PREGUNTAS RADICALES DE PERPETUA ACTUALIDAD

A) ¿ES PERSONA EL HOMBRE?

Todo humanismo, y, aun sin sistema, toda vida consciente de sí misma y con. un mínimo de esperanza o de proyección hacia el futuro, supone que el hombre es persona; y nunca como en este tiempo se han pronunciado con boca tan grande las palabras persona, dignidad de la persona humana, etc.

¿Qué significa esto en un marco puramente humanista o de ciencia positiva? La libertad pura sería algo si fuera auténtica libertad, si no estuviera encadenada a las leyes fatales, ciegas, universales y necesarias, que no cuentan para nada con los sentimientos y las aspiraciones del hombre. En un terremoto se viene todo abajo y caemos malos y buenos, inocentes y pecadores; las leyes, objeto de la ciencia, son notoriamente inhumanas o extrahumanas.

Persona significa todo lo contrario: un sujeto libre, que no es medio subordinado a fines extraños, sino que es fin en sí mismo, centro de convergencia y, por tanto, fuente de derechos y deberes; algo que trasciende al tejido fatal de lasleyes, o del funcionamiento mecánico del universo. Sin ese contenido, no tendrían sentido ni la palabra persona ni la palabra libertad.

Como, no obstante, el hombre se siente y es dependiente por tantos lados, tan implicado en la marcha de las cosas y de la historia, hasta el extremo de que muchas veces tiene la impresión de no ser más que una hojita muerta arrastrada por la corriente del río, ha de preguntarse en serio si es o no persona; si a pesar de estar implicado, como las demás cosas, en la marcha legal o mecánica del universo, lleva algo en sí por lo que trasciende, levanta la cabeza y puede considerarse en cierto modo señor del universo, puede disponer de sí y de las cosas, es decir, ser libre. La respuesta no es fácil. Desde luego, para el humanismo cientificista es imposible la respuesta.

B) ¿ES NECESIDADAZAR O PROVIDENCIA LA ULTIMA LEY DEL UNIVERSO?

Todos conocéis con qué extraña expectación, no del todo merecida, acaba de ser recibido hace meses el libro del Nobel francés J. Monod, sobre El azar y la necesidad. Un libro muy interesante por las aplicaciones que hace al campo que él domina, el de la biología evolutiva. Pero en este libro se ve con toda claridad que una visión puramente cientificista de la realidad lleva a la negación radical de la libertad. Según él, ni uno solo de los fenómenos se debe explicar más que por la casualidad y, una vez producida la casualidad, por un tejido de fatalidades encadenadas, que no admite ni siquiera un mínimo de intervención auténticamente libre; la libertad sería una pura apariencia, vista desde afuera, y cuando se examina el conjunto de los fenómenos, la libertad realmente no existe.

Ahora bien, si la libertad existe el hombre la vive y la siente con mucha más certeza que las mismas formulaciones científicas de Monod y de otros, hay que plantearse el problema: para que pueda afirmarse la libertad, ha de ser correlativa a un orden universal en que tenga cabida, en que la ley suprema no sea solamente lo fatal o lo necesario, sino la inteligencia. Esto nos conduce a una consideración de valor inestimable: la afirmación del hombre, tan grata a nuestro tiempo, lleva a Dios; porque el misterio del hombre, como persona libre, es correlativo al misterio de Dios. Es cierto que mi libertad no es independiente; está condicionada. El condicionamiento de mi libertad, ¿está en la actuación ciega de fuerzas fatales? Entonces, no existe mi libertad. ¿Está, en última instancia, en la relación con otra libertad? Si así es, puede existir mi libertad.

Tocamos aquí el problema más radical de todos los tiempos, aunque muchísimos no se lo planteen formalmente. Esta es la tortura íntima de la humanidad; sólo en etapas muy cortas logran satisfacer al hombre las visiones parciales del humanismo de exaltación o del humanismo de depresión. La libertad está ahí; uno se siente persona, y esta realidad de su ser personal le parece evidente y no va a negarla sólo por consideraciones extrínsecas, que son muy discutibles; estoy más seguro de mi intimidad que de las afirmaciones objetivas, ya que éstas pueden interpretarse como un modo de mí pensamiento; mí ser íntimo me es más próximo, y en algún aspecto más evidente, que las afirmaciones acerca de la realidad externa. Estamos, pues, ante un hecho hasta cierto punto innegable; pero es un hecho que por su mismo carácter evidente nos remite, enigmáticamente, misteriosamente, a una suprema libertad.

José Guerra Campos