Vamos a leer una carta que tiene un interés
universal y que ilustra autorizadamente lo que ha dicho el Papa de la
infiltración extraordinaria del demonio en la hora presente d la Iglesia.
La carta es del cardenal Seper, prefecto de la Sagrada Congregación para la
Doctrina de la Fe. Esta congregación, como las demás, es un instrumento con
que se ayuda el Papa para ejercer su potestad suprema de magisterio y de
gobierno. Su oficio propio, tal como el Papa se lo ha encomendado, es
"tutelar la doctrina de la fe y la moral en todo el mundo católico";
"examinar las doctrinas y opiniones nuevas que se divulguen, promover
estudios sobre ellas, reprobar las que fueren opuestas a los principios de la
fe".
Este año ha publicado, de acuerdo con el Papa, dos declaraciones muy
importantes: una sobre Jesucristo y la Santísima Trinidad; otra sobre la
confesión y la absolución de los pecados. Las dos salen al paso de opiniones y
prácticas, sostenidas por algunos teólogos y sacerdotes en varias partes del
mundo, sin excluir a España.
El prefecto de la congregación responde en su carta a un sacerdote de origen
croata, como el mismo cardenal, que le había escrito desde los Estados Unidos,
señalando los abusos que se cometen en el campo de la catequesis y la
formación religiosa.
La carta del cardenal prefecto está fechada hace algunos meses. Por su índole
personal y amistosa, es de gran franqueza; por lo mismo, el hecho de que el
cardenal haya autorizado su publicación aumenta su importancia. Editada ya en
varios países, en España se han referido a ella algunos comentaristas; pero
muchísimos lectores no han logrado ver su texto en los órganos de información
religiosa. "El octavo día" satisface su legítimo deseo.
Como verán, la carta da relieve a tres puntos a) la gravedad de la situación,
vista desde Roma, en ciertos sectores de la teología; b) la confianza en la
fidelidad del pueblo creyente; c) una llamada de atención para nosotros, los
obispos. Lo que se dice de nosotros no es muy lisonjero. Pero quizá necesitemos
la medicina; y aunque nos duela, recordaremos que no estamos para hacer
propaganda de nosotros mismos, sino para ser portavoces humildes de Cristo, que
habla en su Iglesia.
He aquí el texto de la carta del cardenal Seper:
"Roma, Pascua, 1972 –Querido padre Mikvlich: Gracias por su carta y su
envío del 27 de marzo. Tengo siempre en mi mesa su carta del 10 de noviembre de
1971. Me llegó cuando tenía mucho trabajo. Si ocurre que no respondo en
seguida, comprenda, por favor, que pueden pasar meses antes de disponer de
tiempo para ello.
"Me causa gran gozo que esté usted empeñado en el buen combate de la
ortodoxia en materia de educación religiosa. No hay duda de que, en el modo con
que nosotros estamos mucho más avanzados que nuestros mayores, se han
traspasado todos los límites de lo tolerable. Hace poco tuve en las manos un
‘Catecismo' holandés, que no tenía nada que ver con la religión cristiana.
"Me alegra mucho saber que cuenta usted con el apoyo de su arzobispado. Por
mi parte, tengo gran confianza en el sentido católico, el sentido de la
ortodoxia de los laicos. Recibo regularmente y me es posible leer de ordinario
The Wanderer. Estoy también en relación con M. Lyman Stebbins, de la
asociación Catholics United for the Faith (C. U. F.). Pienso con frecuencia en
el hecho de que en el siglo cuarto, cuando los obispos mismos, en gran número,
se extraviaban en la herejía arriana, el ‘sentido católico' de los laicos no
se equivocó, y permanecieron ortodoxos.
"Soy incapaz de adivinar cuánto tiempo durará entre los católicos la
locura actual. Por el momento, abunda la literatura sobre el ecumenismo; pero,
en realidad, la crisis doctrinal católica es, al presente, un terrible
obstáculo para el ecumenismo. El año pasado, día de Sábado Santo, tenía a
mi mesa a un pastor protestante de Holanda, que me aseguraba que sus feligreses
holandeses, protestantes, no tenían idea alguna de los interlocutores con
quienes pudiera dialogar, pues no pueden discernir quién representa la doctrina
católica. Y recientemente, si no me equivoco, un profesor ortodoxo griego se
expresaba exactamente en el mismo sentido en un artículo publicado en un
boletín del patriarcado servio.
"Pienso que un día nuestros católicos volverán a la razón. Pero, ¡ay!,
me parece que los obispos, que han obtenido muchos poderes para ellos mismos en
el Concilio, son muchas veces dignos de censura, porque, en esta crisis, no
ejercen sus poderes como deberían. Roma está demasiado lejos para intervenir
en todos los escándalos, y se obedece poco a Roma. Si todos los obispos se
ocupasen seriamente de estas aberraciones, en el momento en que se producen, la
situación sería diferente. Nuestra tarea en Roma es difícil, si no encuentra
la cooperación de los obispos.
"En fin, veremos qué acogida se le reserva a la declaración de nuestra
congregación sobre la Encarnación y la Santísima Trinidad. Usted conoce las
aberraciones que se propagan, tanto en publicaciones teológicas como en
catecismos.
"En este día de Pascua, le deseo, con todas las bendiciones, la
perseverancia en el combate.
"Muy sinceramente suyo, Franjo, cardenal Seper."
Hasta aquí, la carta del prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina
de la Fe. No necesita comentarios.
Seper evoca un hecho histórico del siglo IV. En el primer concilio universal,
el de Nicea, los obispos proclamaron, frente a los arrianos, el dogma de la
divinidad de Cristo. Pero después, durante un increíble período de
confusión, no pocos teólogos intentan acomodarse a las teorías de moda en el
mundo; gran número de obispos comenzó a contemporizar con ello; fueron
arrinconados los defensores de la fe: innumerables asambleas y concilios
regionales se dedicaron a producir fórmulas ambiguas, con las que se intentaba
en vano contentar a todos, a costa de la verdad. El pueblo permaneció fiel al
Credo de Nicea, que todavía recitamos en la santa misa.
Este hecho, impresionante y aleccionador, quizá debería ser explicado. No hay
tiempo. Quedémonos por hoy con las palabras de advertencia y estímulo del
cardenal Seper, en las que resuene la voz del Papa, quien día a día nos repite
el aviso del apóstol San Pedro: "Vigilad..., permaneced firmes en la
fe".
Mon. José Guerra Campos