Me gustaría contaros un recuerdo muy bonito que tengo del P. Alba. Era la víspera de la Asunción de Ntra. Sra. a los Cielos. Al acostarme aquella noche me encomendé a nuestra Madre y le dije que me gustaría mucho vivir el día siguiente dedicado a Ella, a amarla y a ofrecerle todo lo que en ese día me aconteciese como ofrenda de mi amor. Parece ser que me dormí con estos pensamientos y tuve un precioso sueño. Yo me encontraba de rodillas frente a una imagen de Ntra. Sra. de Lourdes. La imagen era una botellita de las que se traen para los enfermos, con agua de la fuente milagrosa y que están pintadas con el ceñidor azul, unas flores a los pies de la Virgen y una corona azul, que es el tapón. En el sueño le dije a nuestra Madre con fuerte voz: ¡Madre, te quiero mucho! De repente la imagen empezó a cobrar vida y sus labios se movieron y comprendí al leerlos cómo me decía: ¡Yo a ti también te quiero y te concederé todo lo que me pidas! A la mañana siguiente desperté con una dulzura en el corazón muy grande. Pero, ¿sería cierto que María quería decirme aquello o fue tan sólo eso, un sueño? Pasaron varios días, tal vez una semana. Después de oír Misa en el Colegio, pedí al P. Alba que me escuchara en confesión, a lo que accedió enseguida, como siempre. Confesé mis pecados y seguidamente me amonestó a confiar en María diciéndome lo mucho que me quería. Entonces le abrí mi corazón y le conté lo que os acabo de relatar y sobre todo le pregunté si aquello no sería sólo un sueño y nada más. Pero él, mirando al frente, como hacía a veces, quedándose sus ojos fijos en un punto, se puso a hablar con mucha suavidad y muy bajito y me dijo estas palabras, que jamás olvidaré: "Hija mía, esto no es ninguna tontería, has tenido una visitación de la Virgen, pues a ella le gusta manifestarse a los hijos y se vale de cosas tan sencilla como de un sueño". Como comprenderéis, me salieron alas en los pies y al salir de confesar parecía flotar de la alegría. Hace aproximadamente dos años y medio de aquello y puedo deciros que, gracias a sus palabras, mi confianza y amor en la Virgen han crecido mucho, el amor al Sto. Rosario también. Nadie da lo que no tiene y él, el P. Alba, amaba tiernamente a la Stma. Virgen. Siempre lo había sabido, pero, tras aquella confesión, supe un poco más que el P. Alba debía de hablar mucho y muy tiernamente con Ella, que Ella era la que mejor conocía su interior y su corazón, pues él la quería como un hijo de verdad. También os digo que la Virgen ha cumplido su promesa. Cuanto le pido me lo concede. Es por este motivo que jamás olvidaré aquella confesión. Desde aquí doy gracias al P. Alba por todo lo que me enseñó, que fue mucho, por sus ejemplos en no quejarse nunca y su valentía para ser apóstol en este mundo tan impío e indiferente. Pida por mí, P. Alba, usted que ya está gozando de la presencia de María, nuestra Madre.
Montserrat Sanmartí Fernández