Ya hace casi medio año que nos dejó, y sin embargo, los
hechos acontecidos en aquella triste semana de enero, y los recuerdos que a
raíz de su partida se agolparon en mi mente permanecen aún vivos en mi
memoria.
Fue todo tan repentino que apenas tuve tiempo de pensar en lo que había pasado,
en lo que había perdido, hasta el día del funeral. Fue entonces, en la soledad
de la noche, cuando realmente me di cuenta de que el Padre se había ido, y
aunque en el fondo sabía que no nos había abandonado, no pude menos que
sentirme sola. Multitud de recuerdos vividos con el P. Alba venían a mi mente ;
algunos más nítidos, otros más borrosos, supongo que olvidados por el tiempo,
pero todos igual de entrañables.
Recordé, por ejemplo, el día en que perdí a mi primer hijo. Estaba yo
embarazada de casi seis meses, y en una de esas visitas rutinarias de control,
el médico nos dijo a mi marido y a mí que el niño venía muerto. Os podéis
imaginar el disgusto que nos llevamos. Y estando así de desconsolados, lo
primero que se nos ocurrió al salir de la visita, antes incluso que hablar con
la familia, fue ir a ver al Padre para hablar con él y que nos aliviara en
nuestro dolor. Y, en efecto, el Padre, mejor que nadie, sabía cómo aliviar a
las personas, de manera que salimos de allí mucho más reconfortados.
Poco después quedé embarazada del que es ahora mi primer hijo, y el día de su
nacimiento, al venir el Padre a la clínica, me comunicó que acababa de
celebrar una misa en acción de gracias por mi embarazo, diciéndome que se
había pasado los nueve meses pidiendo por esa intención. En ese momento se lo
agradecí de todo corazón.
También vino a mi memoria el cariño con que el Padre atendió a mi madre e
incluso a mi abuela en sus últimos momentos. Recuerdo cómo, estando mi madre
muy grave, tuvo el Padre que ausentarse unos días. Pues no pasó ni un sólo
día en que no llamara para interesarse por ella. Y lo mismo podría contar de
la operación de mi marido, hace ya unos años, pues el Padre fue el primero en
interesarse por su salud, manteniéndose en contacto durante toda la operación
hasta cerciorarse de que todo había salido bien.
El Padre era así; tenía estos detalles con todo el mundo. Y anécdotas como
éstas podría contar muchísimas, pues yo, gracias a Dios, empecé a tratar con
el Padre Alba cuando tenía 17 años.
Son muchos los problemas consultados, los consejos recibidos, ... hablar con el
Padre siempre suponía un consuelo.
Algo que siempre me ha temido preocupada es el tema de la muerte. Sé que me
tengo que morir, pero nunca me ha gustado pensar en ello. Y cuando a veces
venía el tema a mi mente, sobre todo en Ejercicios, me gustaba creer que moría
al lado del Padre Alba, atendida por él, oyendo sus consejos, siempre tan
positivos y alentadores, y lo que tanto miedo me daba, se convertía entonces en
algo dulce y apacible.
Al pensar esto y otras muchas cosas, me sentí triste, sola, como abandonada, y
me invadió una gran pena. Y fue entonces cuando sentí en mi corazón como si
el Padre me hablara y me consolara, como tantas veces había hecho en vida.
Sentí como si me dijera que no estuviera triste, que él no nos había
abandonado; sencillamente había cambiado de lugar, y ahora aún le teníamos
más cerca, porque nos podíamos comunicar con él en cualquier momento y desde
cualquier lugar, pues él nos atendería siempre, y estaría constantemente
velando por nosotros.
No sabéis la paz y tranquilidad que invadió mi alma en aquel momento, y quedé
tan confortada que me dormí plácidamente.
La verdad es que ahora hablo con él mucho más que cuando estaba entre
nosotros. No hay día que no le consulte, le pregunte o le pida algo, y como
desde el cielo lo ve todo, con menos palabras nos entendemos mejor.
Milagros Obis