Me considero una persona extraordinariamente
afortunada, pues poseo el don de la Fe. Cada día doy gracias a Dios por el
favor que me ha otorgado al mismo tiempo que, aunque no expresamente, a mis
padres por el afán en transmitírmela.
El amor responsable de mis padres hacia Dios les impelió a desvelarse por darme
lo mejor que podían concederme: la Fe. Esa Fe que, incluso antes de mi
existencia, se habían preocupado de conservar y aumentar ellos mismos en su
corazón, alimentándola con las palabras y ejemplos que transmitía un celoso
sacerdote jesuita en el movimiento de Cursillos de Cristiandad, llamado José
María Alba Cereceda.
Mis padres, pobres pero infatigables trabajadores honrados, no me educaron en un
ambiente de abundancia material, pero sí me transmitieron la Fe y el
instrumento más adecuado para que perseverase en mí, que ha sido sin duda el
Centro Juvenil San Luis Gonzaga y la Unión Seglar de San Antonio María Claret,
fundados por el Padre Alba.
Desde bien pequeñito se me había colocado en el inicio de un camino que, tras
su recorrido, me conduciría al fin para el que he sido creado, a la alabanza
eterna de Dios. En él coincidimos muchos. Abriendo ese camino, siempre al
frente, estaba guiándonos alguien que lo conocía muy bien, el Padre Alba.
Siguiendo sus pasos no había ni hay posibilidad de perderse ni demorarse.
Nuestro Padre fundador ha fallecido, ha llegado por fin a la meta, al fin de ese
camino. En estas líneas quiero mostrar mi más sincero agradecimiento, rendir
un humilde homenaje al Padre Alba por sus desvelos continuos en pos de mi
educación cristiana, patriótica y humana; en definitiva, por preocuparse tan
cuidadosamente por mi salvación, al igual que por la de tantos otros.
Remontándome a mis primeros pasos en el caminar tras el Padre Alba, recuerdo el
primer contacto que tuve con su obra. Mis padres me inscribieron en el Colegio
de San Juan Bosco de la Avenida Meridiana para iniciar mi etapa escolar. Sin
embargo, durante los dos primeros cursos – 1º y 2º de EGB apreciaron
irregularidades en la formación que se impartía. Así pues, conscientes de la
responsabilidad de fundamentar mi educación en una sólida base religiosa, fiel
al Magisterio de la Iglesia, a la Doctrina Católica, así como en un profundo
amor a la Patria, no dudaron en trasladarme a la Academia Atlántida, dirigida
por el Padre Alba, a pesar de la austeridad de sus instalaciones y de la
dificultad en el desplazamiento.
Recuerdo perfectamente cómo todos los primeros jueves de mes el Padre, junto
con Mossèn Ricart, acudía a la Academia para confesarnos y tener así todos
nosotros la posibilidad de comulgar al día siguiente beneficiándonos, por lo
tanto, de la promesa de los Primeros Viernes de mes. Sólo dos sacerdotes
tenían que confesar a cientos de jóvenes en las minúsculas aulas o despachos
de la Academia. Esa dificultad nunca repercutió en el ánimo del Padre, antes
al contrario, todos queríamos confesarnos con él. Con el ímpetu, gracejo y
vehemencia que siempre le caracterizaron, insistía de tal manera durante las
pláticas y homilías escolares en el amor al Sagrado Corazón de Jesús que
dudo mucho que, de los miles de jóvenes que pasamos por la Academia, dejara
alguien de practicar el ejercicio de los Nueve Primeros Viernes de mes. Al mismo
tiempo inculcaba en nosotros el dulce amor a la Virgen María. El cuidado por la
propagación del amor a los Sagrados Corazones de Jesús y María fue una
constante en toda su vida. Su vivencia de ese doble amor, junto con su
característico sentido del humor, don de gentes y sentido común, nos
arrastraba a los alumnos de la Academia, más tarde o más temprano, a
acercarnos a la Comunión, Confesión, a portar siempre el escapulario del
Carmen, a repartir las hojas del mes de María.
Un grato recuerdo de la Academia Atlántida es el altísimo grado de capacidad y
dedicación profesional del cuerpo docente. Todas sus enseñanzas estaban
subordinadas a la difusión de la Religión y del amor a la Patria, tal y como
lo diseñó el Padre Alba. Por eso Dios otorgó la añadidura a la Academia de
un gran prestigio y alto nivel académico entre los colegios de la zona.
El Padre sembró la semilla de la Palabra de Dios, de la salvación eterna. Esa
semilla dio frutos en muchos desde la siembra; en otros, se paralizó su
crecimiento. Sin embargo, en cualquier momento puede rebrotar la semilla
estéril, pues estuvo un tiempo bien plantada y abonada. Conozco el caso de
antiguos condiscípulos de Academia que, tras apartarse de Dios, han vuelto a
Él gracias a la siembra del Padre Alba. Como siempre decía él, "el que
siembra, algo recogerá; pero el que no, nunca recogerá nada".
Manuel Acosta Elías