Estaba yo haciendo Ejercicios Espirituales en Sarriá. Los daba el P. Argila S.I. Un día que se encontraba indispuesto, nos dio una plática el P. Alba. Desapareció de la casa y no volvimos a verlo hasta la tarde que terminamos la tanda. Me suscribí a la revista "Perseverancia", de la Obra de Ejercicios Parroquiales; asistía a las reuniones de la calle Durán y Bas.
Terminado el servicio militar me llevó con él y el P. Ginés, a hacer un Cursillo de Cristiandad, y meses más tarde a vivir en comunidad en la calle Diputación.
Han sido muchos años de vida familiar, de los que podría contar unas cuantas cosas pequeñas. Porque lo que yo quería decir del Padre, lo dije en la homilía ante sus restos mortales y otras cosas se guardan en el corazón.
En nuestra primera peregrinación a Santiago, un día desapacible, sentí un malestar general y escalofríos que me hicieron acurrucarme en la cuneta de la carretera. El Padre se dio cuenta y retrocedió hasta donde yo estaba y me cubrió para calentarme. Allí permanecimos juntos hasta que me recuperé del todo.
Nuestro buen amigo el Dr. Pedro Fernández me ingresó en el Clínico para analizar bien mis constantes fiebres y mis enfermizos bronquios. Me dieron de alta y aquel mismo día, un cólico nefrítico de campeonato me llevó otra vez a la misma cama del hospital que había dejado hacía veinte horas. Pruebas y más pruebas, ciertas preocupaciones de los doctores y amigos. Y un día me dijo el P. Alba: "Tú tranquilo, si te hace falta un trasplante, yo te daré un riñón mío, porque tú eres más joven". Muchos sabéis que tengo unos pies de cuento de hadas. Se enfrían que dan gusto. Pues bien, hace un par de reyes magos que el Padre se enteró de que habían inventado una especie de olla a presión con enchufe eléctrico y me los compró inmediatamente. Ahora puedo escribir Cuentacosas y leer tranquilamente con mis pies de hadas calenticos.
Un día de los que fui a verle al hospital, aproveché para colocarle a su compañero de habitación y a su esposa el escapulario de la Virgen del Carmen. Se lo dije a él y el Padre, señalando el techo y sonriendo, dijo: "éste sube directamente al cielo". Quien iba a decirme a mí que aquel primer encuentro con el Padre cambiaría mi vida totalmente.
De él lo he aprendido todo y, sobre todo, la espiritualidad ignaciana aplicada a toda clase de apostolado: Ejercicios, retiros, convivencias, dirección espiritual, cenáculos, adoración nocturna, peregrinaciones, colonias, campamentos... Ahora lo único importante para mí es vivir en las comunidades de amor que él fundó con el mismo espíritu que él vivió. Si lo hacemos todos, un día, no muy lejano, participaremos de la definitiva comunidad de amor de los bienaventurados del Cielo.
P. Manuel