FALLO DEL HUMANISMO INDEPENDIENTE: HUMANISMO DE EXALTACIÓN

Y HUMANISMO DE DEPRESIÓN

Ante la exigencia de sentido para la totalidad de la vida, el ponente anterior expuso los fallos inevitables de cualesquiera humanismos independientes o autónomos. Me gusta mucho la fórmula sintética que él ha empleado: humanismos de exaltación y humanismos de depresión, que resumen con justeza lo que yo diría con más palabras y menos claridad.

Humanismo de exaltación. Por medio de posiciones ideológicas razonadas o de actitudes casi inconscientes, que impregnan una atmósfera y contagian a muchísima gente, el humanismo con pretensiones de autosuficiencia ha sido casi siempre, sobre todo en los siglos XVIII y XIX, un humanismo de exaltación, que pretende realizar con las solas fuerzas del hombre lo que otros hombres esperaban por medios religiosos, los del don o la gracia.

No vamos a entrar ahora en una exposición al por menor de las múltiples formas de este humanismo. Las conocéis mejor que yo, y, en todo caso, ni siquiera esto es necesario, porque las diferencias sustantivas son muy pequeñas. La orientación general podría marcarse diciendo que, mientras el hombre de otras épocas percibía de entrada, cuando empezaba a vivir conscientemente, que no había congruencia o proporción entre sus aspiraciones más íntimas y sus posibilidades de realización, el hombre actual, desarrollado, adulto, descubriría lo contrario: que él tiene potencia suficiente, individual o colectivamente, o sea, mediante el desarrollo social y la acción histórica, para adecuar sus aspiraciones con sus posibilidades, para alcanzar un momento en que aquéllas no desborden a éstas, en que la realización de las posibilidades satisfaga plenamente las aspiraciones, produciéndose esa armonía o satisfacción íntima y social, que es en cierto modo el paraíso. Eso es lo que buscaban las almas religiosas cuando ponían su confianza en Dios, y proyectaban su esperanza más allá de sí mismas y de la colectividad.

En tal humanismo de exaltación se inscribe, por ejemplo, el marxismo: el cual, como reconocen sus intérpretes más hondos, se juega todas las cartas de su verdad a que, en un futuro más o menos lejano, se consiga la plena armonía entre aspiraciones y posibilidades; si la apuesta no se ha de cumplir, el marxismo se declara falso, y lo es. También las formas nietzscheanas, mucho más individualistas y aristocráticas, se sustentan con la misma pretensión de que el hombre, desplegando su libertad sin ataduras ni referencias, en absoluta emancipación, puede llegar a realizarse en plenitud. Fuera todo equívoco: realizarse en plenitud, o no significa nada o significa perfecta armonía entre aspiraciones y posibilidades. Cuando no hay esta armonía, ya podemos entusiasmarnos con el progreso que sea: nos estamos engañando a nosotros mismos. Los marxistas confiesan por anticipado que si, en el futuro perfecto de la sociedad, los hombres siguieran sintiendo, sólo sintiendo, la sensación de límite, la inconformidad íntima o nostálgica (que los hombres, en general, experimentamos ante la contingencia de la vida, siempre insatisfactoria), el marxismo habría resultado falso, porque no habría logrado realizar plenamente con fuerzas humanas lo que el hombre necesita para sentirse hombre a satisfacción.

Humanismo de depresión.El humanismo de depresión, que está representado, como se apuntó antes, por algunas formas recientes, no por todas, del llamado existencialismo, el de Sartre y otros, hace notar oportunamente que el humanismo de exaltación comete fraude. El humanismo de exaltación niega a Dios o, si no lo niega, sostiene que no es necesario contar con Dios y se desentiende de Él, que es lo mismo, pero afirma "valores divinos". Las aspiraciones, realizables con fuerzas humanas en el futuro, son "divinas", son valores "de paraíso". Ahora bien, negar o excluir a Dios y afirmar valores divinos es hacer trampa. Ésta es la denuncia esencial del existencialismo. Si queremos afirmar la libertad del hombre como autónoma, hagámoslo en serio; digamos: No hay más que libertad del hombre y atengámonos a las consecuencias. Sí no hay más que libertad del hombre y si esta libertad no se refiere a valores más altos que ella, que le sirvan de cauce y de meta y le den sentido, la libertad es libertad pura, que equivale a esclavitud pura. Sin camino sólido que resista nuestra presión, sin dirección preferente, que en cierto modo canalice las energías, la libertad pura es como una caída en un vacío inmenso, sin sentido, absurda. Cualquier programa inmediato, que yo me trace, no vale ni más ni menos que cualquier otro; no hay sistema de referencias por el que podamos medir el mayor o menor valor de nuestras decisiones o actitudes, si no es el criterio infecundo de lo que en ese ámbito se llama autenticidad. Libertad pura es pasión inútil, y puesto que el hombre no es más que eso, caemos en la negación del hombre.

El humanismo de depresión podría resumirse de modo más vibrante con expresiones de algunos escritores existencialistas, según los cuales el hombre, para ser hombre, tendría que ser Dios; como no puede serlo, porque no hay Dios, el hombre es absurdo.

Tal humanismo de depresión tiene la virtud de poner las cartas boca arriba, como diciendo: Señores, si negamos a Dios, neguémoslo de verdad, y no juguemos luego con palabras escritas con mayúscula: con unos valores misteriosos, bajo los cuales se cobija el pobre individuo humano, porque se les dota de universalidad y permanencia a través de la historia, que sustituye a Dios; pero como la historia no es más que un sucederse de individuos, todos igualmente relativos y contingentes, cualquier programación colectiva y de conjunto, aunque desborde un poco al individuo, no llega hasta el punto de poder ser divinizada.

Este reconocimiento del fallo del humanismo autónomo hace que se invierta la tonalidad sentimental con que se habla del humanismo. En los tiempos del humanismo de exaltación todos suscribirían la glosa de Engels al famoso libro de Feuerbach, en el siglo pasado. Feuerbach sostuvo que la idea de Dios y la vida religiosa no era más que la proyección sobre un ser ilusorio de nuestros propios poderes, individuales y sociales; era, pues, preciso rescatar esos poderes del espejismo que los aleja y darse cuenta de que los llevamos dentro de nosotros mismos; Dios no es más que un símbolo o imagen del hombre. Según Engels, esta teoría de la alienación (por otra parte, conocida desde el siglo XVIII) produjo casi una explosión de alegría: "Es necesario haber probado uno mismo la acción liberadora de este libro para hacerse una idea; el entusiasmo fue general: momentáneamente todos fuimos feuerbachianos». Hay una primera fase en que el humanismo autónomo, la proclamación de la libertad emancipada, produce alegría: Dios, la religión, la moral, son interpretados como esclavitud. El humanismo de depresión vuelve a poner las cosas en su sitio. Al optimismo sucede el pesimismo o una especie de estoica resignación: "Estamos condenados a ser libres"; es la libertad la que podría interpretarse como esclavitud. Así se confirma que la libertad humana sólo puede ser libertad por referencia a valores más altos.

José Guerra Campos