Queridísimo Padre Alba: A mis 22 años de edad, Dios me ganó para sí con mi conversión. Se sirvió el Señor de un hijo suyo. Uno de tantos en los que usted ha sabido suscitar un santo celo apostólico. Gracias, Padre, a usted debo lo más importante de mi vida, la fe tras la conversión. Entré a formar parte como miembro de la Unión Seglar de San Antonio Mª Claret y de la Asociación Juvenil de San Luis Gonzaga. Ya han transcurrido 17 años de mi vida como miembro de esta gran familia que no busca sino agradar a Dios en todas las cosas, gracias a usted, Padre Alba. Gracias a usted, siendo como fue, el alma de la Unión Seglar, conocí a la que hoy es mi esposa y madre de mis hijos. Gracias, Padre Alba, por que a usted debo mi perseverancia de estos 17 años de vida de fe en la Unión Seglar. Perseverante en el lugar al que he sido llamado por el Señor. ¡Tantas veces nos habló usted de esta fidelidad! Dificultades y tribulaciones como para quebrar esta fidelidad no me han faltado en estos años, pero usted, Padre, siempre nos enseñó la máxima de San Ignacio de Loyola, "en tiempo de tribulación no hacer mudanza". Nos enseñó verdaderamente a ser fieles, a no mariposear de un lugar a otro y a ser exigentes con nosotros mismos. Gracias, Padre Alba, por su ejemplo de vida santa. Sus hijos son y serán su gloria en el cielo. Vocaciones sacerdotales y religiosas, santos matrimonios, hijos para Dios, gracias Padre Alba. Unos meses antes de su fallecimiento, sus últimas palabras para conmigo fueron: "Caridad, caridad, hemos de tener caridad". Gracias, Padre Alba, lo consideraré a lo largo de mi vida como una parte muy preciada de su legado espiritual que ha de llevar a la santidad. Gracias por todo, Padre. Mi hija me dijo en cierta ocasión, con extrañeza: "Papá, tú nunca lloras. ¿Es que tú nunca has llorado? Cabe decir que no era ésta la única vez que me lo preguntaba. Ciertamente nunca me había visto llorar. Padre, mi hija ya no puede decir lo mismo. Mis hijos por fin han visto llorar a su padre. En su funeral, mis lágrimas no hallaron impedimento, y brotaban abiertamente. Muy impresionada, también lloraba mi hija María. Mientras, con amor de padre, le decía: "No llores, María, que estas mis lágrimas son lágrimas de amor por el Padre Alba".
Manuel Carrera