De la justa y santa Guerra de España
P. Julio Meinvielle
Conocida es la polémica que suscitó en Buenos Aires la actitud imprudente del filósofo católico Maritain, quien invocando un fenelonismo de la acción, restó méritos al heroico pueblo español que con denuedo se lanzó a la lucha armada contra el comunismo, que amenazaba apretar en sus garras a la noble nación hispana.
Me cupo a mí el honor de salir con decisión a la defensa de los «nacionales» españoles, quienes, como nuevos macabeos salieron a combatir por sus vidas y por su religión y por su patria, contra una turba de gente insolente y orgullosa que venía contra ellos a fin de aniquilarlos a ellos, a sus mujeres y sus hijos y de despojarlos de todo. (Libro I de los Macabeos, cap. 3, vers. 20 y 21.)
En los números 488, 493 y 494 de Criterio, expuse como se planteaba el caso de España a los católicos españoles, de acuerdo sobre todo a las Directivas terminantes de los Obispos españoles, únicos autorizados a regir las almas a ellos encomendadas. Voy a reproducir aquí lo que pueda [52] conservar interés de esta polémica, con el propósito de destruir los prejuicios sentimentales de muchos, que no sirven sino para ayudar a la causa comunista, que es el supremo peligro de la humanidad en la hora presente, contra el cual de acuerdo a la exhortación del Romano Pontífice, debieran unirse como un solo hombre todos cuantos creen en Dios.
Antes de entrar a demostrar el carácter sacro de la guerra española voy a sostener que la posición de Maritain, quien emite un juicio sobre los «nacionales» españoles que no coincide con el de los Obispos, es ilícita y culpable en el foro externo, que no se justifica de ningún modo. De sus intenciones, lo mismo que de las nuestras, que nos juzgue solo Dios, a quien están únicamente abiertas las conciencias de los hombres.
Los católicos de España debían estar con el movimiento encabezado por Franco
Esta cuestión ha sido plena y abundantemente resuelta por el episcopado español y ha sido confirmada por las palabras augustas del Romano Pontífice.
No olvide Maritain que el Espíritu Santo puso a los obispos para regir la Iglesia de Dios (Hechos de los Apóstoles, XX, 28) y si bien no están ellos dotados del carisma de la infalibilidad, están ciertamente fortalecidos con gracias especiales [53] para el gobierno de sus diócesis. El Espíritu Santo rige por medio de ellos la Iglesia. De suerte que los fieles deben dejarse gobernar por su prudencia.
Ahora bien, en el actual conflicto español, los obispos españoles, con una absoluta unanimidad, han exhortado a los fieles a enrolarse en las filas nacionalistas. Han manifestado que de ninguna manera y por ningún motivo se podrá colaborar con la España roja. Han expresado que la guerra actual es una verdadera cruzada por Dios, lo que equivale a decir que es una guerra santa.
El Excmo. y Rvmo. Sr. Dr. D. Enrique Pla y Deniel, Obispo de Salamanca, en una magnífica Carta Pastoral del 30 de setiembre de 1936, después de exponer la licitud de un levantamiento contra el gobierno tiránico del Frente Popular, añade: La explicación plenísima nos la da el carácter de la actual lucha que convierte a España en espectáculo para el mundo entero. Reviste, sí, la forma externa de una guerra civil, pero en realidad es una cruzada. Fue una sublevación, pero no para perturbar sino para restablecer el orden.
¿Cómo ante el peligro comunista en España, cuando no se trata de una guerra por cuestiones dinásticas, ni formas de gobiernos, sino de una cruzada contra el comunismo para salvar la religión, la patria y la familia, no hemos de entregar los obispos nuestros pectorales y bendecir a los nuevos cruzados del siglo XX y sus gloriosas enseñas, que son por otra parte la gloriosa bandera tradicional de España? Hay por lo tanto perfecta concordia entre la denuncia hecha por S. Santidad [54] del gravísimo peligro del comunismo y su reciente alocución del 14 de setiembre a los refugiados españoles en Italia. En ella no mencionó ya, no para protestar, al Gobierno de Madrid, ya que habían sido del todo inútiles sus protestas. Habló sólo de «las fuerzas subversivas» contra toda institución humana y divina y de «aquellos que han asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión, es decir los derechos de la conciencia»... a estos últimos «por encima de toda consideración política» dirigió de modo especial su bendición. Bendición augusta, que es augurio de la bendición divina, pero que también es una confirmación pontifica de la doctrina que enseña que hay ocasiones en que la sociedad puede lícitamente alzarse contra un gobierno que lleva a la anarquía y de que el alzamiento español no es una mera guerra civil sino que substancialmente es una cruzada por la religión, por la patria y por la civilización contra el comunismo.
Más categórica aún, si cabe, y por cierto de mayor autoridad es la instrucción a sus diocesanos del Emmo. Sr. Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, Cardenal Arzobispo de Toledo y Primado de España, que se titula, El Caso de España (Pamplona 1936).
La guerra –dice, pág. 7– que sigue asolando gran parte de España y destruyendo magníficas ciudades, no es, en lo que tiene de popular y nacional, una contienda de carácter político en el sentido estricto de la palabra. No se lucha por la República, aunque así lo quieran los partidarios [55] de cierta clase de República. No ha sido móvil de la guerra la solución de una cuestión dinástica, porque hoy ha quedado relegada a último plano hasta la cuestión misma de la forma de gobierno...
Esta cruentísima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilización contra otra. Es la guerra que sostiene el espíritu cristiano y español contra ese otro espíritu...
Ignoramos cómo y con qué fines se produjo la insurrección militar de Julio: los suponemos levantadísimos. El curso posterior de los hechos ha demostrado que lo determinó, y lo ha informado posteriormente un profundo sentido de amor a la patria. Estaba España ya casi en el fondo del abismo, y se la quiso salvar por la fuerza de la espada. Quizás no había ya otro remedio.
Lo que sí podemos afirmar, porque somos testigos de ello, es que, al pronunciarse una parte del ejército contra el viejo estado de cosas, el alma nacional se sintió profundamente percutida y se incorporó en corriente profunda y vasta, al movimiento militar; primero, con la simpatía y el anhelo con que se ve surgir de una esperanza de salvación y, luego, con la aportación de entusiastas milicias nacionales, de toda tendencia política que ofrecieron sin tasa ni pactos, su concurso al ejército dando generosamente vidas y haciendas para que el movimiento inicial no fracasara. Y no fracasó –lo hemos oído de militares prestigiosos– [56] precisamente por el concurso armado de las milicias nacionales.
Es preciso haber vivido aquellos días de la primera quincena de agosto en esta Navarra, que, con una población de 320.000 habitantes, puso en pie de guerra más de 40.000 voluntarios, casi la totalidad de los hombres útiles para las armas, que dejando las parvas en sus eras y que mujeres y niños levantaran las cosechas, partieron para los frentes de batalla sin más ideas que la defensa de su religión y de la patria. Fueron, primero, a guerrear por Dios...
Al compás de Navarra se ha levantado potente el espíritu español en las demás regiones no sometidas de primer golpe a los ejércitos gubernamentales.
Y en todos los frentes se ha visto alzarse la Hostia Divina en el santo sacrificio, y se han purificado las conciencias por la confesión de millares de jóvenes soldados, y mientras callaban las armas, resonaba en los campamentos la plegaria colectiva del Santo Rosario. En las ciudades y aldeas se ha podido observar una profunda reacción religiosa de la que no hemos visto ejemplo igual. Es que la Religión y la Patria –arae et foci– estaban en gravísimo peligro, llevadas al borde del abismo por una política totalmente en pugna con el sentir nacional y con nuestra historia. Por esto la reacción fue más viva donde mejor se conservaba el espíritu de religión y patria. Y por esto logró este movimiento el matiz religioso que se ha manifestado en los campamentos de nuestras milicias, en las insignias sagradas que ostentan los [57] combatientes y en la explosión del entusiasmo religioso de las multitudes de retaguardia. Quítese, si no, la fuerza del sentido religioso y la guerra actual queda enervada.
Quede, pues, por esta parte como cosa inconcusa que si la contiende actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo español donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espíritu de verdadera cruzada en pro de la religión católica, cuya savia ha vivificado durante siglos la historia de España y ha constituido como la médula de su organización y de su vida.
He aquí, Sr. Maritain, cómo los obispos españoles, en el ejercicio de su sagrado ministerio pastoral juzgan la guerra española. No deploran, antes se felicitan de que sea una guerra santa, es decir una verdadera cruzada en pro de la religión católica. Y los obispos son doctores sobrenaturales con misión y con gracia para regir las almas a ellos encomendadas. Y están mejor informados que el Sr. Maritain y que yo sobre «los complejos acontecimientos de España».
Y lo que es mucho más importante es que este modo de apreciar el caso de España es también el del Santo Padre, por lo menos, en lo que el Santo Padre ha manifestado, cuando en su carácter de Padre de la Cristiandad acogió a los refugiados españoles. Las palabras del Padre Santo son terminantes: da una bendición especial por encima de toda consideración política a aquellos que han asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión; [58] es decir, los derechos de las conciencias.
Estas palabras citaba yo para expresar la opinión de la Santa Sede. Y las palabras me parecen terminantes y definitivas. No palabra infalible pero es palabra del Vicario de Cristo que tiene un carisma especial de prudencia en el gobierno ordinario de la Santa Iglesia.
Maritain me reprocha usar de un modo partidista la autoridad de la Santa Sede pero no debió contentarse con formular reproches sino que debió demostrar el fundamento del mismo.
Y entienda a su vez que yo no le reprocho el que «por una acción mediadora» busque poner fin lo más pronto posible a una guerra de exterminio. No hay en ello nada malo aunque puede discutirse su conveniencia. Lo que le reprocho es que preste iguales méritos a ambos bandos como si pudiese ser igual la causa de «los que han asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión» (Pío XI) y la causa de aquellos que no han destruido «una que otra iglesia, uno que otro claustro, sino que cuando ha sido posible arrasó todas las iglesias, todos los claustros, y todo vestigio de religión católica aun cuando estuviesen vinculados con los más insignes monumentos del arte y de la ciencia.» (Pío XI, Divini Redemptoris.)
Léase íntegra la CARTA COLECTIVA DE LOS OBISPOS ESPAÑOLES A LOS DE TODO EL MUNDO y se verá como ella, responde punto por punto a los sofismas y calumnias y deformaciones que acumula Maritain en las 56 lamentables páginas del Prefacio que ha escrito al [59] libro de Alfred Mendizábal, Aux origines d'une Tragédie. En él, se hace eco Maritain, el filósofo de lo trascendente, de las infinitas imbecilidades que los impíos de todo el mundo a propósito de la guerra española han acumulado en sus pasquines disolventes para pervertir a las masas con el mito satánico del comunismo.
Cuesta explicarse cómo un católico como Maritain, que ha dado tan excelentes muestras de acatamiento y respeto a la autoridad de la Santa Iglesia, sobre todo en su Primauté du Spirituel, haya podido escribir refiriéndose a esta Carta Colectiva: «Por otra parte pensamos no faltar en nada al respeto debido a esta carta ni a las reglas generales de la conducta católica, al no seguir el documento episcopal en la opción sin reservas que expresa en favor del campo «nacional». La intención de los Obispos que han firmado este documento y que han debido señalar que se han mantenido voluntariamente sobre un plano «empírico», no es ciertamente y no podría ser imponer en conciencia a los católicos del mundo entero una tal opción, en una materia en la cual, cualquiera sea la importancia de las incidencias espirituales, se manifiesta en el más alto grado el aspecto político e internacional.»
Así cree justificarse Maritain. No hay duda que los documentos episcopales sólo tienen autoridad y obligan en conciencia aún gravemente, dentro de los límites jurisdiccionales de la autoridad de la cual dimanan. Pero ¿de que no obliguen a los fieles de otra jurisdicción, justifica el que estos emitan opiniones sobre la materia concreta de que [60] tratan estos documentos que no coincidan o que contrarían en las normas dadas por los Obispos? ¿Si los Obispos han sido puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia, de que han tomado posesión canónica, es posible admitir que fieles de otras jurisdicciones eclesiásticas, emitan juicios públicos contrarios a las normas concretas y determinadas de los Propios Obispos? ¿Y Maritain es tan inocente e ingenuo que no ve en ello ni siquiera una falta de respeto?
¿Le parece posible a Maritain que no implica mengua a la autoridad episcopal de los Obispos españoles, el que un laico que se dice públicamente católico, opine diversamente de la conducta de los católicos españoles de lo que juzgan los Obispos, puestos por Dios para regirlos?
La única actitud cristiana posible, frente a la Carta Colectiva del Episcopado español y a las normas anteriores que cada Obispo había prescrito a sus respectivos fieles, es la contestación que el Eminentísimo Cardenal Arzobispo de París ha hecho llegar al Cardenal Gomá y Tomás, Primado de España, la cual aunque todavía no es conocida en su texto completo, tiene párrafos como éstos:
«Ustedes –dice– rinden un gran servicio al mundo al exhibir a través de la evidencia los hechos a que conduce el ateísmo, el debilitamiento de la moral y la connivencia de los gobiernos con las doctrinas de destrucción y muerte. Esta es una lección muy oportuna que da Su Eminencia. Bajo esta sangre que aparece a la luz vemos mejor los peligros que nos amenazan. ¿Todo esto no prueba [61] que la titánica lucha que cubre el suelo de la católica España es en realidad una lucha entre la civilización cristiana y el ateísmo de la llamada civilización del Soviet? Si esta lucha se desarrolla en España es porque los enemigos de Dios la eligieron para ser la primera etapa de su obra destructora. El heroísmo de vuestros hijos provoca la admiración de todo el mundo y aumenta con nuevo esplendor la gloria de la España caballeresca. Mas, a través de los siglos, la gran familia católica recordará los sacrificios que la noble España debió hacer para salvar su fe, y su memoria será bendecida por siempre.»
Si Maritain quiere decir que los católicos franceses a consecuencia de las Directivas de los Obispos españoles no están obligados a optar en los asuntos de Francia por el nacionalismo en contra del comunismo, de acuerdo. Los católicos franceses deben regirse en Francia por las directivas de sus propios obispos. Pero así como no se concibe que los católicos españoles juzguen sobre las directivas que los Obispos franceses dan a sus fieles, así tampoco es admisible que católicos franceses se arroguen derechos para juzgar las directivas que los obispos españoles imponen a sus fieles. Maritain, si no quiere torcer su conducta de cristiano obediente a la jerarquía, debe respetar y no juzgar, las prescripciones episcopales. Solo el Pontífice, Pastor Supremo y universal de la iglesia, tiene facultad para ello. [62]
De la Guerra Santa
Entremos ya en la cuestión de la guerra santa, que constituye el punto central del lamentable Prefacio de Maritain a un libro igualmente lamentable. Lamentable digo, porque cuando se debate la existencia misma de España en una guerra sin cuartel, no debía haber ningún español estudiando las interminables causas y responsabilidades de la lucha, sino que debía tomar las armas, con coraje de varón, e ir a defender su patria y su fe amenazadas. Lo demás, bajo la apariencia de moderación, es una canallesca cobardía. Este señor Mendizábal, de quien formula Maritain ditirámbicos elogios, sabemos nosotros lo suficiente para juzgarle: es español y no está luchando del lado «de los que han asumido la espinosa y difícil tarea de defender los derechos y el honor de Dios y de la Religión, es decir los derechos de las conciencias» (Pío XI).
Quizás no sea innecesario advertir aquí que la posición de Maritain es equivocada aun cuando pudiese concedérsele que la guerra española no es una guerra santa. Las líneas anteriores, lo demuestran. Pero soy de opinión que no hay que concedérsele ni esto mientras no traiga razones más perentorias que las de su Prefacio.[63]
Noción de guerra santa en Maritain
Maritain expone su noción de guerra santa. «Con respecto –dice– a formas de civilización «sagradas», como la civilización de los antiguos hebreos, o la civilización islámica, o la civilización cristiana de la Edad Media, la noción de guerra santa, por difícil de explicar que sea, podía tener un sentido.»
Maritain intenta demostrar su aserto sosteniendo que la guerra es por excelencia una cosa temporal; «importa intereses políticos y económicos, concupiscencias de la carne y de la sangre». Con todo, dice, en una civilización de tipo sagrado esta carga terrestre puede desempeñar una misión instrumental para con los fines espirituales que especifican la guerra. Pero con respecto a formas de civilización como la nuestra, en que lo temporal no es instrumento en favor de lo sagrado, la noción de guerra santa pierde toda su significación.
«Justa o injusta, una guerra contra una potencia extranjera o una guerra contra ciudadanos queda desde entonces necesariamente lo que ella es de suyo y por esencia, algo profano y secular, no sagrado; no sólo algo profano sino algo abierto al mundo de las tinieblas y del pecado. Y si, defendidos por los unos, combatidos por los otros, se encuentran interesados valores sagrados, ellos no hacen santo ni sagrado este complejo profano; [64] son ellos, que, con respecto al movimiento objetivo de la historia, son secularizados por él, arrastrados en sus finalidades temporales. La guerra no se convierte en santa sino que pone en riesgo de hacer blasfemar lo que es santo.»
Tal la noción de guerra santa en Maritain. ¿Es ella exacta? No lo creo.
La guerra no es como imagina Maritain, «de suyo y por esencia algo profano». Toda guerra «no comporta por esencia intereses económicos y políticos», concupiscencias de la carne y de la sangre. Los comporta generalmente y si se quiere siempre. Pero no en virtud de su esencia sino per accidens, a causa de los hombres que la realizan. Tampoco viene al caso formular un concepto «pesimista» de la guerra diciendo que no sólo es «algo profano sino algo abierto al mundo de las tinieblas y del pecado».
La guerra en su concepto puro, importa el uso de las armas entre dos pueblos para dirimir una contienda. No es de suyo ni justa ni injusta, ni santa ni profana. Santo Tomás en la Suma Teológica (II. q. 40 a. 1) defiende expresamente la naturaleza indiferente de la guerra cuando contesta negativamente a la pregunta de si la guerra es pecado.
Tan cierto que la guerra no es de suyo mala sino cosa indiferente y en muchos casos buena lo demuestra el hecho de que la Sagrada Escritura alaba a Abraham, Moisés, Josué, Sansón, Gedeón, Barac, David y los Macabeos, &c. (Gen. XIV, 19, 20; Jos. X, 11 13; I Reg. XII, 11; Isaías IX, 4; Ps. LXXXII, 12; II Mac. X, 2931) por hacer [65] la guerra. No sólo esto sino que a veces Dios ordena emprender la guerra en contra de los enemigos de su pueblo. Num. XXV, 16; Judit IV, 67, 73, &c.; II Reg. XXI. No sólo esto, sino que Dios toma como suya la causa de sus servidores, obra milagros y combate con ellos para asegurarles la victoria. Gen. XIV, 1920; Jos. X, 1114; Jud. IV, 15; II Mac. 2931; y toma el título de «Dios de los Ejércitos». Is. III, 1; Os. XII, 5. (Ver Dictionnaire de Théologie Catholique, art. Guerre).
Nada extraño entonces que el gran San Bernardo, haciéndose eco de toda la tradición cristiana, no sólo la reconozca como legítima sino como meritoria.
Porque dar o recibir la muerte por Cristo no sólo no implica ofensa de Dios ni suerte alguna de culpa, sino que por el contrario, merece mucha gloria... Cuando quita la vida a un malhechor no se le ha de llamar homicida, sino malicida, ejecuta a la letra las venganzas de Cristo sobre aquellos que obran la iniquidad, y con razón adquiere el título de defensor de los cristianos. (Libro de las alabanzas y exhortaciones a los caballeros del Temple.)
Queda entonces bien asentado que la guerra es un acto humano indiferente. No es de suyo ni justo ni injusto, ni santo ni profano. Revestirá uno u otro carácter según sea el móvil que lo especifique, como acaece en todos los actos humanos indiferentes.
Santo Tomás que ha expuesto esta doctrina en forma admirable (Suma Teológica, I, II, p. 18 a 810) [66] hace ver cómo estos actos que por su naturaleza no son malos ni buenos, como por ejemplo cultivar la tierra, se convierten en tales por las circunstancias concretas en que se realizan, al menos por el fin que mueve al que pone tales actos. Así, por ejemplo, cultivar la tierra no es ni pecado ni acto virtuoso, pero cultivar la tierra por el puro deseo de lucro, es pecado; cultivarla para conseguir la necesaria sustentación es acto virtuoso y cultivarla como ejercicio de mortificación cristiana es un acto santo. Evidentemente que este acto en su entidad física es un acto profano pero en su entidad moral es un acto sagrado porque se ordena a dar gloria a Dios.
Por esto cuando el motivo que da razón de ser a la guerra –o sea aquel motivo que él puesto se produce la guerra, y que faltando él, la guerra cesa– es un motivo santo o sagrado, la guerra entonces alcanza este mismo carácter. No porque la guerra, en su entidad física, sea una cosa santa (la guerra se hará con cañones y no con rosarios ni escapularios, así como la tierra se cultiva con el arado) sino en su entidad moral, como acto de la categoría moral, porque es sagrado o santo el móvil que le da razón de ser.
Así acaeció con la guerra de los Macabeos, con las Cruzadas, con las célebres guerras contra el Islamismo y aun con la lucha contra los Albigenses y demás herejes. Que en esas luchas se entremezclaban intereses inferiores, nadie lo duda, pero no eran esos los que daban razón de la existencia de la guerra misma.
Y en el caso de España el motivo determinante [67] de la guerra es un motivo sagrado: Nadie mejor que el Excmo. Sr. Cardenal Gomá y Tomás ha hecho observar esto en la Instrucción que como Arzobispo da a sus diocesanos. (El Caso de España. Pamplona 1936).
«Quítese, pues, por otra parte como cosa inconcusa que si la contienda actual aparece como guerra puramente civil, porque es en el suelo español y por los mismos españoles donde se sostiene la lucha, en el fondo debe reconocerse en ella un espíritu de verdadera cruzada en pro de la religión católica...»
Es evidente que no todos los que han emprendido la guerra lo han hecho por este motivo con la misma pureza de intención, pero éste ha sido el motivo único de los valientes jóvenes de Navarra que han prestado su concurso en el primero y más decisivo momento (ver el libro Fal Conde y los Requetés, donde se recopila las declaraciones e informaciones de los corresponsales extranjeros sobre esta fuerza auténtica de España) y ha sido, en el resto de España, el motivo que ha mantenido la unificación de las fuerzas. En otras palabras si España, en su totalidad, sin hacer distinciones de partido o de política, se ha lanzado a la lucha, ha sido para defender la Santa Religión. Si no hubiese sido éste el móvil, la guerra se hubiera reducido a otra cosa, a algo distinto, a una lucha puramente de clase.
La lucha no ha podido hacerse sino al grito de ¡Viva Cristo Rey! y ¡viva España! Porque se defendían los derechos de Cristo Rey en España ya que España no tiene sentido sin Cristo Rey... [68] ya que el pueblo español no quiere saber nada de la existencia sin Cristo Rey. Es una guerra santa.
Pongamos un ejemplo para aclarar todo esto. ¿Cómo sería una guerra que España hiciese a Francia para arrebatarle, pongamos caso, sus colonias de Africa? Sería una guerra injusta. ¿Cómo sería la guerra que emprendiese España contra Francia, que quisiera arrebatarle sus posesiones de Marruecos? Sería justa. ¿Cómo sería si España va a la guerra para no dejarse arrebatar su fe cristiana, su religión, su amor a Cristo Rey? Sería una guerra santa. Porque el móvil es un móvil sagrado.
Una petición de principio en Maritain
Es completamente arbitrario e importa una petición de principio el elaborar la noción de guerra santa en función de la civilización sagrada. Es decir, el plantear como principio que si no existe hic et nunc una civilización sagrada, no puede haber guerra santa.
Porque esto equivale a preparar una definición que me justifique aquello que debo demostrar. Lo lógico es partir de la noción común de guerra santa, es a saber una guerra emprendida por un motivo sagrado como objeto de especificación, examinar si se realiza en el hecho real y en este caso estudiar su significación histórica.
Proceder de otro modo como lo hace Maritain es incurrir en una cadena de errores irremediables. [69] Porque Maritain después de asentar que no es posible una guerra santa, cuando no existe hic et nunc una civilización de tipo sacral, concluye definitivamente que la guerra española no puede ser santa. Pero como por otra parte no puede negar que reviste los caracteres o apariencias de una guerra santa, entonces vese obligado a deplorarlo y buscar de explicarlo por la teoría del mito de la guerra santa: es decir la guerra española es puramente una contienda de dos bandos por una conquista temporal, en la que uno de los bandos, los antimarxistas o fascistas han creado el mito de la guerra santa para exterminar más fácil y eficazmente a los marxistas. A esto llama Maritain islamización de la conciencia religiosa. «Puede ser que en España – dice– toda guerra tienda a convertirse en una guerra santa: en este sentido la palabra de guerra santa no designa más una cierta cosa de una naturaleza objetiva determinada, se refiere a una disposición del temperamento histórico de un pueblo. Y lo mismo que el mito de la Revolución, tal como se ha desarrollado en las escuelas socialistas y anarquistas del siglo XIX, puede ser mirada como una trasposición laica de la idea antigua, idea de Cruzada, lo mismo entonces será menester decir que los milicianos hacen también su guerra santa.»
De modo que Maritain, que no ha penetrado en la significación profunda, cultural que comporta el drama español, después de imaginar el mito de la guerra forjado por los antimarxistas vese obligado a reconocer que también los antifascistas se [70] mueven por el mismo mito. Todo para ser amargamente deplorado.
Es lamentable que un filósofo arremeta el estudio del fenómeno español con ideas preconcebidas sobre el ritmo que llevan los acontecimientos históricos. Porque entonces un hecho desconcertante como el drama español y de una profunda significación histórica –porque es como romperse el nudo de la historia moderna que creíamos sin salida– tendrá que ser desnaturalizado y minimizado para hacerle entrar en las vistas históricas estrechas preparadas con anticipación. Para que esto no acaezca, es necesario profundizar el drama español con libertad de espíritu, dispuesto a renunciar a ideas que nos son caras si los hechos lo exigiesen.
La guerra española es una guerra santa
En primer lugar dejemos asentado que en España se entabla una lucha teológica. No se lucha simplemente por algo político, económico, ni siquiera por algo cultural o filosófico, se lucha por Cristo o por el Anticristo.
Las palabras del Cardenal Gomá y Tomás (El Caso de España, pág. 7), expresan admirablemente esto que está en la conciencia de toda la España.
«La guerra que sigue asolando gran parte de España y destruyendo magníficas ciudades no es [71] en lo que tiene de popular y nacional, una contienda de carácter político en el sentido estricto de la palabra. No se lucha por la República... Ni ha sido móvil de la guerra la solución de una cuestión dinástica... Ni se ventilan con las armas problemas interregionales.»
«Esta cruentísima guerra es, en el fondo, una guerra de principios, de doctrinas, de un concepto de la vida y del hecho social contra otro, de una civilización contra otra... De una parte, combatientes de toda ideología que representa, parcial o integralmente, la vieja tradición histórica de España; de otra, un informe conglomerado de combatientes cuyo empeño principal es más que vencer al enemigo, o si se quiere, por el triunfo sobre el enemigo, destruir todos los valores de nuestra vieja civilización» (página 7 y sig.).
«Cristo y el Anticristo se dan la batalla en nuestro suelo.» (pág. 16).
La lucha es entonces, en un plano teológico, porque Cristo y el Anticristo, son conceptos de la Teología. Lo cual no quiere decir que todos, tanto los de uno u otro bando, tengan conciencia de ello o no se muevan parcialmente por móviles inferiores. El movimiento de la lucha es ése en la masa colectiva.
Nada sorprendente que así sea para el que haya penetrado la degradación histórica que se viene operando con lógica inflexible desde el Renacimiento aquí. Con Lutero se destruyó el orden sobrenatural medioeval, con Kant el orden de la inteligencia, con Rousseau el orden de lo político y moral, con el Capitalismo el orden de lo económico y [72] ahora con el Comunismo no queda sino una lucha a muerte por Ser o no ser. Todo o nada. Cristo o el Anticristo.
Si la lucha se desarrolla en el plano de lo teológico, ¿qué carácter debía revestir en uno y otro bando? Pues de un lado debía ser de Cristo, cristiana y del otro del Anticristo, anticristiana; de un lado santa, del otro satánica. Los hechos lo demuestran palmariamente y el mismo Maritain al deplorarlo, vese obligado a reconocerlo.
No recuerdo en qué número de CRITERIO se publicó un artículo de Mons. Gustavo J. Franceschi, enviado desde España, en que hacía notar el carácter satánico del terror rojo. No podía ser de otra suerte en una guerra teológica y teológica no por voluntad de una u otra parte sino por una exigencia metafísica de la dialéctica de la historia.
Cuando Maritain se imagina que ambos bandos en España luchan por conquistas temporales está profundamente equivocado. Ni uno ni otro se mueve por motivos inferiores. Los comunistas luchan por el odio a Cristo: los nacionalistas por Cristo, cuyo amor no quieren dejarse arrebatar.
Las palabras del Emmo. Cardenal Gomá y Tomás vienen al caso para testificar el motivo de la lucha del bando comunista (El Caso de España, pág. 12).
«El primer empuje de la revolución fue contra este gran hecho de la Religión que, si lo es en toda civilización y en todo pueblo, tenía todavía en España un exponente social no superado por ninguno...» [73]
Por que debía ser la española una guerra santa
El gran escándalo de Maritain es que una civilización profana como lo era últimamente la española pueda emprender una guerra que ha de considerarse santa, aun con respecto al movimiento objetivo de la historia. Pero Maritain no entiende a la Santa España que canta el gran Claudel. Precisamente el ser una civilización profana y no poder tolerarlo constituye la tragedia española.
Como escribe el P. Ignacio G. Menéndez Reigada en La guerra nacional española ante la Moral y el Derecho (folleto que Maritain conoce porque lo cita), «el alma española es naturalmente cristiana, totalmente cristiana, universalmente cristiana. Acaso en ningún pueblo de la tierra el cristianismo se connaturalizó en tanto grado que apenas se puede separar ni distinguir lo que tenemos de españoles de lo que tenemos de cristianos. Y cuando en nuestros días se ha querido arrancar a Cristo de nuestras almas, no se ha conseguido sin arrancar también a España de esas mismas almas que vienen a renegar de su madre piadosa y escupirle al rostro, para esclavizarse a una despótica madrastra...
De este modo España fue totalmente cristiana, universalmente cristiana, sin distingos ni cortapisas y esta es la clave de nuestra grandeza, el impulsivo de nuestras empresas y el distintivo que nos [74] hace inconfundibles con otros pueblos. Cuando exotismos indeseables vinieron a empañar la blancura de nuestra alma tan profundamente cristiana, en España comenzó la decadencia.»
Y la guerra actual estalló porque España ha querido encontrar a sí misma. Ha querido encontrar el Cristianismo porque sin él no puede existir. Es una guerra entonces santa no sólo psicológicamente sino objetivamente porque nos quiere dar y nos va a dar una España Cristiana en el sentido propio y estricto que Maritain asigna al concepto de civilización cristiana.
Precisamente si se profundiza en lo hondo de la historia se llega a la conclusión de que la lucha adquiere ahora los caracteres de cosa decisiva y última. «Aquí se han enfrentado las dos civilizaciones, las dos formas antitéticas de la vida social. Cristo y el Anticristo se dan la batalla en nuestro suelo» (Cardenal Gomá y Tomás, ib., pág. 16). Y no podía ser entonces sino una lucha sagrada en el sentido propísimo de la palabra: Porque es una lucha por el imperio de Cristo Rey en la vida pública y social.
Los escándalos de Maritain
«Así» –dice Maritain– «el principio del primado de lo espiritual podía en las civilizaciones de tipo sacral expresarse en la idea de guerra santa, de la que la Edad Media ha hecho gran uso. En nuestras civilizaciones de tipo profano, excluye [75] esta idea, en virtud mismo de la trascendencia del orden sagrado: porque no existiendo más el hecho de la ciudad temporal (lo que no era posible sino en el caso en que la ciudad temporal estuviese sacralmente constituida) la guerra santa, si se quisiese a toda costa mantener la idea como ideafuerza, pasaría entonces por el hecho del orden sagrado mismo, obrando por sus propios medios, lo que es un absurdo: no siendo la fuerza de las armas ni la sangre derramada los medios propios del reino de Dios. ¡Que se invoque pues, si se la cree justa, la justicia de la guerra que se hace, que no se invoque su santidad! Que se mate, si se debe matar, en nombre del orden social o de la nación; esto es bastante horrible; que no se mate en nombre de Cristo Rey, que no es un jefe de la guerra, sino un Rey de gracia y caridad, muerto por todos los hombres y cuyo reino no es de este mundo...»
Pero todo este discurso se deshace solo cuando se reflexiona que los nacionalistas españoles no han ido a la guerra como buscando implantar el reinado de Cristo que no podían implantar por medios pacíficos... no seamos ingenuos en la consideración de los hechos históricos. Los nacionalistas españoles han ido a la guerra cuando se percataron que, de no hacerlo así, iban a quedar esclavizados en la tiranía comunista... Fueron impulsados por el derecho elemental de convivir en España... Buscaron lo mínimo, pero entendieron que este mínimum, es a saber la pura convivencia sin el Cristianismo totalmente vivido, el Cristianismo hecho carne en el alma española como lo [76] fue en los días gloriosos de Fernando el Católico. Después de un siglo y medio de transacciones vergonzosas con los errores anticristianos España se ha percatado que o volvía al orden temporal cristiano, al orden sagrado, o sucumbía como reino temporal independiente, y al luchar contra el comunismo, lucha como es lógico por el reino de Cristo Rey en su vida pública.
El orden sagrado medioeval de España no había por tanto desaparecido sino que estaba latente... El comunismo que ha originado la lucha ha servido para despertar a la «Santa España» en la lucha por su reconquista.
El pueblo español se ha sentido llevado a la guerra santa sin saberlo y sin quererlo... Los últimos años de república marxista han servido para sacudir lo más hondo del alma española, para que España se encontrase a sí misma.
Las palabras del P. Ignacio G. Menéndez Reigada, que Maritain critica, «la guerra nacional española es guerra santa y la más santa que registra la historia», cobran una exactitud admirable. España lucha por la entronización de Cristo Rey en la vida social y pública, después de cuatro siglos de vergonzosa apostasía de la Europa cristiana.
Con la guerra española comienza la reconquista cristiana del mundo apóstata. [77]
Augurios felices de la guerra santa
Maritain deplora, repetidas veces, y no sólo ahora sino también en su artículo De un nuevo Humanismo (Sur, abril de 1937, pág. 46) que la guerra española sea una guerra santa. Pero felizmente los Obispos puestos por el Espíritu Santo para regir la Iglesia, se regocijan de ello y así el Obispo de Salamanca D. Enrique Pla y Deniel, en su carta Pastoral Las dos Ciudades, escribe: «La guerra, por acarrear una serie inevitable de males sólo es lícita cuando es necesaria. Pero la guerra, como el dolor, es una gran escuela forjadora de hombres. ¿No estamos contemplando con admiración y asombro en pleno siglo XX, cuando tanto habíamos estado lamentando la frivolidad y relajamiento de costumbres y la afeminación muelle y regalada, el ardoroso y heroico arranque de tantos millares de jóvenes que en las distintas milicias voluntarias van generosamente a ofrendar sus vidas en los frentes de batalla por su Dios y por España? ¡Oh! nosotros, al entrar ya en la senectud, esperamos confiadamente que la generación de los jóvenes ex combatientes de esta Cruzada será mejor que las generaciones de las postrimerías del siglo XIX y principios del actual...
Saquemos fruto de esa hecatombe que estamos contemplando de tanta sangre derramada. ¡Que sea ella verdaderamente redentora...! [78]
Reine de una vez en nuestra España la cristiana justicia social. Ni explotador capitalismo ni destructor comunismo.»
Aunque Maritain se imagine que el triunfo de los nacionalistas españoles establecerá en España un régimen fascista, cuando no hitlerista, que someterá a su servicio a la Iglesia y ahondará el divorcio entre ésta y los obreros no lo cree de ese modo el Cardenal Gomá y Tomás, quien escribe: «Guerra contra el comunismo marxista, como es la actual, no lo es contra el proletariado, corrompido en gran parte por las predicaciones marxistas. Sería una calumnia y un crimen, germen de una futura guerra de clases en la que forzosamente se vería envuelta la religión, atribuir a ésta un consorcio con la espada para humillar a la clase trabajadora o siquiera para amparar viejos abusos que no debían haber perdurado hasta ahora.»
«No teman los obreros, sean quienes fueren y hállense afiliados a cualquiera de los grupos o sindicatos que persiguen el fin de mejorar la clase. Ni la espada ni la religión son sus adversarios: la espada, porque se ocupa en el esfuerzo heroico de pacificar a España, sin lo que es imposible el trabajo tranquilo y remunerador; la religión, porque siempre fue el amparo del desvalido y el factor definitivo de la caridad y de la justicia social. Si está de Dios que el ejército nacional triunfe, estén seguros los obreros de que, dejando el lastre de una doctrina y demás procedimientos que son por su misma esencia destructores del orden social, habrán entrado definitivamente en camino de lograr sus justas reivindicaciones...» [79]
La Cruz y la espada, son dos garantías de bienestar y justicia social y de civilizaciones grandes. La Cruz que pacifica los corazones; la espada que mantiene esta pacificación contra los perturbadores perniciosos. La espada, se dice, y no el puñal. Porque cuando la espada no sirve para proteger el derecho se trueca en un cobarde puñal. La Iglesia que siempre exaltó la significación de la Cruz, jamás restó méritos a la espada porque tal es la condición de los hombres en la tierra, que sólo con la Cruz y con la espada es posible una civilización verdaderamente cristiana. No en vano Bonifacio VIII promulgó sus enseñanzas celebérrimas sobre las dos espadas.
La visión deformada de Maritain con respecto al caso de España
Si algo aparece claro de la lectura reposada del Prefacio de Maritain es su visión deformada de las cosas que acaecen en España.
«La guerra que se traba en España –dice– es una guerra de exterminio; no tiende sólo a arruinar fundamentalmente la nación española, sino a provocar un conflicto universal; exaspera en todas partes pasiones que no perdonan: está en tren de deshonrar a Europa. Amenaza gravemente nuestro país en ciertas condiciones primeras de su seguridad exterior» (pág. 34).
La guerra que se traba en España, decimos en cambio, todos los que sentimos el heroísmo de la [80] sangre española, es una guerra de redención. Cuando creíamos muertas, como de siglos pasados las gestas épicas, he aquí la epopeya del Alcázar, los sitios heroicos de Oviedo y de la Virgen de la Cabeza, la intrepidez de las milicias de requetés, y he aquí, el heroísmo de la Santa España que como en tiempo de Pelayo y del Cid, una vez más ha sacado la espada. No es «una guerra de exterminio»... Servirá sí para exterminar las lacras con que la impiedad del liberalismo ha arruinado a la España grande, pero ¡feliz exterminio! que nos ha de revelar la España, Patria de Domingo y de Juan, y de Francisco el Conquistador y de Teresa (Claudel).
Está en tren de deshonrar a Europa. Sí a la Europa burguesa, democrática, mercantilista, afeminada, cuya cobardía y miseria va a quedar en descubierto junto a esta epopeya imperecedera de heroísmo.
Amenaza gravemente nuestro país en ciertas condiciones primeras de su seguridad exterior... He aquí el caso de un filósofo, que trata siempre de mantener la trascendencia universal de la filosofía y que, en una cuestión tan vital, como la guerra española, no puede olvidar que es francés de la tercera república y que «se siente gravemente amenazado». Estará amenazada la Francia de Robespierre y de Blum pero no la Francia gloriosa de la Flor de Lis. No olvide, Maritain, que Blanca de Castilla, fue madre de San Luis Rey... de modo que en los reinos cristianos, como el que está preparando en España y sólo en ellos existió «la amistad fraternal.» Fuera de allí los filósofos hanse [81] visto obligados a fingir «el mito de la amistad fraternal» que es un mito excelente para que los enemigos de Dios emboben a los cristianos.
Apreciación equivocada de los hechos en Maritain
Maritain aprecia los hechos de la guerra española con una mentalidad que desconcierta... Creería uno, a ratos, estar leyendo las crónicas de los panfletos izquierdistas. «Es un sacrilegio horrible –dice– masacrar sacerdotes, aunque fuesen fascistas, son ministros de Cristo, en odio de la religión; es otro sacrilegio, horrible también, masacrar pobres, fuesen marxistas, es el pueblo de Cristo, en nombre de la religión. Es un sacrilegio quemar iglesias... ; es otro sacrilegio, de forma religiosa, vestir soldados musulmanes con imágenes del Corazón de Jesús, para que maten santamente a los hijos de los cristianos, (no está subrayado en el original) y pretender enrolar a Dios en las pasiones de una lucha en que el adversario es mirado como indigno de todo respeto y de toda piedad.»
Maritain parece informado por el escritor José Bergamín y por Ossorío y Gallardo y por los católicos vascos. Al menos así plantean el problema todos estos traidores de la grandeza de España.
Pero si es sacrilegio matar sacerdotes, no porque son fascistas, sino ministros de Cristo, no lo es sino que es cosa justa, y en el caso presente, dados los caracteres de la guerra española, cosa santa, [82] matar marxistas no porque lo sean, no porque son pobres (sino a pesar de serlo) ya que quieren destruir fundamentalmente a España. ¿Cree Maritain que los valientes requetés que han ido a guerrear por su Dios, al grito de Cristo Rey, son burgueses que matan pobres? ¿No se informó que los campesinos, de Navarra y de Castilla, han sido los contingentes más denodados de luchadores? ¿Y que en cambio han sido las zonas más ricas e industrializadas de España las que aportaron mayor número de rojos? (Cardenal Gomá y Tomás en su Carta Abierta a Aguirre). ¿Por qué asigna Maritain caracteres sensacionales al hecho de que algunas señoras «piadosas» impongan escapularios a los musulmanes y afirma que se hace, para que maten santamente a los hijos de los cristianos? No olvide que un filósofo no debe dejarse sugestionar como un gacetillero. Que en la guerra santa de la España nacionalista se cometen abusos, yo no creo que haya ni que negarlo ni que afirmarlo, pero un filósofo de la envergadura de Maritain debe comprender que no por ser santa una guerra es guerra de santos ni se hace con santidad pura. La guerra es guerra, con todos los recursos de las guerras, con todas las pasiones de los combatientes, con todas las intrigas y ambiciones particulares, con todos los abusos y atropellos lamentables que hay que deplorar en toda empresa de hombres... Si es santa no lo es por la santidad de cada uno de los que en ella actúan sino por ser un móvil santo o sagrado –la defensa de los derechos de Cristo Rey en España– lo que en último término da razón de ser a la existencia de la guerra. [83]
La tercera solución
Maritain que cree que el mundo se mueve hoy hacia dos polos de atracción igualmente temibles –el Fascismo y el Comunismo– y que, en España, uno y otro bando corresponden a estos dos polos, se pregunta: «¿y qué podemos y debemos desear sino que estas dos clases de peligro sean apartadas de los destinos de España?» «Si, aun después de la horrible violencia que hacen sufrir a las conciencias el recurso a lo irreparable y el desencadenamiento de la violencia, fuese hacía una tercera solución que a pesar de todo la Providencia inclinase al final los acontecimientos, esto aportaría una confirmación muy fuerte a aquellos que perteneciendo a países hasta el presente preservados de la guerra civil, piensan que esta tercera solución, que se impondrá tarde o temprano, debe ser encontrada y aplicada a toda costa, antes de una catástrofe de lo político.»
Cualquiera sea el valor de esta tercera solución, y en cuanto a mí tengo hecha mi opinión que coincide con la de Cesar E. Pico, Carta a Jacques Maritain, en el caso de España, la tercera solución, es el triunfo franco de la España Nacionalista porque es el triunfo de la España épica con toda su grandeza cristiana de civilización, que quizás en el primer momento imponga un orden algo artificial y por ende violento. Puede ser. Pero por este camino la Providencia lleva a España a encontrarse [84] a sí misma después de siglos que se había perdido.
Ni comunismo, ni fascismo, sino cristianismo. Pero este saldrá de la España que sangra. Y no será una creación utópica forjada en el cerebro de un filósofo sino una renovación, una Restauración de los valores eternos que viven en el alma española, que así como ha podido renovar la gesta de Guzmán el Bueno, sabrá también renovar su grandiosa tradición social y cultural de los Siglos Grandes.