Estando una noche en la Adoración Nocturna en la
iglesia que los jesuitas tienen en la calle del Palau, entró el Padre Alba en
la sala de estar donde algunos estábamos levantados y esperando la hora de
hacer el turno, y nos dijo que le acompañáramos a buscar unas sillas para
llevarlas a la sala donde tenía lugar la reunión de adoradores previa al
comienzo de la vela nocturna. Dicha sala era un sótano donde la humedad se
"respiraba", y lo teníamos amueblado con literas, una mesa, un par de
armarios para guardar las mantas y algunas sillas. Como el número de adoradores
iba en aumento, precisábamos más sillas. Así que con el Padre Alba a la
cabeza, con advertencias de ir en completo silencio para no despertar a nadie, a
las tantas de la noche y en la oscuridad, iniciamos una expedición por la casa
de los jesuitas, subiendo escaleras y recorriendo pasillos para hacer acopio de
unas cuantas sillas; todo ello acompañado de algunos tropezones, risas
contenidas y siseos del Padre Alba. Cuando íbamos de vuelta nos dijo que no
serviríamos para "maridos infieles", tal era el ruido que habíamos
hecho.
Esta simple anécdota es una de las muchas que cualquiera de los que hemos
conocido al Padre Alba podría contar. Sucedía allá por el año 1978. Éramos
jóvenes y nos divertíamos. El Padre Alba era un cincuentón, una edad a la que
hoy muchos se prejubilan, o la edad de "ya tengo los hijos colocados".
El Padre cincuentón nos conquistó para Cristo a nosotros, en aquel entonces
jóvenes de edad difícil, jóvenes del no me comprenden y del yo lo sé todo; y
lo hizo no sólo ofreciéndonos un ideal de juventud desde un púlpito, sino
viviéndolo con nosotros. Por eso el Padre cincuentón subió montañas con
nosotros, anduvo caminos con nosotros, fue en bici con nosotros.... No sólo fue
un director espiritual, un consejero, el cura que nos decía la Misa, él
predicador y nosotros oyentes. No se limitó a enseñarnos el camino del cielo,
a catequizarnos, sino a vivirlo con nosotros. Y no sólo eso, sino aún más:
nos ha anticipado un poco el cielo gracias a esa comunidad de amor de la que
todos participamos.
El Padre Alba ha muerto, pero tenemos su ejemplo de vida como recuerdo y una
magnífica herencia: el ideal de Fe que nos transmitió y que ha dado sentido a
nuestra vida.
Pablo Santos Sanz.