San Salvador Lara Puente

Mártir cristero

 

San Salvador Lara Puente fue uno de los tres jóvenes sacrificados junto y por el señor Cura Luis Batis. Nació en la parroquia de El Súchil, Durango el 13 de agosto de 1905.

Hijo del señor Francisco Lara y de la señora Ma. Soledad Puente Granados, fue siempre cariñoso y respetuoso con ellos. Al morir su padre aumentó su cariño y solicitud por su madre.

Fue alumno del Seminario de Durango, pero al pasar su familia por una situación económica difícil, tuvo que dejar el plantel; no dejó, sin embargo, de estar cerca y al servicio de la iglesia. Además de su trabajó como empleado de confianza en la mina El Conjuro, ayudaba mucho al señor Cura en su labor pastoral, tanto por su testimonio de vida intachable como por su apostolado cristiano.

Fue secretario de la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa y presidente de la Acción Católica. En la reunión de jóvenes, cuando el señor Cura expresó sus deseos de martirio y preguntó quién sería capaz de acompañarlo, Salvador con generosidad se ofreció, aunque sin ningún alarde sino con sencillez cristiana.
Poco antes de su sacrificio, en una velada que hubo en Chalchihuites, Salvador declamó la poesía titulada «Marciano», que describe la inocencia del cristiano acusado de incendiar Roma. Salvador con mucho sentimiento, como posesionado del contenido, parecía decir nuevamente: «Si mi delito es ser cristiano, haces bien en matarme porque es cierto».

El 14 de agosto de 1926, después de su trabajo, descansaba tranquilamente en su hogar. Así pasó la noche, ignorando que al señor Cura Bátiz lo habían aprehendido los soldados, al día siguiente recibió la noticia y fue a unirse con sus compañeros para deliberar la forma de salvar al señor Cura, cuando llegaron los soldados y después de aprehender a Manuel Morales gritaron su nombre. El respondió con entereza: «¡Aquí estoy!».

El teniente Maldonado engañó a todos diciéndoles que solamente iba a conducir a los reos a Zacatecas para que rindieran declaraciones; la madre de Salvador, Doña Soledad confió en Dios y en la palabra del militar, por lo que infundió ánimo a su hijo, lo bendijo y le recordó cuán santa era la causa que se defendía.

A Salvador le tocó viajar junto a David Roldán en un carro que supuestamente los conduciría a Zacatecas; pero al llegar al Puerto de Santa Teresa se descubrió la verdadera intención: asesinarlos por el delito de ser católicos.

Salvador y David contemplaron la muerte heroica de su párroco y de su amigo Manuel, después de recibir del señor Cura la absolución. Luego los condujeron a unos 160 pasos, hacia la falda de los cerros, por el camino de Canutillo. Los jóvenes iban rezando. Salvador, de 21 años, en la plenitud de la vida, se colocó frente al pelotón y con la noble frente en alto, gritó al unísono de David: "Viva Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe". Una descarga de fusilería segó sus vidas.

Luego el «tiro de gracia» destrozó casi sus rostros.
La juventud y el heroísmo de Salvador impresionaron a los verdugos, quienes al verlo muerto dijeron: «Que lástima haber matado a este hombre tan grande y tan fuerte».

Los familiares y los fieles fueron avisados de que pronto se presentaría el temido general Eulogio Ortíz con intenciones de colgar los cadáveres para escarmiento de los demás cristianos, por lo que, apresuraron el sepelio.

Salvador fue velado en la casa de su madre quien llena de fortaleza aceptó la voluntad de Dios y con valentía increpó a los soldados y sus restos fueron enterrados en el panteón municipal.

 

Gentileza del

MOVIMIENTO NACIONAL DE CRISTO REY