdotal que, día tras día, se fue haciendo incontenible y definitiva y que culminó con su entrada en el seminario de la Compaña de Jesús en Veruela. Cuando, emocionadamente, nos despedimos me dio una pequeña estampa que siempre, claro, he conservado: "A mi amigo Julio para que al tropezar con esta estampita se acuerde con todo el afecto de Pepe, quien siempre le habrá de tener presente en su corazón. Viernes a 15X1943". Durante sus cursos en Veruela nos escribimos varias veces, pero yo entonces no guardaba las cartas que me escribían...
Y llegó su primera misa, aquel 31 de julio de 1958 en Sant Cugat del Vallés. Yo ya estaba casado y era padre de tres hijos. Pepe Alba se entregó enseguida a múltiples empresas y dedicaciones religiosas, muy particularmente dedicadas a los jóvenes. Venía a comer a casa alguna vez y mi mujer y mis hijos le quisieron como yo mismo. Como los compañeros de la universidad que, aunque nos dejó tan pronto, siempre le consideramos uno más de la promoción. Y fue él quien celebraba una misa cuando fallecía alguno de los compañeros. Y con nosotros, cuando en 1996 celebramos los 50 años de haber terminado la carrera, compartió mesa y amistad y después, al caer la tarde, celebró la misa en Vilanova i la Geltrú. Recordó uno a uno a todos los compañeros y compañeras fallecidos. A veces le veía yo en su vespa, con la boina y la sotana... Después ya nos vimos muy poco.
Otra cosa quiero recordar. Cuando mi padre, en 1971, enfermó para morir, Pepe iba a verle con frecuencia. Yo susurraba: "Está aquí el padre Alba". Y mi padre, que ya no hablaba, unía las manos en actitud orante, acompañando las oraciones del sacerdote. ¡Y tantas cosas más podría yo evocar ahora!... Ya he dicho que no pretendía dedicarle "piropos" al padre Alba, sino aportar unos cuantos recuerdos compartidos con él. Y ahora yo sé que no hay que rezar por el padre Alba Cereceda, por mi amigo Pepe, sino más bien pedirle a él que interceda por nosotros.

Julio Manegat