El
liberalismo es pecado
Felix
Sardà i Salvany
Nota
editorial
Pocos
libros se han escrito en España de un siglo a esta parte que tanta popularidad
hayan alcanzado como El LIBERALISMO ES PECADO, cuya nueva edición tiene el
lector entre manos. La primera apareció a fines del año 1884.
Hubo
traducciones en catalán, en vascuence, y en los principales idiomas europeos.
Edición limitada. Por suscripción nacional se imprimió una edición políglota,
en ocho lenguas, incluida la latina y la castellana. Todas las versiones, salvo
la catalana, fueron hechas por Padres de la Compañía de Jesús.
Que
no se trató de un fuego de virutas lo demuestra el hecho de que siguen en venta
las ediciones francesa e italiana, que se ha agotado una edición madrileña
posterior a la guerra civil española y que acaba de aparecer otra, aunque de la
obra extractada, en la República Argentina.
La
obra manuscrita fue previamente sometida a la censura de esclarecidas
personalidades y a la del célebre P. Valentín Casajuana, de la Compañía de
Jesús, Profesor en Roma. Una vez publicada valió a su Autor las aprobaciones más
altas y expresas de la Iglesia y los encomios más preciados de sus Jerarcas. La
Sagrada Romana Congregación del Índice sometió El LIBERALISMO ES PECADO a los
más diligentes exámenes y dio un fallo sumamente laudatorio, a la vez que
desautorizaba el folleto del Canónigo vicense D. de Pazos que quería ser una
refutación de la obra de Sardá. El Papa León XIII en persona quiso formar un
juicio del libro y lo leyó en la versión italiana que para Su Santidad se
imprimió. Lo dio también a leer a su hermano, el Cardenal Pecci y ambos
formaron de él el más favorable concepto. Los Prelados del Ecuador hicieron
suya la doctrina de la obra en Pastoral colectiva que figura en varias de sus
ediciones.
APROBACIONES
Son
varias las que ha merecido este libro desde su aparición hasta el fallo de la
Sagrada Congregación del Índice, y es nuestro deber consignarlas aquí:
Del
Excmo. e Iltmo Sr. Obispo de Barcelona, las obtuvo respectivamente para las
ediciones castellana y catalana.
Del
Excmo. e Iltmo. Sr. Obispo de Urgel, antes y después de un concienzudo informe
de tres teólogos de aquel ilustre Cabildo.
Del
Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Osma.
Del
Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tuy
Del
Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Mallorca.
Del
Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Tarazona.
Del
Iltmo. y Rvdmo. Sr. Obispo de Montevideo.
Últimamente,
después de repetida denuncia a la Sagrada Romana Congregación del Índice, ha
fallado este elevadísimo tribunal en la forma siguiente: "De la Secretaría
de la Sagrada Congregación del Índice, día 10 de Enero de 1887.
Excelentísimo
Señor:
La
Sagrada Congregación del Indice recibió denuncia del opúsculo titulado El
Liberalismo es pecado, su autor D. Felix Sardá y Salvany, sacerdote de está tu
diócesis: la cual denuncia se repitió juntamente con otro opúsculo titulado
El Proceso del integrismo, esto es, Refutación de los errores contenidos en el
Opúsculo "El Liberalismo es pecado"; autor de este segundo opúsculo
es D. de Pazos, canónigo de la diócesis de Vich. Por lo cual dicha Congregación
aquilató con maduro examen uno y otro opúsculo con las observaciones hechas;
mas en el primero nada halló contra la sana doctrina, antes su autor don Felix
Sardá y Salvany merece alabanza, porque con argumentos sólidos, clara y
ordenadamente expuestos, propone y defiende la sana doctrina en la materia que
trata, sin ofensa de ninguna persona
Pero
no se formó el mismo juicio acerca del otro opúsculo publicado por D. de
Pazos, porque necesita corrección en alguna cosa, Y además no puede aprobarse
el modo injurioso de hablar de que el autor usa, más contra la persona del Sr.
Sardá que contra los errores que se suponen en el opúsculo de este escritor.
De
aquí que la Sagrada Congregación ha mandado que D. de Pazos sea amonestado por
su propio Ordinario, para que retire cuanto sea posible los ejemplares de su
dicho opúsculo; y en adelante, si se promueve alguna discusión sobre las
controversias que pueden originarse, absténgase de cualesquiera palabras
injuriosas contra las personas, según la verdadera caridad de Cristo: con más
motivo cuando nuestro Santísimo Padre León XIII, a la vez que recomienda mucho
que se deshagan los errores, pero no quiere ni aprueba las injurias hechas,
principalmente a personas sobresalientes en doctrina y piedad.
Al
comunicarte esto de orden de la Sagrada Congregación del Índice, a fin de que
puedas manifestárselo a tu preclaro diocesano el Sr. Sardá para quietud de su
ánimo, pido a Dios te dé toda prosperidad y ventura, y con la expresión de
todo mi respeto, me declaro De tu grandeza Adictísimo servidor, FR. JERONIMO PÍO
SACCHERI, de la Orden de Predicadores, Secretario de la Sagrada Congregación
del Índice.
Iltmo.
y Rvdmo. Sr. D. Jaime Catalá y Albosa, obispo de Barcelona.
El
liberalismo es pecado
Felix
Sardà i Salvany
I.¿EXISTE
HOY DÍA ALGO QUE SE LLAMA LIBERALISMO?
Ciertamente:
y parecerá ocioso que nos entretengamos en demostrar este aserto. A no ser que
todos los hombres de todas las naciones de Europa y de América, regiones
principalmente infestadas de esta epidemia, hayamos convenido en engañarnos y
en hacer del engañado, existe hoy día en el mundo una escuela, sistema,
partido, secta, o llámase como se quiera, que por amigos y enemigos se conoce
con el nombre de Liberalismo.
Los periódicos y Asociaciones y Gobiernos suyos se apellidan con toda franqueza
liberales; sus adversarios se lo echan en rostro, y ellos no protestan, ni
siquiera lo excusan ni atenúan. Más aún: se lee cada día que hay corrientes
liberales, tendencias liberales, reformas liberales, proyectos liberales,
personajes liberales, fechas y recuerdos liberales, ideales y programas
liberales; y al revés, se llaman antiliberales, o clericales, o reaccionarios,
o ultramontanos, todos los conceptos opuestos a los significados por aquellas
expresiones Hay, pues, en el mundo actual una cierta cosa que se llama
Liberalismo, y hay a su vez otra cierta cosa que se llama Antiliberalismo. Es,
pues, como muy acertadamente se ha dicho, palabra de división, pues tiene
perfectamente dividido el mundo en dos campos opuestos.
Mas
no es sólo palabra, pues a toda palabra debe corresponder una idea; ni es sólo
idea, pues a tal idea vemos que corresponde de hecho todo un orden de
acontecimientos exteriores. Hay, pues, Liberalismo, es decir, hay doctrinas
liberales y hay obras liberales, y en consecuencia hay hombres, que son los que
profesan aquellas doctrinas y practican estas obras. Tales hombres no son
individuos aislados, sino que viven y obran como agrupación organizada, con
jefes reconocidos, con dependencia de ellos, con fin unánimemente aceptado. El
Liberalismo, pues, no sólo es idea y doctrina y obra, sino que es secta.
Queda,
pues, sentado que cuando tratamos de Liberalismo y de liberales no estudiamos
seres fantásticos o puros conceptos de razón, sino verdaderas y palpables
realidades del mundo exterior. ¡Harto verdaderas y palpables por nuestra
desdicha!
Sin
duda habrán observado nuestros lectores, que la preocupación primera que se
nota en tiempos de epidemia es siempre la de pretender que no existe tal
epidemia. No hay memoria en las diferentes que nos han afligido en el siglo
actual, o en los pasados, de que ni una sola vez haya dejado de presentarse este
fenómeno. La enfermedad lleva ya devoradas en silencio gran número de víctimas
cuando se empieza a reconocer que existe, diezmando la población. Los partes
oficiales han sido alguna vez los más entusiastas propagadores de la mentira; y
casos se han dado en que por la Autoridad han llegado a imponerse penas a los
que asegurasen que el contagio era verdad. Análogo es lo que acontece en el
orden moral de que estamos tratando. Después de cincuenta años o más de vivir
en pleno Liberalismo, todavía hemos oído a personas respetabilísimas
preguntarnos con asombrosa candidez: "¡Vaya! ¿Tomáis en serio eso del
Liberalismo? ¿Son éstas, por ventura, más que exageraciones del rencor político?
¿No valdría más hacer caso omiso de esa palabra que a todos nos trae
divididos y enconados?, ¡Tristísima señal cuando la infección está de tal
suerte en la atmósfera, que por la costumbre no la perciben ya la mayor parte
de los que la respiran!
Hay,
pues, Liberalismo, caro lector; y de esto no te permitas nunca dudar.
II.
¿QUÉ ES EL LIBERALISMO?
Al
estudiar un objeto cualquiera, después de la pregunta: an sit? hacían los
antiguos escolásticos la siguiente: quid sit? y ésta es la que nos va a ocupar
en el presente capítulo.
¿Qué es el Liberalismo? En el orden de las ideas es un conjunto de ideas
falsas; en el orden de los hechos es un conjunto de hechos criminales,
consecuencia práctica de aquellas ideas.
En el orden de las ideas el Liberalismo es el conjunto de lo que se llaman
principios liberales, con las consecuencias lógicas que de ellos se derivan.
Principios liberales son: la absoluta soberanía del individuo con entera
independencia de Dios y de su autoridad; soberanía de la sociedad con absoluta
independencia de lo que no nazca de ella misma; soberanía nacional, es decir,
el derecho del pueblo para legislar y gobernar con absoluta independencia de
todo criterio que no sea el de su propia voluntad, expresada por el sufragio
primero y por la mayoría parlamentaria después; libertad de pensamiento sin
limitación alguna en política, en moral o en Religión; libertad de imprenta,
asimismo absoluta o insuficientemente limitada; libertad de asociación con
iguales anchuras. Estos son los llamados principios liberales en su más crudo
radicalismo.
El fondo común de ellos es el racionalismo individual, el racionalismo político
y el racionalismo social. Derívanse de ellos la libertad de cultos más o menos
restringida; la supremacía del Estado en sus relaciones con la Iglesia; la enseñanza
laica o independiente sin ningún lazo con la Religión; el matrimonio
legalizado y sancionado por la intervención única del Estado: su última
palabra, la que todo lo abarca y sintetiza, es la palabra secularización, es
decir, la no intervención de la Religión en acto alguno de la vida pública,
verdadero ateísmo social, que es la última consecuencia del Liberalismo.
En el orden de los hechos el Liberalismo es un conjunto de obras inspiradas por
aquellos principios y reguladas por ellos. Como, por ejemplo, las leyes de
desamortización; la expulsión de las ordenes religiosas; los atentados de todo
género, oficiales y extraoficiales, contra la libertad de la Iglesia; la
corrupción y el error públicamente autorizado en la tribuna, en la prensa, en
las diversiones, en las costumbres; la guerra sistemática al Catolicismo, al
que se apoda con los nombres de clericalismo, teocracia, ultramontanismo, etc.,
etc.
Es
imposible enumerar y clasificar los hechos que constituyen el procedimiento práctico
liberal, pues comprenden desde el ministro y el diplomático que legislan o
intrigan, hasta el demagogo que perora en el club o asesina en la calle; desde
el tratado internacional o la guerra inicua que usurpa al Papa su temporal
principado, hasta la mano codiciosa que roba la dote de la monja o se incauta de
la lámpara del altar desde el libro profundo y sabihondo que se da de texto en
la universidad o instituto, hasta la vil caricatura que regocija a los pilletes
en la taberna. El Liberalismo práctico es un mundo completo de máximas, modas,
artes, literatura, diplomacia, leyes, maquinaciones y atropellos enteramente
suyos. Es el mundo de Luzbel, disfrazado hoy día con aquel nombre, y en radical
oposición y lucha con la sociedad de los hijos de Dios, que es la Iglesia de
Jesucristo.
He aquí, pues, retratado, como doctrina y como práctica, el Liberalismo.
III.
SI ES PECADO EL LIBERALISMO, Y QUÉ PECADO ES..
El
Liberalismo es pecado, ya se le considere en el orden de las doctrinas, ya en el
orden de los hechos.
En
el orden de las doctrinas es pecado grave contra la fe, porque el conjunto de
las doctrinas suyas es herejía, aunque no lo sea tal vez en alguna que otra de
sus afirmaciones o negaciones aisladas. En el orden de los hechos es pecado
contra los diversos Mandamientos de la ley de Dios y de su Iglesia, porque de
todos es infracción. Más claro. En el orden de las doctrinas el Liberalismo es
la herejía universal y radical, porque las comprende todas: en el orden de los
hechos es la infracción radical y universal, porque todas las autoriza y
sanciona.
Procedamos
por parte en la demostración.
En
el orden de las doctrinas el liberalismo es herejía. Herejía es toda doctrina
que niega con negación formal y pertinaz un dogma de la fe cristiana. El
liberalismo doctrina los niega primero todos en general y después cada uno en
particular. Los niega todos en general, cuando afirma o supone la independencia
absoluta de la razón individual en el individuo, y de la razón social, o
criterio público, en la sociedad. Decimos afirma o supone, porque a veces en
las consecuencias secundarias no se afirma el principio liberal, pero se le da
por supuesto y admitido. Niega la jurisdicción absoluta de Cristo Dios sobre
los individuos y las sociedades, y en consecuencia la jurisdicción delegada que
sobre todos y cada uno de los fieles, de cualquier condición y dignidad que
sea, recibió de Dios la Cabeza visible de la Iglesia. Niega la necesidad de la
divina revelación, y la obligación que tiene el hombre de admitirla, si quiere
alcanzar su último fin. Niega el motivo formal de la fe, esto es, la autoridad
de Dios que revela, admitiendo de la doctrina revelada sólo aquellas verdades
que alcanza su corto entendimiento. Niega el magisterio infalible de la Iglesia
y del Papa, y en consecuencia todas las doctrinas por ellos definidas y enseñadas.
Y después de esta negación general y en global, niega cada uno de los dogmas,
parcialmente o en concreto, a medida que, según las circunstancias, los
encuentra opuestos a su criterio racionalista. Así niega la fe del Bautismo
cuando admite o supone la igualdad de todos los cultos; niega la santidad del
matrimonio cuando sienta la doctrina del llamado matrimonio civil; niega la
infalibilidad del Pontífice Romano cuando rehúsa admitir como ley sus
oficiales mandatos y enseñanzas, sujetándolos a su pase o exequatur, no como
en su principio para asegurarse de la autenticidad, sino para juzgar del
contenido.
En
el orden de los hechos es radical inmoralidad. Lo es porque destruye el
principio o regla eterna de Dios imponiéndose a la humana; canoniza el absurdo
principio de la moral independiente, que es en el fondo la moral sin ley, o lo
que es lo mismo, la moral libre, o sea una moral que no es moral, pues la idea
de moral además de su condición directiva, encierra esencialmente la idea de
enfrentamiento o limitación Además, el Liberalismo es toda inmoralidad, porque
en su proceso histórico ha cometido y sancionado como lícita la infracción de
todos los mandamientos, desde el que manda el culto de un solo Dios, que es el
primero del Decálogo, hasta el que prescribe el pago de los derechos temporales
a la Iglesia, que es el último de los cinco de ella.
Por
donde cabe decir que el Liberalismo, en el orden de las ideas, es el error
absoluto, y en el orden de los hechos, es el absoluto desorden. Y por ambos
conceptos es pecado, ex genere suo, gravísimo; es pecado mortal.
IV.
DE LA ESPECIAL GRAVEDAD DEL PECADO DEL LIBERALISMO.
Enseña
la teología católica que no todos los pecados graves son igualmente graves,
aun dentro de su esencial condición que los distingue de los pecados veniales.
Hay grados en el pecado, aun dentro de la categoría de pecado mortal, como hay
grados en la obra buena dentro de la categoría de obra buena y ajustada a la
ley de Dios. Así el pecado directo contra Dios, como la blasfemia, es pecado
mortal más grave de sí que el pecado directo contra el hombre, como es el
robo. Ahora bien, a excepción del odio formal contra Dios y de la desesperación
absoluta, que rarísimas veces se cometen por la criatura, como no sea en el
infierno, los pecados más graves de todos son los pecados contra la fe. La razón
es evidente. La fe es el fundamento de todo orden sobrenatural; el pecado es
pecado en cuanto ataca cualquiera de los puntos de este orden sobrenatural; es,
pues, pecado máximo el que ataca el fundamento máximo de dicho orden.
Un
ejemplo lo aclarará. Se ocasiona una herida al árbol cortándole cualquiera de
sus ramas; se le ocasiona herida mayor cuando es más importante la rama que se
le destruye; se le ocasiona herida máxima o radical si se le corta por su
tronco o raíz. San Agustín, citado por Santo Tomás, hablando del pecado
contra la fe, dice con fórmula incontestable: Hoc est peccatum quo tenentur
cuncta peccata: "Pecado es éste en que se contienen todos los
pecados". Y el mismo Ángel de las Escuelas discurre sobre este punto, como
siempre, con su acostumbrada claridad. "Tanto, dice, es más grave un
pecado, cuanto por él se separa más el hombre de Dios. Por el pecado contra la
fe se separa lo más que puede de El, pues se priva de su verdadero
conocimiento; por donde, concluye el santo Doctor, el pecado contra la fe es el
mayor que se conoce"
Pero es mayor todavía cuando el pecado contra la fe no es simplemente carencia
culpable de esta virtud y conocimiento, sino que es negación y combate formal
contra dogmas expresamente definidos por la revelación divina. Entonces el
pecado contra la fe, de suyo gravísimo, adquiere una gravedad mayor, que
constituye lo que se llama herejía. Incluye toda la malicia de la infidelidad,
más la protesta expresa contra una enseñanza de la fe, o la protesta expresa a
una enseñanza que por falsa y errónea es condenada por la misma fe.
Añade al pecado gravísimo contra le fe la terquedad y contumacia en él, y una
cierta orgullosa preferencia: la da razón propia sobre la razón de Dios.
De consiguiente, las doctrinas heréticas y las obras hereticales constituyen el
pecado mayor de todos, a excepción de los arriba dichos, de los que, como ya
dijimos, sólo son capaces por lo común el demonio y los condenados.
De
consiguiente, el Liberalismo, que es herejía, y las otras liberales, que son
obras hereticales, son el pecado máximo que se conoce en el código de la ley
cristiana.
De consiguiente (salvo los casos de buena fe, de ignorancia y de indeliberación),
ser liberal es más pecado que ser blasfemo, ladrón, adúltero u homicida, o
cualquier otra cosa de las que prohíbe la ley de Dios y castiga su justicia
infinita.
No
lo comprende así el moderno Naturalismo; pero siempre lo creyeron así las
leyes de los Estados cristianos hasta el advenimiento de la presente era
liberal, y sigue enseñándolo así la ley de la Iglesia, y sigue juzgando y
condenando así al tribunal de Dios. Sí, la herejía y las obras hereticales
son los peores pecados de todos, y por tanto el Liberalismo y los actos
liberales son ex genere sue, el mal sobre todo mal.
V.
DE LOS DIFERENTES GRADOS QUE PUEDE HABER Y HAY DENTRO DE LA UNIDAD ESPECÍFICA
DEL LIBERALISMO .
El
Liberalismo como sistema de doctrina puede apellidarse escuela; como organización
de adeptos para difundirlas y propagarlas, secta; como agrupación de hombres
dedicados a hacerlas prevalecer en la esfera del derecho público, partido.
Pero, ya se considere al Liberalismo como escuela, como secta, ya como partido,
ofrece dentro de su unidad lógica y específica varios grados o matices que con
viene al teólogo cristiano estudiar y exponer.
Ante todo conviene hacer notar que el Liberalismo es uno, es decir, constituye
un organismo de errores perfecta y lógicamente encadenados, motivo por el cual
se le llama sistema. En efecto, partiendo en él del principio fundamental de
que el hombre y la sociedad son perfectamente autónomos o libres con absoluta
independencia de todo otro criterio natural o sobrenatural que no sea el suyo
propio, síguese por una perfecta ilación de consecuencias todo lo que en
nombre de él proclama la demagogia más avanzada.
La Revolución no tiene de grande sino su inflexible lógica Hasta los actos más
despóticos, que ejecuta en nombre de la libertad, y que a primera vista
tachamos todos de monstruosas inconsecuencias, obedecen a una lógica altísima
y superior. Porque reconociendo la sociedad por única ley social el criterio de
los más, sin otra norma o regulador, ¿cómo puede negarse perfecto derecho al
Estado para cometer cualquier atropello contra la Iglesia siempre y cuando, según
aquel su único criterio social, sea conveniente cometerlo? Admitido que los más
son los que tienen siempre razón, queda admitida por ende como única ley la
del más fuerte, y por tanto muy lógicamente se puede llegar hasta la última
brutalidad.
Mas
a pesar de esta unidad lógica del sistema, los hombres no son lógicos siempre,
y esto produce dentro de aquella unidad la más asombrosa variedad o gradación
de tintas. Las doctrinas se derivan necesariamente y por su propia virtud unas
de otras; pero los hombres al aplicarlas son por lo común ilógicos e
inconsecuentes.
Los
hombres, llevando hasta sus últimas consecuencias sus principios, serían todos
santos cuando sus principios fuesen buenos, y serían todos demonios del
infierno cuando sus principios fuesen malos. La inconsecuencia es la que hace,
de los hombres buenos y de los malos, buenos a medias y malos no rematados.
Aplicando
estas observaciones al asunto presente del Liberalismo diremos: que liberales
completos se encuentran relativamente pocos gracias a Dios; lo cual no obsta
para que los más, aún sin haber llegado al último límite de depravación
liberal, sean verdaderos liberales, es decir, verdaderos discípulos o
partidarios o sectarios del Liberalismo, según que el Liberalismo se considere
como escuela, secta o partido.
Examinemos
estas variedades de la familia liberal.
Hay
liberales que aceptan los principios, pero rehuyen las consecuencias, a lo menos
las más crudas y extremadas. otros aceptan alguna que otra consecuencia o
aplicación que les halaga, pero haciéndose los escrupulosos en aceptar
radicalmente los principios. Quisieran unos el Liberalismo aplicado tan sólo a
la enseñanza; otros a la economía civil; otros tan sólo a las formas políticas.
Sólo los más avanzados predican su natural aplicación a todo y para todo. Las
atenuaciones y mutilaciones del credo liberal son tantas cuantos son los
interesados por su aplicación perjudicados o favorecidos; pues generalmente
existe el error de creer que el hombre piensa con la inteligencia, cuando lo
usual es que piense con el corazón, y aun muchas veces con el estómago.
De
aquí los diferentes partidos liberales que pregonan Liberalismo de tantos o
cuantos grados, como expende el tabernero el aguardiente de tantos o cuantos
grados, a gusto del consumidor. De aquí que no haya liberal para quien su
vecino más avanzado no sea un brutal demagogo, o su vecino menos avanzado un
furibundo reaccionario. Es asunto de escala alcohólica y nada más. Pero así
los que mojigatamente bautizaron en Cádiz su Liberalismo con la invocación de
la Santísima Trinidad, como los que en estos últimos tiempos le han puesto por
emblema ¡Guerra a Dios! están dentro de tal escala liberal, y la prueba es que
todos aceptan, y en caso apurado invocan, este común denominador. El criterio
liberal o independiente es uno en ellos, aunque sean en cada cual más o menos
acentuadas las aplicaciones. ¿De qué depende esta mayor o menor acentuación?
De los intereses muchas veces; del temperamento no pocas; de ciertos lastres de
educación que impiden a unos tomar el paso precipitado que toman otros; de
respetos humanos tal vez o de consideraciones de familia; de relaciones y
amistades contraídas, etc., etc.
Sin
contar la táctica satánica que a veces aconseja al hombre no extremar una idea
para no alarmar, y para lograr hacerla más viable y pasadera; lo cual, sin
juicio temerario, se puede afirmar de ciertos liberales conservadores, en los
cuales el conservador no suele ser más que la máscara o envoltura del franco
demagogo. Mas en la generalidad de los liberales a medias, la caridad puede
suponer cierta dosis de candor y de natural bonhomia o boteria, que si no los
hace del todo irresponsables, como diremos después, obliga no obstante a que se
les tenga alguna compasión.
Quedamos,
pues, curioso lector, en que el Liberalismo es uno solo; pero liberales los hay,
como sucede con el mal vino, de diferente color y saber.
VI.
DEL LLAMADO LIBERALISMO CATÓLICO O CATOLICISMO LIBERAL.
De
todas las inconsecuencias y antinomias que se encuentran en las gradaciones
medias del Liberalismo, la más repugnante de todas y la más odiosa es la que
pretende nada menos que la unión del Liberalismo con el Catolicismo, para
formar lo que se conoce en la historia de los modernos desvaríos con el nombre
de Liberalismo católico o Catolicismo liberal. Y no obstante han pagado tributo
a este absurdo preclaras inteligencias y honradísimos corazones, que no podemos
menos de creer bien intencionados. Ha tenido su época de moda y prestigio, que,
gracias al cielo, va pasando o ha pasado ya.
Nació este funesto error de un deseo exagerado de poner conciliación y paz
entre doctrinas que forzosamente y por su propia esencia son inconciliables
enemigas. El Liberalismo es el dogma de la independencia absoluta de la razón
individual y social; el Catolicismo es el dogma de la sujeción absoluta de la
razón individual y social a la ley de Dios. ¿Cómo conciliar el sí y el no de
tan opuestas doctrinas? A los fundadores del Liberalismo católico pareció cosa
fácil. Discurrieron una razón individual ligada a la ley del Evangelio, pero
coexistiendo con ella una razón pública o social libre de toda traba en este
particular. Dijeron: "EI Estado como tal Estado no debe tener Religión, o
debe tenerla solamente hasta cierto punto que no moleste a los demás que no
quieran tenerla. Así, pues, el ciudadano particular debe sujetarse a la
revelación de Jesucristo; pero el hombre público puede portarse como tal, de
la misma manera que si para él no existiese dicha revelación. De esta suerte
compaginaron la fórmula célebre de: La Iglesia libre en el Estado libre, fórmula
para cuya propagación y defensa se juramentaron en Francia varios católicos
insignes, y entre ellos un ilustre Prelado; fórmula que debía ser sospechosa
desde que la tomó Cavour para hacerla bandera de la revolución italiana contra
el poder temporal de la Santa Sede; fórmula de la cual, a pesar de su evidente
fracaso, no nos consta que ninguno de sus autores se haya retractado aún.
No echaron de ver estos esclarecidos sofistas, que si la razón individual venía
obligada a someterse a la ley de Dios, no podía declararse exenta de ella la
razón pública o social sin caer en un dualismo extravagante, que somete al
hombre a la ley de dos criterios opuestos y de dos opuestas conciencias. Así
que la distinción del hombre en particular y en ciudadano, obligándole a ser
cristiano en el primer concepto, y permitiéndole ser ateo en el segundo, cayó
inmediatamente por el suelo bajo la contundente maza de la lógica íntegramente
católica. El Syllabus, del cual hablaremos luego, acabó de hundirla sin remisión.
Queda todavía de esta brillante pero funestísima escuela, alguno que otro discípulo
rezagado, que ya no se atreve a sustentar paladinamente la teoría católicoliberal,
de la que fue en otros tiempos fervoroso panegirista, pero a la que sigue
obedeciendo aún en la práctica; tal vez sin darse cuenta a sí propio de que
se propone pescar con redes que, por viejas y conocidas, el diablo ha mandado ya
recoger.
VII.
EN QUÉ CONSISTE PROBABLEMENTE LA ESENCIA O
Si
bien se considera, la íntima esencia del Liberalismo llamado católico, por
otro nombre llamado comúnmente Catolicismo liberal consiste probablemente, tan
sólo en un falso concepto del acto de fe. Parece, según dan razón de la suya
los católico liberales, que hacen estribar todo el motivo de su fe, no en la
autoridad de Dios infinitamente veraz e infalible, que se ha dignado revelarnos
el camino único que nos ha de conducir a la bienaventuranza sobrenatural sino
en la libre apreciación de su juicio individual que le dicta al hombre ser
mejor esta creencia que otra cualquiera. No quieren reconocer el magisterio de
la Iglesia, como único autorizado por Dios para proponer a los fieles la
doctrina revelada y determinar su sentido genuino sino que, haciéndose ellos
jueces de la doctrina, admiten de ella lo que bien les parece, reservándose el
derecho de creer la contraria, siempre que aparentes razones parezcan probables
ser hay falsa lo que ayer creyeron como verdadero.
Para
refutación de lo cual baste conocer la doctrina fundamental De Fide, expuesta
sobre esta materia por el santo Concilio Vaticano.
Por
lo demás se llaman católicos, porque creen firmemente que el Catolicismo es la
única verdadera revelación del Hijo de Dios; pero se llaman católicos
liberales o católicos libres, porque juzgan que esta creencia suya no les debe
ser impuesta a ellos ni a nadie por otro motivo superior que el de su libre
apreciación. De suerte que, sin sentirlo ellos mismos, encuéntranse los tales
con que el diablo les ha sustituido arteramente el principio sobrenatural de la
fe por el principio naturalista del libre examen. Con lo cual, aunque juzgan
tener fe de las verdades cristianas, no tiene tal fe de ellas, sino simple
humana convicción, lo cual es esencialmente distinto.
Siendo
esencialmente naturalista el concepto primario de la fe, síguese de eso que ha
de ser naturalista todo el desarrollo de ella en el individuo y en la sociedad.
De ahí el apreciar primaria, y a veces casi exclusivamente, a la Iglesia por
las ventajas de cultura y de civilización que proporciona a los pueblos;
olvidando y casi nunca citando para nada su fin primario sobrenatural, que es la
glorificación de Dios y salvación de las almas. Del cual falsa concepto
aparecen enfermas varias de las apologías católicas que se escriben en la época
presente. De suerte que, para los tales, si el Catolicismo por desdicha hubiese
sido causa en algún punto de retraso material para los pueblos, ya no sería
verdadera ni laudable en buena lógica tal Religión. Y cuenta que así podría
ser, como indudablemente para algunos individuos y familias ha sido ocasión de
verdadera material ruina el ser fieles a su Religión, sin que por eso dejase de
ser ella cosa muy excelente y divina.
Este
criterio es el que dirige la pluma de la mayor parte de los periódicos
liberales, que si lamentan la demolición de un templo, sólo saben hacer notar
en eso la profanación del arte, si abogan por las ordenes religiosas, no hacen
más que ponderar los beneficios que prestaron a las letras; si ensalzan a la
Hermana de la Caridad, no es sino en consideración a los humanitarios servicios
con que suaviza los horrores de la guerra; si admiran el culto, no es sino en
atención a su brillo exterior y poesía; si en la literatura católica respetan
las Sagradas Escrituras, es fijándose tan sólo en su majestuosa sublimidad. De
este modo de encarecer las cosas católicas únicamente por su grandeza,
belleza, utilidad o material excelencia, síguese en recta lógica que merece
iguales encarecimientos el error cuando tales condiciones reuniere, como sin
duda las reúne aparentemente en más de una ocasión alguno de los falsos
cultos.
Hasta
a la piedad llega la maléfica acción de este principio naturalista, y la
convierte en verdadero pietismo, es decir, en falsificación de la piedad
verdadera. Así lo vemos en tantas personas que no buscan en las prácticas
devotas más que la emoción, lo cual es puro sensualismo del alma y nada más.
Así aparece hoy día en muchas almas enteramente desvirtuado el ascetismo
cristiano, que es la purificación del corazón por medio del enfrentamiento de
los apetitos. y desconocido el misticismo cristiano, que no es la emoción, ni
el interior consuelo, ni otra alguna de esas humanas golosinas, sino la unión
con Dios por medio de la sujeción a su voluntad santísima Y por medio del amor
sobrenatural.
Por eso es Catolicismo liberal, o mejor, Catolicismo falso, gran parte del
Catolicismo que se usa hoy entre ciertas personas. No es Catolicismo, es mero
Naturalismo, es Racionalismo puro, es Paganismo con lenguaje y formas católicas,
si se nos permite la expresión .
VIII. SOMBRA Y PENUMBRA, O RAZÓN EXTRÍNSECA DE ESTA MISMA SECTA CATÓLICOLIBERAL
Vista
en el anterior capítulo la razón intrínseca, o llámase formal, del
Liberalismo católico, pasemos en el presente a examinar lo que podríamos
llamar su razón extrínseca o histórica, o material, si les place más a
nuestros lectores esta última calificación escolástica.
Las herejías que estudiamos hoy, en el dilatado curso de los siglos que median
entre la venida de Jesucristo y los tiempos en que vivimos, se nos presentan a
primera vista como puntos clara y definitivamente circunscritos, en su
respectivo periodo histórico, pudiéndose al parecer señalar, como con un compás,
dónde empiezan y dónde acaba, o sea la línea geométrica que separa estos
puntos negros de lo restante del campo iluminado en que se extienden. Mas esta
apreciación, si bien se considera, no es más que ilusión de la distancia. Un
más detenido estudio, que nos acerque con el catalejo de una buena crítica a
aquellas épocas, y nos ponga en verdadero contacto intelectual con ellas, nos
permite observar que nunca, en ninguno de esos periodos históricos, aparecen
tan geométricamente definidos los límites que separan al error de la verdad,
no en la realidad de ella, que ésta muy claramente formulada la de la definición
de la Iglesia, sino en su aprehensión y profesión externa, o sea en el modo
que ha tenido de negarla o profesarla con más o menos franqueza la respectiva
generación. El error en la sociedad es como una fea mancha en una tela de
primoroso tejido. Se le ve claramente, pero cuesta precisar sus límites; son
vagas sus fronteras como los crepúsculos que separan el día que muere de la
noche que se avecina, y a su vez la noche que se va del renaciente día.
Preceden al error, que es negra sombra, y le siguen y le rodean unas como vagas
penumbras, que pueden tomarse a veces por la misma sombra, iluminada todavía
por alguno que otro reflejo de moribunda luz, o como la misma luz a la que empañan
y oscurecen ya las primeras sombras.
Así
todo error claramente formulado en la sociedad cristiana tuvo en torno de sí
otra como atmósfera del mismo error, pero menos densa y más tenue y mitigada.
El Arrianismo tuvo su Semiarrianismo; el Pelagianismo su Semipelagianismo; el
Luteranismo feroz su Jansenismo, que no fue más que un Luteranismo moderado. Así,
en la época presente el Liberalismo radical tiene en torno de si su
correspondiente Semiliberalismo, que otra cosa no es la secta católicoliberal
que estamos aquí examinando. Es lo que llamó el Syllabus un racionalismo
moderado; es el Liberalismo sin la franca crudeza de sus principios al
descubierto, y sin el horror de sus últimas consecuencias, el Liberalismo para
el uso de los que no consienten todavía en dejar de parecer o creerse católicos.
Es el Liberalismo el crepúsculo de la verdad que empieza a obscurecerse en el
entendimiento, o de la herejía que no ha llegado aún a tomar completa posesión
de el. observamos, en efecto, que suelen ser católicos liberales los católicos
que van dejando de ser firmes católicos, y los liberales crudos que, desengañados
en parte de su error, no han acabado en dar todavía de lleno en los dominios de
la íntegra verdad. Es el medio sutil e ingeniosísimo que encontró siempre el
diablo para retener por suyos a muchos que de otra manera hubieran aborrecido de
veras, a haberla bien conocido, su maquinación infernal. Este medio satánico
es permitir que los tales tengan todavía un pie en terreno de la verdad, a
condición de que el otro pie lo tenga ya completamente en el campo opuesto. Así
evitan el saludable error del remordimiento los todavía no encallecidos de
conciencia.
Así además se libran de los compromisos que trae siempre toda revisión
decisiva los espíritus apocados y vacilantes, que son los más; así logran los
aprovechados figurar, según les conviene, un rato en cada campo, haciendo por
aparecer en ambos como amigos y afiliados; así puede, finalmente, el hombre dar
como un paliativo oficial y conocido a la mayor parte de sus miserias,
debilidades e inconsecuencias.
Tal vez no ha sido aún debidamente estudiada por este lado la presente cuestión
en la historia antigua y contemporánea; lado que es el menos noble, es por lo
mismo el más práctico, ya que por hay, en lo menos noble y levantado hay que
buscar por lo común el secreto resorte de la mayor parte de los fenómenos
humanos. A nosotros nos ha parecido bien hacer aquí esta indicación, dejando a
mas expertas y sutiles inteligencias el cuidado de ampliarla y de desenvolverla
por completo.
IX. DE OTRA DISTINCIÓN IMPORTANTE, O SEA DEL LIBERALISMO PRÁCTICO Y DEL LIBERALISMO ESPECULATIVO O DOCTRINAL
Enséñase
en filosofía y en teología, que hay dos clases de ateísmo: uno doctrinal y
especulativo, y otro práctico. Consiste el primero en negar franca y
redondamente la existencia de Dios, pretendiendo anular o desconocer las pruebas
irrefutables en que se funda. Consiste el segundo en vivir y obrar sin negar la
existencia de Dios, pero como si Dios realmente no existiese. los primeros se
llaman ateos teóricos o doctrinales; los segundos, ateos prácticos, y son los
que abundan más.
Lo
propio acontece con el Liberalismo y con los liberales. Hay liberales teóricos
y liberales prácticos. los primeros son los dogmatizadores de la secta: filósofos,
catedráticos, diputados o periodistas, que enseñan en sus libros, discursos o
artículos el Liberalismo; que defienden tal doctrina con argumentos y
autoridades y con arreglo a un criterio racionalista, en oposición embozada o
manifiesta con el criterio de la divina y sobrenatural revelación de
Jesucristo.
Los
liberales prácticos son la mayoría del grupo, los borregos de él, que creen a
pie juntillas lo que les dicen sus maestros, o que sin creerlo siguen dóciles a
quien los lleva, y siempre ajustados a su compás. Nada saben de principios ni
de sistemas, y hasta quizá los detestarían si conocieran toda su deformidad;
sin embargo, son las manos que obran, así como los teóricos son las cabezas
que dirigen. Sin ellos no saldría el Liberalismo del recinto de las academias;
ellos son los que le dan vida y movimiento exterior. Pagan el periódico
liberal; votan el candidato liberal; apoyan las situaciones liberales, y
vitorean a sus personajes y celebran sus fechas y aniversarios. Son la materia
prima del Liberalismo, dispuesta a recibir cualquier forma y a servir siempre
para cualquier barbaridad. Muchos de ellos iban a Misa y mataron a los frailes;
más tarde asistían a novenas y daban carrera eclesiástica a sus hijos, y
compraban fincas de la desamortización; hoy día rezan tal vez el Rosario y
votan al diputado librecultista. Hanse formado una como cierta ley de vivir con
el siglo, y creen (o quieren creer) que se va bien así. ¿Les exime esto de
responsabilidad o culpa delante de Dios? No, por cierto, como veremos después.
Liberales
prácticos son también los que rehuyendo explanar la teoría liberal, que saben
está ya desacreditada para ciertos entendimientos, procuran, no obstante,
sostenerla en el procedimiento práctico de todos los días, escribiendo y
perorando a lo liberal. Proponiendo y eligiendo candidatos liberales; elogiando
y recomendando sus libros y personas; juzgando siempre de los sucesos con el
criterio liberal; manifestando siempre odio tenaz a todo lo que tienda a
desacreditar o menospreciar su querido Liberalismo. Tal es la conducta de muchos
periodistas prudentes, a quienes difícilmente se encontrará en delito de
formular proposiciones concretamente liberales, pero que, sin embargo, en todo
lo que dicen y en todo lo que callan no dejan de hacer la maldita propaganda
sectaria. Es éste de todos los reptiles liberales el más venenoso.
X.
EL LIBERALISMO DE TODO MATIZ Y CARÁCTER,
¿HA
SIDO FORMALMENTE CONDENADO POR LA IGLESIA?
Sí;
el Liberalismo en todos sus grados y aspectos ha sido formalmente condenado. Así
que, además de las razones de malicia intrínseca que le hacen malo y criminal,
tiene para todo fiel católico la suprema y definitiva declaración de la
Iglesia, que como a tal le ha juzgado y anatematizado. No podía permitirse que
error de tal trascendencia dejase de ser incluido en el catálogo de los
oficialmente te reprobados, y lo ha sido en distintas ocasiones.
Ya al aparecer en Francia, en su primera Revolución, la famosa Declaración de
los derechos del hombre, en que estaban contenidos en germen todos los desatinos
del moderno liberalismo fue condenada esta Declaración por Pío VI.
Más
tarde, ampliada esta doctrina funesta, y aceptada por casi todos los Gobiernos
de Europa, aun por los propios soberanos, que es una de las más horribles
ceguedades que ofrece la historia de las monarquías, tomó en España el nombre
con que en todas partes se le conoce hoy de Liberalismo.
Diéronsele
las terribles contiendas entre realistas y constitucionales, que mutuamente se
designaron desde luego con los apodos de serviles y liberales. De España se
extendió a toda Europa esta denominación. Pues bien; en lo más recio de la
lucha con ocasión de los primeros errores de Lamennais, publicó Gregorio XVI
su Encíclica Mirari vos, condenación explícita del Liberalismo, cual en
aquella ocasión se entendía y predicaba y practicaba por los Gobiernos
constitucionales.
Mas,
avanzando los tiempos y creciendo con ellos la avasalladora corriente de estas
ideas funestas, y hasta tomando bajo el influjo de extraviados talentos la máscara
de Catolicismo. Deparó Dios a su Iglesia el Pontífice Pío IX, el cual con
toda razón pasará a la historia con el dictado de azote del Liberalismo. El
error Liberal en todas sus fases y matices ha sido desenmascarado por este Papa.
Para que más autoridad tuviesen sus palabras en este asunto, dispuso la
Providencia que saliese la repetida condenación del Liberalismo de labios de un
Pontífice, al cual desde el principio se empeñaron en presentar como suyo los
liberales. Después de él no le queda ya a este error subterfugio alguno a que
acogerse. Los repetidos Breves y Alocuciones de Pío IX le han mostrado al
pueblo cristiano tal cual es, y el Syllabus acabó de poner a su condenación el
último sello. Veamos el contenido principal de algunos de estos documentos
pontificios. Sólo unos pocos citaremos entre muchísimos que se podrían citar.
En
18 de Junio de 1871 al contestar Pío IX a una Comisión de católicos
franceses, les habló así: el ateísmo en las leyes, la indiferencia en materia
de Religión y esas máximas perniciosas llamadas católicoliberales, éstas, sí,
éstas son verdaderamente la causa de la ruina de los Estados, éstas lo han
sido de la perdición de la Francia. Creedme el daño que os anuncio es más
terrible que la Revolución, y más aún que la Commune. Siempre he condenado el
Liberalismo católico, y volveré cuarenta veces a condenarlo, si es
menester".
En
el Breve de 6 de Marzo de 1873 al Presidente y socios del Circulo de San
Ambrosio de Milán, se expresa de esta suerte: "No faltan algunos que
intentan poner alianza entre la luz y las tinieblas, y mancomunidad entre la
justicia y la iniquidad a favor de las doctrinas llamadas católicoliberales,
que basadas en perniciosísimos principios, muéstranse halagüeñas para con
las invasiones de la potestad secular en los negocios espirituales, e inclinan
los mismos a estimar, o tolerar al menos, leyes inicuas, como si no estuviese
escrito que nadie puede servir a dos señores. Los que tal hacen, de todo punto
son más peligrosos y funestos que los enemigos declarados, no sólo en razón a
que, sin que se les note y quizá también sin advertirlo ellos mismos, secundan
las tentativas de los malos, sino también porque, encerrándose dentro de
ciertos limites, se muestran con apariencias de probidad y sana doctrina para
alucinar a los imprudentes amadores de conciliación, y seducir a las gentes
honradas que habrían combatido el error manifiesto".
En
el Breve de 8 de Mayo de igual año a la Confederación de los Círculos católicos
de Bélgica, dice: "Lo que sobre todo alabamos en esa vuestra religiosísima
empresa, es la absoluta aversión que, según noticias, profesáis a los
principios católicoliberales y vuestro denodado intento de desarraigarlos de
los mismos. Verdaderamente, al emplearos en combatir ese insidioso error, tanto
más peligroso que una enemistad declarada, cuanto más se encubre bajo el
especioso velo del celo y caridad, y en procurar con ahínco apartar de él a
las gentes sencillas extirparéis una funesta raíz de discordias, y contribuiréis
eficazmente a unir y fortalecer los ánimos. Seguramente vosotros, que con tan
plena sumisión acatáis todos los documentos de esta Sede Apostólica, cuyas
reiteradas reprobaciones de los principios liberales os son conocidas, no habéis
menester estas advertencias " .
En
el Breve a La Croix, periódico de Bruselas, en 21 de Mayo de 1874, dice lo
siguiente: "No podemos menos de elogiar el intento expresado en vuestra
carta, y la cual hemos sabido que satisface plenamente vuestro periódico, de
publicar, divulgar, comentar e inculcar en los ánimos todo cuanto esta Santa
Sede tiene enseñado contra las perversas o cuando menos falsas doctrinas
profesadas en tantas partes, y señaladamente contra el Liberalismo católico,
empeñado en conciliar la luz con las tinieblas y la verdad con el error.
En 9 de Junio de 1873 escribía al Presidente y Consejo de la Asociación Católica
de Orleáns, y sin nombrarlo retrataba el Liberalismo pietista y moderado en los
siguientes términos: "Aunque vuestra lucha haya de trabarse en rigor
contra la impiedad, quizá por este lado no nos amenaza riesgo tan grande como
por el de ese grupo de amigos imbuidos en aquella doctrina ambigua, que mientras
rehuye las ultimas consecuencias de los errores, retiene obstinadamente sus gérmenes,
y no queriendo ni abrazarse con la verdad íntegra, ni atreviéndose a
desecharla por entero, afánase en interpretar las tradiciones y doctrinas de la
Iglesia, ajustándolas al molde de sus privadas opiniones"
Mas para no hacernos interminables y cansados nos contentaremos en aducir las
frases de otro Breve, el más expresivo de todos, y que por tal no lo podemos en
conciencia omitir Es el dirigido al obispo de Quimper, en 28 de Julio de 1873.
En él se dice lo siguiente, refiriéndose el Papa a la Asamblea general de las
Asociaciones católicas, que se acababa de celebrar en aquella diócesis:
"Seguramente no se apartarán tales Asociaciones de la obediencia debida a
la Iglesia ni por los esortos ni por los actos de los que con injurias e
invectivas la persiguen; pero pudieran ponerla en la resbaladiza senda del error
esas opiniones llamadas liberales, acepta a muchos católicos, por otra parte
hombres de bien y piadosos, los cuales por la influencia misma que les da su
religión y piedad, pueden muy fácilmente captarse los ánimos e inducirlos a
profesar máximas muy perniciosas. Inculcad, por lo tanto, venerable Hermano, a
los miembros de esa católica Asamblea, que Nos al increpar tantas veces, como
lo hemos hecho, a los secuaces de esas opiniones liberales, no nos hemos
referido a los declarados enemigos de la Iglesia, pues a éstos habría sido
ocioso denunciarlos, sino a esos otros antes aludidos, que reteniendo el virus
oculto de los principios liberales que han mamado con la leche, cual si no
estuviese impregnado de palpable malignidad, y fuese tan inofensivo como ellos
piensan para la Religión, lo inoculan iFácilmente en los ánimos, propaganda
así la semilla de esas turbulencias que tanto tiempo ha traen revuelto al
mundo. Procuren, pues, evitar estas emboscadas, y esfuércense en asestar sus
tiros contra este insidioso enemigo, y ciertamente merecerán bien de la Religión
y de la patria".
Ya
lo ven nuestros amigos y también nuestros adversarios: todo lo dice el Papa en
esos Breves, particularmente en el último, que de un modo especial deben
desmenuzar y estudiar..
XI.
DE LA ÚLTIMA Y MÁS SOLEMNE CONDENACIÓN DEL LIBERALISMO
Resumiendo
cuanto ha dicho del Liberalismo el Papa en distintos documentos, podemos sólo
indicar los siguientes durísimos epítetos con que en diferentes ocasiones le
ha calificado. En efecto, en su Breve a Segur con motivo de su conocido libro
Hommage, le llamó pérfido enemigo, en su alocución al obispo de Nevers,
verdadera calamidad actual; en su carta al Círculo Católico de San Ambrosio de
Milán, pacto entre la justicia y la iniquidad; en este mismo documento le
califico de más funesto y peligroso que un enemigo declarado; en la citada
carta al obispo de Quimper, virus oculto, en el Breve a los de Bélgica, error
insidioso y solapado; en otro Breve a Mons. Gaume, peste perniciosisima. Todos
estos documentos se pueden leer íntegros en el citado libro de Segur, Hommage
aux catholiques libéraux.
Sin
embargo, podía con cierta apariencia de razón el Liberalismo recusar la
autoridad de estas declaraciones pontificias, por haber sido todas ellas dadas
en documentos de carácter meramente privado. La herejía es siempre tenaz y
cavilosa, y se agarra a cualquier pretexto o excusa para eludir la condenación.
Necesitábase, pues, un documento oficial, público, solemne, de carácter
general, universalmente promulgado, y por tanto definitivo. La Iglesia no podía
negar a la ansiedad de sus hijos esta formal y decisiva palabra de su soberano
magisterio. Y la dio, y fue el Syllabus de 8 de Diciembre de 1864.
Acogiéronle
todos los buenos católicos con entusiasmo igual a los paroxismos de furor con
que le saludaron los liberales. Los católicoliberales creyeron más prudente
herirle de soslayo con capciosas interpretaciones. Razón tenían unos y otros
en reconocerle debida importancia. El Syllabus es un catálogo oficial di los
principales errores contemporáneos, en forma de proposiciones concretas, tales
como se encuentran en los autores más conocidos que los propalaron. En ellos se
encuentran, pues, en detalle todos los que constituyen el dogmatismo liberal.
Aunque en una solo de sus proposiciones se nombra al Liberalismo, lo cierto es
que la mayor parte de los errores allí abocados a la picota son errores
liberales, y por tanto de la condenación separada de cada uno resulta la
condenación total del sistema. No haremos más que enumerarlos aquí rápidamente.
En la proposición XV y en las LXXVII y LXXVIII se condena la libertad de
cultos; el pase regio en la XX y XXVIII; la desamortización en las XXVI y
XXVII; la supremacía absoluta del Estado en a XXXIX; el laicismo en la enseñanza
pública en la XLV, XLVII y XLVIII; la separación de la Iglesia y del Estado en
la LV, el absoluto derecho de legislar sin Dios en la LVI; el principio de no
intervención en la LXII; el llamado derecho de insurrección en la LXIII, el
matrimonio civil en la LXXIII y alguna otra; la libertad de imprenta en la
LXXIX; el sufragio universal como principio de autoridad en la LX; por fin, el
mismo nombre de Liberalismo en la LXXX.
Varios
libros se han escrito desde entonces para la exposición clara y sucinta de cada
una de estas proposiciones, y a ellos puédese acudir. Pero la interpretación y
comentario más autorizado se lo han dada al Syllabus sus propios impugnadores,
los liberales de todos matices, cuando nos lo han presentado siempre como su más
odioso enemigo y como el símbolo más completo de lo que llaman clericalismo.
ultramontanismo y reacción. Satanás, que es malvado pero no tonto, veía muy
claro a dónde iba a parar derechamente golpe tan certero, y le ha puesto a tan
grandioso monumento el sello más autorizado de todos después del de Dios: el
de su profundo rencor. Creamos en esto al padre de la mentira; que lo que él
aborrece y difama, lleva con esto solo, cierto y seguro testimonio de ser la
verdad.
XII.
DE ALGO QUE PARECIENDO LIBERALISMO NO LO ES,
Y DE ALGO QUE LO ES AUNQUE NO LO PAREZCA.
Es
gran maestro el diablo en artes y embelecos, y lo mejor de su diplomacia se
ejerce en introducir en las ideas la confusión. La mitad de su poderío sobre
los hombres perdería el maldito con que las ideas, buenas o malas, apareciesen
francas y deslindadas. Adviértase de paso que llamarle al diablo de esta manera
no es moda hoy, tal vez porque el Liberalismo nos ha acostumbrado a tratar aun
al señor diablo con cierto respeto. El diablo, pues, en tiempos de cismas y
herejías, lo primero que procuró fue que barajasen y trastocasen los vocablos;
medio seguro para traer desde luego mareadas y al retortero la mayor parte de
las inteligencias. Esto pasó con el Arrianismo, en términos que varios obispos
de gran santidad llegaron a suscribir en el Concilio de Milán una fórmula en
que se condenaba al insigne Atanasio, martillo de aquella herejía. Y aparecerían
en la historia como verdaderos autores de ella si Eusebio Mártir, legado
pontificio, no hubiese acudido a tiempo a desenredar de tales lazos lo que el
Breviario llama captivatam simplicitatem de alguno de aquellos candorosos
ancianos. Lo mismo sucedió con el Pelagianismo; lo mismo con el Jansenismo
tiempo atrás; lo mismo acontece hay con el Liberalismo.
Liberalismo son para unos las formas políticas de cierta clase; Liberalismo es
para otros cierto espíritu de tolerancia y generosidad opuestas al despotismo y
tiranía; Liberalismo es para otros la igualdad civil, salva la inmunidad y
fuero de la Iglesia; Liberalismo es, en fin, para muchos una cosa vaga e
incierta, que pudiera traducirse sencillamente por lo opuesto a toda
arbitrariedad gubernamental Urge, pues, volver a preguntar aquí: ¿Qué es el
liberalismo? O mejor ¿qué no es?
En
primer lugar; no son ex se Liberalismo las formas políticas de cualquier clase
que sean, por democráticas o populares que se las suponga. Cada cosa es lo que
es. Las formas son formas, y nada más. Una república unitaria o federal,
democrática, aristocrática o mixta; un Gobierno representativo o mixto, con más
o menos atribuciones del poder Real, o con el máximun o minimum de rey que se
quiera hacer entrar en la mixtura; la monarquía absoluta o templada,
hereditaria o electiva, nada de eso tiene que ver ex se (repárase bien este ex
se) con el Liberalismo. Tales Gobiernos pueden ser perfecta e íntegramente católicos.
Como acepten sobre su propia soberanía la de Dios y reconozcan haberla recibido
de El, y se sujeten en su ejercicio al criterio inviolable de la ley cristiana,
y den por indiscutible en sus Parlamentos todo lo definido, y reconozcan como
base del derecho público la supremacía moral de la Iglesia y el absoluto
derecho suyo en todo lo que es de su competencia; tales Gobiernos son
verdaderamente católicos, y nada les puede echar en cara el más exigente
ultramontismo, porque son verdaderamente ultramontanos. La historia nos ofrece
repetidos ejemplos de poderosísimas repúblicas, fervorosísimas católicas. Ahí
está la aristocrática de Venecia; ahí la mercantil de Génova y ciertos
cantones suizos.
Como
ejemplo de monarquías mixtas muy católicas, podemos citar nuestra gloriosísima
de Cataluña y Aragón, las más democráticas y a la vez la más católicas del
mundo en los siglos medios, la antigua de Castilla hasta la Casa de Austria; la
electiva de Polonia hasta la inicua desmembración de este religiosísimo reino.
Es una preocupación creer que las monarquías han de ser ex se más religiosas
que las repúblicas. Precisamente los más escandalosos ejemplos de persecución
al Catolicismo los han dado en los tiempos modernos monarquías como la de Rusia
y la de Prusia. Un Gobierno de cualquier forma que sea, es católico si basa su
Constitución y legislación y política en principios católicos; es liberal si
basa su Constitución, su legislación y su política en principios
racionalistas. No en que legisle el rey en la monarquía, o en que legisle el
pueblo en la república, o en que legislen ambos en las formas mixtas, está la
esencial naturaleza de una legislación o Constitución; sino en que se haga o
no se haga todo bajo el sello inmutable de la fe y conforme a lo que manda a los
Estados como a los individuos la ley cristiana. Así como lo mismo puede ser católico
un rey con su púrpura, un noble con sus blasones o un trabajador con su blusa
de algodón; de igual suerte los Estados pueden ser católicos, sea cual fuere
la clasificación que se les dé en el cuadro sinóptico de las formas
gubernativas. De consiguiente, tampoco tiene que ver el ser liberal o no serlo,
con el horror natural que todo hombre debe profesar a la arbitrariedad y tiranía,
con el deseo de la igualdad civil entre todos los ciudadanos, salva la eclesiástica
inmunidad, y mucho menos con el espíritu de tolerancia y generosidad, que (en
su debida acepción) no son sino virtudes cristianas. Y sin embargo, todo esto
en el lenguaje de ciertas gentes, y aun de ciertos periódicos, se llama
Liberalismo. He aquí, pues, una cosa, que pareciendo Liberalismo, no lo es en
manera alguna.
Hay
en cambio alguna cosa que, no pareciéndose a Liberalismo, efectivamente lo es.
Suponed una monarquía absoluta, como la de Rusia, o como la de Turquía, si os
parece mejor; o suponed un Gobierno de los llamados conservadores de hoy, el más
conservador que os sea dable imaginar, y suponed que tal monarquía absoluta o
tal Gobierno conservador tengan establecida su Constitución y basada su
legislación, no sobre principios de derecho católico, ni sobre la
indiscutibilidad de la fe, no sobre la rigurosa observancia del respeto a los
derechos de la Iglesia, sino sobre el principio, o de la voluntad libre del rey,
o de la voluntad libre de la mayoría conservadora. Tal monarquía y Gobierno
conservador son perfectamente liberales y anticatólicos.
Que
el librepensador sea un monarca, con sus ministros responsables, o que lo sea un
ministro responsable, con sus Cuerpos colegisladores, para el efecto es igual.
En uno y otro caso anda aquélla informada por el criterio librepensador, y de
consiguiente liberal Que tenga o no tenga, por sus miras, aherrojada la prensa;
que azote por cualquier nonada al país; que rija con vara de hierro a sus
vasallos, podrá no ser libre aquel mísero país, pero será perfectamente
liberal Tales fueron los antiguos imperios asiáticos; tales varios modernas
monarquías; tal el Imperio alemán de hoy, como lo sueña Bismarck; tal la
actual monarquía española, cuya Constitución declara inviolable a Dios. Y he
aquí el caso de algo que pareciendo no ser Liberalismo, lo es sin embargo, y
del más refinado y del más desastroso, por lo mismo que no tiene apariencia de
tal.
Por
donde se verá con qué delicadeza se ha de proceder cuando se tratan tales
cuestiones. Es preciso ante todo definir los términos del debate y evitar el
equívoco, que es lo que más favorece al error.
XIII.
NOTAS Y COMENTARIOS A LA DOCTRINA
EXPUESTA EN EL CAPÍTULO ANTERIOR
Hemos
dicho que no son ex se liberales las formas democráticas o populares, puras o
mixtas, y creemos haberlo suficientemente probado. Sin embargo, esto que
especulativamente hablando, o sea en abstracto, es verdad; no lo es tanto en
praxis, o sea en el orden de los hechos, al que principalmente debe andar
siempre atento el propagandista católico.
En
efecto; a pasar de que, consideradas en sí mismas, no son liberales tales
formas de gobierno; lo son en nuestro siglo, dada que la Revolución moderna,
que no es otra cosa que el Liberalismo en acción, no nos las presenta más que
basadas en sus erróneas doctrinas. Así que muy cuerdamente el vulgo, que
entiende poco de distingos, califica de Liberalismo todo lo que en nuestros días
se le presenta como reforma democrática en el gobierno de las naciones; porque,
aun cuando por la natural esencia de las ideas no lo sea, de hecho lo es. Y por
tanto discurrían con singular tino y acierto nuestros padres cuando rechazaban
como contraria a su fe la forma constitucional o representativa, prefiriendo la
monarquía pura que en los últimos siglos era el gobierno de España. Porque
cierto natural instinto decía, aun a los menos avisados, que las nuevas formas
políticas, en sí inofensivas como tales formas, venían impregnadas del
principio herético liberal, por lo que hacían muy bien en llamarlas liberales;
de igual suerte que la monarquía pura, que de sí podía ser muy impía y aun
herética, se les presentaba como forma esencialmente católica, pues desde
muchos siglos atrás venían recibiéndola los pueblos informada con el espíritu
del Catolicismo.
Erraban,
pues, ideológicamente hablando, nuestros realistas, que identificaban la Religión
con el antiguo régimen político, y reputaban impíos a los constitucionales;
pero acertaban. prácticamente hablando, porque en lo que se les quería
presentar como mera forma política indiferente, veían ellos, con el claro
instinto de la fe, envuelta la idea liberal. Esto sin contar con que los
corifeos y sectarios del bando liberal hicieron todo lo posible, con blasfemias
y atentados, para que no desconociese El verdadero pueblo cuál era en: el fondo
la significación de su odiosa bandera.
Tampoco
es rigurosamente exacto que las formas políticas sean indiferentes a la Religión,
aunque ésta las acepte todas. El sano filósofo las estudia y analiza, y sin
condenar alguna, no deja de manifestar preferencia por las que más a salvo
dejan el principio de autoridad, que está basado principalmente en la unidad
Con lo cual dicho se está que la forma más perfecta de todas es la monarquía,
que es la que más se asemeja al gobierno de Dios y de la Iglesia. Así como la
más imperfecta es la república por la inversa razón. La monarquía exige la
virtud de un hombre solo, y la república exige la virtud de la mayoría de los
ciudadanos. Es, pues, lógicamente hablando, más irrealizable el ideal
republicano que el ideal monárquico. Este es más humano que aquél, porque
exige menos perfección humana y se acomoda mas a la rudeza y vicios de la
generalidad.
XIV.
SI EN VISTA DE ESTO ES LÍCITO O NO AL BUEN CATÓLICO ACEPTAR EN BUEN SENTIDO LA
PALABRA "LIBERALISMO", Y ASIMISMO EN BUEN SENTIDO GLORIARSE DE SER
LIBERAL.
Permítasenos
sobre esto trasladar aquí íntegro un capítulo de otra obrita nuestra (Cosas
del día), en que se da contestación a esta singular consulta. Dice así:
"Válgame
Dios, amigo mío, con las palabritas Liberalismo y liberal! Andas realmente
enamorado de ellas, y tráete ciego el amor como a todos los enamorados. ¿Qué
inconvenientes tiene su uso? Tantos tiene para mí, que en él llego a ver hasta
materia de pecado. No te asustes, sino escúchame con paciencia. Vas a
entenderme pronto y sin dificultad. Es indudable que la palabra Liberalismo
tiene en Europa en el presente siglo significación de cosa sospechosa y que no
concuerda del todo con el verdadero Catolicismo. No me dirás que planteo el
problema en términos exagerados. Efectivamente. Me has de conceder que en la
acepción ordinaria de la palabra, Liberalismo y Liberalismo católico son cosas
reprobadas por Pío IX. Prescindamos por ahora de los pocos o muchos que
pretenden poder continuar profesando un cierto Liberalismo, que en el fondo quizá
no lo sea. Pero lo cierto es que la corriente liberal en Europa y América, en
el siglo XIX en que escribimos, es anticatólica y racionalista. Pasa revista al
mundo. Mira qué significa partido liberal en Bélgica, en Francia, en Alemania,
en Inglaterra, en Holanda, en Austria, en Italia, en las repúblicas
hispanoamericanas y en las nueve décimas partes de la prensa española.
Pregunta a todos qué significa en el idioma común, criterio liberal, corriente
liberal, atmósfera liberal, etc., y mira si de los hombres que se dedican a
estudios políticos y sociales en Europa y América los noventa y nueve por
ciento no entienden por Liberalismo el puro y crudo racionalismo aplicado a la
ciencia social.
Ahora bien. Por más que tú y unas cuantas docenas más de caballeros
particulares os empeñéis en dar un sentido de cosa indiferente a lo que la
corriente general ha sellado ya con el sello de cosa anticatólica, es lo cierto
que el uso, árbitro y norma suprema en materia de lenguaje, sigue teniendo al
Liberalismo como bandera contra el Catolicismo. Por consiguiente, aunque con mil
distingo y salvedades y sutilezas logres formarte para ti solo un Liberalismo
que nada tenga de contrario a la fe, en la opinión de los más, desde que te
llames liberal, pertenecerás como todos a la gran familia del Liberalismo
europeo, tal como todos lo entienden; tu periódico, si lo redactas. y lo llamas
liberal, será en la común creencia un soldado más entre los que bajo esta
divisa combaten de frente o por el flanco a la iglesia católica. En vano será
que te excuses alguna que otra vez. Estas excusas y explicaciones no las puedes
dar todos los días, que fuera cosa asaz pesada; en cambio la palabra liberal
has de usarla en cada párrafo; serás, pues, en la común creencia nada más
que un soldado como tantos otros que militan bajo esta divisa, y por más que en
tus adentros seas tan católico como el Papa (como de eso se jactan algunos
liberales), lo cierto es que en el movimiento de las ideas, en la marcha de los
sucesos, influirás como liberal, y aun a pesar tuyo, un satélite que no podrás
menos de moverte dentro de la órbita general en que gira el Liberalismo. ¡Y
todo por una palabra! ¡Vea V., no mas que por una palabra! Sí, amigo mío.
Esto sacarás de llamarte liberal y de llamar liberal a tu periódico. Desengáñate.
El uso de la palabra te hace casi siempre y en gran parte solidario de lo que se
ampara a su sombra. Y lo que a su sombra se ampara, ya lo ves y no me lo has
podido negar, es la corriente racionalista. Escrúpulo tendría yo, pues, en mi
conciencia de aceptar esta solidaridad con los enemigos de Jesucristo.
Vamos
a otra reflexión. Es también indudable que de los que leen tus periódicos y
oyen tus conversaciones, pocos están en el caso de poder hilar tan delgado como
tú en materia de distinciones entre Liberalismo y Liberalismo. Es, pues,
evidente que una gran parte tomará en el sentido general, y creerá que la
empleas en igual sentido. Tú no tendrás esta intención, pero contra tus
intenciones producirás este resultado, adquirir adeptos al error racionalista.
Dime ahora, pues, ¿sabes lo que es escándalo? ¿sabes lo que es inducir al prójimo
a error con palabras ambiguas? ¿sabes lo que es, por cariño más o menos
justificado a una palabra, sembrar dudes, desconfianzas, hacer vacilar en la fe
a las inteligencias sencillas? Yo, a fuer de moralista católico, veo en esto
materia de pecado, y si no te abona una suma de buena fe o algún otro
atenuante, materia de pecado mortal. Óyeme una comparación. Sabes que ha
nacido casi en nuestros días una secta que se llama de los viejos católicos.
Ha tenido la humorada de llamarse así, y paz con todos. Haz cuenta, pues, que
yo, que por la gracia de Dios, aunque pecador soy católico, y por añadidura
soy de los mas viejos porque mi Catolicismo data del Calvario y del Cenáculo de
Jerusalén, que son fechas en que fundo un periódico y viejas, haz cuenta,
digo, ó más o menos ambiguo y le llamo con todas las letras Diario viejo católico.
¿Diré mentira? Nítido de la palabra Pero ¿a qué, me dirás por que adoptar
un titulo mal sonante, que es divisa de un cisma, y que dará lugar a que crean
los incautos que soy cismático, y a que tengan un alegrón los viejos católicos
de Alemania, creyendo que acá les ha nacido un nuevo cofrade? ¿a qué, me dirás,
escandalizar a los sencillos Pero yo lo digo en buen sentido Es verdad, pero
¿no sería mejor no dar lugar a que se crea que lo dices en sentido malo?
"He aquí, pues, lo que diría yo a quien se empeñase en sostener todavía
como inofensivo el dictado de liberal, que es objeto de tantas reprobaciones por
parte del Papa, y de tanto escándalo por parte de los verdaderos creyentes. ¿A
qué hacer gala de títulos que necesitan explicación? ¿A qué suscitar
sospechas que luego procurarse a desvanecer? ¿A que contarse en el número de
Ios enemigos y hacer gala de su divisa, si en el fondo se es de los amigos')
"¡Que
las palabras, dices, no tienen importancia! Más de lo que te figuras, amigo mío.
Las palabras vienen a ser la fisonomía exterior de las ideas, y tú sabes cuán
importante es a veces en un asunto una buena o mala fisonomía. Si las palabras
no tuviesen importancia alguna, no cuidarían tanto los revolucionarios de
disfrazar el Catolicismo con feas palabras; no andarían llamándole a todas
horas oscurantismo, fanatismo, teocracia, reacción, sino pura y sencillamente
Catolicismo; ni harían ellos por engalanarse a todas horas con los hermosos
vocablos de libertad, progreso, espíritu del siglo, derecho nuevo, conquistas
de la inteligencia, civilización, luces etc., sino que se dirían siempre con
su propio y verdadero nombre: revolución "Lo mismo ha pasado siempre.
Todas las herejías han empezado por ser Juego de palabras, y han acabado por
ser lucha sangrienta de ideas. Algo de esto debió ya pasar en tiempo de San
Pablo o previó el bendito Apóstol que pasaría en los tiempos futuros, cuando
dlrigiéndose a Timoteo (I ad Timot. VI, 20), le exhorta a vivir prevenido, no sólo
contra la falsa ciencia oppositinones falsi nominis scientiae, sino contra las
simples novedades en la expresión o palabra profanas vocum novitates. ¿Qué
diría hoy el Doctor de las gentes si viese a ciertos católicos adornarse con
el adjetivo de liberales, en oposición a los que se llaman simplemente con el
apellido antiguo de la familia , y desentenderse de las repetidas reprobaciones
que sobre esta profana novedad de palabras ha lanzado con tanta insistencia la Cátedra
apostólica? ¿Qué diría al verles añadir a la palabra inmutable Catolicismo
ese feo apéndice que no conoció Jesucristo, ni los Apóstoles, ni los Padres,
ni los Doctores, ni ninguno de los maestros autorizados que constituyen la
hermosa cadena de la tradición cristiana?
"Medítalo, amigo mío, en tus intervalos lúcidos, si alguno te concede la
ceguedad de tu pasión, y conocerás la gravedad de lo que a primera vista te
parece mera cuestión de palabras. No, no puedes ser católicoliberal, ni
puedes llamarte con este nombre reprobado, aunque por medio de sutiles
cavilaciones llegues a encontrar un medio secreto de conciliarlo con la
integridad de la fe. No; te lo prohíbe la caridad cristiana, esta santa caridad
que está a todas horas invocando, y que, según comprendo, es en ti sinónima
de la tolerancia revolucionaria. Y te lo prohíbe la caridad, porque la primera
condición de la caridad es que no haga traición a la verdad, que no sea lazo
para sorprender la buena fe de tus hermanos menos avisados. No, amigo mío, no;
no puedes llamarte liberal."
Y nada más nos ocurre decir aquí sobre este punto, completamente resuelto para
un hombre de buena fe. Además de que hoy los mismos liberales hacen ya menos
uso que antes de este apellido; tan gastado y desacreditado anda él, por la
misericordia de Dios. Más frecuente es todavía encontrar hombres que,
renegando cada día y cada hora del Liberalismo, le tengan aún metido hasta los
tuétanos, y no sepan escribir y hablar y obrar sino inspirados por él. Estos
son en el día los más de temer.
XV.
UNA OBSERVACIÓN SENCILLÍSIMA QUE ACABARÁ DE PONER EN SU VERDADERO PUNTO DE
VISTA LA CUESTIÓN.
Mil
veces me he hecho una reflexión que no sé cómo no les ha ocurrido cada día a
los liberales de buena fe, si alguno hay que merezca aún esta caritativa
atenuación de su feo apellido. Es la siguiente:
Tiene
hoy todavía el mundo católico en justo y merecido concepto de impiedad el
calificativo de librepensador, apIicado a cualquier persona, periódico o
institución. Academia librepensadora, sociedad de librepensadores, periódico
escrito con criterio librepensador, son todavía frases horripilantes y que les
ponen los pelos en punta a la mayor parte de nuestros hermanos, aun a los que
afectan más desvío por la feroz intransigencia ultramontana. Y sin embargo, véase
lo que son las cosas y cuán necia importancia se da por lo común a meras
palabras. Persona, asociación, libro o Gobierno a los que no preside en
materias de fe y moral el criterio único y exclusivo de la Iglesia católica,
son liberales. Y se reconoce que lo son, y se honran ellos con serlo, y nadie se
escandaliza con eso más que nosotros, los fieros intransigentes. Cambiad,
empero, la palabra; llamadlos librepensadores. Al punto le rechazan el epíteto
como una calumnia, y gracias si no os piden satisfacción por el insulto. ¿Pero
qué, amigos míos, curtam varie? ¿No habéis rechazado de vuestra conciencia,
de vuestro gobierno o de vuestro periódico o academia el veto absoluto de la
Iglesia? ¿No habéis erigido un criterio fundamental de vuestras ideas ,
resoluciones la razón libre?
Pues, decís bien: sois liberales, y nadie os puede regatear este dictado. Pero,
sabedlo: sois con eso librepensadores, aunque os sonroje tal denominación. Todo
liberal, de cualquier grado o matiz que sea, es, ipso facto, librepensador. Y
todo librepensador, por odiosa que sea y aun ofensiva a las conveniencias
sociales esta denominación, no pasa de ser un lógico liberal. Es doctrina
precisa y exacta, como de matemáticas, y no tiene vuelta de hoja, corno se
suele decir.
Aplicaciones
prácticas. Sois católicos más o menos condescendiente o resabiado, y pertenecéis,
por malos de vuestros pecados, a un Ateneo liberal. Recogeos un momento, y
preguntaos: ¿Seguiría perteneciendo yo a ese Ateneo si mañana se declarase pública
y paladinamente Ateneo librepensador? ¿Qué os dicen la conciencia y la vergüenza?
Que no. Pues mandad que os borren de las listas de ese Ateneo, porque no podéis
como católico, pertenecer a él.
Tenéis
un periódico y lo leéis y dais a leer a los vuestros sin escrúpulo, a pesar
de que se llama y discurre como liberal. ¿Seguiríais suscrito a el si de
repente apareciese en su primera página el titulo de periódico librepensador?
Paréceme que de ninguna manera. Pues cerradle desde luego las puertas de
vuestra caso; el tal liberal, manso o fiero, años ha que era ni más ni menos
que librepensador.
¡Ah!
¡De cuántas preocupaciones nos corregiríamos con sólo fijar un poco la
atención en el significado de las palabras! Toda asociación científica,
literaria o filantrópica, liberalmente constituida, es asociación
librepensadora Todo Gobierno, liberalmente organizado, es Gobierno
librepensador. Todo libro o periódico, liberalmente escrito, es periódico o
libro de librepensadores. Hacer asco a la palabra y no hacerlo a la realidad por
ella representada es manifiesta obcecación. Piénselo bien aquellos de nuestros
hermanos que, sin escrúpulo alguno de su o endurecida o demasiado blanda o
acomodaticia conciencia, forman parte de Círculos, Certámenes, Redacciones,
Gobiernos u otra clase cualquiera de instituciones erigidas con entera
independencia del magisterio de la fe. Tales instituciones son liberales y son
por lo mismo librepensadoras. Y a una agrupación librepensadora no puede
pertenecer católico alguno, sin dejar de serlo por el mero hecho de aceptar
como suyo el criterio librepensador de la agrupación consabida. Luego tampoco
puede pertenecer a una agrupación liberal.
¡Cuántos
católicos, no obstante, sirven muy buenamente al diablo con obras de este jaez!
iSe van convenciendo ahora de cuán perversa cosa es el Liberalismo, ¿de cuán
merecido es el horror con que debe mirar un buen católico las cosas liberales,
y de cuán justificada es y natural nuestra feroz intolerancia ultramontana?.
XVI.
¿CABE HOY EN LO DEL LIBERALISMO ERROR DE BUENA FE?
He
hablado arriba de liberales de buena fe, y me he permitido cierta frase de duda
sobre si hay o no hay in reram natura algún tipo de esta rarísima familia.
Inclínome a creer que pocos hay, y que apenas cabe hoy día en la cuestión del
Liberalismo ese error de buena fe, que podría alguna vez hacer excusable su
profesión. No negaré en absoluto que tal o cual caso excepcional puede darse,
pero ha de ser verdaderamente caso fenomenal.
En todos los períodos históricos dominados por una herejía se han dada casos
frecuentísimos de algún o algunos individuos que, a pesar suyo, arrollados en
cierta manera por el torrente invasor, se han encontrado participantes de la
herejía, sin que se pueda explicar tal participación más que por una suma
ignorancia o buena fe.
Forzoso es, no obstante, convenir en que si algún error se presentó jamás con
ningunas apariencias que le hiciesen excusable, fue este del Liberalismo. La
mayor parte de las herejías que han asolado el campo de la Iglesia procuraron
encubrirse con disfraces de afectada piedad, que disimulasen su maligna
procedencia. Los Jansenistas, más hábiles que ningún otro de sus antecesores,
llegaron a tener adeptos en gran número, a quienes faltó poco para que el
vulgo ciego tributase los honores sólo debidos a la santidad. Su moral era rígida,
sus dogmas tremendos, el aparato exterior de sus personas ascético y hasta
iluminado. Añádase que la mayor parte de las antiguas herejías versaron sobre
puntos muy sutiles del dogma, sólo discernibles por el hábil teólogo, y que
no podía por sí propia formar criterio la indocta multitud, como no fuera
sometiéndose confiada al criterio de sus maestros reconocidos. Por donde, era
natural que caído en el error el superior jerárquico de una diócesis o
provincia, cayesen con el igualmente la mayor parte de sus subordinados que tenían
depositada en su Pastor la mayor confianza; máxime cuando las comunicaciones,
en otro tiempo menos fáciles con Roma, hacían menos accesible a toda la grey
cristiana la voz nunca errada del Pastor universal. Esto explica la difusión de
muchas antiguas herejías, que nos permitiremos calificar de meramente teológicas;
esto da la razón de aquel angustioso grito con que exclamaba San Jerónimo en
el siglo IV, cuando decía: Ingemuit universus orbis se esse arianum. "Gimió
el mundo entero asombrado de encontrarse arriano". Y esto hace comprender
como en medio de los mayores cismas y herejías, como son los actuales de Rusia
e Inglaterra, es posible tenga Dios muchas almas suyas en quienes no está
extinguida la raíz de la verdadera fe por más que ésta, en su profesión
externa, aparezca deforme y viciada. Las cuales, unidas al cuerpo místico de la
Iglesia por el Bautismo, y a su alma por la gracia interior santificante, pueden
llegar a ser con nosotros partícipes del reino celestial.
¿Acontece
esto con el Liberalismo? Presentóse envuelto con el disfraz de meras formas políticas;
pero éste fue ya desde el principio tan transparente, que muy ciego hubo de ser
quien no le adivinó al ruin disfrazado toca su perversidad. No supo contenerse
en los embozos de la mojigatería y del pietismo con que le envolvía alguno que
otro de sus panegiristas; rompió al momento por todo, y anuncio con siniestros
resplandores su abolengo infernal. Saqueó iglesias y conventos; asesinó
Religiosos y clérigos, dio rienda suelta a toda impiedad; hasta en las imágenes
más veneradas cebo su odio de condenado. Acogió al momento bajo su bandera a
toda la hez social; fue su precursora y aposentadora en todas partes la corrupción
calculada.
No
eran dogmas abstractos y metafísicos los nuevos que predicaba en sustitución
de los antiguos; eran hechos que bastaba tener ojos para verlos y simple buen
sentido para abominarlos. Gran fenómeno se vio en esta ocasión, y que se
presta mucho a serias meditaciones. El pueblo sencillo e iletrado, pero honrado,
fue el más refractario a la novedad. Los grandes talentos corrompidos por el
filosofismo fueron los primeros seducidos. El buen sentido natural de los
pueblos hizo justicia en seguida a los atrevidos reformadores. En esto, como en
todo, se confirmó que veían más claro, no los listos de entendimiento, sino
los limpios de corazón. Y si esto podía decirse del Liberalismo en sus
albores, ¿qué no se podrá decir hoy de él, cuando tanta luz se ha hecho
sobre su odioso proceso? Nunca error alguno tuvo en contra sí más severas
condenaciones de la experiencia, de la historia y de la Iglesia. Al que no
quiera creer a ésta como buen católico, han de forzarle aquéllas a que se
convenza como hombre de mera honradez natural.
El Liberalismo en menos de cien años de reinar en Europa ha dado ya de si todos
sus frutos; la generación presente está recogiendo los últimos que traen
harto amargado su paladar y perturbada su tranquila digestión. El argumento del
divino Salvador que nos encarga juzgar del árbol por sus frutos, rara vez tuvo
aplicación más oportuna.
Por otra parte, ¿no se vio muy claro desde el principio cuál era el parecer de
la Iglesia ante la nueva reforma social? Algunos desdichados ministros de ella
fueron arrastrados por el Liberalismo a la apostasía; este era el primer dato
con que habían de juzgar los simples fieles de una doctrina que tales prosélitos
arrastraba. Pero el conjunto de la jerarquía, ¿cuándo no fue refutado con
gran razón como enemigo del Liberalismo? ¿Qué significa el dictado de
clericalismo con que se ha honrado por los liberales a la escuela más tenaz
enemiga de sus doctrinas, sino una confesión de que la Iglesia docente fue
siempre enemiga de ellas? ¿Por qué se ha tenido al Papa? ¿Por qué a los
obispos y Curas? ¿Por qué a los frailes de todo color? ¿Por qué al común de
las gentes de piedad y de sana conducta? Por clericales siempre, es decir, por
antiliberales. ¿Cómo puede, pues, nadie alegar buena fe en un asunto en que
aparece tan claramente deslindada la corriente ortodoxa de la que no lo es? Así
los que comprenden claramente la cuestión pueden ver las razones intrínsecas
de ella; los que no la comprenden tienen de sobra autoridad extrínseca para
formarlo en todas las cosas que se Tocan con su fe un buen cristiano. Luz no ha
faltado por la misericordia de Dios; lo que ha sobrado son indocilidad,
intereses bastardos , deseo de ancha vida. No engañó aquí la seducción que
deslumbra al entendimiento con falso resplandor, sino la que le obscurece
ensuciando con negros vapores el corazón.
Creemos,
pues, que salvas muy raras excepciones, sólo grandes esfuerzos de ingeniosísima
caridad pueden hacer que, discurriendo sean rectos principios de moral, se
admita hoy en el católico la excusa de buena fe en el asunto del Liberalismo'
particularmente en los liberales teóricos.
XVII.
DE VARIOS MODOS CON QUE SIN SER LIBERAL UN CATÓLICO PUEDE HACERSE NO OBSTANTE CÓMPLICE
DEL LIBERALISMO.
Dánse
varios modos con que sin ser precisamente liberal, puede un católico hacerse cómplice
del Liberalismo. Y he aquí un punto todavía más práctico que el anterior y
acerca del cual debe estar muy frustrada y prevenida la conciencia del fiel
cristiano en estos tiempos.
Sabido
es que hay pecados de los cuales nos hacemos reos, digámoslo así, no por
verdadera y directa comisión de ellos sino por mera complicidad o connivencia
con sus autores. Siendo de tal naturaleza esta complicidad, que llega muchas
veces a igualar en gravedad a la acción pecaminosa directamente cometida.
Puede, pues, y debe aplicarse al pecado de Liberalismo cuanto sobre este punto
de complicidad enseñan los tratadistas de Teología moral. Nuestro objeto no es
más que dejar apuntados aquí brevemente los principales modos con que acerca
del Liberalismo se puede contraer hoy día esta complicidad.
1.° Afiliándose formalmente a un partido liberal. Es la complicidad mayor que
puede darse en esta materia, y apenas se distingue de la acción directa a que
se refiere. Muchos hay que, en su claro juicio, ven toda la falsedad doctrinal
del Liberalismo y conocen sus siniestros propósitos y abominan su detestable
historia. Mas, o por tradición de familia, o heredados rencores, o por
esperanzas de medro personal, o por consideración a favores recibidos, o por
temor a perjuicios que les puedan sobrevenir, o por otra causa cualquiera,
aceptan un puesto en el partido que tales doctrinas sustenta y tales propósitos
abriga, y permiten se les cuente públicamente entre sus individuos y se honran
con su apellido y trabajan bajo su bandera. Estos desdichados son los primeros cómplices,
los grandes cómplices de todas las iniquidades de su partido; aun sin
conocerlas detalladamente, son verdaderos coautores de ellas y participan de su
inmensa responsabilidad. Así hemos visto en nuestra patria a hombres muy de
bien, excelentes padres de familia, honrados comerciantes o artesanos, figurar
en partidos que traen en su programa usurpaciones y rapiñas que ninguna
honradez humana puede justificar. Son, pues, ante Dios responsables de este
atentado como el tal partido que los cometió, siempre que el tal partido los
considere, no como hecho accidental, sino como lógico procedimiento suyo. La
honradez de tales sujetos sólo sirve de hacer más grave esta complicidad.
Porque es claro que si un partido malo no se compusiera más que de malvados, no
habría gran cosa que temer de él. Lo horrible es el prestigio que a un partido
malo dan las personas relativamente buenas que le honran y recomiendan con
figurar en sus filas.
2º
Aun sin estar formalmente afiliados a un partido liberal, antes haciendo publica
protesta de no pertenecer a él, contraen también complicidad liberal los que
manifiesten por él públicas simpatías, elogiando sus personajes, defendiendo
o excusando sus periódicos, tomando parte en sus festejos. La razón es
evidente. El hombre, sobre todo si vale algo por su talento o posición, hace
mucho en favor de cualquier idea con sólo mostrarse en relaciones más o menos
benévola con sus fautores. Da más con el obsequio de su prestigio personal,
que si diese dinero, armas, o cualquier otro material auxilio. Así, por
ejemplo, honrar un católico, sobre todo si es sacerdote, a un periódico
liberal con su colaboración, es manifiestamente favorecerle con el prestigio de
su firma, aunque con ella no se defienda la parte mala del periódico, aunque
con ella se disienta de esta misma parte mala. Se dirá tal vez que con escribir
allí se logra hacer oír la voz del bien por muchos que en otro periódico no
la escucharían. Es verdad, pero también la firma del hombre bueno sirve allí
de abonar tal periódico a la vista de los lectores poco hábiles en distinguir
las doctrinas de un redactor de las de su vecino; y así, lo que se pretendía
fuese contrapeso y compensación del mal, se convierte para la generalidad en
efectiva recomendación de él. Mil veces lo hemos oído: "¿Malo es tal
periódico? Pues ¿no escribe en él D. Fulano de tal?" Así discurre el
vulgo, y vulgo somos casi la totalidad del género humano. Por desgracia es
frecuentísima en nuestros días esta complicidad.
3.º
Se comete verdadera complicidad votando candidatos liberales, y esto aunque no
se voten por la razón de tales, sino por opiniones económicas o
administrativas, etc., de aquel diputado. Por más que en una cuestión de éstas
puede estar conforme tal diputado con el Catolicismo, es evidente que en las demás
cuestiones ha de hablar y votar según su criterio herético; y se hace cómplice
de sus herejías el que le puso en el caso de que fuese a escandalizar con ellas
el país.
4.°
Es complicidad estar suscrito al periódico liberal o recomendarlo en el periódico
sano por falsa razón de compañerismo, o lamentar por análoga razón de falsa
cortesía, su cese o suspensión. Ser suscriptor de un periódico liberal es dar
dinero para fomentar el Liberalismo; más aún, es ocasionar que otro incauto se
decide a leerlo viendo que vos lo tomáis; es, además, propinar a la familia y
a los amigos de la casa una lectura más o menos envenenada. ¿Cuántos periódicos
malos debieran desistir de su ruin y maléfica propaganda, si no los apoyasen
ciertos bonachones suscriptores? Lo mismo decimos de la frase de cajón entre
periodistas: nuestro estimado colega, o la otra de desearle abundante suscripción,
o la más común de sentimos el percance de nuestro compañero, tratándose
respectivamente de la primera salida o de la suspensión de un periódico
liberal No debe haber estos compadrazgos entre soldados de tan opuesta bandera
como lo son la de Dios y la de Satanás. Al cesar o ser suspendido un periódico
de éstos deben darse gracias a Dios porque venga Su Divina Majestad ,un enemigo
menos: al anunciarse su aparición debe, no saludarse ésta, sino lamentarse
como una calamidad.
5º
Complicidad es administrar, imprimir, vender, repartir, anunciar o subvencionar
tales periódicos o libros, aunque sea haciéndolo a la vez con los buenos,
aunque sea por mera profesión industrial, aunque sea como medida material de
ganar el diario sustento.
6º
Es complicidad en los padres de familia, directores espirituales, dueños de
talleres, catedráticos y maestros, callar cuando son preguntados sobre estas
cosas; o simplemente no explicarlas cuando tienen obligación, para ilustrar las
conciencias de sus subordinados.
7.º Es complicidad a voces ocultar la convicción, propia buena, dando lugar a
que se sospeche que se tiene malo. No se olvide que hay mil ocasiones en que es
obligación del cristiano dar público testimonio de la verdad, aun sin ser
formalmente requerido.
8º
.Es complicidad comprar fincas sagradas o de beneficencia sin el beneplácito
de la Iglesia, aunque las saque a pública subasta la desamortización, como no
se compren para devolverlas a su legitimo dueño. Es complicidad redimir censos
eclesiásticos sin permiso del verdadero señor de ellos, aunque se presente muy
lucrativa la operación. Es complicidad intervenir como agente en tales compras
y ventas, publicar los anuncios de subastas, practicar corredurías, etc. Todos
estos actos traen además consigo obligación de restituir en la proporción de
lo que con ello se ha contribuido al inicuo despojo.
9º.Es
en algún modo complicidad prestar la casa propia para actos liberales o cederla
en alquiler para ello, como por ejemplo, para casinos patrióticos, escuelas
laicas, clubs, redacciones de periódicos liberales, etc.
10º
.Es complicidad celebrar fiestas cívicas o religiosas por actos notoriamente
liberales o revolucionarios; asistir voluntariamente a dichas fiestas; celebrar
exequias patrióticas que tienen más de significación revolucionaria que de
sufragio cristiano; pronunciar discursos fúnebres en elogio de difuntos
notoriamente liberales; adornar con coronas y cintas sus sepulcros, etc. ¡Cuántos
incautos han flaqueado en su fe por estas causas!
Estas indicaciones hacemos, abarcando sólo lo más común en esta materia. Las complicidades pueden ser de variedad infinita, como los actos de la vida del hombre, que son, por lo infinitos, inclasificables. Grave es la doctrina que en algunos puntos hemos sentado, pero si es cierta la Teología moral aplicada a otros errores y crímenes, ¿ha de serlo menos aplicada al que nos ocupa esta ocasión?.
XVIII.
DE LAS SEÑALES O SÍNTOMAS MÁS COMUNES CON QUE SE PUEDE CONOCER SI UN LIBRO,
PERIÓDICO O PERSONA ANDAN ATACADO O SOLAMENTE RESABIADOS DEL LIBERALISMO.
En
esta variedad, o mejor, confusión de matices y medias tintas que ofrece la
abigarrada familia del Liberalismo, ¿hay señales o notas características con
que distinguir fácilmente al liberal del que no lo es? He aquí otra cuestión
también muy práctica para el católico de hoy, y que de un modo u otro
frecuentemente el teólogo moralista ha de resolver.
Dividiremos
para esto los liberales (sean personas, sean escritos) en tres clases.
Liberales fieros.
Liberales
mansos.
Liberales
impropiamente dichos o solamente resabiados de Liberalismo.
Ensayemos una descripción semifisiológica de cada uno de estos tipos. Es
estudio que no carece de interés.
El
liberal fiero se conoce, desde luego, porque no trata de negar ni de encubrir su
maldad Es enemigo formal del Papa y de los Curas y de la gente toda de Iglesia;
bástale sea sagrada cualquier cosa para excitar su desapoderado rencor. Busca
entre los periódicos los más encandilados; vota entre los candidatos los más
abiertamente impíos; de su funesto sistema acepta hasta las últimas
consecuencias. Hace gala de vivir sin práctica alguna de religión, y a duras
penas la tolera en su mujer e hijos. Suele pertenecer a sectas secretas, y muere
por lo regular sin consuelo alguno de la Iglesia.
El
liberal manso suele ser tan malo como el anterior, pero cuida bastante de no
parecerlo. Las buenas formas y las conveniencias sociales lo son todo para él;
salvado este punto no le importa gran cosa lo demás. Incendiar un convento no
le parece bien; apoderarse del solar del convento incendiado, es cosa para él
ya más regular y tolerable. Que un periodicucho cualquiera de esos de burdel
venda sus blasfemias en prosa, verso o grabado a dos cuartos ejemplar, es un
exceso que él prohibiría y hasta lamenta no lo prohiba un Gobierno
conservador; pero que se diga todo lo mismo en frases cultas, en un libro de
buena impresión o en un drama de sonoros versos, sobre todo si el autor es académico
o cosa así, ya no ofrece inconveniente. Oír hablar de clubs le da escalofríos
y calentura, porque allí, dice él, se seduce a las masas y se subvierten los
fundamentos del orden social. Pero ateneos libres se pueden muy bien consentir
porque la discusión científica de todos los problemas sociales ¿quién los va
a condenar? Escuela sin Catecismo es un insulto al católico país que la paga.
Mas universidad católica, es decir, con sujeción entera al Catecismo, o sea al
criterio de la fe, debe dejarse para los tiempos de la Inquisición El liberal
manso no aborrece al Papa, sólo no encuentra bien ciertas pretensiones de la
Curia romana y ciertos extremos del ultramontanismo que no dicen bien con las
ideas de hoy. Ama a los Curas, sobre todo a los ilustrados, es decir, a los que
piensan a la moderna como el; en cuanto a los fanáticos y reaccionarios, los
evita o los compadece. Va a la iglesia, y tal vez hasta a los Sacramentos; pero
su máxima es, que en la iglesia se debe vivir como cristiano, mas fuera de ella
conviene vivir con el siglo en que se ha nacido, y no obstinarse en remar contra
la corriente. Navega así entre dos aguas, y suelen morir con el sacerdote al
lado, pero lleno de libros prohibidos la librería.
El
católico simplemente resabiado de Liberalismo se conoce en que, siendo hombre
de bien y de prácticas sinceramente religiosas, huelen no obstante a
Liberalismo en cuanto habla o escribe o trae entre manos. Podría decir a su
modo, como Mad. Sevigné: "No soy la rosa, pero estuve cerca de ella, y tomé
algo de su olor". El buen resabiado discurre y habla y obra como liberal de
veras, sin que él mismo, pobrecito, lo eche de ver. Su fuerte es la caridad:
este hombre es la caridad misma. ¡Cómo aborrece él las exageraciones de la
prensa ultramontana! Llamarle malo a un hombre que difunde malas ideas, parécele
a ese singular teólogo pecado contra el Espíritu Santo. Para el no hay más
que extraviados. No se deba resistir ni combatir; lo que se debe procurar
siempre es atraer. "Ahogar el mal con la abundancia del bien", esta es
su fórmula favorita, que leyó un día en Balmes por casualidad, y fue lo único
que del gran filósofo catalán se le quedó en la memoria. Del Evangelio aduce
únicamente los textos que saben a miel y almíbar. Las invectivas espantosas
contra el fariseísmo diríase que las tiene él por genialidades e
intemperancias del divino Salvador. A bien que sabe usarlas él mismo muy
reciamente contra los irritables ultramontanos, que con sus exageraciones
comprometen cada día la causa de una Religión que toda es paz v amor. Contra
éstos anda acerbo y duro el buen resabiado, contra éstos es amargo su celo y
agria su polémica y agresiva su caridad. Por él exclamó el P. Felix en un
discurso célebre, a propósito de las acusaciones de que era objeto en persona
del gran Veuillot: "Señores, amemos y respetemos hasta a nuestros
amigos". Pero no; el buen resabiado no lo hace así: guarda todos sus
tesoros de tolerancia y de caridad liberal para los enemigos jurados de su fe.
¡Es claro, como que el infeliz los ha de atraer! En cambio, no tiene más que
el sarcasmo y la intolerancia cruel para sus más heroicos defensores. En suma.
al buen resabiado, aquello de la oposición per diametrum del Padre San Ignacio
en sus Ejercicios espirituales, nunca le pudo entrar. No conoce más táctica
que la de atacar por los flancos, que en religión suele ser la más cómoda,
pero no la más decisiva. Bien quisiera él vencer, pero a trueque de no herir
al enemigo ni causarle mortificación o enfado. El nombre de guerra le alborota
los nervios mas le acomoda la pacífica discusión. Está por los Círculos
liberales en que se perorea y delibera, no por las Asociaciones ultramontanas en
que se dogmatiza e increpa. En una palabra, si por sus frutos se conoce al
liberal fiero y al manso, por sus acciones principalmente es como al resabiado
de liberalismo se le ha de conocer.
Por
estos rasgos mal perfilados, que no llegan a diseños o bocetos, cuando menos a
verdaderos y acabados retratos, será fácil conocer muy luego a cualquiera de
los tipos de la familia en sus diversas gradaciones. Resumiendo en pocas
palabras el rasgo más característico de su respectiva fisonomía, diremos que
el liberal fiero ruge su Liberalismo; el liberal manso lo perora; el pobre
resabiado lo suspira y gimotea.
Todos
son peores, como decía de su padre y madre aquel pillete del cuento; pero al
primero le paraliza muchas veces su propio furor; al tercero su condición híbrida,
de suyo infecunda y estéril. El segundo es el tipo satánico por excelencia, y
el que en nuestros tiempos produce el verdadero estrago liberal.
XIX.
DE LAS PRINCIPALES REGLAS DE PRUDENCIA CRISTIANA QUE DEBE OBSERVAR EL BUEN CATÓLICO
EN SU TRATO CON LIBERALES.
Y
no obstante, ¡oh lector! con
liberales fieros y mansos, o con católicos miserablemente resabiados de
Liberalismo, hay que vivir en el siglo presente como con arrianos se vivió en
el cuarto, y con pelagianos en el quinto, y con jansenistas en el decimoséptimo.
Y no es posible dejar de alternar con ellos, porque se los encuentra uno por
todas partes, en el negocio, en las diversiones, en las visitas hasta en la
iglesia tal vez, hasta en la propia familia. ¿Cómo se habrá, pues, de portar
el buen católico en sus relaciones con tales apestados? ¿Cómo podrá prevenir
y evitar, o disminuir por lo menos, ese constante riesgo de infección?
Dificilísimo
es señalar reglas precisas para cada caso. Sin embargo, máximas generales de
conducta se pueden muy bien indicar, dejando a la prudencia de cada uno lo
concreto e individual de su aplicación.
Parécenos
que ante todo conviene distinguir tres clases de relaciones que se pueden
suponer entre un católico y un liberal, o sea entre un católico y el
Liberalismo. Decimos así porque las ideas en la práctica no se pueden
considerar separadas de las personas que las profesan y sustentan. El
Liberalismo ideológico es puro concepto intelectual: el Liberalismo real y práctico
son las instituciones, personas, libros y periódicos liberales. Tres clases,
pues de relaciones se pueden suponer entre un católico y el Liberalismo
Relaciones necesarias.
Relaciones
útiles.
Relaciones
de pura afición o placer.
Relaciones
necesarias. Son las que inevitablemente trae a cada cual su estado o posición
particular. Así son las que deben mediar entre hijos y padre, marido y mujer,
hermanos y hermanas, súbditos y superiores, amos y criados, discípulos y
profesores, etc. Claro es que si un buen hijo tiene la desdicha de que su padre
sea liberal. no por eso le ha de abandonar; ni la mujer al marido; ni el hermano
o pariente a otro de la familia, más que en los casos en que el Liberalismo en
los tales llegase a exigir de su súbdito respectivo actos esencialmente
contrarios a la Religión, y que indujesen a formal apostasía de ella. No
cuando solamente impidiesen la libertad de cumplir los preceptos de la Iglesia;
pues sabido es que la Iglesia no entiende obligar a los tales sub gravi
incommode. En todos estos casos debe el católico soportar con paciencia su dura
situación; rodearse de todas las precauciones para evitar el contagio del mal
ejemplo, como se aconseja en todos los libros al tratar de las ocasiones próximas
necesarias; tener muy levantado el corazón a Dios, y rogar cada día por su
propia salvación y por la de las infelices víctimas del error: rehuir todo lo
posible la conversación o disputa sobre tales materias o no entrar en ellas
sino muy pertrechado de armas ofensivas y defensivas. Buscar éstas en la
lectura de libros y periódicos sanos a juicio de un prudente director;
contrapesar la inevitable influencia de tales personas inficionadas con el trato
frecuente de otras de autoridad y luces que estén en clara posesión de la sana
doctrina, obedecer al superior en todo lo que no se oponga a la fe y moral católica
pero renovar cada día el firme propósito de negar la obediencia a quien quiera
que sea, en lo que directa o indirectamente sea opuesto a la integridad del
Catolicismo. Y no desmaye el que en esa situación se encontrare. Dios, que ve
sus luchas, no le faltará con El auxilio conveniente. Hemos reparado que los
buenos católicos de países liberales y de familias liberales suelen
distinguirse, cuando son verdaderamente buenos, por cierto especial vigor y
temple de espíritu. Es este el constante proceder de la gracia de Dios, que allí
alienta con más firmeza donde más apurada y apretada ve la necesidad.
Relaciones
útiles. Otras relaciones hay que no son absolutamente indispensables, pero que
lo son moralmente, por cuanto sin ellas no es apenas posible la vida social, que
toda estriba en un cambio de servicios. Tales son las relaciones de comercio,
las de empresarios y trabajadores, las del artesano con sus parroquianos, etc.
En éstas no hay la estrecha sujeción que en las del grupo anterior; puede
hacerse, pues, alarde de mayor independencia. La regla fundamenta es no ponerse
en contacto con tales gentes más que por el lado en que sea preciso engranar
con ellas para el movimiento de la máquina social. Si es comerciante, no trabar
con ellas otras relaciones que las de comercio; si es criado, ningunas otras más
que las de servicio; Si es artesano, no otras que los de toma y daca relativas a
su profesión guardando esta prudencia, se puede vivir sin menoscabo de la fe,
aun en medio de un pueblo de judíos. Sin olvidar las demás prevenciones
generales recomendadas en el grupo anterior, y teniendo en cuenta que aquí no
media razón alguna de vasallaje, y que de la independencia católica conviene
hacer alarde en frecuentes ocasiones para imponer respeto con ella a los que
creen poder anonadarnos con su desvergüenza liberal. Mas si llegase el caso de
una imposición descarada, débese repelerla con toda franqueza y erguirse ante
el descaro del sectario con todo el noble y santo descaro del discípulo de la
fe.
Relaciones
de mera afición. Estas son las que contraemos y sostenemos libremente con sólo
quererlo. Con liberales debemos abstenernos libremente con sólo quererlo. Con
liberales debemos abstenernos de ellas como de verdaderos peligros para nuestra
salvación Aquí tiene lugar de lleno la sentencia del Salvador: El que ama el
peligro perecerá en él. ¿Cuesta? Rómpase el lazo peligroso, aunque mucho
cueste. Tengamos presente para eso las siguientes consideraciones, que sin duda
nos convencerán o por lo menos nos confundirán si no nos convencen. Si aquella
persona estuviese atacada de mal físico contagioso, ¿la frecuentaría? Sin
duda que no. Si tu trato con ella comprometiese tu reputación mundana, ¿lo
mantendrías? Pues, cierto que no. Si profesase ideas injuriosas con respecto a
tu familia, ¿la fueras a visitar? Clarito que no. Pues bien: miremos en este
asunto de honra divina y de espiritual salud lo que nos dicta la humana
prudencia con respecto a los propios intereses y honra humana. Sobre esto le habíamos
oído decir a persona de gran jerarquía hoy en la Iglesia de Dios: "¡Nada
con liberales; no frecuentéis sus casas; no cultivéis sus amistades!" A
bien que antes lo había dicho ya de sus congéneres el Apóstol: Ne
commiscemini: "No os relacionéis con ellos", (1 Corinth. V, 9). Cum
hujusmodi nec cibum sumere: "Con ellos ni sentarse a la mesa." (Ibid.
V, 11).
¡Horror,
pues a la herejía, que es el mal sobre todo mal! En país apestado lo primero
que se procure es aislar. ¡Quién nos diese hoy poder establecer cordón
sanitario absoluta entre católicos y sectarios del Liberalismo!.
XX.
DE CUÁN NECESARIO SEA PRECAVERSE CONTRA
LAS
LECTURAS LIBERALES.
Si
esta conducta conviene observar con las personas, mucho más conveniente, y por
suerte mucho más fácil, es observarla con las lecturas.
El
Liberalismo es sistema completo, como el Catolicismo, aunque en sentido inverso.
Tiene, pues, sus artes, ciencias, letras, economía, moral, es decir, un
organismo enteramente propio y suyo animado por su espíritu, marcado con su
sello y fisonomía. También lo han tenido las más poderosas herejías, como,
por ejemplo, el arrianismo en la antigüedad y el jansenismo en los siglos
modernos. Hay, pues, no sólo periódicos liberales, sí que libros liberales o
resabiados de Liberalismo, y los hay en abundancia, y triste es decirlo, en
ellos se apacienta principalmente la generación actual y por esto, aun sin
saberlo o advertirlo, son tantos los que se encuentran miserablemente
contagiados.
¿Qué
reglas hay que dar para este caso?
Análogas
o casi iguales a las que se han dada con relación a las personas. Vuélvase a
leer lo dicho poco ha, y aplíquese a los libros lo que de los individuos se
dijo. No es trabajo difícil, y ahorrará a nosotros y a los lecturas la
molestia de la repetición.
Una
cosa solo advertiremos aquí, que especialmente se refiere a esta materia. Y es
que nos guardemos de deshacernos en elogios de libros liberales, sea cual fuere
su mérito científico o literario, a menos que no hagamos tales elogios sino
con grandísimas reservas y salvando siempre la reprobación que merecen por su
espíritu o sabor liberal. Y hacemos hincapié en esto, porque son muchos los
católicos bonachones (aun en el periodismo católico), que, para que les tengan
por imparciales, y por darse barniz de ilustración, que siempre halaga, tocan
el bombo y soplan la trompeta de la Fama en favor de cualquier obra científica
o literaria que nos venga del campo liberal; y dicen que hacerlo así es probar
que a los católicos no nos duele reconocer el mérito donde quiera que lo
veamos, que así se atrae al enemigo (maldito sistema de atracción, que viene a
ser nuestro juego de gana pierde! pues insensiblemente somos nosotros los atraídos);
que, finalmente, no hay peligro alguno en esto, y si notorio espíritu de
equidad. ¡Qué pena nos dio hace pocas meses leer en un periódico
fervorosamente católico repetidos elogios y recomendaciones de un poeta célebre
que ha escrito, en odio a la Iglesia, poemas como la Visión de Fr Martín y La
última Lamentación de Lord Byron! ¿Qué importa sea o no grande su mérito
literario, si con este su mérito literario, nos asesina las almas que hemos de
salvar? Lo mismo fuera guardarle consideración al bandido por brillo de la
espada con que nos embiste, o por los bellos dibujos que adornan el fusil con
que nos dispara. La herejía envuelta en los artificiosos halagos de una rica
poesía, es mil veces más mortífera que la que sólo se da a tragar en los áridos
y fastidiosos silogismos de la escuela. La gran propaganda herética de casi
todos los siglos, leo en las historias, que la han ayudado a hacer los sonoros
versos. Poetas de propaganda tuvieron los arrianos; tuviéronlos los luteranos,
que muchos se preciaban, con su Erasmo, de cultos humanistas; de la escuela
jansenista de Arnaldo, de Nicole y de Pascal no hay que decir que fue
esencialmente literaria. Voltaire ya se sabe a qué debió los principios y sostén
de su espantosa popularidad. ¿Cómo hemos, pues, de hacernos cómplices los católicos
de tales sirenas del infierno, y darles nombre y fama, y ayudarlos en su obra de
fascinación y corrupción de la juventud? El que lee en nuestros periódico que
tal o cual poeta es admirable poeta, aunque liberal; va y coge y compra en la
librería aquel admirable poeta, aunque liberal; y lo traga y devora, aunque
liberal; y lo digiere e inficiona con él su sangre, aunque liberal; y tórnase
a la postre el desdichado lector liberal como su autor favorito. ¡Cuántas
inteligencias y corazones echó a perder el infeliz Espronceda! ¡Cuántas el
impío Larra! ¡Cuántas casi hoy día el malhadado Bécquer! Por no citar
nombres de vivos; que nos costara por cierto citarlos a docenas. ¿Por qué le
hemos de hacer a la Revolución el servicio de pregonar sus glorias infaustas?
¿A título de qué? ¿De imparcialidad? No, que no debe haber imparcialidad en
ofensa de lo principal, que es la verdad. Una mala mujer es infame por bella que
sea, y es más peligrosa cuanto es más bella. ¿Acaso por título de gratitud?
No, porque los liberales más prudentes que nosotros, no recomiendan lo nuestro
aunque sea tan bello como lo suyo, antes procuran obscurecerlo con la crítica o
enterrarlo con el silencio.
De
San Ignacio de Loyola dice su ilustre historiador, el P. Ribadeneyra, que era
tan celoso de esto, que nunca permitió se leyese en sus clases obra alguna del
famoso humanista de su época Erasmo de Rotterdan, a pesar de que muchos de sus
elegantes escritos no se referían a religión, sólo porque en la mayor parte
de ellos mostraba saber protestante.
Del
P. Fáber, a quien no se tachará de poco ilustrado, intercalamos aquí un
precioso fragmento a propósito de sus famosos compatricios Milton y Byron. Decía
así el gran escritor inglés, en una de sus hermosísimas cartas: ¿No
comprendo la extraña anomalía de las gentes de salón, que citan con elogio a
hombres como Milton y Byron, manifestando al mismo tiempo que aman a Cristo y
ponen en El toda esperanza de salvación. Se ama a Cristo y a la Iglesia, y se
alaba en sociedad a los que de Ellos blasfeman; se truena y se habla contra la
impureza como cosa odiosa a Dios, y se celebra a un ser cuya vida y obras han
estado saturadas de ella. No puedo comprender la distinción entre el hombre y
el poeta, entre los pasajes puros y los impuros. Si un hombre ofende Al objeto
de mi amor, no puedo recibir de él consuelo ni placer, y no puedo concebir que
con amor ardiente y delicado hacia nuestro Salvador puedan gustar las obras de
su enemigo. La inteligencia admite distinciones pero el corazón, no. Milton (
maldita sea la memoria del blasfemo! ) pasó gran parte de su vida escribiendo
contra la divinidad de mi Señor, mi única fe, mi único amor; este pensamiento
me envenena. Byron, hollando sus deberes para con su patria y todos los afectos
naturales, se rebajó vergonzosamente, vistiendo con hermosos versos el crimen y
la incredulidad. El monstruo que puso (¿me atreveré a escribirlo?) a
Jesucristo al nivel y como compañero de Júpiter y de Mahoma, no es para mí
otra cosa que bestia fiera, hasta en sus pasajes más puros, y nunca me he
arrepentido de haber arrojado al fuego en Oxford una hermosa edición de sus
obras en cuatro volúmenes... Inglaterra no necesita a Milton. ¿Cómo puede
necesitar mi país una política, un valor, un talento o cualquier otra cosa que
esté maldita de Dios; ¿Y cómo el Eterno Padre puede bendecir el talento y la
obra de quien en prosa y en verso ha renegado' ridiculizado y blasfemado la
divinidad de su Hijo? Si
quis non amat Dominum Nostram Jesum Christam, sit anathema. Así
decía San Pablo.,
En
tales términos escribía el gran literato católico inglés, una de las más
grandes figuras literarias de la Inglaterra moderna. Eso escribía cuando no había
hecho aún su completa abjuración del Protestantismo. Así ha discurrido
siempre la sana intransigencia católica, así habló siempre el buen sentido de
la fe.
Asómbrame
que se hayan tenido tantas polémicas sobre si conviene o no la educación clásica,
basada en el estudio de los autores griegos y latinos de la pagana antigüedad,
a pesar de lo que les disminuye a éstos su eficacia la distancia de los siglos,
el mundo distinto de ideas y costumbres y la diversidad del idioma. Asómbrame
esto, y que apenas nada se haya escrito sobre lo venenoso y letal de la educación
revolucionaria, que sin escrúpulo se da o se tolera dar por muchos católicos a
la juventud.
XXI.
DE LA SANA INTRANSIGENCIA CATÓLICA EN OPOSICIÓN A LA FALSA CARIDAD LIBERAL.
¡Intransigente!
¡Intransigencia! Oigo exclamar aquí a una porción de mis lectores más o
menos resabiados, tras la lectura del capitulo anterior. ¡Qué modo de resolver
la cuestión tan poco cristiano! ¿Son o no prójimos, como cualquier otro, los
liberales? ¿A dónde vamos a parar con estas ideas? ¿Cómo tan descaradamente
se recomienda contra ellos el desprecio de la caridad?
"¡Ya
apareció aquello!", exclamaremos nosotros a nuestra vez. Ya se nos echo en
nosotros Io de la "falta de caridad". Vamos, pues, a contestar también
a este reparo, que es para algunos el verdadero caballo de batalla de la cuestión.
Si no lo es, sirve a lo menos a nuestros enemigos de verdadero parapeto. Es,
como muy a propósito ha dicho un autor, hacer bonitamente servir a la caridad
de barricada contra la verdad.
Sepamos ante todo qué significa la palabra caridad.
La
teología católica nos da de ella la definición por boca de un órgano el más
autorizado para la propaganda popular, que es el sabio y filosófico Catecismo.
Dice así: Caridad es una virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios
sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. De
esta definición, después de la parte que a Dios se refiere, resulta que
debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y esto no de cualquier manera,
sino en orden y con sujeción a la ley de Dios y por amor de Dios.
Ahora
bien: ¿Qué es amar? Amare est velle bonum, dice la filosofía: "Amar es
querer bien a quien se ama",. ¿Y a quién dice la caridad que se ha de
amar o querer bien? Al prójimo, esto es, no a tal o cual hombre solamente, sino
a todos los hombres. ¿Y cuál es este bien que se le ha de querer para que
resulte verdadero amor? Primeramente el bien supremo de todos, que es el bien
sobrenatural: luego después, los demás bienes de orden natural, no
incompatibles con aquél. Todo lo cual viene a resumirse en aquella frase
"por amor de Dios,", y tras mil de análogo sentido.
Síguese,
pues, de ahí, que se puede amar y querer bien al prójimo (y mucho) disgustándole,
y contrariándole, y perjudicándole materialmente, y aun privándole de la vida
en alguna ocasión. Todo estriba en examinar si, en aquello que se le disgusta o
contraría o mortifica, se obra o no en bien suyo, o de otro que tenga mas
derecho que él a este bien, o simplemente en mayor servicio de Dios.
1.°
O en bien suyo. Si claramente aparece que disgustando y ofendiendo al prójimo
se obra en bien suyo, claro está que se le ama aún en aquello en que por su
bien se le disgusta y contraría. Así al enfermo se le ama abrasándole con el
cauterio o cortándole la gangrena con el bisturí; al malo se le ama corrigiéndole
con la reprensión o el castigo, etc. Todo lo cual es excelente caridad
2º
O en bien de otro prójimo que tenga derecho mejor. Sucede frecuentemente que
hay que disgustar a uno, no en bien propio suyo, sino para librar de un mal a
otro a quien el primero se lo procure causar. En este caso es ley de caridad
defender al agredido de la violencia injusta del agresor, y se puede hacer mal a
éste cuanto sea preciso o conveniente para la defensa de aquél. Así sucede
cuando en defensa del pasajero, a quien acomete el ladrón, se mata a éste. Y
entonces matar o dañar, o de otra cualquier manera ofender al injusto agresor,
es acto de verdadera caridad.
3.°
O en el debido servicio de Dios. El bien de todos los bienes es la divina
gloria, como el prójimo de todos los prójimos es para el hombre su Dios. De
consiguiente, el amor que se debe a los hombres, como prójimos, debe entenderse
siempre subordinado al que debemos todos a nuestro común Señor. Por su amor y
servicio, pues, se debe (si es necesario) disgustar a los hombres; se debe (si
es necesario) herirlos y matarlos. Adviértase la fuerza de los paréntesis (si
es necesario), lo cual dice claramente el caso único en que exige tales
sacrificios el servicio de Dios. Así en guerra justa, como se hieren y se matan
hombres por el servicio de la patria, se pueden herir y matar hombres por el
servicio de Dios; y como con arreglo a la ley se pueden ajusticiar hombres por
infracción del Código humano, pues dense en sociedad católicamente organizada
ajusticiar hombres por infracción. del Código divino, en lo que obliga éste
en el mero externo. Lo cual justifica plenamente a la maldecida Inquisición.
Todo lo cual (cuando tales actos sean necesarios y justos ) son actos de virtud,
Y pueden ser imperados por la caridad.
No lo entiende así el Liberalismo moderno, pero entiende mal en no entenderlo
así. Por esto tiene y da a los suyos una falsa noción de la caridad, y
aturrulla y apostrofa a todas horas a los católicos firmes, con la decantada
acusación de intolerancia e intransigencia. Nuestra fórmula es muy clara y
concreta. Es la siguiente: La suma intransigencia católica es la suma católica
caridad. Lo es en orden al prójimo por su propio bien, cuando por su propio
bien le confunde y sonroja y ofende y castiga. Lo es en orden al bien ajeno,
cuando por librar a los prójimos del contagio de un error desenmascara a sus
autores y fautores, les llama con sus verdaderos nombres de malos y malvados,
los hace aborrecibles y despreciables como deben ser, los denuncia a la execración
común, y si es posible, al celo de la fuerza social encargada de reprimirlos y
castigarlos. Lo es, finalmente, en orden a Dios cuando por su gloria y por su
servicio se hace necesario prescindir de todas las consideraciones, saltar todas
las vallas, lastimar todos los respetos, herir todos los intereses, exponer la
propia vida y la de los que sea preciso para tan alto fin.
Y
todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor, y por esto es suma
caridad, y los tipos de esta intransigencia son los héroes mas sublimes de la
caridad, como la entiende la verdadera Religión. Y porque hay pocos
intransigentes, hay en el día pocos caritativos de veras. La caridad liberal
que hay está de moda es en la forma el halago y la condescendencia y el cariño;
pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos bienes del hombre y
de los supremos intereses de la verdad y de Dios.
XXII.
DE LA CARIDAD EN LO QUE SE LLAMA LAS FORMAS DE LA POLÉMICA,
Y
SI TIENEN EN ESO RAZÓN LOS LIBERALES CONTRA LOS
APOLOGISTAS
CATÓLICOS.
Mas
no es este último principalmente el terreno en que coloca la cuestión. el
Liberalismo, porque sabe que en el de los principios sería irremediablemente
vencido. Mas a menudo acusa a los católicos su propaganda, y en este punto es
donde, como hemos dicho, suelen hacer especial hincapié ciertos católicos
buenos en el fondo, pero resabiados de la maldita paste liberal. ¿Qué hay,
pues, sobre el particular?
Hay
lo siguiente: Que tenemos razón los católicos en esto como en lo demás, y no
la tienen, ni sombra de ella, los liberales Fijémonos para esto en los
siguientes puntos:
1.°
Puede claramente el católico decir a su adversario liberal, que lo es. Nadie
pondrá en duda esta proposición. Si tal autor o periodista o diputado empieza
por jactarse de Liberalismo, y no oculta poco ni mucho sus ideas o aficiones
liberales ¿qué injuria se le hace en llamarle liberal? Es principio de
derecho: Si palam res est, repetitio injuriam non est: "No hay injuria en
decir lo que está a la vista de todos". Mucho menos en decir del prójimo
lo que él mismo dice a todas horas de sí . ¿Cuántos liberales, no obstante,
particularmente del grupo de los mansos o templados, tienen a gran injuria que
los llamen liberales o amigos del Liberalismo un adversario católico?
2º
Dado que el Liberalismo es cosa mala, no es faltar a la caridad llamar malos a
los defensores públicos y conscientes del Liberalismo. Es en sustancia aplicar
al caso presente la ley de justicia que se ha aplicado en todos los siglos.
Los
católicos de hoy no hacemos innovación en este punto, nos atenemos a la práctica
constante de la antigüedad. Los propagadores y fautores de herejías han sido
en todos tiempos llamados herejes. como los autores de ellas. Y como la herejía
ha sido siempre considerada en la Iglesia como gravísimo mal, a tales fautores
y propagadores ha llamado siempre la Iglesia malos y malvados. Regístrense las
colecciones de los autores eclesiásticos. Véase cómo trataron los Apóstoles
a los primeros heresiarcas, y cómo siguieron tratándolos los Santos Padres, cómo
los han seguido tratando los modernos controversistas y la misma Iglesia en su
lenguaje oficial. No hay, pues, falta de caridad en llamar a lo malo, malo; a
los autores, fautores y seguidores de lo malo, malvados; y al conjunto de todos
sus actos, palabras y escritos, iniquidad, maldad, perversidad. El lobo fue
llamado siempre lobo a secas, y nunca se creyó hacer mala obra al rebaño ni a
su dueño con llamarle y apostrofarle así.
3.º
Si la propaganda del bien y la necesidad de atacar el mal exigen el empleo de
frases duras contra los errores y sus reconocidos corifeos, éstas pueden
emplearse sin faltar a la caridad. Es éste un corolario o consecuencia del
principio anterior. Al mal debe hacérsele aborrecible y odioso; y no puede hacérsele
tal, sino denostándolo como malo y perverso y despreciable. La oratorio
cristiana de todos los siglos autoriza el empleo de las figuras retóricas más
vivas contra la impiedad. En los escritos de los grandes atletas del
Cristianismo es continuo el uso de la ironía, de la imprecación, de la
execración, de los epítetos depresivos. La ley de todo esto deben ser únicamente
la oportunidad y la verdad.
Hay
otra razón además. La propaganda y apologética popular (y siempre es popular
la religiosa) no puede guardar las formas enguantadas y sobrias de la academia y
de la escuela. No se convence al pueblo sino hablándole al corazón y a la
imaginación, y éstos sólo se emocionan con la literatura calurosa y encendida
y apasionada. No es malo el apasionamiento producido por la santa pasión de la
verdad. Las llamadas intemperancias del moderno periodismo ultramontano, aparte
de ser muy flojas comparadas con las del periodismo liberal (ejemplos recientes
tenemos por ahí cerca), están justificadas con sólo abrir por cualquier página
las obras de los grandes polemistas católicos de los mejores tiempos.
El Bautista empezó por llamar a los fariseos "raza de víboras".
Cristo Dios no se abstuvo de apostrofarlos con los epítetos de "hipócritas,
sepulcros blanqueados, generación malvada y adúltera", sin que creyese
por ello manchar la santidad de su mansísima predicación. San Pablo decía de
los cismáticos de Creta, "qua eran mentirosos, malos bestias, barrigones,
perezosos". Al seductor Elimas Mago llámale el mismo Apóstol hombre lleno
de todo fraude y embuste hijo del diablo, enemigo de toda verdad y
justicia".
Si
abrimos las colecciones de los Padres, no topamos más que con rasgos de esta
naturaleza, que no dudaron emular a cada paso en su eterna polémica con los
herejes. Citaremos tan sólo uno que otro de los principales. San Jerónimo,
disputando con el hereje Vigilancio, le echo en cara su antigua profesión de
tabernero, y le dice: "Otras cosas aprendiste (y no teología) desde tu
temprana edad; a otros estudios te has dedicado. No es por cierto cosa que pueda
ejecutar bien un mismo hombre, averiguar el valor de las monedas y el de los
textos de la Escritura; catar los vinos y tener inteligencia de los Profetas y
de los Apóstoles". Y se ve que el Santo controversista les tenía afición
a esos modos de desautorizar al adversario, pues en otra ocasión, atacando al
mismo Vigilancio, que negaba la excelencia de la virginidad y del ayuno, pregúntale
con festiva donaire "si lo predicaba así para no perder el consumo de su
taberna." ¡Oh' ¡cuántas cosas hubiera dicho un crítico liberal, si eso
hubiese escrito contra un hereje de hay uno de nuestros controversistas!
¿Qué
diremos de San Juan Crisóstomo en su famosa invectiva contra Eutropio, que en
personal y agresiva no tiene comparación con las tan agrias de Cicerón contra
Catilina o contra Verres? El melifluo Bernardo no era ciertamente de miel al
tratar con los enemigos de su fe. A Arnaldo de Brescia (gran agitador liberal de
su siglo) le llama con todas las letras "seductor, vaso de injurias,
escorpión, lobo cruel." El buen Santo Tomás de Aquino olvida la calma de
sus fríos silogismos para dirigirse en vehemente apóstrofe contra su
adversario Guillermo de SaintAmour y sus discípulos, Y llamarlo a boca llena
"enemigos de Dios, ministros del diablo, miembros del Anticristo,
ignorantes, perversos, réprobos." Nunca dijo tanto el insigne Luis
Veuillot. El dulcísimo San Buenaventura increpa a Geraldo con los epítetos de
"imprudente' calumniador, espíritu maléfico, impío, impúdico,
ignorante, embustero, malhechor, pérfido e insensato." Al llegar a la época
moderna se nos presenta el tipo encantador de San Francisco de Sales, que por su
exquisita delicadeza y mansedumbre mereció ser llamado viva imagen del
Salvador. ¿Creéis que les guardó consideración alguna a los herejes de su
tiempo y país? ¡Ca! Les perdonó sus injurias, les colmó de beneficios,
procuró hasta salvar la vida a quien había atentado contra la suya. Llegó a
decir a un su rival: "Si me arrancaseis un ojo, no dejaría con el otro de
miraros como hermanos". Pues bien; con los enemigos de su fe no guardaba
clase alguna de temperamento o consideración. Preguntado por un católico si
podía decir mal de un hereje que esparcía sus venenosas doctrinas, le contestó:
"Si, podéis. con tal que no digáis de él cosa contraria a la verdad, y sólo
por el conocimiento que tengáis de su mal modo de vivir; hablando de lo dudoso
como dudoso, y según el grado mayor o menor de duda que sobre eso tengáis."
Más claro lo dejó dicho en su Filolea, libro tan precioso como popular. Dice
así: "Los enemigos declarados de Dios y de la Iglesia deben ser
vituperados lo más que se pueda. La caridad obliga a cada cual a gritar: "¡Al
lobo!" cuando éste se ha metido en el rebaño, y aun en cualquier lugar en
que se le encuentre."
¿Habrá necesidad de dar a nuestros enemigos un curso práctico de retórica y
de critica literaria? He aquí lo que hay sobre la tan decantada cuestión de
las formas agresivas de los escritores ultramontanos, vulgo católicos
verdaderos. La caridad nos prohíbe hacer a otros lo que razonablemente no hemos
de querer para nosotros Nótese el adverbio razonablemente, en el cual está
todo el quid de la cuestión. La diferencia esencial de nuestro modo de ver y
del de los liberales en este asunto, estriba en que estos señores consideran a
los apóstoles del error como simples ciudadanos libres, que en uso de su
perfecto derecho, opinan de otro modo en Religión, y así se creen obligados a
respetar aquélla su opinión y a no contradecir la más que en los términos
de una discusión libre; al paso que nosotros no vemos en ellos sino enemigos
declarados de la fe que estamos obligados a defender, y en sus errores no
miramos libres opiniones, sino formales herejías y maldades, como enseña la
ley de Dios. Con razón, pues, dice un gran historiador católico a los enemigos
del Catolicismo: "Vosotros os hacéis infames con nuestras acciones; pues
bien, yo os acabaré de cubrir de infamia con mis escritos." Y por igual
tenor enseñaba a la viril generación romana de los primeros tiempos de Roma la
ley de las Doce tablas: Adversus Lostem aeterna auctoritas esto. Que se podría
traducir: "a los enemigos, guerra sin cuartel.
XXIII.
SI ES CONVENIENTE AL COMBATIR EL ERROR, COMBATIR Y DESAUTORIZAR LA PERSONALIDAD
DEL QUE LO SUSTENTA Y PROPALA .
Pero
dirá alguno: "Pasa esto con las doctrinas en abstracto", ¿es
conveniente el combatir el error, por más que sea error cebarse y encarnizarse
en la personalidad del que lo sustentan.
Responderemos a eso, que muchísimas veces sí, es conveniente, y no sólo
conveniente, sino indispensable y meritorio ante Dios y ante la sociedad. Y
aunque bien pudiera deducirse esta afirmación de lo que llevamos anteriormente
expuesto, queremos todavía tratarla exprofeso aquí, pues es grandísima su
importancia.
En
efecto; no es poco frecuente la acusación que se hace al apologista católico
de andarse siempre con penalidades; y cuando se le ha echado en cara a uno de
los nuestros lo de que comete una personalidad, paréceles a los liberales y a
los resabiados de Liberalismo, que ya no hay más que decir para condenarle.
Y
no obstante no tienen razón; no, no la tienen. Las ideas malas han de ser
combatidas y desautorizadas, se las ha de hacer aborrecibles y despreciables y
detestables a la multitud, a la que intentan embaucar y seducir. Mas da la
casualidad de que las ideas no se sostienen por sí propias en el aire, ni por sí
propias se difunden y propagan, ni por sí propias hacen todo el daño a la
sociedad. Son como las flechas y balas que a nadie herirían si no hubiese quien
las disparase con el arco o con el fusil. Al arquero y al fusilero se deben
dirigir, pues, primeramente los tiros del que desee destruir su mortal puntería,
y todo otro modo de hacer la guerra sería tan liberal como se quisiese, pero no
tendría sentido común. Soldados con armas de envenenados proyectiles son los
autores y propagandistas de heréticas doctrinas; sus armas son el libro, el
periódico, la arenga pública, la influencia personal. No basta, pues, ladearse
para evitar el tiro, no; lo primero y más eficaz es dejar inhabilitado al
tirador. Así, conviene desautorizar y desacreditar su libro, periódico o
discurso; y no sólo esto, sino desautorizar y desacreditar en algunos casos su
persona. Sí, su persona, que este es el elemento principal del combate, como el
artillero es el elemento principal de la artillería, no la bomba, ni la pólvora,
ni el cañón. Se le pueden, pues, en ciertos casos sacar en público sus
infamias, ridiculizar sus costumbres, cubrir de ignominia su nombre y apellido Sí,
señor; y se puede hacer en prosa, en verso, en serio y en broma, en grabado y
por todas las artes y por todos los procedimientos que en adelante se puedan
inventor. Sólo debe tenerse en cuenta que no se ponga en servicio de la
justicia la mentira. Eso no; nadie en esto se salga un punto de la verdad, pero
dentro de los límites de ésta, recuérdese aquel dicho de CrétineauJoly: La
verdad es la única caridad permitida a la historia; y podría añadir: La
defensa religiosa y social.
Los
mismos Santos Padres que hemos citado prueban esta tesis. Aún los títulos de
sus obras dicen claramente que, al combatir las herejías, el primer tiro
procuraban dirigirlo a los heresiarcas Casi todos los títulos de las obras de
San Agustín se dirigen al nombre del autor de la herejía: Contra Fortunatum
manichoeum; Adversus Adamanctum; Contra Felicem; Contra Secundinum; Quis fuerit
Petilianus; De gestis Pelagii; Quis fuerit Julianus, etc. De suerte que casi
toda la polémica del grande Agustín fue personal, agresiva, biográfica, por
decirlo así, tanto como doctrinal; cuerpo a cuerpo con el hereje tanto como
contra la herejía. Y así podríamos decir de todos los Santos Padres.
¿De
dónde ha sacado, pues, el Liberalismo la novedad de que al combatir los errores
se debe prescindir de las personas, y aun mimarlas y acariciarlas? Aténgase a
lo que le enseña sobre esto la tradición cristiana, y déjenos a los
ultramontanos defender la fe como se ha defendido siempre en la Iglesia de Dios.
¡Que hiera la espada del polemista católico, que hiera y que vaya derecha al
corazón; que esta es la única manera real y eficaz de combatir! .
XXIV.
RESUÉLVESE UNA OBJECIÓN A PRIMERA VISTA GRAVE CONTRA LA DOCTRINA DE LOS DOS
CAPÍTULOS PRECEDENTES.
Dificultad,
a primera vista gravísima, puede al parecer oponerse por nuestros contrarios a
la doctrina que en los anteriores capítulos acabamos de sentar. Nos conviene
dejar de esos escrúpulos (o lo que fueren) limpio y desembarazado nuestro
camino.
El
Papa, dicen, es cierto, ha recomendado diferentes veces a los periódicos católicos
la templanza y moderación en las formas de la polémica, la observancia de la
caridad, el huir las maneras agresivas, los epítetos denigrantes y las
injuriosas personalidades. Y esto dirán ahora, es lo diametralmente opuesto a
cuanto acabáis de exponer.
Vamos
a demostrar que no hay contradicción ¡válganos Dios entre estas nuestras
indicaciones y los sabios consejos del Papa. Y no nos costará, por fortuna,
ponerlo patente.
En efecto: ¿a quién se ha dirigido el Papa en esas sus repetidas
exhortaciones? Siempre a la prensa católica, siempre a los periodistas católicos,
siempre suponiendo que lo son. De consiguiente, es evidente que al dar tales
consejos de moderación y templanza, los refirió a católicos que trataban con
otros católicos cuestiones libres entre ellos; no a católicos que sostenían
contra anticatólicos declarados el recio combate de la fe.
Es
evidente que no aludió a las incesantes batallas entre católicos y liberales;
que por lo mismo que el Catolicismo es la verdad y el Liberalismo la herejía,
han de reputarse en buena lógica batallas entre católicos y herejes. Es
evidente que quiso se entendiesen sus consejos sólo en relación con nuestras
disidencias de familia, que no pocas son por desgracia, y que no pretendió que
con los eternos enemigos de la Iglesia y de la fe luchásemos nosotros con armas
sin filo y sin punta, usadas sólo en justas y torneos. De consiguiente, no hay
oposición entre la doctrina sentada por nosotros y la que contienen los
aludidos Breves y Alocuciones de Su Santidad Porque la oposición en buena lógica
debe ser ejusdem, de eodem el secundum idem. Y aquí nada de esto tiene lugar.
¿Y
cómo podría la palabra del Papa interpretarse rectamente de otra manera? Es
regla de sana hermenéutica que un texto de las Sagradas Letras debe
interpretarse en sentido literal, cuando a este sentido no se opone el restante
contexto de los Libros Santos; acudiendo al sentido libre o figurado cuando
aparece dicha oposición. Análogo es lo que podemos establecer al tratar de la
interpretación de los documentos pontificios.
¿Puede
suponerse al Papa en contradicción con toda la tradición católica desde
Jesucristo hasta nuestros días? ¿Pueden creerse condenados de una plumada el
estilo y manera de los más insignes apologistas y controverstista de la
Iglesia, desde San Pablo hasta San Francisco de Sales? Es evidente que no. Y es
evidente que así sería, si debiesen entenderse tales consejos de moderación y
de templanza en el sentido en que (para su conveniencia particular) los
interpreta el criterio liberal. Es, pues, sólo admisible conclusión la de que
el Papa, al dar tales consejos (que para todo buen católico deben ser
preceptos) intentó referirse, no a las polémicas entre católicos y enemigos
del Catolicismo, como son los liberales, sino a la de los buenos católicos en
sus disidencias y diferencias entre sí.
No,
no puede ser de otra manera, y lo dice el mismo sentido común. Nunca en batalla
alguna les encargó el capitán a sus soldados que no hiriesen demasiado al
adversario; nunca les recomendó blandura con él; nunca halagos y
consideraciones. La guerra es guerra; y nunca se hizo de otra manera que
ofendiendo. Sospecha lleva de ser traidor el que en el fragor del combate anda
gritando entre las filas de los leales: "¡Cuidado con que no se disguste
el enemigo! ¡no tirarle demasiado al corazón!"
Pero
¿qué más? El mismo Papa Pío IX nos dio por sí propio la interpretación auténtica
de aquellas palabras, y mostró de qué manera aquellos consejos de templanza y
moderación deben aplicarse. A los sectarios de la Comuna llamó en una ocasión
solemnísima demonios, y a los del Catolicismoliberal llamo peores que esos
demonios. Esta frase dio la vuelta al mundo, y salida de los labios mansísimos
del Papa, quedóle grabada en la frente al Liberalismo como estigma de eterna
execración. ¿Quién, después de ella. temerá excederse en la dureza de los
calificativos?
Y
las mismas palabras de la Encíclica Cum multa, de que tanto ha abusado contra
los más firmes católicos la impiedad liberal, aquellas mismas palabras en que
nuestro Santísimo Padre León XIII encarga a los escritores católicos que
"las disputas en defensa de los sagrados derechos de la Iglesia no se
logran con altercados, sino con moderación y templanza, de suerte que dé al
escritor la victoria en la contienda, más bien el peso de las razones que la
violencia y aspereza del estilo, es evidente que no pueden entenderse más que
de las polémicas entre católicos y católicos sobre el mejor modo de servir a
su causa común, no a las polémicas entre católicos y enemigos declarados del
Catolicismo, cuales son los sectarios formales y conscientes del Liberalismo.
Y
la prueba está al ojo con sólo mirar el contexto de la referida preciosísima
Encíclica.
El
Papa acaba de exhortar a que se mantengan unidas las Asociaciones y los
individuos católicos. Y después de ponderar las ventajas de esta unión, señala
como media principalísimo para conservarla esta moderación y templanza en el
estilo que acabamos de indicar.
He
aquí deducido de esto un argumento que no tiene contestación.
El
Papa recomienda la suavidad del estilo a los escritores católicos para que les
ayude a conservar la paz y la mutua unión. Es así que esta paz y mutua unión
sólo debe quererla el Papa entre católicos y católicos, y no entre católicos
y enemigos del Catolicismo. Luego la suavidad y moderación que recomienda el
Papa a los escritores sólo se refiere a las polémicas de los católicos entre
sí, nunca a las que debe haber entre católicos y sectarios del error liberal.
Más claro. Esta moderación y templanza la ordena el Papa como medio para el
fin de aquella unión. Aquel media debe, de consiguiente, caracterizarse por
este fin al que se ordena. Es así que este fin es puramente la unión entre católicos,
nunca (quia absurdum) entre católicos y enemigos del Catolicismo. Luego tampoco
debe entenderse aplicada a otra esfera aquella moderación.
XXV.
CONFÍRMASE LO ÚLTIMAMENTE DICHO CON UN MUY CONCIENZUDO ARTÍCULO DE "LA
CIVILTÁ CATTOLICA".
Dudamos
se encuentre salida a este argumento, porque no la tiene. Mas como la materia es
trascendentalísima, y ha sido objeto en estos últimos tiempos de acalorada
controversia; siendo además escasa y de flojo peso nuestra autoridad para
fallar sobre ella en definitiva; habrán de permitirnos nuestros lectores
aduzcamos aquí en pro de nuestras doctrinas voto de más reconocida, por no
decir de incontestable y de incontestada competencia.
Es
el de La Civiltá Cattolica, periódico religioso el primero del mundo, no
oficial en su redacción, pero sí en su origen, pues fue fundado por Breve
especial de Pío IX, y por él confiado a los Padres de la Compañía de Jesús.
Este periódico, pues, que no deja sosegar con sus artículos, ya en serio, ya
en sátira, a los liberales de su país, se vio varias veces reprendido de falta
de caridad por esos mismos liberales. Para contestar a estas farisaicas homilías
sobre la templanza y la caridad, publicó dicha Civiltá un artículo donosísimo
y lleno de chiste, a la por que de profunda filosofía Vamos a reproducirlo aquí
para consuelo de nuestros liberales y desengaño de tantos pobres católicos
resabiados que les hacen coro, escandalizándose a todas horas por nuestra tan
anatematizada falta de moderación.
Dicho
artículo se titula: "¡Un poco de caridad!", y es como sigue:
"Dice
De Maistre que la Iglesia y los Papas nunca pidieron para su causa más que
verdad y justicia. Todo al revés de los liberales, quienes, por cierto
saludable horror que deben naturalmente de tener a la verdad y mucho más a la
justicia, no hacen más que pedirnos a todas horas caridad.
"Cerca
de doce años ha que estamos por nuestra parte asistiendo a este curioso espectáculo
que nos dan los liberales italianos, los que no cesan un punto de mendigar
lacrimosamente fastidiosamente, desvergonzadamente nuestra caridad, suplicándonos,
puestos los brazos en cruz, en prosa y en verso, en folletos y periódicos, en
cartas públicas y privadas, anónimas y seudónimas, directa o indirectamente,
que ¡por Dios! tengamos con ellos un poco de caridad; que no nos permitamos ya
más hacer reír al prójimo a su costa; que no nos entretengamos en examinar
tan al por menor y con tantos perfiles sus elevados escritos; que no seamos tan
pertinaces en sacar a luz sus gloriosas hazañas; que hagamos vista gorda y oídos
sordos para con sus descuidos, solecismos, mentiras, calumnias y
mistificaciones; que (en una palabra) les dejemos vivir en paz.
Pues en definitiva, caridad es caridad; y que no la tengan los liberales, está
muy en su lugar y se comprende perfectamente; pero que no la usen escritores
como los de La Civiltá Cattolica, este sí, que es otro cantar.
"Justo
castigo de Dios es que los liberales, que tanto han aborrecido siempre la
publica mendicidad, hasta el punto de prohibirla en muchos países bajo pena de
cárcel, se vean ahora forzados a hacerse públicos pordioseros, pidiendo de
puerta en puerta, como pícaros reaccionarios... un poco de caridad.
Con
cuya edificante conversión al amor de la mendiguez, han imitado los liberales
aquella otra no menos célebre y edificante conversión de un rico avaro a la
virtud de la limosna. El cual, habiendo asistido una vez al sermón y oído una
exhortación muy fervorosa a la práctica de ella, de tal suerte se conmovió,
que llegó a tenerse por verdaderamente convertido. Y a la verdad, habíale
gustado sobremanera el sermón, tanto que (decía él al salir del templo) es
imposible que esos buenos cristianos que lo han escuchado no me den de vez en
cuando y desde hoy en adelante alguna cosa por caridad. Así nuestros siempre
estupendos liberalazos, después de haber demostrado con hechos y escritos (cada
cual según sus alcances) que le tienen a la caridad el mismo amor que el diablo
al agua bendita: cuando después, oyendo hablar de aquélla, vuelven en sí y
recuerdan que hay en el mundo algo que se llama la virtud de la caridad, y que
esa puede en ocasiones serles de algún provecho, muéstranse de repente
furiosamente enamorados de ella y vanla pidiendo a voz en cuello al Papa, a los
Obispos, al clero, a los frailes, a los periodistas. a todos... hasta a los
redactores de La Civiltá.
"¡Y
es preciso oírles cuán bellas razones saben aducir en su abono! A creerles a
ellos, no hablan en eso por interés propio, ¡santo Dios! sino por el interés
de nuestra Religión santísima, que tienen ellos en las entretelas del corazón,
y que no puede menos que salir muy perjudicada del modo tan poco caritativo con
que nosotros la defendemos. Hablan por el interés de los mismos reaccionarios,
y especialmente (¡quién lo creyera!) por el de nosotros mismos, los redactores
de La Civiltá Cattolica. "¿Qué necesidad tenéis, en efecto (así dicen
en tono confidencial), de meteros en esas peleas? ¿No tenéis bastantes
hostilidades que arrostrar? Sed tolerantes, y lo serán con vosotros vuestros
adversarios. ¿Qué os ganáis con este ruin oficio de perros aullando siempre
al ladrón? Y si a la postre salís de eso molidos y apaleados, ¿a quién debéis
la culpa sino a vosotros mismos, que os lo andáis buscando, al parecer, con el
mayor empeño?"
"Sabia
y desinteresada manera de discurrir, que no tiene otro defecto que el de ser muy
parecida a aquella que en la novela I pro messi spossi recomendaba a Renzo
Tramaglino el comisario de policía, cuando a las buenas quería llevarle a la cárcel,
porque presumía que a las malos el mancebo no se había de dejar conducir
"Creedme (le decía a Renzo), creedme a mí, que soy práctico en esas
cosas. Caminad pasito y en derechura, sin ladearos acá ni allá, sin que os
noten; así nadie reparará en nosotros, nadie advertirá lo que hay, y conserváis
así vuestro honor.
"Mas
aquí observa Manzoni que "de tan galanas razones Renzo no creía ni una,
ni que el comisario le quisiese a él, ni que tomase muy a pecho su honra y
reputación, ni que de veras tuviese intención alguna de favorecerle. De suerte
que tales exhortaciones no sirvieron más que de confirmarle en el designio ya
preconcebido de portarse enteramente al revés."
"Designio
que (hablando en plata) estamos muy tentados de formar también nosotros. Porque
no sabemos, a fe, persuadirnos de que a los liberales les importe poco o mucho
el daño mucho o poco que podamos causar a la Religión, o de que se tomen gran
pena por lo que realmente a nosotros pueda convenirnos. Creemos, al contrario,
que si los liberales juzgasen verdaderamente que nuestro modo de vivir
perjudicaba a la Religión, o siquiera a nosotros mismos, no solamente guardaríanse
de advertírnoslo, sino que antes bien nos alentarían con aplausos.
"Y
se nos figure que ese hacerse el celoso y ese rogarnos que modifiquemos nuestro
estilo, son clara señal de que nada pierde en eso por culpa nuestra la Religión,
y que nuestros escritos tienen algunos lectores, lo cual para el escritor no
deja de ser siempre algún consuelo.
"Y
por lo que toca a nuestro interés y al principio utilitario, toda vez que los
liberales han sido con justa razón tenidos siempre por grandes maestros en este
particular, y tienen fama de haber aplicado este principio más bien en provecho
propio que en favor nuestro, habrán de permitirnos creer, como hasta hoy hemos
creído, que en todo este negocio que se ventila sobre nuestro modo de escribir
contra ellos, no somos nosotros los que más perjudicados salimos, ni es la
Religión.
"Por
lo cual habiendo manifestado esta nuestra pobre opinión! y supuesto que las
razones que podríamos llamar intrínsecas e independientes del principio
utilitario, que alegan los liberales en favor propio y contra nuestro modo de
escribir, han sido muchas veces refutadas en las pasadas series de La Civilta
Cattolica, no nos restaría aquí más que despedir con buenos modos a esos
mendigos de nuevo cuño, advirtiéndoles hagan en adelante su oficio de abogados
en causa propia, mejor de lo que lo hacían con Renzo aquéllos dichos esbirros
del siglo XVII. Mas porque no dejan aun alguno de ellos de seguir pordioseando,
y recientemente han publicado en Perusa un opúsculo con el título: "¿Qué
es el llamado partido católico?" en que no se hace más que mendigarle a
La Civiltá Cattolica un poco de caridad, no será inútil repitamos una vez más
en. el principio de esta quinta serie las mismas antiguas respuestas contra las
mismas antiguas objeciones. Y también será eso gran obra caritativa. No
ciertamente aquella que nos piden los liberales, sino otra que tiene también su
mérito, cual es el de escucharlos con paciencia, no sabemos ya si por la centésima
vez.
No
merece menos el tono humilde y quejumbroso con que de algún tiempo acá nos
andan pidiendo un poco de caridad.
XXVI.
CONTINÚA LA HERMOSA Y CONTUNDENTE CITA DE "LA CIVILTÁ CATTOLICA".
"Si
nos piden (dice) los liberales la verdadera caridad, única que les conviene y
única que nosotros como redactores de La Civiltá Catolica les podemos y
debemos dar, tan lejos andamos de querer negársela, que, al revés, creemos habérsela
prodigado muy mucho hasta ahora, si no según todas sus necesidades, al menos
según nuestra posibilidad. Es intolerable abuso de palabras el que cometen por
ahí los liberales, diciendo que no usamos con ellos de caridad. La caridad, una
en su principio, es varia y multiforme en sus obras. Tanto usa muchas veces de
la caridad el padre que reciamente pega a su hijo, como el que le cubre de
besos. Y muy fácil es que sea muy a menudo manar para con su hijo la caridad
del padre que le besa que la del que le sacude.
Nosotros
pegamos a los liberales, no puede negarse, y les pegamos muy a menudo; con meras
palabras, por supuesto. Pero ¿se podrá decir por esto que no les amamos?, ¿que
no tenemos para con ellos caridad? Esto podráse decir más bien de lo que
contra las prescripciones de la caridad interpretan mal las intenciones del prójimo
En cuanto a nosotros, lo más que podrán decir los liberales es que la caridad
con que les tratamos no es la que ellos desean. Mas no por eso deja de ser
caridad, sí, señor, y es mucha caridad, y pues sor ellos quienes piden caridad
y nosotros quienes se la regalamos de balde, bien podrían recordar aquí aquel
viejo refrán que dice: "A caballo regalado no le mires el pelo".
"Quisieran
ellos la caridad de que les alabásemos, admirásemos, apoyásemos, o de que por
le. menos les dejásemos obrar, a sus anchas. Nosotros, al revés, no queremos
hacerles sino la caridad de gritarles, reprenderles, excitarles por mil modos a
salir de su mal camino. Cuando sueltan una mentira, o plantan una calumnia, o
pillan los bienes ajenos, quisieran esos liberales que nosotros les cubriésemos
esos y otros pecadillos veniales con el manto de la caridad. Nosotros, al
contrario, les apostrofamos de ladrones, embusteros y calumniadores, ejerciendo
con ellos la caridad más exquisita de todas, la de no adular ni engañar a
aquellos a quienes queramos bien. Cuando se les escape algún disparate
gramatical, de ortografía, de lenguaje, o simplemente de lógica, quisieran
ellos que hiciésemos sobre eso la vista gorda, y lloran y gimotean cuando de
eso les advertimos en público, quejándose de que faltamos a la caridad.
Nosotros, al revés, hacemos con ellos la buena obra de obligarles como a palpar
con sus propias manos una cosa que deben saber, y es que no son tan grandes
maestros como se les figura, que no llegan más que a medianejos estudiantes; y
así procuramos en lo que podemos, promover en Italia el cultivo de las bellas
artes, y en el corazón de esos liberales el ejercicio de la humildad cristiana,
de la cual se sabe tienen harta necesidad.
"Quisieran
sobre todo esos señores liberales que se les tomase siempre muy en serio, que
se les estimase, reverenciase, y obsequiase y tratase como personajes de
importancia; resignaríanse a que se les refutase, sí, pero sombrero en mano,
inclinando el cuerpo y baja la cabeza en reverente y humildosa actitud. De donde
vienen sus quejas cuando alguna vez se les pone en solfa, como se suele decir,
esto es, en caricatura, a ellos, los padres de la patria, los héroes del siglo,
los italianos de verdad, la "propia Italia, Como suelen decir de sí mismos
en más compendiosa expresión.. ¿Quién tiene, empero, la culpa, si es tan ridícula
esa pretensión que al mismo Eleráclito le hiciera soltar la carcajada?
"¡Pues qué! ¿Hemos de estar siempre ahogando todo movimiento natural de
risa?
"Dejarnos
reír cuando ciertamente no se puede pasar por menos, es también obra de
misericordia, que los liberales podrían otorgarnos con toda voluntad, ya que
por su parte nada les cuesta. Cualquiera comprenderá muy bien que así como
hacer reír honestamente a costa del vicio y de los viciosos es de suyo cosa muy
buena, según aquello de castigat ridendo mores, y aquello otro de ridendo
dicere vetum, quid vetat? así hacer reír alguna que otra vez a nuestros
lectores a costa de los liberales, es verdadera obra de misericordia y caridad,
para los mismos lectores, que ciertamente, no han de estar siempre serios y con
la cuerda tirante mientras leen el periódico. Y al fin y al cabo los mismos
liberales, si bien lo consideran, ganan mucho en que se rían los otros a costa
de ellos, por cuanto de esta suerte viene a conocer todo el mundo, que no son a
voces todos sus hechos tan horribles y espantables como pudiera parecer, ya que
la risa no suelen provocarla de ordinario más que las deformidades inofensivas.
"¿No
nos agradecerán alguna vez el carácter de inocentonas con que procuramos
presentar algunas de sus picardías? Y ¿cómo no advierten que no hay medio más
eficaz para lograr se corrijan de ellas, que esta chacota y risa con que se
mueve a sabiendas todo aquel que las ve por nosotros puestas en su debida luz? Y
¿cómo no ven que no tienen derecho alguno para acusarnos, cuando así lo
hacemos, de no obrar con ellos como manda la caridad?
"Si
hubiesen leído la vida de su gran Victor Alfieri, escrita por él mismo, sabrían
que, cuando chicuelo, su madre, que lo quería muy bien educado, solía, cuando
le atrapaba en alguna travesura, mandarle ir a Misa con la gorra de dormir. Y
cuenta Alfieri que este castigo, que no hacía sino ponerle algo en ridículo,
de tal suerte se afligió una vez, que por más de tres meses se portó del modo
más intachable. "Después de lo cual (dice él), al primer amago de rareza
o travesura, amenazábanme con la aborrecida gorra de dormir, y al punto entraba
yo temblando en la línea de mis deberes. Después, habiendo caído un día en
cierta faltilla, para excusar la cual le dije a mi señora madre una solemne
mentira, fui de nuevo sentenciado a llevar en público la gorra de dormir. Llegó
la hora; puesta la tal gorra en la cabeza, llorando yo y aullando, me tomó de
la mano el ayo para salir y me empujaba por detrás el criado". Pero por más
que llorase y aullase y pidiese inexorable; y ¿cuál fue el resultado?
"Fue, continúa Alfieri, que por me atreví a soltar ninguna otra mentira:
y ¡quién bendita gorra de dormir debo yo el haber salido más enemigos de
aquella!" En cuya última frase el fariseo que siempre suele tenerse por
mejor.
"No
insistan, pues, los liberales en quejársenos de que no les tratamos con
caridad. Digan más bien si quieren que la caridad que nosotros les damos, esa
no la reciben de buena gana. Lo sabíamos ya. Mas eso no prueba sino que por su
estragado gusto necesitan ser tratados con la sable caridad que gastan los
cirujanos con sus enfermos, o los médicos del manicomio con sus locos, o las
buenas madres con sus hijos embusteros.
"Mas
aunque fuese verdad que no tratamos con caridad a los liberales, y que los tales
nada de eso han de agradecernos, no por eso tendrían ellos derecho alguno a
quejarse de nosotros. Sabido es que no a todo el mundo se puede hacer caridad.
Nuestras facultades son muy escasas: hacemos la caridad según la medida de
ellas, prefiriendo, como es nuestro deber, a aquellos que nos manda preferir la
misma ley de la caridad bien ordenada.
"Decimos
nosotros (entiéndase bien) que hacemos a los liberales toda la caridad que
podemos, y creemos haberlo demostrado. Mas en la suposición de que no la
hagamos, insistimos aún en que no por eso han de abrumarnos a quejas los
liberales. He aquí un símil que hace muy a nuestro caso. Está un asesino con
su puñal agarrado a un pobre inocente para clavárselo al garguero. Acierta a
pasar de pronto un quídam que lleva en la mano un buen garrote, y le arrima al
asesino un firme garrotazo a la cabeza, lo aturde, lo ata, lo entrega a la
justicia, y Libra así, por su buena estrella, de la muerte a un inocente, y de
un malvado a la sociedad.
"Este
tercero ¿ha faltado en nada a la caridad? Si hemos de escuchar al asesino, a
quien es regular le duela el porrazo, claro que sí. Dirá tal vez, que contra
lo que se llama norma incuipatae tutelae, el golpe fue asaz recio, y que con
serlo menos podía bastar. Pero, a excepción del asesino, alabarán todos al
pasajero, y dirán que verificó un acto, no sólo de valor, sí que de caridad,
no en favor del asesino, ciertamente, sino en favor de su víctima. Y que si por
salvar a éste abrió los cascos a aquel, sin tener tiempo de medir muy
escrupulosamente la fuerza del golpe, no fue ciertamente por falta de caridad,
sino porque la urgencia del lance era tal, que no se podía usar de caridad para
con el uno sin sacudirle lindamente al otro, y eso sin pararse en sutilezas
sobre el más o el menos de la: inculpata tutela.
"Apliquemos
la parábola. Se da a luz por ejemplo, un folleto maldiciente, calumnioso y
escandaloso contra la Iglesia, contra el Papa, contra el clero, contra cualquier
cosa buena. Creen muchos que todo lo de aquel folleto es pura verdad, supuesto
que es su autor un célebre, distinguido honrado escritor, cualquiera que sea.
Si alguien para defender a los calumniados y para librar del error a los
lectores, le arrima unas cuantos varapalos al desvergonzado autor, ¿habrá aquél
faltado a la caridad?
"No
podrán ahora negar los liberales que se encuentran ellos más a menudo en el
caso de salteadores que en el de víctimas. ¿Qué maravilla será, de
consiguiente, que lleven por ello algún trancazo? ¿Qué tendrá de extraño se
quejen de que no se les trate con caridad?
Ensayen empero no ser ellos tan bravucones y buscarruidos; acostúmbrense a
respetar los bienes y la honra de los demás; no suelten tanta mentira; no
derramen tanta calumnia; piénsenlo un poco antes de dar su fallo sobre
cualquier cosa; tengan en más las leyes de la lógica y de la gramática; sean
sobre todo honrados. como poco ha se lo aconsejó el barón de Ricasoli, con
poca esperanza de buen éxito, a pesar de la autoridad y ejemplos de tal
consejero, y podrán entonces querellarse con razón si no se les trata, como de
la libertad, pretenden ser absolutos monopolizadores.
"Mas
ya que obran tan mal como escriben; ya que andan siempre con el partial a la
garganta de la verdad y de la inocencia. asesinos de una y de otra con sus
hechos y con sus libros, lleven en paciencia si no podemos en nuestros periódicos
prodigarles otra caridad que aquella algo dura que creemos, aun contra su
parecer, es la más provechosa, así a ellos como a la causa de los hombres de
bien".
XXVII.
EN QUE SE DA FIN A LA TAN OPORTUNA COMO DECISIVA CITA DE "LA CIVILTÁ
CATTOLICA".
"Hemos
defendido (prosigue) contra los liberales nuestra manera especial de escribir,
demostrando que no puede estar más conforme a aquella caridad que tan de
continuo nos están encomendando. Y porque hablábamos hasta aquí con
liberales, a nadie habrá causado maravilla el tono irónico que hemos venido
empleando con ellos, no pareciéndonos, por cierto, exceso de crueldad oponer a
los dichos Y hechos del Liberalismo ese poquitillo de figuras retóricas. Mas ya
que tocamos hoy este asunto, no será quizá ocioso que, cambiando por supuesto
de estilo, y repitiendo ahora lo que ya en otra ocasión hemos escrito a igual
propósito, demos fin a este artículo con algunas palabras dirigidas en serio y
con todo respeto, a los que no siendo en modo alguno liberales, antes siendo
firmes adversarios de tal doctrina, puedan no obstante creer que jamás es
licito, escríbase contra quien se quiera, salirse de ciertas formas de respeto
y caridad, a que tal vez han .juzgado no se conformaban bastante nuestros
escritos".
"A
cual censure queriendo contestar nosotros, ya por el respeto que a esos tales
debemos, ya por el interés que tenemos en nuestra propia defensa, no creemos
poder hacerlo más cumplidamente que resumiendo aquí, con brevedad, la apología
que de sí mismo hace muy extensamente el P. Mamachi, de la S. O. de
Predicadores, en la Introducción al libro III de su doctísima obra: Del libre
derecho de la iglesia de adquirir y poseer bienes temporales. "Algunos,
dice, si bien confiesan quedar convencidos de nuestras razones, decláramos, sin
embargo, amigablemente que hubieran deseado, en las respuestas que damos a
nuestros adversarios, mayor moderación. No hemos combatido por nosotros, sino
por la causa de Nuestro Señor y de la Iglesia. y por más que se nos haya
atacado con manifiestas mentiras y con atroces imposturas, no hemos querido
salir jamás en defensa de nuestra persona. Si empleamos, pues, alguna expresión
que pueda parecer a alguien áspera o punzante, no se nos hará la injusticia de
pensar que provenga eso de mal corazón nuestro o rencor que tengamos contra los
escritores que combatimos, supuesto que no hemos recibido de ellos injurias, ni
siquiera les tratamos o conocemos. El celo que debemos todos tener por la causa
de Dios es quien nos ha puesto en el caso de gritar y de levantar como voz de
trompeta nuestra voz.
"Pero
¿y el decoro del hombre honrado? ¿Y las leyes de la caridad? ¿Y las máximas
y ejemplos de los Santos? ¿Y los preceptos de los Apóstoles? ¿Y el espíritu
de Jesucristo?
"Poquito a poco, Es verdad que los hombres extraviados y errados han de ser
tratados con caridad, mas eso ha de ser cuando hay fundada esperanza de
llevarlos con tal procedimiento a la verdad; si no hay tal esperanza, y sobre
todo si está probado por la experiencia que callando nosotros y no descubriendo
al público el temple y humor del que esparce errores, redunda eso en gravísimo
daño de los pueblos, es crueldad no levantar muy libremente el grito contra tal
propagandista, y dejar de echarle en rostro las invectivas que tiene muy
merecidas.
"De
las leyes de la caridad cristiana tenían, a fe, muy claro conocimiento los
Santos Padres. Por esto el angélico doctor Santo Tomas de Aquino, al principio
de su célebre opúsculo Contra los implanadores de la Religión, presenta a
Guillermo y a sus secuaces (que por cierto no estaban aún condenados por la
Iglesia) como enemigos de Dios, ministros del diablo, miembros del Anticristo,
enemigos de la salud del género humano, difamadores, sembradores de blasfemias,
réprobos, perversos, ignorantes, iguales a Faraón, peores que Jovíniano y
Vigilancio." ¿Hemos acaso nosotros llegado a tanto?
"Contemporáneo
de Santo Tomás fue San Buenaventura, el cual juzga deber increpar con la mayor
dureza a Geraldo, llamándole "protervo, calumniador, loco, impío, que añadía
necedad a necedad, estafador, envenenador, ignorante, embustero, malvado,
insensato, perdido." ¿Alguna vez hemos llamado nosotros así a nuestros
adversarios?
"Muy
justamente (prosigue el P. Mamachi) es llamado melifluo San Bernardo. No nos
detendremos en copiar aquí cuanto escribió durísimamente contra Abelardo. Nos
contentaremos con citar lo que escribe contra Arnaldo de Brescia, pues habiendo
éste izado bandera contra el clero y habiéndole querido privar de sus bienes
fue uno de los precursores de los políticos de nuestros tiempos. Trátale pues,
el Santo Doctor de "desordenado, vagabundo, impostor, vaso de ignominia,
escorpión vomitado de Brescia, visto con horror en Roma y con abominación en
Alemania, desdeñado del Sumo Pontífice, afamado por el diablo, obrador de
iniquidad, devorador del pueblo, boca llena de maldición, sembrador de
discordias, fabricador de cismas, fiero lobo".
"San
Gregorio Magno, reprendiendo a Juan, obispo de Constantinopla, le echa en cara
su "profano y nefando orgullo, su soberbia de Lucifer, sus necias palabras,
su vanidad, su corto talento, ``No de otro modo hablaron los Santos Fulgencio,
Próspero, Jerónimo, Siricio Papa, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Gregorio
Naciarcen, Basilio, Hilario, Atanasio, Alejandro obispo de Alejandría, los
santos mátires Cornelio y Cipriano, Atenágora, Ireneo, Policarpo, Iguacio mártir,
Clemente, todos los Padres en fin, que en los mejores tiempos de la Iglesia se
distinguieron por su heroica caridad.
"Omitiré
describir los cáusticos aplicados por algunos de éstos a los sofistas de su
tiempo, aunque menos delirante que los de los nuestros, y agitados de menos
ardientes pasiones políticas.
"Citare sólo algunos pasajes de San Agustín, quien observó "que los
herejes son tan insolentes como poco sufridos en la reprensión; que muchos, por
sufrir la corrección, apostrofan de buscarruidos y de disputadores a aquellos
que les reprenden>; añadiendo "que algunos extraviados han de ser
tratados con cierta caritativa aspereza, Veamos ahora cómo seguía él estos
sus propios documentos. A varios llama "seductores, malvados, ciegos,
tontos, hinchados de soberbia, calumniadores"; a otros, "embusteros de
cuyas bocas no salen más que monstruosas mentiras, perversos, maldicientes,
delirantes"; a otros, "neciamente locuaces, furiosos, frenéticos,
entendimientos de tinieblas, rostros desvengonzados, lenguas procaces, Y a
Juliano le decía: "O a sabiendas calumnias, fingiendo tales cosas, o no
sabes lo que dices, por creer a embusteros"; y en otro lugar le llama
"tramposo, mentiroso, de no sano juicio, calumniador, necio.".
"Digan
ahora nuestros acusadores, ¿hemos dicho nosotros algo de eso, o siquiera mucho
menos?"
"Mas basta ya de ese extracto, en el cual no hemos puesto palabra nuestra,
aunque algunas hemos omitido de dicho P. Mamachi, entre otras las citas de los
lugares de los Santos Padres, por deseo de abreviar. Por igual razón no hemos
extractado la parte de la defensa, en que dicho Padre saca del Evangelio iguales
ejemplos de caritativa aspereza.
"De
tales ejemplos, pues, bien pueden deducir nuestros amables censuras, que en
cualquier motivo en que afiancen su crítica, sea en un principio moral, sea en
reglas de conveniencia social y literaria, si no queremos decir que su opinión
resulta plenamente refutada por el ejemplo de tantos Santos, que fueron a la vez
excelentes literatos, queda por lo menos muy desautorizada y muy de incierto
valor.
"Y
si a la autoridad de los ejemplos quiere verse reunida la de las razones, muy
breve y claramente las expuso el cardenal Pallavicini, en el capítulo II del
libro de su Historia del Concilio de Trento. En la cual dicho autor, antes de
empezar a probar como fue Sarpi Malvado, de maldad notoria, falsificador, reo de
enormes felonías, despreciador de toda religión, impío y apóstata",
dice entre otras cosas, que "así como es caridad no perdonar la vida a un
malhechor, para salvar a muchos inocentes, así es caridad no perdonar la fama
de un impío, para salvar la honra de muchos buenos." Permite toda ley que,
para defender a un cliente de un falso testigo, se aduzca en juicio y se pruebe
lo que a éste puede infamarle, y que en otra ocasión el decirlo seria
castigado con gravísima pena. Por esto yo, defendiendo en este tribunal del
mundo, no a un particular cliente, sino a toda la Iglesia católica, seria vil
prevaricador si no opusiese al testigo falso aquellas notes y tachas que desvirtúan
y anulan su testimonio.
"Si,
pues, todos creerían prevaricador al abogado que, pudiendo demostrar que su
acusador es un calumniador, no lo hiciese por razones de caridad, ¿por qué no
se ha de comprender de igual manera que, por lo menos, no puede acusarse de
haber violado la caridad al que hace lo mismo con los perseguidores de toda
clase de inocencia? Sería esto desconocer la instrucción que da San Francisco
de Sales en su Filotea al final del capítulo XX de la parte II. "De eso,
dice, exceptuad a los enemigos declarados de Dios y de su Iglesia, los cuales
deben ser difamados tanto como se pueda (por supuesto, sin faltar a la verdad),
siendo gran obra de caridad gritar: "¡Al lobo!" cuando está entre el
rebaño o en cualquier lugar en que se le divise."
Hasta
aquí La Civilta Cattolica (vol. I ser. V, página 27), cuyo artículo tiene la
fuerza de su elevado y respetabilísimo origen, la fuerza de las razones
incontrovertibles que aduce; la fuerza, por fin, de los gloriosos testimonios
que emplaza. Nos parece que con mucho menos baste para convencer a quien no sea
liberal o miserablemente resabiado de Liberalismo.
XXVIII.
SI HAY O PUEDE HABER EN LA IGLESIA MINISTROS DE DIOS ATACADOS DEL HORRIBLE
CONTAGIO DEL LIBERALISMO.
En
gran manera favorece al Liberalismo el hecho, por desgracia harto común y
frecuente, de que se encuentren algunos eclesiásticos contagiados de este
error. En estos casos la singular teología de ciertas gentes convierte desde
luego en argumento de gran peso la opinión o los actos de tal o cual persona
eclesiástica. y de eso hemos tenido deplorabilísimas experiencias en todos
tiempos los católicos españoles. Conviene, pues, salvando todos los respetos,
tocar ahora este punto y preguntar con sinceridad y buena fe: ¿Puede haber
también ministros de la Iglesia maleados del Liberalismo?
Sí
amigo lector, si puede haber también por desdicha ministros de la Iglesia
liberales, y los hay de esta secta fieros, y los hay mansos, y los hay únicamente
resabiados. Exactamente como sucede entre los seglares.
No
está exento el ministro de Dios de pagar miserable tributo a las humanas
flaquezas, y de consiguiente lo ha pagado también repetidas veces el error
contra la fe.
¿Y
qué tiene esto de particular, cuando no ha habido apenas herejía alguna en la
Iglesia de Dios que no haya sido elevada o propagada por algún clérigo? Más aún:
es históricamente cierto, que no han dado qué hacer ni han medrado en siglo
alguno las herejías que no han empezado por tener clérigos a su devoción.
El
clérigo apóstata es el primer factor que busca el diablo para esta su obra de
rebelión. Necesita presentarla en algún modo autorizada a los ojos de los
incautos, y para eso nada le sirve tanto como el refrendo de algún ministro de
la Iglesia. Y como, por desgracia, nunca faltan en ella clérigos corrompidos en
sus costumbres, camino el más común de la herejía; o ciegos de soberbia,
causa también muy usual de todo error; de ahí que nunca le han faltado a éste
apóstoles y fautores eclesiásticos, cualquiera que haya sido la forma con que
se ha presentado en la sociedad cristiana.
Judas,
que empezó en el propio apostolado a murmurar y a sembrar recelos contra el
Salvador, y acabó por venderle a sus enemigos, es el primer tipo del sacerdote
apóstata y sembrador de cizaña entre sus hermanos; y Judas, adviértase, fue
uno de los doce primeros sacerdotes ordenados por el mismo Redentor.
La
secta de los Nicolaítas tomó origen del diácono Nicolás, uno de los siete
primeros diáconos ordenados por los Apóstoles para el servicio de la Iglesia,
y compañero de San Esteban, protomártir.
Paulo
de Samosata, gran heresiarca del siglo III, era obispo de Antioquía.
De
los Novacianos, que tanto perturbaron con su cisma a la Iglesia universal, fue
padre y autor el presbítero de Roma, Novaciano.
Melecio,
obispo de la Tebaida, fue autor y jefe del misma de los Melecianos.
Tertuliano,
asimismo sacerdote y elocuente apologista, cae y muere en la herejía de los
Montanistas.
Entre los Priscilianistas españoles, que tanto escándalo causaron en nuestra
patria en el siglo IV, figuran los nombres de Instancio y Salviano, dos obispos,
a quienes desenmascaró y combatió Higinio; fueron condenados en un concilio
reunido en Zaragoza.
El principal heresiarca que ha tenido tal vez la Iglesia fue Arrio, autor del
Arrianismo, que llegó a arrastrar en pos de sí tantos reinos como el
Luteranismo de hoy. Arrio fue un sacerdote de Alejandría, despechado por no
haber alcanzado la dignidad episcopal. Y clero arriano lo hubo en esta secta,
hasta el punto de que gran parte del mundo no tuvo otros obispos ni sacerdotes
durante mucho tiempo.
Nestorio,
otro de los famosísimos herejes de los primeros siglos, fue monje, sacerdote,
obispo de Constantinopla y gran predicador. De él procedió el Nestorianismo.
Eutiques,
autor del Eutiquismo, era presbítero y abad de un monasterio de Constantinopla.
Vigilancio, el hereje tabernero tan donosamente satirizado por San Jerónimo,
había sido ordenado sacerdote en Barcelona.
Pelagio,
autor del Pelagianismo, que fue objeto de casi todas las polémicas de San Agustín,
era monje, adoctrinado en sus errores sobre la gracia por Teodoro, obispo de
Mopsuesta.
El gran cisma de los Donatistas llegó a contar gran número de clérigos y
obispos.
De
éstos dice un moderno historiador (Amat, Hist. de la Iglesia de J. C.):
"Todos imitaron luego la altivez de su jefe Donato, y poseídos de una
especie de fanatismo de amor propio, no hubo evidencia, ni obsequio, ni amenaza
que pudiese apartarlos de su dictamen. Los obispos se creían infalibles e
impecables; los particulares en estas ideas se imaginaban seguros siguiendo a
sus obispos, aun contra la evidencia".
De
los herejes Monotelistas fue padre y doctor Sergio, patriarca de Costantinopla.
De
los herejes Adopcianos, Felix, obispo de Urgel.
En
la secta Iconoclasta cayeron Constantino, obispo de Natolia; Tomás, obispo de
Claudiópolis, y otros Prelados, a los cuales combatió Sari (lerman, patriarca
de Constantinopla.
Del gran cisma de Oriente no hay que decir quiénes fueron los autores, pues
sabido es lo fueron Focio, patriarca de Constantinopla, y sus obispos sufragáneos.
Berengario,
el perverso impugnador de la Sagrada Eucaristía, fue arcediano de la catedral
de Angers.
Vicleff,
uno de los precursores de Lutero, era párroco de Inglaterra; Juan Huss, su
compañero de herejía, era también párroco de Bohemia. Fueron ambos
ajusticiados como jefes de los Viclefitas y Husitas.
De
Lutero sólo necesitamos recordar que fue monje agustino de Witemberg.
Zuinglio
era párroco de Zurich.
De
Jansenio, autor del maldito Jansenismo, ¿quién no sabe que era obispo de Iprés?
El
cisma anglicano, promovido por la lujuria de Enrique VIII, fue principalmente
apoyado por su favorito el arzobispo Crammer.
En
la revolución francesa, los más graves escándalos en la iglesia de Dios los
dieron los curas y obispos revolucionarios. Horror y espanto causan las apóstasías
que afligieron a los buenos en aquellos tristísimos tiempos. La Asamblea
francesa presenció con este motivo escenas que puede leer el curioso en Henrion
o en cualquier otro historiador .
Lo
mismo sucedió después en Italia. Conocidas son las apostasías públicas de
Gioberti y fray Pantaleone, de Passaglia, del cardenal Andrea.
En
España hubo clérigos en los clubs de la primera época constitucional, clérigos
en los incendios de los conventos, clérigos impíos en las Cortes, clérigos en
las barricadas, clérigos en los primeros introductores del Protestantismo después
de 1869. Obispos jansenistas los hubo en abundancia en el reinado de Carlos III.
(Véase sobre esto el tomo III de los Heterodoxos, por Menéndez Pelayo.)
Varios
de éstos pidieron, y muchos aplaudieron en sendas pastorales, la inicua expulsión
de la Compañía de Jesús. Hoy mismo en varias diócesis españolas son
conocidos públicamente algunos clérigos apostatas, y casados inmediatamente,
como es lógico y natural.
Conste, pues, que desde Judas hasta el exPadre Jacinto la raza de los ministros
de la Iglesia traidores a su Jefe y vendidos a la herejía, se sucede sin
interrupción. Que al lado y enfrente de la tradición de la verdad, hay también
en la sociedad cristiana la tradición del error; en contraste con la sucesión
apostólica de los ministros buenos, tiene el infierno la sucesión diabólica
de los ministros pervertidos. Lo cual no debe escandalizar a nadie. Recuérdese
a propósito de esto la sentencia del Apóstol, que no se olvidó de
prevenirnos: Es preciso que haya herejías, para que se manifieste quiénes son
entre vosotros los verdaderamente probados.
XXIX.
¿QUÉ CONDUCTA DEBE OBSERVAR EL BUEN CATÓLICO CON TALES MINISTROS DE DIOS
CONTAGIADOS DE LIBERALISMO?
Está
bien, dirá alguno al llegar aquí. Todo esto es facilísimo de comprender, y
basta haber medianamente hojeado la historia para tenerlo por averiguado. Mas lo
delicado y espinoso es exponer cuál debe ser la conducta que con tales
ministros de la Iglesia extraviados debe observar el fiel seglar, santamente
celoso de la pureza de su fe así como de los legítimos fueros de la autoridad.
Es
indispensable establecer aquí varias distinciones y clasificaciones, y
responder diferentemente a cada una de ellas.
1.º
Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia públicamente condenado como
liberal por ella. En este caso bastará recordar que deja de ser católico (en
cuanto a merecer la consideración de tal) todo fiel, eclesiástico o seglar, a
quien la Iglesia separa de su seno, mientras por una verdadera retractación y
formal arrepentimiento no sea otra vez admitido a la comunión de los fieles.
Cuando así suceda con un ministro de la Iglesia, es lobo el tal; no es pastor,
ni siquiera oveja. Evitarle conviene, y sobre todo rogar por el.
2.º
Puede darse el caso de un ministro de la Iglesia caído en la herejía, pero sin
haber sido aún oficialmente declarado culpable por la referida Iglesia. En este
caso es preciso obrar con mayor circunspección. Un ministro de la Iglesia caído
en error contra la fe, no puede ser oficialmente desautorizado más que por
quien tenga sobre el Jerárquica jurisdicción. Puede, sin embargo, en el
terreno de la polémica meramente científica, ser combatido por sus errores y
convicto de ellos, dejando siempre la última palabra, o sea el fallo de la polémica,
a la autoridad, única infalible, del Maestro universal. Gran regla, estamos por
decir única regla en todo, es la práctica constante de la Iglesia de Dios, según
aquello de un Santo Padre Quod semper quad ubique, quad ad omnibus. Pues bien.
Así se ha procedido siempre en la Iglesia de Dios. Los particulares han visto
en un eclesiástico doctrinas opuestas a las que se han enseñado comúnmente únicas
sanas. Han dado el grito sobre ellas, se han lanzado a combatirlas en el libro,
en el folleto, de viva voz, y han pedido de esta suerte al magisterio infalible
de Roma el fallo decisivo. Son los ladridos del perro que advierten al pastor.
Apenas hubo herejía alguna en el Catolicismo que no se empezase a confundir y
desenmascarar de esta manera.
3.º
Puede darse el caso de que el infeliz extraviado sea un ministro de la Iglesia,
al cual debamos estar particularmente subordinados. Es preciso entonces proceder
todavía con más mesura y mayor discreción. Hay que respetar siempre en él la
autoridad de Dios, hasta que la Iglesia lo declare desposeído de allá, Si el
error es dudoso, hay que llamar sobre él la atención de sus superiores
inmediatos para que le pidan sobre ello clara explicación. Si el error es
evidente, no por esto es lícito constituirse en inmediata rebeldía, sino que
es preciso contentarse con la resistencia pasiva a aquella autoridad, en lo que
aparezca evidentemente en contradicción con las doctrinas reconocidas por sanas
en la Iglesia. Guardarle se debe empero todo respeto exterior, obedecerle en lo
que no aparezca dañada ni dañosa su enseñanza, resistirle pacífica y
respetuosamente en lo que se aparte de la común sentencia católica.
4.º
Puede darse el caso (y es el más general) de que el extravío de un ministro de
la Iglesia no verse sobre puntos concretos de doctrina católica, sino sobre
ciertas apreciaciones de hechos o personas, ligadas más o menos con ella. En
este caso aconseja la prudencia cristiana mirar con prevención al tal sacerdote
resabiado, preferir a los suyos los consejos de quien no tenga tales resabios
recordar a propósito de esto la máxima del Salvador: Un poco de levadura hace
fermentar toda la masa." De consiguiente, una prudente desconfianza es aquí
la regla de mayor seguridad. Y en esto, como en todo, pedir luz a Dios, consejo
a personas dignas e íntegras, procediendo siempre con gran recelo tocante a
quien no juegue muy limpio o no hable muy claro sobre los errores de actualidad.
Y
he aquí lo único que podemos decir sobre este punto, erizado de infinitas
dificultades, y que es imposible resolver en tesis general. No olvidemos una
observación que arroja torrentes de luz. Más se conoce al hombre por sus
aficiones personales que por sus palabras y por sus libros. Sacerdotes amigo de
liberales, mendigo de sus favores y alabanzas, y ordinariamente favorecido con
ellas, trae consigo, por lo regular, muy sospechosa recomendación de ortodoxia
doctrinal.
Párense nuestros amigos en este fenómeno, y verán cuan segura norma y cuán atinado criterio les da.
XXX.
QUÉ DEBE PENSARSE DE LAS RELACIONES QUE MANTIENE EL PAPA CON LOS GOBIERNOS Y
PERSONAJES LIBERALES.
Pues
entonces (salta uno), ¿qué concepto hemos de formar de las relaciones y
amistades que trae la Iglesia con Gobiernos y personas liberales, que es lo
mismo que decir con el Liberalismo?
Respuesta
al canto.
Hemos
de juzgar que son relaciones y amistades oficiales y nada más. No supone afecto
alguno especial a las personas con quienes se tienen, y mucho menos aprobación
de sus actos, y muchísimo me nos adhesión o sanción a sus doctrinas. Punto es
este que conviene explanar algún tanto, ya que sobre él arman gran aparato de
teología liberal los sectarios del Liberalismo para combatir la sana
intransigencia católica.
Conviene
ante todo observar que hay en la Iglesia de Dios dos ministerios: uno que
llamaremos apostólico, relativo a la propagación de la fe y a la salvación de
las almas; y otro que podríamos muy bien llamar diplomático, relativo a sus
relaciones humanas con los poderes de la tierra.
El
primero es el más noble; es, por decirlo así, el primario y esencial. El
segundo es inferior y subordinado al primero, a cuyo auxilio únicamente se
endereza. En el primero es intransigente e intolerante la Iglesia; va recta a su
fin, y prefiere romperse antes que doblegarse: Frangi, non flecti. Véase sino
la historia de sus persecuciones. Tratase de derechos divinos y de deberes
divinos, y por tanto en ellos no cabe atenuación ni transacción. En el segundo
es condescendiente y benévola y sufrida. Trata, gestiona, negocia, halaga para
ablandar; calla tal vez para mejor conseguir; se retira quizá para mejor
avanzar y para sacar luego mejor partido. Su divisa podría ser en este orden de
relaciones: Flecti, non frangi. Trátase de relaciones humanas, y éstas admiten
cierta flexibilidad y uso de especiales resortes.
En
este terreno es lícito y santo todo lo que no declara malo y prohibido la ley
común en las relaciones ordinarias entre los hombres. Más claro: la Iglesia
cree en esta esfera poder valerse y se vale de todos los recursos que puede
utilizar una diplomacia honrada.
¿Quién
se atreverá a echárselo en rostro? Así que envía embajadas y las recibe aun
de Gobiernos malos, aun de príncipes infieles da a los mismos y de los mismos
recibe presentes y obsequios y honores diplomáticos; ofrece distinciones, títulos
y condecoraciones a sus personajes; honra con frases de cortesanía y galantería
a sus familias; concurre a sus fiestas por medio de sus representantes.
Pero salen luego el tonto o el liberal y dicen como quien habla sentencias:
" Pues ¿por qué hemos de aborrecer al Liberalismo y combatir a los
Gobiernos liberales, cuando trata con ellos el Papa, y los reconoce y colma de
distinciones?" ¡Malvado o majadero! que una de estas cosas o todas juntas
puedes muy bien ser. Escucha una comparación y falla luego.
Eres
padre de familia y tienes cuatro o seis hijas, a quienes educas con todo el
rigorismo de la honestidad, y viven frente o pared en medio de tu casa unas
vecinas infames, y tú estás diciendo continuamente a tus hijas que aquellas
mujeres no las han de tratar ni siquiera saludar, ni aun mirar; que las han de
considerar como malas y perversas; que han de aborrecer su conducta e ideas; que
han de procurar distinguirse de ellas y en nada asemejarse a ellas, ni en sus
dichos, ni en sus obras, ni en sus trajes. Y tus hijas, dóciles y buenas, es
claro que han de observar tu ley y atenerse a tus mandatos, que no son sino de
prudente y de muy avisado padre de familias. Mas he aquí que en una ocasión se
suscitan cuestiones en la vecindad sobre puntos comunes a ella, sobre
confrontación de límites o paso de aguas, por ejemplo; y se hace preciso que tú,
honrado padre, sin dejar de ser tal, trates en junta con una de aquellas infames
mujeres, sin dejar de ser infames, o por lo menos con quien las represente. Y
tenéis para eso vuestros tratos y cabildeos, y os habláis y os dais los
cumplidos y fórmulas de cortesía usuales en sociedad, y procuráis de todos
modos entenderos y llegar a un acuerdo y avenencia sobre el objeto en que habéis
de convenir.
¿Hablarán
bien tus hijas si dicen luego: "Pues que nuestro padre trata con esas malas
vecinas, no deben ser tan malas como dice él; podemos tratar con ellas también
nosotros; buenas hemos de reputar sus costumbres; modestos sus trajes, loable y
honrado su modo de vivir? Dime, ¿no hablarían como necias tus hijas si
hablasen así? Pues apliquemos ahora la parábola o comparación.
La
Iglesia es la familia de los buenos (o que deben serlo y que desea ella lo
sean). Pero vive rodeada de Gobiernos del todo perversos o más o menos
pervertidos. Y dice a sus hijos: "Aborreced las máximas de esos Gobiernos;
combatidlos; su doctrina es error, sus leyes iniquidad." Pero al mismo
tiempo, por cuestiones de interés propio o de ambos a la vez, se ve ella en el
caso de tratar con los jefes o representantes de tales Gobiernos malos, y
efectivamente trata con ellos, recibe sus cumplidos y usa con ellos de las fórmulas
de urbanidad diplomática usuales en todos los países; pacta con ellos sobre
asuntos de interés común, procurando sacar el mejor partido posible de su
situación entre tales vecinos. ¿Es malo esto? Sin duda que no. Pero ¿no es
ridículo que salga luego un católico y lo tome por sanción de doctrinas que
la Iglesia no cesa de condenar, y por aprobación de actos que la Iglesia no
cesa de combatir?
¡Pues
qué! ¿Sanciona la Iglesia el Corán tratando de potencia a potencia con los
sectarios del Corán? ¿Aprueba la poligamia, recibiendo regalos y embajadas del
gran Turco? Pues del mismo modo no aprueba el Liberalismo cuando condecora a sus
reyes o ministros, cuando les envía sus bendiciones, que son simples fórmulas
de cortesía cristiana que el Papa otorga hasta a los protestantes. Es sofístico
pretender que la Iglesia autorice con tales actos lo que por otros actos no deja
de condenar. Su ministerio diplomático no anula su ministerio apostólico; en
su ministerio apostólico debe, sí, buscarse la explicación de las aparentes
contradicciones de su ministerio diplomático.
Y
así obra el Papa con los jefes de naciones, así el Obispo con los de
provincias, así el párroco con los de localidad. Y Se sabe el alcance y
significación que tienen estas relaciones oficiales y diplomáticas. Sólo lo
ignoran (o fingen ignorarlo) los malaventurados sectarios o resabiados del error
liberal.
XXXI.DE
LAS PENDIENTES POR LAS QUE CON MÁS FRECUENCIA VIENE A CAER UN CATÓLICO EN EL
LIBERALISMO .
Son
varias las pendientes por las que cae frecuentemente el fiel cristiano en el
error del Liberalismo, e importa sobremanera señalarlas aquí, así para
comprender, en vista de ellas, la razón de la universalidad que ha alcanzado
esta secta, como para provenir contra sus lazos y emboscadas a los incautos.
Muy
frecuentemente se cae en la corrupción del corazón por extravío de la
inteligencia, empero más frecuente es todavía caer en el error de la
inteligencia por corrupción del corazón Esto muestra claro la historia de
todas las herejías. En el principio de todas ellas se encuentra casi siempre lo
mismo: o un pique de amor propio, o un agravio que se quiere vengar, o una mujer
tras la cual pierde el heresiarca los sesos y el alma, o un bolsón de dinero
por el que vende la conciencia Casi siempre dimana el error, no de profundos y
trabajosos estudios, sino de aquellas tres cabezas de hidra que apunta San Juan
y que llama: Concupiscentia carnis, concupiscentia oculorum, superbia vitae. Por
ahí se va a todos los errores, por ahí se va al Liberalismo. Veamos esas
pendientes en sus formas más usuales:
1º
Se hace el hombre liberal por deseo natural de independencia y ancha vida.
El
Liberalismo ha de ser por necesidad simpático a la naturaleza depravada del
hombre, tanto como el catolicismo ha de serlo por su propia esencia repulsiva.
El Liberalismo es emancipación; el Catolicismo es enfrentamiento. El hombre caído
ama, pues, por cierta muy natural tendencia suya, un sistema que legitima y
canonice el orgullo de su razón, y el desenfreno de sus apetitos. De donde, así
como se ha dicho por Tertuliano que el alma en sus nobles aspiraciones es
naturalmente cristiana, puede igualmente decirse que el hombre, por vicio de su
origen, nace naturalmente liberal. Es, pues, lógico que se declare tal en toda
forma, así que empiece a comprender que por ahí le salen garantidos todos sus
antojos y desenfrenos.
2.ª
Por el anhelo de medrar. El Liberalismo es hoy día la idea dominante. Reina en
todas partes y singularmente en la esfera oficial. Es, pues, segura recomendación
para hacer carrera. Sale el joven de su doméstico hogar, y al dar una ojeada a
las distintas sendas por donde se va a la fortuna, al renombre o a la gloria, ve
que en todas es condición precisa ser de su siglo, ser liberal. No serlo es
crearse a sí propio la mayor de todas las dificultades. Heroísmo pues, se
necesita para resistir al tentador, que, como Cristo en el desierto, le dice
mostrándole halagüeño porvenir: Haec omnia tibi dabo si cadens adoraveris me:
"Todo te lo daré si me prestas adoración" Y los héroes son pocos.
Es, pues, natural que la mayor parte de la juventud empiece su carrera afiliándose
al Liberalismo. Eso proporciona bombo en los periódicos, eso recomendación de
poderosos patronos, eso fama de ilustrado y omnisciente. El pobre ultramontano
necesita mérito cien veces mayor para darse a conocer y crearse un nombre. Y en
la juventud se es poco escrupuloso por lo regular. Además, el Liberalismo es
esencialmente favorable a la vida pública que tanto anhela la juventud. Tiene
en perspectiva, diputaciones, comisiones, redacciones, etc., que constituyen el
organismo de su máquina oficial. Es, pues, maravilla de Dios y de su gracia el
que se encuentre un joven que deteste a tan insidioso corruptor.
3.º
Por la codicia. La desamortización ha sido y sigue siendo la fuente principal
de prosélitos para el Liberalismo. Se decretó este inicuo despojo tanto para
privar a la Iglesia de estos recursos de humana influencia, cuanto para adquirir
con ellos adeptos fervorosos a la causa liberal Así lo han confesado sus mismos
corifeos cuando se les ha acusado de haber dado casi de balde a los amigos las
pingües posesiones de la Iglesia. Y ¡ay del que una vez comió de esta fruta
del cercado ajeno! Un campo, una heredad, unas cosas que fueran del convento o
de la parroquia y están hay en poder de la familia tal o cual, encadenan para
siempre esta familia al carro del Liberalismo. En la mayor parte de los casos no
hay probable esperanza de que dejen de ser liberales ni aun los descendientes de
ella. El demonio revolucionario ha sabido poner entre ellos y la verdad esa
infranqueable barrera. Hemos visto poderosos casos de labradores de la montaña,
católicos puros y fervorosos hasta el 35, desde entonces acá liberales
decididos y contumaces. ¿Queréis saber la explicación? Ved aquellos regadíos
o tierras de pan llevar o bosques que fueron del monasterio. Con ellos aquel
Labrador ha redondeado sus fincas, con ellos ha vendido su alma y familia a la
Revolución. Es moralmente imposible la conversión de tales injustos
poseedores. En la dureza de su alma, parapetada tras de sus adquisiciones sacrílegas,
se estrellan todos los argumentos de los amigos, todas las invectivas de los
misioneros, todos los remordimientos de la conciencia. La desamortización ha
hecho y está hacienda el liberalismo. Esta es la verdad.
Tales
son las causas ordinarias de perversión liberal, y a ellas pueden reducirse
todas las demás. Quien tenga mediana experiencia del mundo, y del corazón
humano, apenas podrá señalar otras.
XXXII.
CAUSAS PERMANENTES DEL LIBERALISMO EN LA SOCIEDAD ACTUAL.
Hay,
además de esas pendientes por donde se va al Liberalismo, lo que podríamos
llamar causas permanentes de él en la actual sociedad; y en éstas hemos de
buscar los motivos por qué se hace tan difícil su extirpación.
Son
en primer lugar causas permanentes del Liberalismo las mismas que hemos antes señalado
como pendientes y resbaladeros que llevan a él. Dice la filosofía: Per quoe
res gignitur, per eadem et servatur et angetur: "las cosas comúnmente se
conservan y aumentan por las mismas causas por las que nacieron. Pero además de
ellas podemos aquí todavía señalar alguna que ofrece carácter especial.
1.
La corrupción de costumbres. La Masonería lo ha decretado, y a la letra se
cumple su programa infernal. Espectáculos, libros, cuadros, costumbres públicas
y privadas, todo se procura saturar de obscenidad y lascivia; el resultado es
infalible: de una generación inmunda, por necesidad saldrá una generación
revolucionaria. Así se nota el empeño que tiene el Liberalismo en dar rienda
suelta a todo exceso de inmoralidad Sabe bien lo que éste le sirve. Es su
natural apóstol y propagandista.
2º
El periodismo. Es incalculable la influencia que ejercen sin cesar tantas
publicaciones periódicas como esparce cada día el Liberalismo por todas
partes. Ellas hacen, ¡mentira parece!, que (quiera o no) haya de vivir el
ciudadano de hoy dentro de una atmósfera liberal. El comercio, las artes, la
literatura, la ciencia, la política, las noticias nacionales y extranjeras,
todo se da casi por conductos liberales, todo de consiguiente toma, por
necesidad, color o resabio liberal. Y se encuentra uno, sin advertirlo, pensando
y hablando y obrando a lo liberal; tal es la maléfica influencia de este
envenenado ambiente que se respira. El pobre pueblo lo traga con más facilidad
que nadie, por su natural buena fe. Lo traga en verso, en prosa, en grabado, en
serio, en broma, en la plaza, en el taller, en el campo, en todas partes. Este
magisterio liberal se ha apoderado de él y no le deja ni un instante. Y se hace
más funesta su acción por la especial condición del discípulo, como diremos
ahora.
3.ª
La ignorancia casi general en materias de Religión. El Liberalismo, al rodear
por todas partes al pueblo de embusteros maestros, ha cuidado muy bien de
incomunicarle con el único que le podía hacer notar el embuste. Este es la
Iglesia. Todo el empeño del Liberalismo cien años ha es paralizar a la
Iglesia, que enmudezca, que no tenga a lo más sino carácter oficial, que no
logre contacto con el pueblo. A eso obedeció (confesado por los liberales) la
destrucción de los conventos y monasterios; a eso las trabas puestas a la enseñanza
católica; a eso el tenaz empeño en desprestigiar y ridiculizar al clero. La
Iglesia se ve rodeada de lazos artificiosamente discurridos para que en nada
moleste la marcha avasalladora del Liberalismo. Los Concordatos, tal como se
cumplen hay día en casi todas las naciones, son como otras tantas argollas para
apretar su garganta y entorpecer sus movimientos. Entre el clero y el pueblo se
ha puesto y se procura poner más y más cada día un abismo de adiós,
preocupaciones y calumnias. Así que una parte de nuestro pueblo, cristiano por
el bautismo, sabe tan poco de su religión como de la de Mahoma o de Confucio.
Se procura además evitarla todo roce necesario con la parroquia, dándole
registro civil, matrimonio civil, sepultura civil, etc., a fin de que acabe de
romper todo lazo con la Iglesia. Es un programa separatista completo, en cuya
unidad de principios, medios y fines se ve bien clara la mano de Satanás.
Cabe
aún apuntar otras causas, pero ni la extensión de este trabajo lo permite, ni
todas se podrían decir aquí.
XXXIII.
CUÁLES SON LOS MEDIOS MÁS EFICACES Y OPORTUNOS QUE CABE APLICAR A PUEBLOS SEÑOREADOS
POR EL LIBERALISMO.
Indicaremos
algunos.
1.°
La organización de todos los buenos católicos. Sean pocos, sean muchos los católicos
en una localidad conózcanse, trátense, júntese. Hoy no debe haber ciudad o
villa católica sin su núcleo de gente de acción. Esto atrae a los indecisos,
da valor a los vacilantes, contrapesa la influencia del qué dirán, hace a cada
uno fuerte con la fuerza de todos. Aunque no seáis más que una docena de
corazones firmes, fundad una Academia de Juventud católica, una Conferencia,
siquiera una Cofradía. Poneos luego en contacto con la Sociedad análoga del
pueblo vecino o de la capital; apoyaos de esta suerte en toda la comarca,
Asociaciones con Asociaciones, formando como la famosa testuda que formaban los
legionarios romanos juntando sus escudos, y esto os hará invencibles. Así
unidos, por pocos que seáis, levantad en alto la bandera de una doctrina sana,
pura, intransigente, sin embozos ni alteración, sin pacto ni avenencia alguna
con los enemigos. Tiene la firma intransigencia su aspecto noble, simpático y
caballeresco. Es grato ver a un hombre azotado como un peñasco por todas las
alas y todos los vientos, y que se está fijo, inmoble, sin retroceder. Buen
ejemplo sobre todo; ésta constante. Predicad con toda vuestra conducta, y
predicad en todas partes con allá. Ya veréis cómo os será fácil, primero
imponer respeto, luego admiración, después simpatía. No os faltarán prosélitos.
¡Oh, si comprendiesen todos los católicos sanos el brillante apostolado seglar
que de esta manera pueden ejercer en sus respectivas poblaciones! Asidos al párroco,
adheridos como la hiedra al muro parroquial, firmes como su viejo campanario.
pueden desafiar toda tempestad y hacer rostro a toda borrasca.
2.º
Los periódicos buenos. Escoged entre los periódicos buenos el mejor y que mas
se adapte a las necesidades e inteligencia de los que os rodean. Leedlo, pero no
os contentéis con eso, dadlo a leer, explicadlo y contadlo, haced de él
vuestra base de operaciones. Haceos corresponsal de su Administración, cuidad
de hacer las suscripciones y pedidos, facilitadles a los pobres menestrales y
labriegos esta operación, la más enojosa de todas. Dadlo a los jóvenes que
empiezan sus carreras, proponédselo por lo bello de sus formas literarias, por
su académico estilo, por su gracejo y donaire. Empezarán por gustar de la
salsa, y acabarán por comer lo que con ella viene guisado. Así obra la
impiedad, y así hemos de obrar nosotros. Un periódico sano es de necesidad en
el presente siglo. Dígase lo que se quiera de sus defectos, nunca igualarán éstos
a sus ventajas y beneficios. Conviene, además, favorecer la circulación de
todo otro impreso de análogo carácter, el folleto de circunstancias, el
discurso notable, la enérgica Pastoral, etc.
3.º La escuela católica. Donde el maestro oficial sea buen católico y de
confianza, apóyesele con todas las fuerzas; donde no, procúrese hablar claro
para desautorizarle. Es en este caso la peor plaga de la localidad. Conviene que
conozca todo el mundo por diablo al que es diablo, a fin de que no se le
entregue incautamente lo principal, que es la educación. Cuando así sea, búsquese
modo de plantear escuela contra escuela, bandera contra bandera; si hay medio, búsquese
de Religiosos; si no le hay, póngase a esta buena obra cualquier integro
seglar. Dese gratuita la escuela y a horas convenientes para todos; de mañana,
de tarde, de noche; los días festivos atráigase a los niños regalándolos y
acariciándolos. Y dígaseles francamente que la otra escuela del maestro malo
es la escuela de Satanás. Un revolucionario célebre, Danton, gritaba sin
cesar: "¡Audacia! ¡Audacia!" Nuestro grito de siempre ha de ser: ¡Franqueza!
¡Franqueza! ¡Luz! ¡Luz! Nada como esto para ahuyentar a los avechuchos del
infierno, que sólo pueden seducir a favor de la obscuridad.
XXXIV.
DE UNA SEÑAL CLARÍSIMA POR LA QUE SE CONOCERÁ FÁCILMENTE CUÁLES COSAS
PROCEDEN DE ESPÍRITU SANAMENTE CATÓLICO Y CUÁLES DE ESPÍRITU RESABIADO O
RADICALMENTE LIBERAL.
Vamos
a otra cosa, a propósito de la última palabra que acabamos de escribir. La
obscuridad es el gran auxiliar de la maldad. Qui malo agit edit lucem, ha dicho
el Señor. De ahí el empeño constante de la herejía en envolverse entre
nebulosidades. No hay gran dificultad en descubrir al enemigo que se presenta
con la visera levantada, ni la hay en reconocer por liberales a los que empiezan
de buenas a primeras a declarar que lo son. Mas esta franqueza no conviene
ordinariamente a la secta. Así, pues, hay que adivinar al enemigo tras el
disfraz, y éste es muchas veces hábil y cauteloso en gran manera. Añádase,
además. que muy a menudo no es lince el ojo que lo ha de reconocer; se hace
preciso, pues, un criterio fácil, llano, popular, para distinguir a cada
momento lo que es obra católica de lo que es infernal añagaza del Liberalismo.
Sucede
frecuentemente que se anuncia un proyecto, se da el grito de una empresa, se
funda una institución, y el fiel católico no acierta a distinguir por de
pronto a qué tendencia obedece aquel movimiento, y si, de consiguiente,
conviene asociarse a él o más bien oponérsele con todas las fuerzas, máxime
cuando el infierno harta maña se da en tomar muchas veces alguno o algunos de
los colores más atractivos de nuestra bandera, y en emplear hasta, en
ocasiones, nuestro usual idioma. En tales casos, ¡cuántos hacen el juego a
Satanás, creyendo emplearse buenamente en una obra católica! Pero se dirá
"Tiene cada cual la voz de la Iglesia, que le puede dar en esto perfecta
seguridad " Está bien. Mas la autoridad de la Iglesia no puede consultarse
a cada momento ni para cada caso particular. La Iglesia suele dejar sabiamente
establecidos los principios y reglas generales de conducta; la aplicación a los
mil y un casos concretos de cada día la deja ella al criterio prudencial de
cada fiel. Y los casos de esta naturaleza se presentan cada día, y hay que
resolverlos instantáneamente, sobre la marcha. El periódico que sale, la
asociación que se establece, la pública fiesta a que se convida, la suscripción
para la que se pide, todo esto puede ser de Dios y puede ser del diablo y lo
peor es que puede ser del diablo presentándose, como hemos dicho, con toda la mística
gravedad y compostura de las cosas de Dios. ¿Cómo guiarse, pues, en tales
laberintos?
He
aquí un par de reglitas de carácter muy práctico que nos parece pueden servir
a todo cristiano para que en tan vidriosa materia ponga bien asentado el pie.
1.°
Observar cuidadosamente qué clase de personas promueven el asunto. Es la
primera regla de prudencia y de sentido común. Se funda en aquella máxima del
Salvador: No puede un mal árbol dar buenos frutos. Es evidente que personas
liberales han de dar de sí por lo común escritos, obras, empresas y trabajos
liberales o informados de espíritu liberal, o por lo menos lamentablemente
resabiados de él
Véase,
pues, cuáles son los antecedentes de aquella o aquellas personas que organizan
o promueven la obra de que se trata. Si son tales que no os merezcan completa
confianza sus doctrinas, mirad con prevención todas sus empresas. No las reprobéis
inmediatamente, pues hay un axioma de teología que dice que no todas las obras
de los infieles son pecados, y lo mismo puede decirse de las de los liberales.
Pero no las deis inmediatamente por buenas. Recelad de ellas, miradlas, miradlas
con prevención, sujetadlas a más detenido examen. aguardad sus resultados.
2.º
Examinar qué clase de personas lo alaban. Es todavía regla más segura que la
anterior. Hay en el mundo actual dos corrientes públicas y perfectamente
deslindadas. La corriente católica y la corriente masónica o liberal. La
primera la forman, o mejor, la reflejan los periódicos católicos. La segunda
la reflejan y materialmente la forman cada día los periódicos revolucionarios.
La primera busca su inspiración en Roma. A la segunda la inspira la Masonería.
¿Se anuncia un libro? ¿Se publican las bases de un proyecto? Mirad si lo
aprueba y recomienda y toma por su cuenta la corriente liberal. En este caso tal
obra o proyecto están juzgados: son cosa suya. Porque es evidente que el
Liberalismo, o el diablo que le inspira, reconocen inmediatamente cuál cosa les
puede dañar y cuál favorecer, y no han de ser tan necios que ayuden a lo que
les es contrario o se opongan a lo que les favorece. Tienen los partidos y
sectas un instinto o intuición particular (oliactus mentis, que dijo un filósofo),
el cual les revela a priori lo que han de mirar como suyo y lo que como enemigo.
Desconfiad, pues, de todo lo que alaban y ponderan los liberales. Es claro que
le han visto a la cosa o su origen o sus medios o su fin favorables al
Liberalismo. No suele equivocarse en esto el claro instinto de la secta. Más fácil
es que se equivoque un periódico católico, alabando y recomendando por buena
una cosa que en sí tal vez no lo sea mucho, que no un periódico liberal
alabando por suya una obra de las varias sobre que se entable discusión. Más
fiamos, a la verdad, del olfato de nuestros enemigos que del de nuestros propios
hermanos. Al bueno, ciertos escrúpulos de caridad y de natural costumbre de
pensar bien le ciegan a veces hasta el punto de que vea por lo menos sanas
intenciones donde, por desgracia, no las hay. No así los malos. Estos disparan
desde luego, bala rasa contra lo que no se aviene con su modo de pensar, y tocan
incansables el bombo de todos los reclamos en favor de lo que por un lado u otro
ayuda a su maléfica propaganda. Desconfiad, pues, de cuanto os alaben por bueno
vuestros enemigos.
Hemos
recogido de un periódico los siguientes verismos que, si literariamente podrían
ser mejores, no pueden ser, en cambio, más verdaderos.
Dicen
así, hablando del Liberalismo:
¿Dice
que sí? Pues mentira. ¿Dice que no? Pues verdad. Lo que él llama iniquidad, Tú
como virtud lo miras: Al que persiga con ira, Tenle tú por hombre honrado; Mas
evita con cuidado a cualquiera que el alabe; Si esto haces, cuanto cabe ya le
tienes estudiado.
Se nos figura que con estas dos reglas de sentido común que más bien podríamos
llamar de buen sentido cristiano, hay bastante, si no para dar fallo decisivo a
toda cuestión, al menos para no tropezar fácilmente en las escabrosidades de
este tan accidentado terreno en que andamos y luchamos los católicos de hoy. No
se le olvide sobre todo al católico de nuestro siglo, que la tierra que pisa
está minada por todas partes por las sectas secretas, que son las que dan voz y
tono a la polémica anticatólica, y a las que inconscientemente se sirve muchísimas
veces aun por los mismos que más detestan su trabajo infernal. La lucha de hoy
es principalmente subterránea y contra un enemigo invisible, que rara vez se
presenta con su verdadera divisa. Hay, pues, que olerle, más que verle: hay que
adivinarlo con el instinto, más que señalarle con el dedo. Buen olfato, pues,
y sentido práctico son necesarios más que sutiles cavilaciones y laboriosas
teorías. El anteojo que les recomendamos a nuestros amigos no nos ha engañado
a nosotros jamás.
XXXV.
CUÁLES SON LOS PERIÓDICOS BUENOS Y CUÁLES LOS MALOS, Y QUÉ SE HA DE JUZGAR
DE LO BUENO QUE TENGA UN PERIÓDICO MALO, Y, AL REVÉS, DE LO MALO EN QUÉ PUEDE
INCURRIR UN PERIÓDICO BUENO.
Dado
que la corriente, buena o mala, que aplaude o condena una cosa, ha de servirle
al católico sencillo de común y familiar criterio de verdad, para vivir al
menos receloso y prevenido; y dada que los periódicos suelen ser el medio en
que más y mejor se transparenta esta corriente, y a los que, por tanto, hay que
acudir en más de una ocasión, puede preguntarse aquí ¿Cuales han de ser para
un católico de hoy los periódicos que le inspiren verdadera confianza? O
mejor: ¿Cuáles deben inspirarles poquísima, y cuales ninguna?
Primeramente, es claro (per se patet) que ninguna confianza deben inspirarnos
tocante a Liberalismo los periódicos que se honran (o se deshonran) con
llamarse a sí propios y portarse como liberales. Como hemos de fiarnos de
ellos, si son precisamente los enemigos contra quienes hemos a todas horas de
prevenirnos, y a quienes hemos de andar constantemente hostilizando! Queda,
pues, fuera de toda discusión esta parte de la consulta. Lo que se llama
liberal hoy día, ciertamente lo es; y siéndolo, es nuestro formal enemigo y de
la Iglesia de Dios. No se tenga en cuenta, pues, su recomendación o aplauso, más
que para mirar como sospechoso cuanto en Religión recomienda y aplauda.
Hay
una clase, empero, de periódicos no tan descarada y pronunciada, que gusta de
vivir en la ambigüedad de indefinidos colores y de indecisas tintas. Que se
llama a todas horas católica, y a ratos abomina y detesta el Liberalismo,
cuanto a la palabra por lo menos. Es comúnmente conocida por católicoliberal.
De esa hay que fiar menos aun, y no dejarse sorprender por sus mojigaterías y
pietismos. Es seguro que en todo caso apurado predominará en ella la tendencia
liberal sobre la. católica, aunque entre ambas se proponga fraternalmente
vivir. Así se ha visto siempre y así debe lógicamente suceder. La corriente
liberal es más fácil de seguir, y en prosélitos es más numerosa, y es al
amor propio más simpática. La católica es mas áspera en apariencia, tiene
menos secuaces y amigos, exige navegar siempre contra el natural corrompido
impulso de las ideas y pasiones. En un corazón ambiguo y vacilante, como son
los tales, es, pues, regular que ésta sucumba y aquélla prevalezca. No hay que
fiar, pues, en casos difíciles de la prensa católicoliberal. Más aún. Tiene
el inconveniente de que su fallo no nos sirve tanto como el de la otra para
formularnos prueba contradictoria, por la sencilla razón de que este su fallo
no es absoluto y radical en nada, y sí por lo regular acomodaticio.
La
prensa buena es la prensa íntegramente buena, es decir, la que defiende lo
bueno en sus principios buenos y en sus aplicaciones buenas. La más opuesta a
lo reconocidamente malo, opposita per diametrum, como dice San Ignacio en el
libro de oro de sus Ejercicios. La que está al lado opuesto de las fronteras
del error, la que mira siempre frente a frente al enemigo, no la que a ratos
vivaquea con él, o no se opone más que a determinadas evoluciones suyas. La
que es enemiga de lo malo en todo, ya que lo malo es malo en todo, aun en
aquello bueno que por casualidad puede consigo traer alguna vez.
Y
vamos a hacer una observación para explicar esta nuestra última frase, que a
muchos parecerá atrevida.
Suelen
a veces periódicos malos tener algo bueno. ¿Qué ha de pensarse de esto bueno
que tienen alguna vez los periódicos malos? Ha de pensarse que no les hace
dejar de ser malos, si es mala su intrínseca naturaleza o doctrina. Antes esto
bueno puede, y suele ser, añagaza satánica para que se les recomiende, o por
lo menos se les disimule, lo malo esencial que traen en sí. No le quitan a un
ser malo su natural maldad ciertas cualidades accidentalmente buenas. No son
buenos un ladrón o asesino, por más que recen cualquier día un Ave María o
le den a un pobre una limosna. Malos son a pesar de estas obras buenas, porque
es malo el conjunto esencial de sus actos. Es mala la tendencia ordinaria de
ellos. Y si de lo bueno que hacen se sirven para más autorizar su maldad, viene
a hacerse malo por su fin, hasta aquello mismo que en sí sería ordinariamente
bueno.
Al
revés, sucede que periódicos buenos incurren alguna vez en tal o cual error de
doctrina, o en algún extravío de pasión, y hacen efectivamente algo que no se
les puede aprobar. ¿Han de llamarse por esto malos? ¿Han de reprobarse como
tales? No, por análoga, aunque inversa razón. Lo malo en ellos es accidental;
lo bueno es lo sustancial y ordinario. Un pecado o algunos no hacen malvado a un
hombre, sobre todo si protesta no quererlos, con el arrepentimiento o la
enmienda. No es malo más que el que a sabienda y habitualmente lo es, y
protesta querer serlo. Angeles no lo son los periodistas católicos, ni mucho
menos, sino hombres frágiles y miserables y pecadores. Querer, pues, se les
condene por tal o cual error o por tal o cual indiscreción o destemplanza, es
tener de lo bueno y de lo virtuoso un concepto farisaico y jansenístico, reñido
con todos los principios de sana moral. Si se ha de juzgar de esta suerte, ¿qué
institución habría . buena y digna de estima en la Iglesia de Dios?
Resumen:
Hay periódicos buenos y hay periódicos malos. Con estos deben sumarse los
ambiguos o indefinidos. No le hacen bueno al malo algunas cosas buenas que
tenga, ni le hacen malo al bueno algunos defectos y aun pecados en que incurra.
Si sobre estos principios juzga y falla lealmente el buen católico, rara vez se
equivocará.
XXXVI.
SI ES ALGUNA VEZ RECOMENDABLE LA UNIÓN ENTRE CATÓLICOS Y LIBERALES PARA UN FIN
COMÚN, Y CON QUÉ CONDICIONES.
Otra
cuestión se ha agitado muchísimo en nuestros días, y es la relativa a la unión
entre católicos y liberales menos avanzados, para el fin común de contener a
la revolución más radical y desencadenada. Sueño dorado o candorosa ilusión
de algunos; de otros, empero, pérfida asechanza con que sólo pretendieron (y
han logrado en parte) desunirnos y paralizarnos. ¿Qué hemos de pensar, pues,
de tales conatos unionistas los que deseamos, sobre todo otro interés, el de
nuestra Santa Religión?
En
tesis general hemos de pensar que no son buenas ni recomendables tales uniones.
Dedúcese rectamente de los principios hasta aquí sentados. El Liberalismo es
en su esencia, por moderado y mojigato que se presente en la forma, oposición
directa y radical al Catolicismo. Los liberales son, pues, enemigos natos de los
católicos, y sólo en algún concepto accidental pueden tener intereses
verdaderamente comunes .
Pueden,
sin embargo, darse de estos algunos rarísimos casos. Puede, en efecto, suceder
que contra una de las fracciones más avanzadas del Liberalismo sea útil en un
caso dado la unión de fuerzas íntegramente católicas con las de otro grupo más
moderado del propio campo liberal. Cuando realmente así convenga, deben tenerse
en cuenta las siguientes bases para la unión.
1ª
No partir del principio de una neutralidad o conciliación entre lo que son
principios o intereses esencialmente opuestos, cuales son los católicos y los
liberales. Esta neutralidad o conciliación está condenada por el Syllabus, y
es de consiguiente base falsa; tal unión es traición, es abandono del campo
católico por parte de los encargados de defenderlo. No se diga, pues:
"prescindamos de diferencias de doctrina y de apreciación". Nunca se
haga esta vil abdicación de principios. Dígase ante todo: "A pesar de la
radical y esencial oposición de principios y apreciaciones, etc." Háblese
así y óbrese así para evitar confusión de conceptos, escándalo de incautos
y alardes del enemigo.
2.ª
Mucho menos se concede al grupo liberal la honra de capitanearnos con su
bandera. No; conserve cada cual su propia divisa, o véngase por aquellos
momentos a la nuestra quien con nosotros quiera luchar contra un común enemigo.
Más claro: únanse ellos a nosotros; nunca nosotros a ellos. A ellos,
abigarrados siempre en su insignia, no les será tan difícil aceptar nuestro
color; a nosotros, que lo queremos todo puro y sin mezcla, ha de sernos más
intolerable tal barajamiento de divisas.
3.ª
Nunca se crea con esto dejar establecidas bases para una acción constante y
normal. No pueden serlo más que para una acción fortuita y pasajera. Una acción
constante y normal no puede establecerse más que con elementos homogéneos y
que engranen entre sí como ruedas perfectamente combinadas. Para entenderse
durante mucho tiempo personas radicalmente opuestas en su convicción, fueran
necesarios continuos actos de heroica virtud por parte de todos. Y el heroísmo
no es cualidad común ni de todos los días. Es exponer, pues una obra a
lamentable fracaso, edificarla sobre base de encontradas opiniones, por más que
en algún punto accidental concuerden ellas entre sí. Para un acto transitorio
de defensa común o de común arremetida, puede muy bien intentarse esta coalición
de fuerzas, y puede ser laudable y de verdaderos resultados, siempre que no se
echen en olvido las otras condiciones o reglas que hemos puesto como de
imprescindible necesidad.
A
no ser con estas condiciones, no sólo no creemos favorable la unión de católicos
y liberales para empresa alguna, sino que la estimamos altamente perjudicial. En
vez de multiplicar las fuerzas, como sucede cuando la suma es de cantidades
homogéneas, paralizará y anulará el vigor de aquellas mismas que aisladas
hubieran podido hacer algo en defensa de la verdad. Es cierto que hay un
proverbio que dice: "¡Ay del que va solo!" Pero también hay otro
enseñado por la experiencia y en nada opuesto a éste, que dice: "Vale más
soledad que ruin compañía" Creemos que es Santo Tomás quien dice en no
recordamos qué punto: Bona est unio, ser potior est unitas. "Excelente
cosa es la unión, pero mejor es la unidad". Si se debe, pues. sacrificar
la unidad verdadera en aras de una ficticia y forzada unión, nada se gana en el
cambio, antes se pierde muchísimo, a nuestro pobre entender.
Además
de estas consideraciones, que podrían creerse meras divagaciones teóricas, la
experiencia acreditó ya de sobras lo que sale por lo regular de tales conatos
de unión. El resultado suele ser siempre mayor exacerbación de luchas y
rencores No hay ejemplo de una coalición de éstas que haya servido para
edificar o consolidar.
XXXVII.
PROSIGUE LA MISMA MATERIA.
Y,
sin embargo, es este, como hemos dicho antes, el sueño dorado, la eterna ilusión
de muchos de nuestros hermanos. Creen éstos que lo que le importa
principalmente a la verdad es sean muchos sus defensores y amigos. Número paréceles
sinónimo de fuerza: para ellos sumar, aunque sean cantidades heterogéneas, es
siempre multiplicar la acción, así como restar es siempre disminuirla. Vamos a
esclarecer un poco más este punto, y a emitir algunas últimas observaciones
sobre esta ya agotada materia.
La
verdadera fuerza y poder de todas las cosas, así en lo físico como en lo
moral, está más en la intensidad de ellas que en su extensión. Mayor volumen
de igual intensa materia es claro que da mayor fuerza; mas no por el aumento de
volumen, sino por el aumento o suma mayor de intensidades. Es regla, pues, de
buena mecánica procurar aumento en la extensión y número de las fuerzas, mas
a condición de que con esto resulten verdaderamente aumentadas las
intensidades. Contentarse con el aumento, sin detenerse a examinar el valor de
lo aumentado, es no solamente acumular fuerzas ficticias, sí que exponerse,
como hemos indicado, a que con ellas salgan paralizadas en su acción hasta las
verdaderas, si algunas hubiere.
Es
lo que pasa en nuestro caso, y que nos costará poquísimo demostrar.
La
verdad tiene una fuerza propia que comunica a sus amigos y defensores. No son éstos
los que se la dan a ella; es ella quien a ellos se la presto. Mas a condición
de que sea ella realmente la defendida. Donde el defensor, so capa de defender
mejor la verdad, empieza por mutilarla y encogerla o atenuarla a su antojo, no
es ya tal verdad lo que defiende, sino una invención suya, criatura humana de más
o menos buen parecer, pero que nada tiene que ver con aquella otra hija del
cielo.
Esto
sucede hoy día a muchos hermanos nuestros, víctimas (algunos inconscientes)
del maldito resabio liberal. Creen con cierta buena fe defender y propagar el
Catolicismo; pero a fuerza de acomodarlo a su estrechez de miras y a su poquedad
de ánimo, para hacerlo (dicen) más aceptable al enemigo a quien desean
convencer, no reparan que no defienden ya el Catolicismo, sino una cierta cosa
particular suya, que ellos llaman buenamente así, como pudieran llamarla con
otro nombre. Pobres ilusos que, al empezar el combate, y para mejor ganarse al
enemigo, han empezado por mojar la pólvora y por quitarle el filo y la punta a
la espada, sin advertir que espada sin punta y sin filo no es espada, sino
hierro viejo, y que la pólvora con agua no lanzará el proyectil. Sus periódicos,
libros y discursos, barnizados de catolicismo, pero sin el espíritu y vida de
él, son en el combate de la propaganda lo que la espada de Bernardo y la
carabina de Ambrosio, que tan famosas ha hecho por ahí el modismo popular para
representar toda clase de armas que no pinchan ni cortan.
¡Ah!
no, no, amigos míos; preferible es a un ejército de esos una solo compañía,
un solo pelotón de bien armados soldados que sepan bien lo que defienden y
contra quién lo defienden y con qué verdaderas armas lo deben defender. Denos
Dios de esos, que son los que han hecho siempre y han de hacer en adelante algo
por la gloria de su Nombre, y quédese el diablo con los otros, que como
verdadero desecho se los regalamos.
Lo
cual sube de punto si se considera que no sólo es inútil para el buen combate
cristiano tal haz de falsos auxiliares, sino que es embarazosa y casi siempre
favorable al enemigo. Asociación católica que debe andar con esos lastres,
lleva en si lo suficiente para que no pueda hacer con libertad movimiento
alguno. Ellos matarán a la postre con su inercia toda viril energía; ellos
apocarán a los más magnánimos y reblandecerán a los más vigorosos; ellos
tendrán en zozobra al corazón fiel, temeroso siempre, y con razón, de tales
huéspedes, que son bajo cierto punto de vista amigos de sus enemigos. Y, ¿no
será triste que, en vez de tener tal asociación un solo enemigo franco y bien
definido a quien combatir, haya de gastar parte de su propio caudal de fuerzas
en combatir, o por lo menos en tener a raya, a enemigos intestinos que destrozan
o perturban por lo menos su propio seno? Bien lo ha dicho La Civiltá Cattolica
en unos famosos artículos.
"Sin
esa precaución, dice, correrían peligro ciertísimo no solamente de
convertirse tales asociaciones (las católicas) en campo de escandalosas
discordias, mas también de degenerar en breve de los sanos principios, con
grave ruina propia y gravisimo daño de la Religión."
Por lo cual concluiremos nosotros este capitulo trasladando aquí aquellas otras
tan terminantes y decisivas palabras del mismo periódico, que para todo espíritu
católico deben ser de grandísima, por no decir de inapelable autoridad. Son
las siguientes:
"Con
sabio acuerdo las asociaciones católicas de ninguna cosa anduvieron tan
solicitas como de excluir de su seno, no sólo a todo aquel que profesase
abiertamente las máximas del Liberalismo, si que a aquellos que, forjándose la
ilusión de poder conciliar el Liberalismo con el Catolicismo, son conocidos con
el nombre de católicos liberales".
XXXVIII.
SI ES O NO ES INDISPENSABLE ACUDIR CADA VEZ AL FALLO CONCRETO DE LA IGLESIA Y DE
SUS PASTORES PARA SABER SI UN ESCRITO O PERSONA DEBEN REPUDIARSE Y COMBATIRSE
COMO LIBERALES.
"Todo
lo que acabáis de exponer, dirá alguien al llegar aquí, topa, en la práctica,
con una dificultad gravísima. Habéis hablado de personas y de escritos
liberales, y nos habéis recomendado con gran ahínco huyésemos, como de la
paste, de ellos y hasta de su más lejano resabio. ¿Quién, empero, se atreverá,
por si solo, a calificar a tal persona o escrito de liberal, no mediando antes
fallo decisivo de la Iglesia docente, que así lo declare?"
He
aquí un escrúpulo, o mejor, una tontería, que han puesto muy en boga, de
algunos años acá, los liberales y los resabiados de Liberalismo. Teoría nueva
en la Iglesia de Dios, y que hemos vista con asombro prohijaba por quienes nunca
hubiéramos imaginado pudiesen caer en tales aberraciones. Teoría, además, tan
cómoda para el diablo y sus secuaces, que en cuanto un buen católico les ataca
o desenmascara, al punto se les ve acudir a ella y refugiarse en sus trincheras,
preguntando con aires de magistral autoridad: "¿Y quién sois vos para
calificarme a mi o a mi periódico de liberales? ¿Quién os ha hecho maestro en
Israel para declarar quién es buen católico y quién no? ¿Es a vos a quien se
ha de pedir patente de catolicismo?" Esta última frase, sobre todo, ha
hecho fortuna, como se dice, y no hay católico resabiado de liberal que no la
saque, como último recurso, en los casos graves y apurados. Veamos, pues, qué
hay sobre eso y si es sana teología la que exponen los católicoliberales
sobre el particular. Planteemos antes limpia y escueta la cuestión. Es la
siguiente:
Para
calificar a una persona o un escrito de liberales, ¿debe aguardarse siempre el
fallo concreto de la Iglesia docente sobre tal persona o escrito?
Respondemos
resueltamente que de ninguna manera. De ser cierta esta paradoja liberal, fuera
ella indudablemente el medio más eficaz para que en la práctica quedasen sin
efecto las condenaciones todas de la Iglesia, en lo referente así a escritos
como a personas.
La Iglesia es la única que posee el supremo magisterio doctrinal de derecho y
de hecho, juris et facti, siendo su suprema autoridad, personificada en el Papa,
la única que definitivamente y sin apelación puede calificar doctrinas en
abstracto, y declarar que tales doctrinas las contiene o enseña en concreto el
libro de tal o cual persona, Infalibilidad no por ficción legal, como la que se
atribuye a todos los tribunales supremos de la tierra, sino real y efectiva,
como emanada de la continua asistencia del Espíritu Santo, y garantiza por la
promesa solemne del Salvador. Infalibilidad que se ejerce sobre el dogma y sobre
el hecho dogmático, y que tiene por tanto toda la extensión necesaria para
dejar perfectamente resuelta, en última instancia, cualquier cuestión.
Ahora
bien. Esto se refiere al fallo último y decisivo, al fallo solemne y
autorizado, al fallo irreformable e inapelable, al fallo que hemos llamado en última
instancia. Mas no excluye para luz y guía de los fieles otros fallos menos
autorizados, pero sí también muy respetables, que no se pueden despreciar y
que pueden hasta obligar en conciencia al fiel cristiano. Son los siguientes, y
suplicamos al lector se fije bien en su gradación:
1.°
El de los Obispos en sus diócesis. Cada Obispo es juez en su diócesis para el
examen de las doctrinas y calificación de ellas, y declaración de cuáles
libros las contienen y cuáles no. Su fallo no es infalible, pero es respetabilísimo
y obliga en conciencia, cuando no se halla en evidente contradicción con otra
doctrina previamente definida, o cuando no le desautoriza otro fallo superior.
2.º
El de los Párrocos en sus feligresías. Este magisterio está subordinado al
anterior, pero goza en su más reducida esfera de análogas atribuciones. El Párroco
es pastor, y puede y debe, en calidad de tal, discernir los pastos saludables de
los venenosos. No es infalible su declaración, pero debe tenerse por digna de
respeto, según las condiciones dichas en el párrafo anterior.
3.º
El de los directores de conciencias. Apoyados en sus luces y conocimientos,
pueden y deben los confesores decir a sus dirigidos lo que les parezca, acerca
tal doctrina o libro sobre que se les pregunta; apreciar según las reglas de
moral y filosofía si la lectura o compañía puede ser peligrosa o nociva para
su confesado, y hasta pueden con verdadera autoridad intimarle se aparte de
ellas. Tiene, pues, también un cierto fallo sobre doctrinas y personas el
confesor.
4.°
El de los simples teólogos consultados por el fiel seglar. Peritis in arte
credendam, dice la filosofía: "se ha de creer a cada cual en lo que
pertenece a su profesión o carrera." No se entiende que goce en ella el
tal de verdadera infalibilidad, pero sí que tiene una cierta especial
competencia para resolver los asuntos con ellas relacionados Ahora bien. Al teólogo
graduado le da la Iglesia un cierto derecho oficial para explicar a los fieles
la ciencia sagrada y sus aplicaciones. En uso de este derecho escriben de teología
los autores, y califican y fallan según su leal saber y entender. Es, pues,
cierto que gozan de una cierta autoridad científica para fallar en asuntos de
doctrina, y para declarar qué libros la contienen o qué personas la profesan.
Así simples teólogos censuran y califican, por mandato del Prelado, los libros
que se dan a la imprenta, y garantizan con su firma su ortodoxia. No son
infalibles, pero le sirven al fiel de norma primera en lo casero y usual de cada
día, y deben éstos atenerse a su fallo hasta que lo anule otro superior.
5.º
El de la simple razón humana debidamente ilustrada. Sí, señor; hasta eso es
lugar teológico; como se dice en teología; es decir, hasta eso es criterio
científico en materia de religión. La fe domina a la razón; ésta debe
estarle en todo subordinada. Pero es falso que la razón nada pueda por sí
sola, es falso que la luz inferior encendida por Dios en el entendimiento humano
no alumbre nada, aunque no alumbre tanto como la luz superior. Se le permite,
pues, y aun se le manda al fiel discurrir sobre lo que cree, y sacar de ello
consecuencias, y hacer aplicaciones, y deducir paralelismos y analogía. Así
puede el simple fiel desconfiar ya a primera vista de una doctrina nueva que se
le presente, según sea mayor o menor el desacuerdo en que la vea con otra
definida. Y puede, si este desacuerdo es evidente combatirla como mala, y llamar
malo al libro que la sostenga. Lo que no puede es definirla ex cathedra; pero
tenerla para sí como perversa, Y como tal señalarla a los otros para su
gobierno, y dar la voz de alarma y disparar los primeros tiros, eso puede
hacerlo el fiel seglar; eso lo ha hecho siempre y se lo ha aplaudido siempre la
iglesia. Lo cual no es hacerse pastor del rebaño, ni siquiera humilde zagal de
él: es simplemente servirle de perro para avisar con sus ladridos. Oportet
aulatrare canes, recordó a propósito de esto muy oportunamente un gran Obispo
español, digno de los mejores siglos de nuestra historia.
¿Por
ventura no lo entienden así los más celosos Prelados, cuando, en repetidas
ocasiones, exhortan a sus fieles a abstenerse de los malos periódicos o de los
malos libros sin indicarles cuáles sean éstos, persuadidos como están de que
les bastará su natural criterio ilustrado por la fe para distinguirlos,
aplicando las doctrinas ya conocidas sobre la materia? Y el mismo Índice ¿contiene
acaso los títulos de todos los libros prohibidos? ¿No figuran al frente de él,
con el carácter de Reglas generales del Índice, ciertos principios a los que
debe atenerse un buen católico para considerar como malos muchos impresos que
el Índice no designa, pero que, sobre las reglas dadas, quiere que juzgue y
falle por sí propio cada uno de los lectores?
Pero
vengamos a una consideración más general. ¿De qué serviría la regla de fe y
costumbres, si a cada caso particular no pudiese hacer inmediata aplicación de
ella el simple fiel, sino que debiese andar de continuo consultando al Papa o al
Pastor diocesano? Así como la regla general de costumbres es ley, y sin embargo
tiene cada uno dentro de sí una conciencia (dictamen practicum) en virtud de la
cual hace las aplicaciones concretas de dicha regla general, sin perjuicio de
ser corregido, si en eso se extravía; así en la regla general de lo que se ha
le creer, que es la autoridad infalible de la Iglesia, consiente ésta, y ha de
consentir, que haga cada cual con su particular criterio las aplicaciones
concretas, sin perjuicio de corregirle, y obligarle a retractación si en eso
yerra. Es frustrar la superior regla de fe, es hacerla absurda e imposible
exigir su concreta e inmediata aplicación por la autoridad primera, a cada caso
de cada hora y de cada minuto.
Hay aquí un cierto jansenismo feroz y satánico, como el que había en los discípulos
del malhadado Obispo de Iprés al exigir para la recepción de los Santos
Sacramentos disposiciones tales, que los hacían moralmente imposible para los
hombres, a cuyo provecho están destinados. El rigorismo ordenancista que aquí
se invoca es tan absurdo como el rigorismo ascético que se predicaba en PortRoyal,
y sería aun de peores y más desastrosos resultados. Y si no, obsérvese un fenómeno.
Los más rigoristas en eso son los más empedernidos sectarios de la escuela
liberal. ¿Cómo se explica esa aparente contradicción? Explícase muy
claramente, recordando que nada convendría tanto al Liberalismo, como esa legal
mordaza puesta a la boca y a la pluma de sus más resueltos adversarios. Sería
a la verdad gran triunfo para él lograr que, so pretexto de que nadie puede
hablar con voz autoritativa en la Iglesia, más que el Papa y los Obispos,
enmudeciesen de repente los De Maistre, los Valdegamas, los Veuillot, los
Villoslada, los Aparisi, los Tejado, los Orti y Lara, los Nocedal, de que
siempre, por la divina misericordia, ha habido y habrá gloriosos ejemplares en
la sociedad cristiana. Eso quisiera él, y que fuese la Iglesia misma quien le
hiciese ese servicio de desarmar a su más ilustres campeones.
XXXIX.
¿Y QUÉ ME DECÍS DE LA HORRIBLE SECTA DEL "LAICISMO", QUE DESDE HACE
POCO, AL DECIR DE ALGUNAS GENTES, CAUSA TAN GRAVES ESTRAGOS EN NUESTRO PAÍS?
Mas qué es el Laicismo? Sus fieros contradictores se han tomado mas bien la
pena de anatematizarlo desde sus respectivas cátedras, más o menos
autorizadas, que de definirlo. Nosotros, que andamos años ha en tratos públicos
y privados con él, ensayaremos sacarlos de este apuro y darles, para que tengan
alguna base en sus invectivas, una definición.
De
Laicismo se han calificado tres cosas:
1.ª
La pretendida exageración de la iniciativa seglar en la edificación de
personas y de doctrinas.
2.ª La pretendida exageración de la iniciativa seglar en la dirección y
organización de obras católicas.
3ª
La pretendida falta de sumisión de ciertos seglares a la autoridad episcopal.
He
aquí los tres puntos del enconado proceso que contra los laicistas se ha
entablado de dos o tres años acá. Excusado es decir que esos tres puntos que
damos aquí claramente deslindados por primera vez, nunca los ha deslindado en
sus fogosas peroratas el ampuloso fiscal que ha llevado principalmente la voz
contra nosotros. Eso de concretar cargos y precisar conceptos no debe de entrar
en las leyes de su polémica, por todo extremo original. Mucho vociferar a grito
herido: " ¡Cisma! ¡cisma! ¡secta! ¡secta! ¡ rebeldía! ¡Rebeldía! y,
mucho ponderar los fueros y prerrogativas de la autoridad episcopal, mucho
probar con autoridades y cánones verdades que nadie niega sobre esta autoridad;
pero nada de acercarse (ni de lejos) al verdadero punto del debate; nada de
probar gravísimas acusaciones, olvidando que, acusación que no se aprueba,
deja de ser acusación y pasa a ser desvergonzada calumnia. ¡Oh, qué lujo de
erudición, qué profundidad de teología, qué sutileza de derecho canónico,
qué énfasis de retórica escolar se ha malgastado en probar que eran los
peores enemigos de la causa católica sus más firmes defensores; que eran los
autores y fautores del Laicismo, precisamente los de continuo apostrofados de
Clericalismo; que tendían a emanciparse del santo magisterio episcopal los que
han sido en todos tiempos los más adictos y dóciles al cayado de sus Pastores,
en lo que pertenece a su jurisdicción!
Esta
última frase (en lo que pertenece a su jurisdicción) la tiene en lamentable y
tal vez calculado olvido los fieros impugnadores del mal llamado Laicismo, y con
tanto traer y llevar por arriba y por abajo la Encíclica Cum multa, diríase no
han acertado aun a ver en ella ese paréntesis, que da de lo más sustancioso de
ella la debida y natural explicación. En efecto; todas las acusaciones de
rebeldía dirigidas contra ciertas asociaciones y periódicos, estarían muy en
su lugar siempre que se probase (como efectivamente nunca se ha probado ni se
probará) que tales asociaciones y periódicos, al resistirse con varonil
firmeza a formar parte de la malhadada unión católicoliberal que se les quiso
canónicamente imponer resistieron a su natural jefe religioso en algo que era
de su jurisdicción. El colosal talento de los descubridores e impugnadores del
Laicismo podría bien ocuparse en eso, que seria tarea digna de su laboriosidad,
y que por cierto habían de tardar en ver concluida. Mas ¿qué hacer? No les ha
dado por ahí a los antilaicistas, ni debe haber para ellos señalado en. su
manualito de Lógica aquel vicio llamado mutatio elenchi, que es el que de
continuo les hace cantar extra chorum." por no emplear otro modismo, si más
gráfico, menos limpio y oloroso, que tiene entre los suyos el enérgico idioma
catalán.
Es
por de pronto un Laicismo, singular este que en España, y en Cataluña sobre
todo anda al frente de todas las obras católicas vulgarmente llamadas
ultramontanas; que a la voz del Papa levanta romerías; que para secundar al
Papa cubre adhesiones con millares de firmas; que para socorrer al Papa manda de
continuo a Roma limosnas y más limosnas; que está siempre al lado de sus
Prelados en cuanto éstos ordenen para combatir a la impiedad; que funda y paga
y sostiene escuelas católicas contra las llamadas laicas y protestantes; que
forma, en una palabra, en la academia, en el templo, en la prensa, el grupo más
ardientemente batallador en defensa de los derechos de la fe y de la Santa Sede.
Es un Laicismo raro y fenomenal éste del cual son amigos e inspiradores los
sacerdotes más ejemplares, y focos las casas religiosas más observantes; que
ha recibido en pocos años él solo más bendiciones expresas de Su Santidad que
cualquier otro grupo en medio siglo de fecha; que lleva sobre sí el certificado
mas auténtico de ser cosa de Cristo en la animadversión y rabia con que le
miran y tratan todos los enemigos más declarados del nombre cristiano. ¿No es
verdad que es este un Laicismo que en todo se parece al más puro Catolicismo?
Resumen:
que no hay tal Laicismo ni cosa que lo parezca. Hay sí, un puñado de católicos
seglares que valen por un ejército, y que incomodan de veras a la secta católicoliberal,
que tiene por eso muy legítima y justificada razón para odiarlos.
Y
hay además:
1.°
Que el católico seglar ha podido siempre, y puede y debe con más justo motivo
hoy día, dadas las presentes circunstancias, tomar parte muy activa en la
controversia religiosa, exponiendo doctrinas, calificando libros y personas,
desenmascarando fachas de sospechosa catadura, tirando derecho a los blancos que
de antemano le señala la Iglesia Entre los cuales el blanco preferente debe ser
en nuestros días el error contemporáneo del Liberalismo, y su hijuela y cómplice
y encubridor el catolicismo liberal, contra los cuales cien veces ha dicho el
Papa que era muy recomendable guerreasen sin cesar todos los buenos católicos,
aun los seglares.
2.º
Que el fiel seglar ha podido en todos tiempos, y puede hoy emprender, organizar,
dirigir y llevar a cabo toda suerte de obras católicas, con sujeción a los trámites
que para eso prescribe el Derecho canónico, y sin otra limitación que la que
éste señala. De lo cual nos dan ejemplo grandes Santos que, siendo simples
seglares, han creado en la Iglesia de Dios magníficas instituciones de todo género,
y hasta verdaderas Ordenes religiosas, como fue San Francisco de Asís, que, ¡pásmense
los antilaicistas!, nunca llegó a ser sacerdote' ni era subdiácono, sino un
pobre seglar, cuando puso los cimientos de la suya. Con mucha mayor razón se
puede, pues, fundar un periódico, una academia, un círculo, o un casino
propagandista, sin más que atenerse a las reglas generales que para esto
establece, no el criterio de un hombre, sea el que fuere, sino la sabia
legislación canónica, de quien son súbditos todos y a quien deben ser todos
obedientes, desde el Príncipe más alto de la Iglesia hasta el mas oscuro
seglar.
3.º
Que tratándose de cuestiones libres no hay rebeldía ni desobediencia en que
quiera resolverlas cada periódico o asociación o individuo según su criterio
particular. Siendo muy de notar, aunque nada extraño, que en eso tengamos los
católicos que dar lecciones a los liberales de cuáles sean los fueros de la
verdadera libertad cristiana, y de cuán distinta es la noble sumisión de la
fe. del bajo y rastrero servilismo. Las opiniones libres ni el confesor puede
imponerlas a su confesado, aunque las crea más provechosas o seguras, ni el Párroco
a su feligrés, ni el Prelado a sus diocesanos, y seria muy conveniente que
sobre eso diesen nuestros ilustrados contradictores un repaso al Bouix, o por lo
menos al F. Larraga. Por lo mismo no hay crimen, ni hay pecado, ni hay siquiera
falta venial (y mucho menos herejía, cisma o cualquiera otra majadería) en
ciertas resistencias. Son resistencias que la Iglesia autoriza y que por tanto
nadie puede condenar. Eso sin prejuzgar si tales resistencias son algunas veces
no sólo lícitas, si que recomendables; y no sólo recomendables, si que
obligatorias en conciencia. Como seria, si de buena o mala fe, con rectas o no
rectas intenciones, se pretendiese llevar a un súbdito a que suscribiese fórmulas
o adoptase actitudes, o aceptase connivencias abiertamente favorables al error,
y deseadas y urdidas y aplaudidas por los enemigos de Jesucristo. En tal caso el
deber del buen católico es la resistencia a todo trance, y antes morir que
condescender.
He
aquí lo que hay sobre la tan debatida cuestión del Laicismo, que mirada a
buena luz y con mediano conocimiento de la materia. ni siquiera llega a ser
cuestión. De ser cierta la teología que sobre eso han sentado los padres
graves del catolicismo liberal, poco le quedaría que hacer al diablo para ser
dueño del campo, porque en rigor, todo se lo daríamos ya hecho con nuestras
propias manos. Para hacer imposible en la práctica todo movimiento católico
seglar, no hay mejor recurso que exigirle tales condiciones por las que resulte
moralmente impracticable. En una palabra, lo hemos dicho ya: Jansenismo puro es
éste, al que por fortuna le ha caído ya el disfraz.
XL.
SI ES MÁS CONVENIENTE DEFENDER EN ABSTRACTO LAS DOCTRINAS CATÓLICAS CONTRA EL
LIBERALISMO, O DEFENDERLAS POR MEDIO DE UNA AGRUPACIÓN O PARTIDO QUE LAS
PERSONIFIQUE.
¿Es
más conveniente defender en abstracto las doctrinas católicas contra el
Liberalismo, o defenderlas formando un partido que las personifique?
Esta
cuestión se ha propuesto mil veces, aunque nunca seguramente con la franqueza
con que nos atrevemos nosotros a proponerla aquí. De la confusión de ideas que
hay sobre esto, aun entre muchos que son indudablemente verdaderos católicos,
han nacido tantas proyectadas y siempre fracasadas fórmulas de Unión fuera o
con abstracción de la cuestión política, fórmulas en algunos, sin duda bien
intencionadas, aunque en otros hayan sido máscara de astutas y pérfidas
maniobras.
Volvernos,
pues, a preguntar con toda sinceridad y llaneza: ¿Conviene más defender las
ideas antiliberales en abstracto, o defenderlas en concreto, o sea
personificadas en un partido franca y resueltamente antiliberal?
Una
buena parte de nuestros hermanos, los que pretenden (aunque no lo consiguen)
aparecer neutrales en política, dicen que sí conviene. Nosotros sostenemos
decididamente que no. Es decir, creemos que es mejor, y que es lo único práctico
y viable y eficaz, atacar al Liberalismo y defender y oponerle las ideas
antiliberales, no en abstracto, sino en concreto, esto es, no solamente por
media de la palabra hablada o escrita, sino por medio de un partido de acción,
perfectamente antiliberal .
Vamos
a probarlo.
¿De
qué se trata aquí? Trátase de defender ideas prácticas y de práctica
aplicación a la vida pública y social, y a las relaciones entre los modernos
Estados y la Iglesia de Dios. Ahora bien; tratándose de buscar, ante todo,
resultados inmediatamente prácticos, son los más conducentes a este fin los
procedimientos mas prácticos. Y lo más práctico aquí es, no la defensa
simplemente abstracta y teórica de las doctrinas, sino ayudar y favorecer a los
que en el terreno práctico procuran plantearlas, y combatir, desautorizar y
aniquilar, si se pudiese, a los que en el mismo terreno práctico se oponen a su
realización.
Cansados
estamos de idealismos místicos y poéticos, que a nada conducen más que a una
vaga admiración de la verdad, si a tanto llegan. A la Iglesia, como a Dios, se
la ha de servir spiritu et veritatc, "en espíritu y en verdad";
cogitatione, verbo et opera, "con pensamiento, palabra y obra". El
problema actual, en que anda revuelto el mundo, es brutalmente práctico con
toda la propiedad del adverbio subrayado. Mas que con razones, pues, se ha de
resolver con obras, que obras son amores y no buenas razones, dice el refrán.
No es principalmente la cháchara liberal lo que ha trastornado al mundo sino el
trabajo eficaz y práctico de los sectarios del Liberalismo. Con la mano más
que con la lengua se ha destronado a Dios y al Evangelio de su social soberanía
de dieciocho siglos: con la mano más que con la lengua se los ha de volver a
colocar en su trono. las ideas, hemos dicho ya más arriba, no se sostienen en
el aíre, ni hacen camino por sí solas, ni por sí solas producen en el mundo
general conflagración. Son pólvora que no se inflama si no hay quien,
aplicando la mecha, la ponga en combustión. Las herejías puramente teóricas y
doctrinales han dada poco que hacer a la Iglesia de Dios: más se ha servido al
error el brazo que blande la espada que la pluma que escribe falsos silogismos.
Nada hubiera sido el Arrianismo sin el apoyo de los emperadores arrianos; nada
el Protestantismo sin el favor de los príncipes alemanes deseosos de sacudir el
yugo de Carlos V; nada el Anglicanismo sin el de los Lores ingleses cebados por
Enrique VIII con los bienes de los Cabildos y monasterios. Urge, pues, oponer a
la pluma, la pluma; a la lengua, la lengua; pero principalmente al trabajo el
trabajo; a la acción, la acción; al partido, el partido; a la política, la
política; a la espada (en ocasiones dadas), la espada.
Así
se han hecho siempre las cosas en el mundo, y así se harán. hasta el fin de él.
Prodigios no los suele obrar Dios para la defensa de la fe, más que en los
principios de ella. Arraigada ésta en un pueblo, quiere que sea defendida
humanamente y al modo humano la que en el mundo y al modo humano ha descendido a
vivir.
Lo
que se llama, pues, un partido católico, sea cualquiera el otro apellido que se
le dé, es hay día una necesidad. Tanto significa como haz de fuerzas católicas,
núcleo de buenos católicos, unión de trabajos católicos, para obrar en el
terreno humano en favor de la Iglesia, allí donde la Iglesia jerárquica no
puede muchas veces descender. Que se procure una política católica, una
legalidad católica, un Gobierno católico, por medios dignos y católicos, ¿quién
lo puede reprobar? ¿No bendijo la Iglesia en la Edad Media la espada de los
cruzados, y en la Moderna la bayoneta de los zuavos pontificios? ¿No les dio su
pendón? ¿No fue ella la que les prendió al pecho la divisa? Si San Bernardo
no se contentó con escribir sobre eso patéticas homilías, sino que recluto
soldados y los lanzó a las costas de Palestina, ¿qué inconveniente hay en que
un partido católico se lance hay día a la cruzada que permitan las
circunstancias, la de los periódicos, la de los círculos, la de los votos, la
de la pública manifestación, mientras aguarda la hora histórica en que
disponga Dios enviar a favor de su pueblo cautivo la espada de un nuevo
Constantino o de un segundo Carlomagno?
Extraño
será no le parezcan blasfemias estas verdades a la secta liberal. Pues, por lo
mismo, nos han de parecer a nosotros las máximas más sólidas y las más
oportunas hoy día.
XLI.
SI ES EXAGERACIÓN NO RECONOCER COMO PARTIDO PERFECTAMENTE CATÓLICO MÁS QUE A
UN PARTIDO QUE SEA RADICALMENTE ANTILIBERAL.
"Nos
convence lo que acabáis de decir (exclamará alguno de los nuestros, de los
nuestros, sí, pero aprensivo y miedoso en demasía por todo lo que suene a política
y a partido); mas ¿cuál ha de ser este partido a que se afilie el buen católico
para defender, como decís, concreta y prácticamente su fe contra la opresión
del Liberalismo? El espíritu de partido puede aquí alucinaros y hacer que, aun
a pesar vuestro, os inflame mas el deseo de favorecer por medio de la Religión
una determinada causa política, que no el de favorecer por medio de la política
a la Religión".
Parécenos,
amigo lector, que estampamos aquí la dificultad en toda su fuerza y tal como se
la oye proponer por multitud de personas. Afortunadamente nos costará poquísimo
desvanecerla, por más que en ella se encuentren como atascados y atarugados
muchos de nuestros hermanos.
Afirmamos,
pues, sin temor de que nadie pueda lógicamente contradecirnos, que, para
combatir al Liberalismo, lo más procedente y lógico es trabajar en
mancomunidad de miras y esfuerzos con el partido más radicalmente antiliberal.
¡Hombre! ¡Eso es verdad de Pero Grullo!
Pero
es verdad. Y ¿quién tiene la culpa si a ciertas gentes hay que presentarles
las más sólidas verdades de la filosofía en forma de vulgares perogrulladas?
No, no es espíritu de partido, sino espíritu de verdad, afirmar que no puede
eficazmente oponerse al Liberalismo más que un partido verdaderamente católico,
y afirmar en seguida que no es partido radicalmente católico más que un
partido radicalmente antiliberal.
Esto
escuece naturalmente a ciertos paladares estragados por salsas mestizas, pero es
incontestable. El Catolicismo y el Liberalismo son sistemas de doctrinas y de
procedimientos esencialmente opuestos, como creemos haber demostrado en estos
nuestros artículos; forzoso se hace, pues, reconocer, aunque cueste y amargue,
que no se es íntegramente católico sino en cuanto se es íntegramente
antiliberal. Estas ideas dan una ecuación rigurosamente matemática. los
hombres y los partidos (salvo en ellos error de buena fe) en tanto son católicos
por sus doctrinas, en cuanto no profesan idea alguna anticatólica, y es clarísimo
que profesarán doctrina anticatólica siempre y cuando conscientes profesen en
todo o en parte alguna doctrina liberal. Decir, pues: tal partido liberal o tal
persona conscientemente liberal no son católicos, es fórmula tan exacta corno
decir: tal casa blanca no es negra, o tal otra colorada no es azul. Es
simplemente enunciar de un sujeto lo que lógicamente resulta de aplicar el
principio de contradicción: Nequit idem simul esse et non esse: "No puede
algo ser y juntamente dejar de ser". Venga, pues, acá el más pintado
liberal y diganos si hay en el mundo teorema de matemáticas que concluya mejor
que éste: No hay más partido perfectamente católico que un partido que sea
radicalmente antiliberal.
No
es, pues, partido católico, repetimos, ni aceptable en buena tesis para católicos,
más que el que profese y sostenga y practique ideas resueltamente
antiliberales. Cualquier otro, por respetable que sea, por conservador que se
presente, por orden material que proporcione al país, por beneficios y ventajas
que accidentalmente ofrezca a la misma Religión, no es partido católico desde
el momento en que se presenta basado en principios liberales, u organizado con
espíritu liberal, o dirigido a fines liberales. Y decimos así, refiriéndonos
a lo que más arriba hemos indicado, esto es, que hay liberales que del
Liberalismo aceptan los principios tan sólo, sin querer las aplicaciones; al
paso que hay otros que aceptan las aplicaciones sin querer admitir (por lo menos
descaradamente) los principios. Repetimos, pues, que un partido liberal no es
católico, ya sea liberal en cuanto a sus principios, ya no lo sea en cuanto a
sus aplicaciones, como lo blanco no es negro, como lo cuadrado no es circular,
como el valle no es montaña, como la obscuridad no es luz.
El periodismo revolucionario, que ha traído al mundo para confusión de él una
filosofía y una literatura cuyas especiales, ha inventado también Un modo de
discurrir especialmente suyo. Que es, no discurrir como antiguamente se solía,
sacando de principios consecuencias, sino discurrir como se usa en las plazuelas
y en los corros de comadres, moverse por impresión, vociferar a diestro y a
siniestro pomposas palabrotas (sesquipedalia verba), y aturdir y marear al
entendimiento propio y al ajeno con desatado turbión de prosa volcánica, en
vez de alumbrarle y dirigirle con la clara y serena lumbre de bien seguida
argumentación. Es seguro, por lo mismo, que se escandalizará de que neguemos
el dictado de católicos a tantos partidos representados en la vida publica por
hombres que, vela en mano, concurren a nuestras procesiones; y representados en
la prensa por tantos órganos que cantan endechas allá por Semana Santa al Mártir
del Gólgota (estilo progresista puro) o villancicos en NocheBuena al Niño de
Belén, y que se creen con esto sólo tan representantes de una política católica,
como pudieran el gran Cisneros o nuestra ínclita primera Isabel. Y sin
embargo... escandalícense o no, les diremos que tan católicos son ellos, como
fueron estos luteranos o francmasones. Cada cosa es lo que es, y nada más.
Todas las apariencias buenas no harán sea bueno lo que en su esencial
naturaleza es malo. Y hable en católico y hágalo todo en apariencia como católico
el liberal, liberal será y no católico Todo lo más será liberal vergonzante,
que de los católicos anda remedando idioma, traje, forma y buen parecer.
XLII.
DASE DE PASO UNA EXPLICACIÓN MUY CLARA Y SENCILLA DE UN LEMA POR MUCHOS MAL
COMPRENDIDO, DE LA "REVISTA POPULAR".
¿Cómo
dejáis, pues, dirá alguno, tan mal parado el lema para muchos dogmáticos, y
que tanto ha resonado por ahí: "Nada, ni un pensamiento, para la política.
Todo, hasta el último aliento, para la Religión".
El
tal lema, amigos míos, queda muy en su lugar y caracteriza perfectamente, sin
menoscabo de las doctrinas hasta aquí expuestas, a la publicación de
Propaganda popular que lo escribe cada semana al frente de sus columnas.
Su
explicación es obvia, y nace del mismo carácter de la Propaganda popular, y
del sentido meramente popular que en ella tienen determinadas expresiones.
Vamos
a verlo rápidamente.
Política
y Religión, en su sentido más elevado y metafísico, no son ideas opuestas ni
aun separadas; al revés, la primera se contiene en la segunda, como la parte se
contiene en el todo, o como la rama se contiene en el árbol, para valernos de más
vulgar comparación. La política, o sea el arte de gobernar a los pueblos, no
es más, en su parte moral (único de que aquí se trata), que la aplicación de
los grandes principios de la Religión al ordenamiento de la sociedad por los
debidos medios a su debido fin.
En
este concepto es Religión o parte de ella la política, como lo es el arte de
regir un monasterio o la ley que preside a la vida conyugal, o el deber mutuo de
los padres y de los hijos, y por lo mismo sería absurdo decir: "Nada
quiero con la política, porque todo lo quiero para la Religión", ya que
precisamente la política es una parte muy importante de la Religión, porque es
o debe ser sencillamente una aplicación en grande escala de los principios y de
las reglas que dicta para las cosas humanas la Religión, que en su inmensa
esfera las abarca todas.
Mas
el pueblo no es metafísico; ni en los escritos de Propaganda popular se da a
las palabras la acepción rígida que se les da en las escuelas.
Hablando
en metafísico, no sería entendido el propagandista en los círculos y
corrillos donde busca su público especial. Tiene, pues, necesidad de dar a
ciertas palabras el sentido que les da el pueblo llano, con quien se ha de
entender.
¿Y
qué entiende el pueblo de política? Entiende el pueblo por político el Rey
tal o cual o el Presidente de la República, cuyo busto ven en las monedas y ven
en el papal sellado; el Ministerio de tal o cual matiz que cayó o que acaba de
subir; los diputados que andan a la greña formando la mayoría o la minoría;
el gobernador civil y el alcalde que le mangonean el tinglado de las elecciones,
Ias contribuciones que la hay que pagar; los soldados y empleados que hay que
mantener, etc. Eso para el pueblo es la política, y toda la política, y no hay
para él esfera más alto y trascendental.
Decir,
pues, al pueblo: "No vamos a hablarte de política", es decirle que
por el periódico que se le ofrece no sabrá si hay república o monarquía; si
trae el cetro y la corona más o menos democratizados este o aquel príncipe de
vulgar estirpe o de dinastía Real; si le manda o le cobra o le paga fulano o
zutano en nombre del Ministerio avanzado o del conservador; si le han nombrado a
Pérez alcalde en lugar de Fernández o si le han hecho estanquero al vecino de
enfrente en vez del de la esquina. Y con esto sabe el pueblo que el tal periódico
en la segunda, como la parte se contiene en el todo, o como la rama no le
hablara de política (que para el no hay otra que ésta) y sí solamente de
religión.
Dijo,
pues, bien, y sigue diciendo bien a nuestro humilde juicio, la publicación que
estampó por primera vez y sigue estampando como programa suyo aquella divisa
Nada, ni un pensamiento' etc. Y lo entendieron así todos los que comprendieron
el espíritu de la publicación desde el primer momento; y no necesitamos para
entenderlo de argucias y cavilosidades. Y la misma publicación se encargó de
declararlo, si mal no recordamos, en su primer artículo, donde después de
ratificarse en este lema para exponerlo en igual sentido en que le hemos
expuesto hoy, decía: "Nada con las pasajeras divisiones que turban hay a
los hijos de nuestra patria. Mande Rey o mande Roque, entronícese, si quiere,
la república unitaria o la federal, en lo que no moleste a nuestros derechos
católicos o no mortifique nuestras creencias, se lo prometemos a fuer de
honrados, no le haremos la oposición. Lo inmutable (nótese bien), lo eterno,
lo superior a las miserables intriguillas de partido, eso defendemos y a eso
tenemos consagrada toda nuestra existencia." Y luego, para más clarearse y
para dejar bien definido hasta para los más tontos el verdadero sentido de su
frase nada para la política, continuaba así: "Líbrenos Dios, sin
embargo, de intentar la más leve censura contra los periódicos sanos, que
defendiendo la misma sagrada causa que nosotros, aspiran a la realización de un
ideal político tal vez más favorable a la suerte del atribulado Catolicismo en
nuestra patria y en Europa. Sabe Dios cuánto les amamos, y cuánto les
admiramos, y cuánto les aplaudimos. Merecen bien de la Religión y de las sanas
costumbres; son los maestros de nuestra inexperta juventud; a su sombra benéfica
se ha formado una generación católica decidida y brillantemente batalladora,
que está compensando nuestras aflicciones con abundantes con suelos . Son
nuestros modelos, y aunque de muy lejos, seguiremos su huella y el rastro de luz
que van dejando en nuestra historia contemporánea.
Así
escribía la Revista Popular en 1.° de enero del año 1871.
Tranquilícense,
pues, los escrupulosos. Ni lo nuestro de hay contradice a aquello, ni aquello
debe modificarse en modo alguno para ponerse en armonía con esto. Al unísono
vibran ambas Propagandas. La que dice allí nada para la política, y la que
aconseja aquí la defensa práctica de la Religión contra el Liberalismo en el
terreno político y por media de un partido político, no son más que dos voces
hermanas; tan hermanas, que podrían llamarse gemelas; tan gemelas, como nacidas
de una solo alma y de un solo corazón.
XLIII.
UNA OBSERVACIÓN MUY PRÁCTICA Y MUY DIGNA DE TENERSE EN CUENTA SOBRE EL CARÁCTER
APARENTEMENTE DISTINTO QUE OFRECE EL LIBERALISMO EN DISTINTOS PAÍSES Y EN
DIFERENTES PERIODOS HISTÓRICOS DE UN MISMO PAÍS .
El
Liberalismo es, como hemos dicho, herejía práctica tanto como herejía
doctrinal, y aquel principal carácter suyo explica muchísimos de los fenómenos
que ofrece este maldito error, en su actual desarrollo en la sociedad moderna.
De los cuales el primero es la aparente variedad con que se presenta en cada una
de las naciones infestadas de él, lo que (a muchos de buena fe y a otros con dañado
intento) autoriza al parecer para esparcir la falsa idea de que no hay uno solo,
sino muchos Liberalismos. Toma en efecto el Liberalismo, merced a aquel su carácter
práctico, una cierta forma distinta en cada región, y con ser uno su concepto
intrínseco y esencial (que es la emancipación social de la ley cristiana, o
sea el naturalismo político), son variadísimos los aspectos con que se ofrece
al estudio del observador. Compréndese la razón de esto perfectamente. Una
proposición herética es la misma, y lo mismo suena y lo mismo significa en
Madrid que en Londres, en Roma que en París o en San Petersburgo. Mas, una
doctrina que más bien ha procurado siempre traducirse en hechos y en
instituciones que en tesis francamente formuladas, por fuerza ha de tomar mucho
del clima regional, del temperamento fisiológico, de los antecedentes históricos,
de los intereses de actualidad, del estado de las ideas y de otras mil
concomitancias y circunstancias. Por fuerza ha de tomar, repetimos, de todo eso,
distintos visos y exteriores caracteres que le hagan aparecer múltiple, cuando
en realidad es una y simplicísima. Así, por ejemplo, a quien no hubiese
estudiado más que al Liberalismo francés, petulante, descarado, ebrio de
volterianos rencores contra todo lo que de lejos tuviese saber cristiano, había
de hacérsele difícil a principios de este siglo comprender al Liberalismo español,
mojigato, semimístico, arrullado y casi bautizado en su malhadada cuna de Cádiz
con la invocación de la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Era
muy fácil, pues, al observador superficial ocurrirle al momento la idea de que
el Liberalismo manso español nada tenía que ver con el desatentado Y
francamente satánico que profesaban por aquella misma época nuestros vecinos.
Y sin embargo, ojos perspicaces veían ya entonces lo que ahora ha enseñado
hasta a los más topos la experiencia de medio siglo. Que el Liberalismo de
cirio en mano y cruz en rostro, el Liberalismo que en la primera época
constitucional tuvo por padres y por padrinos a sesudos magistrados, a graves
sacerdotes y aun a elevadas dignidades eclesiásticas; el Liberalismo que
mandaba leer los artículos de su Constitución en el púlpito de nuestras
parroquias Y celebraba con repiques de campanas y solemnes Te Deum las
infernales victorias del Masonismo sobre la Fe de la antigua España, era
igualmente perverso y satánico, en su concepto esencial, que el que colocaba
sobre los altares de París a la diosa Razón, y ordenaba por decreto oficial la
abolición del culto católico en toda la Francia. Era sencillamente que el
Liberalismo se presentaba en Francia, como descaradamente podía presentarse allí,
dado el estado social de la nación francesa; al propio tiempo que se introducía
mañosamente y prosperaba en España, como únicamente aquí podía crecer y
prosperar, dado nuestro estado social, es decir, disfrazado con máscara de católico,
y disculpado, o mejor protegido, y casi traído de la mano y casi autorizado con
sello oficial por muchos de los mismos católicos.
Este
contraste no puede ya presentarse tan extremado hoy día, tales y tan
continuados han sido los desengaños a cuya clarísima luz se ha estudiado la
cuestión, y tal es la que principalmente han derramado sobre ella las repetidas
declaraciones de la Iglesia; sin embargo, no es raro oír a muchos algo todavía
de eso, creyendo o aparentando creer que se puede ser liberal en alguna manera
acá, y que no se puede ser liberal, por ejemplo, en Francia o en Italia, donde
el problema se presenta planteado en distintos términos Achaque propio de
quienes miran más a los accidentes del asunto que a su verdadero fondo
sustancial.
Todo
esto convenía deslindar, y así hemos procurado hacerlo en estos artículos,
porque el diablo se parapeta y abroquela tras esos distingos y confusiones, que
es un primor. Esto, además, nos obliga a señalar aquí algunos puntos de
vista, desde los cuales se verá muy claro lo que en ocasiones se ofrece muy
turbio y dudoso a no pocos sobre el particular.
1.° El Liberalismo es uno, como es una la raza humana: a pesar de lo cual se
diversifica en las diferentes naciones y climas, como la raza humana ofrece
tipos diversificados en cada región geográfica. Y así como de Adán proceden
el negro y el blanco y el amarillo, y de una misma estirpe y raíz son el fogoso
francés, y el flemático alemán, y el positivista inglés, y el español y el
italiano soñadores e idealistas; así son de un mismo tronco y de igual madera
el liberal que en unos puntos ruge y blasfema como un demonio, y el que reza en
otros y se golpea el pecho como un anacoreta; el que escribe en El Amigo del
Pueblo las diatribas venenosas de Marat, como el que con formas urbanas y de salón
seculariza la sociedad, o defiende y abona a sus secularizadores como La Epoca o
El Imparcial.
2.º El Liberalismo, además de la forma especial que presenta en cada nación,
dada la idiosincrasia (esta palabra vale un Perú) de la misma, presenta formas
especiales según su grado mayor o menor de desarrollo en cada país. Es una
como tisis maligna que tiene diferentes períodos, que se señala en cada uno de
ellos con síntomas propios y especiales. Tal nación, como Francia, se halla en
el último grado de estas tisis, roídas ya hasta sus más interiores vísceras
por la putrefacción: tal otra, como España, tiene sana aún una buena parte,
una grandísima parte de su organismo. Conviene, pues, no juzgar enteramente
sano a un individuo sólo porque esté relativamente menos enfermo que su
vecino; Ni dejar de llamar peste e infección a lo que realmente lo es, aunque
no aparezca todavía con los asquerosos hedores de la descomposición y de la
grangrena. Tisis es ésta como aquélla, y gangrena será ésta al fin como aquélla
llegó a ser, si no se extirpa con oportunos cauterios. Ni se haga la ilusión
el pobre tísico de que está bueno, sólo porque no se anda ya pudriendo en
vida como otros más adelantados en su enfermedad, ni crea a falsos doctores que
le dicen no es de temer su mal, y que todo son exageraciones y alarmas de
pesimistas intransigentes.
3.°
Diferente grado de enfermedad exige diferente tratamiento y medicación. Esto es
evidente per se, y no necesita nos entretengamos en demostrarlo. Sin embargo, en
la Propaganda católica da lugar su olvido a frecuentes tropiezos. Sucede muy a
menudo que reglas muy sabias y muy discretas, señaladas por grandes escritores
católicos en algún país contra el Liberalismo, se invocan en otro como
poderosos argumentos en favor del propio Liberalismo, y contra la conducta que
señalan en el último los más autorizados propagandistas y defensores de la
buena causa. Hace poco vimos aducida, como condenatoria de la línea de conducta
de los más firmes católicos españoles, una cita del famoso cardenal Manning,
lustre de la Iglesia católica en Inglaterra, y que en nada sueña menos que en
ser liberal o amigo de liberales ingleses o españoles. ¿Qué hay aquí? Hay
sencillamente lo que acabamos de señalar. Distingue tempora, dice un apotegma
jurídico, et concordabis jura. En vez de esto dígase: Distingue loca, y aplícase
al caso. Vamos a un ejemplo: La prescripción facultativa dictada para un
enfermo de tisis en tercer grado, perjudicará tal vez si se aplica a un enfermo
de tisis en el primero; y la receta ordenada para éste producirá tal vez la
muerte instantánea de aquel. Así remedios muy oportunamente prescritos contra
el Liberalismo en una nación, serán contraproducentes aplicados al estado de
otra. Más claro y sin alegorías: soluciones que en Inglaterra aceptarán y
pedirán y bendecirán aquellos católicos como inmensa ventaja, deben ser
combatidas a todo trance en España como desastrosa calamidad; convenciones que
ha hecho la Sede Apostólica con ciertos Gobiernos. y que han sido para ella
verdaderas victorias, pueden ser aquí vergonzosas derrotas para la fe;
palabras, de consiguiente, con que en un punto ha combatido muy bien al
Liberalismo un gran periodista o un sabio Prelado, pueden ser en otro armas
espantosas con que el Liberalismo contrarreste los esfuerzos de los más
decididos campeones del Catolicismo. Y ahora nos ocurre una observación, que
tenemos todos aquí al ojo. Los más decididos fautores del Catolicismo liberal
en nuestra patria, ¿no habéis visto como casi siempre, hasta hace muy poco,
han ido recogiendo principalmente sus testimonios Y autoridades de la prensa y
del Episcopado belga o francés?
4.º
Los antecedentes históricos y el estado social presente de cada nación son los
que principalmente deben determinar el carácter de la ,propaganda antiliberal
en ella, como determinan en ella el carácter especial del Liberalismo. Así la
Propaganda antiliberal en España debe ser ante todo y sobre todo española, no
francesa, ni belga, ni alemana, ni italiana, ni inglesa. En nuestras tradiciones
propias, en nuestros hábitos propios, en nuestros escritores propios, en
nuestro genio nacional propio, ha de buscarse el punto de partida para la
restauración propia, y las armas para comprenderla o acelerarla. El buen médico
lo primero que procura es poner sus remedios en armonía con el temperamento
hereditario de su enfermo. Aquí, belicosos que hemos sido siempre, es muy
natural que sea alga belicosa siempre nuestra actitud: aquí, amamantados en los
recuerdos de una lucha popular de siete siglos en defensa de la fe, no debe echársele
jamás en rostro al pueblo católico el enorme pecado de haberse levantado en
armas alguna vez para defender su Religión vilipendiada; aquí en España (país
de eterna cruzada, como ha dicho con acierto de noble envidia el ilustre P. Fáber),
la espada del que defiende en buena lid a su Dios y la pluma del que la predica
con el libro, han sido siempre hermanas, nunca enemigas: aquí, desde San
Hermenegildo hasta la guerra de la Independencia y más acá, la defensa armada
de la fe católica es un hecho poco menos que canonizado Y lo mismo decimos del
estilo algo recio empleado en las polémicas; lo mismo de la poca consideración
otorgada al adversario; lo mismo de la santa intransigencia, que no admite del
error ni siquiera las afinidades más remotas Al modo español; como nuestros
padres y abuelos; como nuestros Santos y Mártires; de esta suerte deseamos siga
defendiendo el pueblo la santa Religión, no como tal vez aconseja o exige el
estado menos viril de otras nacionalidades.
XLIV.
Y ¿QUÉ HAY SOBRE LA "TESIS" Y SOBRE LA "HIPÓTESIS" EN LA
CUESTIÓN DEL LIBERALISMO, DE QUE TANTO SE HA HABLADO TAMBIÉN EN NUESTROS
TIEMPOS?
Fuera
este el lugar más oportuno para aclarar algo lo de la tesis y de la hipótesis,
que tanto ha sonado en estos tiempos, y que es una cierta barbacana o trinchera
en que ha querido parapetarse últimamente el moribundo Catolicismo liberal. Más
este opúsculo va haciéndose ya largo en demasía, y así nos vemos precisados
a decir sobre esto pocos, muy pocos palabras.
¿Qué
es la tesis? Es el deber sencillo y absoluto en que está toda sociedad o Estado
de vivir conforme a la ley de Dios según la revelación de su Hijo Jesucristo,
confiada al ministerio de su Iglesia.
¿Qué
es la hipótesis? Es el caso hipotético de una nación o Estado donde, por
razones de imposibilidad moral o material, no puede plantearse francamente la
tesis o el reinado exclusivo de Dios, siendo preciso que entonces se contenten
los católicos con lo que aquella situación hipotética pueda dar de sí; teniéndose
por muy dichosos si logran siquiera evitar la persecución material o vivir en
igualdad de condiciones con los enemigos de su fe, u obtener sobre ellos la más
insignificante suma de privilegios civiles.
La
tesis se refiere, pues, al carácter absoluto de la verdad: la hipótesis se
refiere a las condiciones más o menos duras a que la verdad ha de sujetarse
algunas veces en la práctica, de las condiciones hipotéticas de cada nación.
Nuestra
cuestión ahora es la siguiente: ¿Está España en condiciones hipotéticas que
hagan aceptables como mal necesario la dura opresión en que vive entre nosotros
la verdad católica, y el abominable derecho de ciudadanía que se concede al
error? La tantas veces intentada secularización del matrimonio y de los
cementerios; la horrible licencia de corrupción y de blasfemia concedida a la
prensa; el racionalismo científico impuesto a la juventud por medio de la enseñanza
oficial; estas y otras libertades de perdición que constituyen el cuerpo y alma
del Liberalismo, ¿vienen de tal modo exigidos por nuestro estado social, que le
sea imposible ya de todo punto al gobernante prescindir de ellas? ¿El
Liberalismo es aquí un mal menor que tengamos que aguantar los católicos, como
remedio para precaver mayores males; o es, al revés, un gravísimo mal que no
nos ha librado de ninguno y que amenaza, en cambio, con traernos muy más
pavoroso Y desdichadísimo porvenir?
Recórranse
una a una todas las reformas (de Religión hablamos) que de sesenta años acá
han ido transformando la organización católica de nuestra patria en organización
atea; ¿cuál de estas reformas ha sido imperiosamente demandada por una
verdadera necesidad social? ¿Cuál de ellas no ha sido introducida
violentamente como una cuña en el corazón católico de nuestro pueblo, para
que en él fuese penetrando poco a poco, a fuerza de martillar sobre ella con
decretos y más decretos la maza feroz del Liberalismo? Creación oficial han
sido aquí todas las llamadas exigencias de la época; oficialmente se ha
implantado aquí la Revolución; oficialmente y con el presupuesto se la ha
mantenido; acampada como un ejército invasor vive sobre nuestro suelo y a costa
de él su burocracia, que es la única que explota sus beneficios. Aquí menos
que en otra nación alguna ha brotado espontáneamente el árbol revolucionario,
aquí menos que en otro pueblo alguno ha logrado siquiera echar raíces. Después
de más de medio siglo de imposiciones oficiales, todavía es aquí postizo todo
lo liberal; un pronunciamiento lo trajo, otro pronunciamiento lo podría barrer,
sin que en nada se alterase el fondo de nuestra nacionalidad.
No hay evolución alguna del Liberalismo que no la haya verificado, más que el
pueblo, una insurrección militar; las mismas elecciones que se pregonan como el
acto más sagrado e inviolable de los pueblos libres, no es un secreto para
nadie que nos las da siempre hechas a su imagen y semejanza el ministro de la
Gobernación. ¿Qué más? El mismo criterio liberal por excelencia, el de las
mayorías, si lealmente se escuchase su fallo, resolvería la cuestión en favor
de la organización católica del país y en contra de su organización liberal
o racionalista. En efecto. La última estadística de la población da el
siguiente cuadro de las sectas heterodoxas en nuestra patria.
Repárese
que los datos no son sospechosos, porque son de origen oficial. Hay en España,
según el último censo:
Israelitas
402. Protestantes de varias sectas. 6.654 Librepensadores declarados 452
Indiferentes 358 Espiritistas 258 Racionalistas 236 Deístas 147 Ateos 104
Sectarios de la moral universal 19 de la moral natural 16 de la conciencia 3 .
de la especulativa 1. Positivistas 9 Materialistas3 Mahometanos 271 Budistas 208
Paganos (! ) 16 Creyentes de Confucio 4 Sin profesión determinada . 7.982
Dígasenos
ahora; para contentar a esos grupos y grupitos de sectarios, a alguno de los
cuales costaría gran trabajo definir y precisar el símbolo de su estrafalaria
secta, ¿está puesto en razón que se sacrifique el modo de ser religioso y
social de dieciocho millones de españoles, que por ser católicos tienen
derecho a vivir católicamente y a que católicamente les trate el Estado, al
que sirven con su sangre y con su dinero? ¿No hay aquí la más irritante
opresión de la mayoría por una minoría audaz y de todo punto indigna de
influir tan decisivamente en los destinos de la patria? ¿Qué razones de hipótesis
se pueden, pues, invocar aquí para la implantación del Liberalismo, o sea del
ateísmo legal en nuestra sociedad?
Resumamos.
La tesis católica es el derecho que tiene Dios y el Evangelio a reinar
exclusivamente en la esfera social y el deber que tienen todos los órdenes de
la esfera social de estar sujetos a Dios y al Evangelio.
La
tesis revolucionaria es el falso derecho que pretende tener la sociedad a vivir
por sí solo y sin sujeción alguna a Dios, a su fe, y en completa emancipación
de todo poder que no proceda de ella misma.
Y la hipótesis, que entre estas dos tesis nos vienen predicando los católicosliberales, no es más que una mutilación de aquellos absolutos derechos de Dios en aras de una falsa concordia entre El y su enemigo. Para lo cual ¡repárese cuán artera es la Revolución! se procura de todos modos dar a entender y persuadirse que se halla y a la nación española en condiciones tales, que no le permiten buscar para sus desgarros otro género de remiendo y compostura que esa especie de conciliación o transacción entre los pretendidos derechos del Estado rebelde y los verdaderos derechos de Dios, su único Rey y Señor. Y mientras se predica que España se halla ya en esta desdichada hipótesis, lo cual es falso y no pasa de un mal deseo, lo que se procura por todos medios es que pase esta hipótesis deseada a ser efectiva realidad, y que un día u otro llegue a ser verdaderamente imposible la tesis católica, y llegue a ser inevitable abismo, donde a una naufraguen nuestra nacionalidad y nuestra fe, la tesis francamente revolucionaria. ¡Gran responsabilidad alcanzará ante Dios y ante la patria a los que de palabra o de hecho, por directa comisión o por simple omisión, se hayan hecho cómplices de esta horrible celada, por la cual con falsas excuses del mal menor y de hipotéticas circunstancias, no se logra otra cosa que anular los esfuerzos de los que sostienen ser aún posible para España la íntegra soberanía social de Dios. y ayudar a los que pretenden llegue a ser un día absoluta en ella la soberanía social del demonio!.
EPILOGO
Y CONCLUSIÓN.
Basta
ya. No ha dictado la pasión de partido estas sencillas reflexiones, ni las ha
inspirado móvil alguno de humano rencor. Hacemos ante Dios esta protesta, como
la haríamos al morir, puestos ya en la antesala de su tremendo tribunal.
Hemos
procurado ser más lógicos que elocuentes. Si bien se considera, se verá que
hemos sacado nuestras deducciones, aun las más duras, unas de otras, y todas de
un sólido principio común, no con la tortuosidad del sofisma, sino con el leal
raciocinio en línea recta, que ni a derecha ni a izquierda se tuerce por amor o
por temor. Lo que se nos ha enseñado cierto y seguro por la Iglesia en los
libros de Teología dogmática y moral, eso hemos sencillamente procurado
trasladar a nuestros lectores.
Lanzamos
a los cuatro vientos estas humildes hojas; llévelas donde quiera el soplo de
Dios. Si algún bien pueden hacer, háganlo por su cuenta, y sírvale eso de
descargo de sus muchos pecados al bien intencionado autor.
Una
palabra más, y es la última y quizá la más importante. Con argumentos y réplicas
se obliga tal vez a enmudecer al adversario, Y no es poco esto en algunas
ocasiones. Pero con esto solo no se alcanza muchas veces su conversión. Para
esto suelen valer tanto o más las fervorosas oraciones que los más bien
hilados raciocinios. Más victorias ha logrado para la Iglesia de Dios el gemido
del corazón de sus hijos, que la pluma de sus controversistas y la espada de
sus capitanes. Sea. pues, aquélla el arma principal de nuestros combates, sin
descuidar las demás. Por el ruego cayeron los muros de Jericó, más que al
empuje de guerreras maquinas; ni venciera Josué al feroz Amalech si no
estuviera Moisés, alzadas sus manos, en ardiente oración durante la batalla.
Oren, pues, todos los buenos, y oren sin descansar. Y sea de consiguiente el
verdadero epilogo de estos artículos lo que viene a resumir todo el objeto de
ellos. Ecclesiae tuae, quaesumus Domine. preces placatus admitte, ut, destructis
adversitatibUs et erroribus uníversis, secura Tibi serviat liberate.