Curso de la vida humana en Cristo. Curso de la vida humana en nosotros. En camino hacia la plenitud

En Cristo la vida humana puede resumirse en dos grandes perspectivas: en su curso histórico, Cristo vive en relación íntima con el Padre, en solidaridad perfecta con los hombres contemporáneos, pero obediente, es decir, ordenando su vida hacia el Padre en obediencia hasta la muerte, sin transformar las condiciones ordinarias de la vida, que acepta para sí mismo; al final, después de la muerte, Cristo resucita, es entronizado como rey y señor del universo, primogénito entre sus hermanos, anticipo y prenda de nuestra propia resurrección y victoria final.

En medio de esta vida ordinaria, Cristo "pasó haciendo el bien": todo el bien que es posible hacer sin cambiar las coordenadas generales de la condición humana, y manifestando el poder de Dios, para que sepamos que el Padre está presente, interesado por nosotros a pesar de que no transforma inmediatamente nuestra condición dolorosa. Precisamente por esto, la manifestación del poder divino, más que medio para resolver los problemas históricos, es signo de la pre

sencia íntima del amor y de la esperanza en la plenitud futura. Dicho sencillamente y a sabiendas de que esta verdad escandaliza: Cristo multiplicó los panes en una o dos ocasiones, pero no resolvió el problema de las carestías que, de vez en cuando, asolaban algunos países. No intentó resolverlos. Lo cual indica y Él lo afirmó expresamente que la multiplicación de los panes tenía, sí, un fin inmediato, que era hacer un bien con misericordia; pero tiene un fin principal, que es servir de signo para elevar la atención hacia otro pan, que da satisfacción plena a necesidades mucho más profundas y permanentes que una carestía transitoria.

Tal es el curso de la vida humana en Cristo. Todos los intentos que se han hecho para dar otra visión de Cristo falsean la realidad que aparece en el Evangelio.

Por consiguiente, en el curso de nuestra propia vida, vivimos ya transfigurados, porque la lejanía de Dios, en la que hemos caído por el pecado, se convierte en proximidad por la filiación divina, por la presencia amistosa de Dios en nuestros corazones; y esto da ciertamente un sentido nuevo, como cuando nace el sol, a todas las realidades, por duras que sean. Pero, en cuanto a la liberación de los efectos de aquella lejanía a que antes me referí: desequilibrios, oscuridad, dolor, muerte, vivimos en esperanza. Ésta es la tesis del Evangelio y de los Apóstoles. Vivimos en la tensión gozosa de quien camina hacia una plenitud que llegará, mas no se realiza dentro de programaciones históricas.

De lo anterior se desprende el carácter de la respuesta cristiana para la fase temporal de nuestra vida, la que vivimos en esperanza.

LA VIDA TEMPORAL DEL CRISTIANO

Cristo resucitado, presente en la Iglesia.

Primer elemento configurador de nuestra vida en el tiempo es que Cristo mismo, muerto y resucitado, sigue presente en la Iglesia. Muchas veces se pregunta: ¿Cuál es la novedad que aporta el cristianismo a la solución de los problemas humanos? No hemos respondido nada mientras no digamos esto: Aporta la presencia de Cristo; no estoy solo en el mundo; en todos mis afanes, programas, búsquedas, ilusiones o desilusiones, estoy relacionado con Cristo, muerto y resucitado, presente en la Iglesia, conmigo, con nosotros, entre los hombres. Ésta es la gran novedad que aporta el cristianismo.

De ahí se deduce el carácter más significativo que tiene para nosotros la Iglesia, la vida comunitaria con Cristo presente. Toda la Iglesia, en lo que tiene de proclamación de la palabra, de realización de los signos sacramentales, en toda su acción, ha sido definida, en cierto modo, por el Concilio Vaticano II como gran sacramento, gran señal visible y operativa de la presencia salvadora de Cristo. En ese marco actúan los sacramentos. De modo eminente, la Eucaristía, que es la posibilidad sensible de asociar mi vida de obediencia filial y confiada, en medio del dolor, las preocupaciones, las limitaciones, hasta la muerte, a la obediencia y pasión de Cristo, con lo cual enderezo mi vida hacia lo que le da sentido, hacia Dios Padre; es la posibilidad de entrar en comunicación personal directa, aunque silenciosa, con Cristo, fuente de inspiración, de ánimo, de exigencia, de alegría, liberación de mi debilidad y de mi pecado; es al mismo tiempo, por tratarse de Cristo resucitado, una prenda, especie de anticipo de mi propia futura resurrección, es decir, del logro de la totalidad de mis aspiraciones para el espíritu y el cuerpo, para la vida individual y social, incluso para la transformación del universo que me cobija.

Éste es el primer factor del cristianismo, que olvidan algunos evangelizadores de nuestros días, siendo tan fundamental. Si eliminamos esto, ninguna otra realidad merece el nombre de cristiana.

Principio animador: el Espíritu que difunde en nosotros la caridad.

El principio animador, que fluye para mi vida de la presencia histórica y continua de Cristo, y la única causa posible de todas las transformaciones que cabe esperar del cristianismo, como respuesta radical, es la presencia del Espíritu Santo, influjo directo, íntimo, del mismo Dios, dando luz, amor, esperanza, oración, sentido de su presencia invisible; despertando en mí exigencias y, al mismo tiempo, posibilidades. Es la gracia de Dios.

La manifestación normativa, criterio de actuación, actitudes y comportamientos, que fluye de la comunicación del Espíritu, lleva el nombre de caridad o amor. Una caridad entendida no como un afecto cualquiera, sino como expresión de una comunión de vida superior, participable por todos los hombres. De esta presencia o acción del Espíritu, de la caridad, entronizada en el centro mismo de cada persona y de la historia humana, brotan dos notas diferenciales de la moral cristiana: filiación y vocación.

Moral de filiación, Moral de vocación

Moral de filiación: es decir, no del deber abstracto, no de meras normas y leyes, sino de comunicación personal y cordial, que es lo que transfigura las normas, sin suprimirlas (al contrario, sublimándolas) y, por tanto, da un sentido a la vida, que es la auténtica novedad práctica y vital del cristianismo. Sean cuales fueren las contingencias históricas, tanto si nos toca una época de logros y de justicia como una época de fracasos, injusticia, abandono o incomprensión, que sobre esto el cristianismo no nos da garantías, la verdadera aportación novedosa del cristianismo en el aspecto vivencial es la posibilidad de vivir con espíritu filial: sentirse animado por la presencia del Padre, atraído por Él, con confianza, serenidad, gratitud, alegría. Es una inmensa transformación; pero sólo los que la experimentan reconocen lo que es, porque, dicha con palabras, no parece casi nada.

Moral de vocación: es decir, de misión. Estamos en el mundo, como ya se dijo en el paraíso, para ser vicarios de Dios en la obra de dominio y ordenación de la tierra y de la vida social.

Por tanto, la moral cristiana de filiación, que, por serlo, es también de vocación o misión, hace que la esperanza sea, y tenga que ser, activa.

José Guerra Campos