Beato ANSELMO POLANCO

obispo mártir de Teruel

(18811939)

 

 

En la comarca palentina de la Valdavia, tierra pródiga en mieses, románico y vocaciones religiosas. en la localidad de Buenavista. vio la luz primera el 16 de abril de 1881 Anselmo Polanco Fontecha, hijo de Basilio y Ángela, sencillos labriegos apegados al terruño. Andando los días sería obispo de Teruel, pastor de Cristo inmolado en la sangrienta persecución de 193639.

En 1892, con once años. entra en el estudiantado de Barriosuso, cercano a Buenavista. Allí estudia Humanidades durante tres años, con buenas calificaciones y aprovechamiento. En 1896, clara ya su vocación religiosa, se despidió de sus padres para dirigirse al colegio de Filipinos de Valladolid, de] que era rector un tío suyo. En agosto de 1896 toma el hábito de San Agustín en el Real Colegio Seminario de Valladolid. hábito que tuvo siempre en grandísima estima y que llevó aun siendo obispo.

En pleno desarrollo corporal, la dureza de la vida religiosa y el rigor con que la cumplía llegaron a minar su salud y amagó una tuberculosis pulmonar. Tuvo que marchar al pueblo.

Tanto edificó su modo de vivir a sus paisanos. que llegaban a creer que «ser fraile es lo mismo que ser santo». ¡Felices los que con su ejemplo pueden llevar a tan estupendos conclusiones! Llegó a tiempo de conocer a una hermanita nacida en 1896. De ella y de su temprana muerte a los cuatro años guardó Anselmo un recuerdo indeleble.

A MAS RESPONSABILIDADES, MAS AMOR. En agosto de 1890 hace su profesión solemne, a la que no pueden asistir sus padres, impedidos por las faenas del campo. En los primeros años del siglo recibe las órdenes canónicas y por la Navidad de 1904 el padre Polanco canta la primera Misa en el grandioso convento de La Vid, Ahora sí que sus padres acuden a besar entre lágrimas las manos consagradas de aquel hijo tan querido,

 

Desde 1905, la vida del padre Polanco es una plena dedicación al estudio y la docencia. Viaja a Alemania, Filipinas. Hispanoamérica y Estados Unidos. Enseña las más diversas disciplinas. En 1921 alcanza el máximo grado de su Orden: el de Maestro en Sagrada Teología. Las responsabilidades que pesan sobre «su» Anselmo arrancan de Ángela este precioso consejo: «Siempre fuiste buen hijo para tus padres; ahora sé buen padre para tus hijos.» Cargos, viajes, vivencias de religioso observante, fueron puliendo el carácter de fray Anselmo y dulcificando su talante, de natural más bien rigorista y severo.

El día 21 de junio de 1935 llamaron desde Roma al padre Polanco para felicitarle: habla sido preconizado obispo de Teruel, Siempre aceptó con humildad los cargos. No eludió tampoco esta tremenda responsabilidad. Hizo Ejercicios Espirituales en la Cartuja de Zaragoza y fue consagrado en su querida iglesia de los Filipinos de Valladolid. Basilio, el padre, estaba enfermo. Asistió la madre que, serena perceptora de la realidad, contestaba así a los parabienes que recibía: «No son éstos los mejores tiempos para ser obispo: mas, en fin, si le matan... ¡qué le vamos a hacer! También los mártires dieron su sangre por Jesucristo.» «Mucho tendrá que sufrir, pero más sufrió el Hijo de la Virgen.» Aquella sencilla mujer, achiquitada por sus muchos años, con sus vestidos de aldeana en medio de la pompa de las ceremonias de la consagración, bañó con sus lágrimas las manos y el anillo de] nuevo obispo... Y dice el padre Del Fueyo. de quien tomamos estas notas, que acaso también ella musitó el «Nunc dimíttis», como Simeón, y oyó en sus adentros la profecía de la espada de dolor que traspasaría su corazón.

 

En octubre de 1935 hizo su entrada oficial en la diócesis de Teruel. El ritmo de vida del nuevo obispo siguió como antes. Se levantaba todo el año a las cinco. Celebraba la Misa con una concienzuda preparación antes y una fervorosa acción de gracias después. Personas allegadas han testificado que infundía respeto verle dar gracias después de haber celebrado. Oía luego otra misa, y aun la ayudaba si era necesario. Después las horas menores y un frugal desayuno. Meditación, estudio, visitas. A la una la comida, sin apenas vino. Nunca tomó café ni licores. No fumaba. y a los que sí permitía fumar les decía, bromeando: «El que fume, fume de lo suyo; yo no pago vicios.»

Vestía siempre el sencillo hábito de agustino. Tres veces al día visitaba al Santísimo Sacramento con su familiar, sin contar las que lo hacía solo. Asistía a las funciones parroquiales, sobre todo eucarísticas, casi siempre de rodillas. Atendía a los sacerdotes que acudían a palacio sin hacerles esperar, y charlaba con ellos amigablemente. Los chiquillos por la calle le acosaban para besarle el anillo. Su sonrisa los atraía. Su bondad los desarmaba. Una espina clavada en el corazón del obispo Polanco era «El Arrabal», barrio muy maleado por las doctrinas marxistas y que sufría las estrecheces de los trabajadores de aquel entonces. Visitaba a las familias necesitadas y les resolvía problemas de difícil solución. Y la gente se admiraba de que, disponiendo de tan poco, llegara tan lejos en sus caridades.

MALOS TIEMPOS. Su posición ante las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue clara y decidida. Su amor a Dios urgió a pronunciarse ante su grey, para orientarla y animarla. El temporal no le hizo posponer la visita pastoral, que realizó con la meticulosidad que ponía en todo. Aprovechó la visita para confirmar y después confirió órdenes en la Catedral. Como remate quiso que sus sacerdotes hicieran ejercicios espirituales, pero se encontraba sin medios para sufragarlos. A sugerencia de uno de sus íntimos, escribió al doctor Irurita, obispo de Barcelona, en demanda de ayuda. Y le llegó un billete de mil pesetas (de aquel tiempo) que llenó de gozo el corazón del padre Polanco y le permitió organizar la tanda, en la que participó y edificó a todos por su recogimiento y piedad. Tanto. que uno de los asistentes exclamó: «¡Y el más majo de todos, el Obispo, maño!»

Mientras tanto, la situación política de España empeoraba por momentos, En las elecciones de febrero, «con más de medio millón de votos de exceso sobre las izquierdas, obtuvieron las derechas 118 diputados menos que el Frente Popular» (Carta Colectiva, núm. 4, Montero, página 729). Largo Caballero decía por aquel entonces: «El día de la venganza no dejaremos piedra sobre piedra de esta España ... » y Margarita Nelken, diputada: «Pero ni la revolución rusa nos sirve de modelo porque necesitamos llamaradas gigantescas que se vean en todo el planeta y oleadas de sangre que enrojezcan los mares ... » Sólo en el mes y medio entre las elecciones de febrero hasta el 31 de marzo, más de cien iglesias fueron incendiadas. Hubo 74 muertos y 345 heridos en todos los alborotos que se produjeron. Y siguieron los incendios y atropellos, los asaltos y las bombas. Se llegó al asesinato de Calvo Sotelo y al levantamiento militar del 18 de julio.

 

GUERRA Y PERSECUCIÓN, Después de los titubeos de los primeros días, la ciudad de Teruel quedó en el bando de los nacionales. Ya el 3 de agosto la aviación roja bombardeó la basílica del Pilar de Zaragoza y las bombas no estallaron. Se vio en el hecho la mano de la Providencia. Y en Teruel se cantó un Te Deum de acción de gracias y el himno a la Virgen del Pilar, presididos por el obispo Polanco. Ya desde el principio, Teruel quedaba rodeada por una línea de frente a pocos kilómetros de distancia. Por la parte de Corbalán, a sólo dos kilómetros. Poco a poco fue estrechándose el cerco. Cuando alguien mostraba al obispo el peligro que ello representaba y la conveniencia de abandonar la ciudad, el padre Polanco repetía imperturbable: «Yo soy el pastor, no puedo separarme de mi rebaño.»

De temperamento muy impresionable, el obispo se va enterando de los incendios de las iglesias, del asesinato de los sacerdotes de su diócesis que han caído del lado rojo, y tantos crímenes y desolación aplastan su ánimo. Teruel se ve atacada por columnas procedentes de Valencia. Cataluña y Cuenca, que van estrangulando el cerco. El padre Polanco sufre las zozobras de la guerra que ha empezado, y a su temperamento más bien pusilánime se sobrepone la férrea voluntad de cumplir con su deber.

A primeros de octubre un avión rojo bombardeó la catedral, provocando el estrepitoso hundimiento de su nave izquierda. El obispo se presentó inmediatamente para prestar auxilio a los moribundos. Dañado también el palacio episcopal tuvo que trasladarse al seminario, compartiendo allí con soldados y refugiados la durísima vida de los asediados. Día a día se presentaban párrocos de la diócesis que escapaban aterrados de la persecución. Allí tuvo ocasión de demostrar su amor y abnegación sin límites. Al liberarse los pueblos de la parte de Albarracín, allá se fue sin importarle los riesgos. Y cuando alguien se los hizo notar, respondió: «Harto mayores peligros corren en las trincheras.»

A finales de 1936 emprendieron los rojos una gran ofensiva por la parte de Corbalán, precedida de una intensísima preparación artillera y secundada por millares de combatientes de las Brigadas internacionales. A los del Frente Popular les interesaba mucho la plaza y tenían hombres y armas en abundancia. Se sucedieron las cruentas batallas y la ciudad se vio cercada y sufrió los horrores del asedio, Fue bombardeada ¡312 veces! El obispo se guarecía como todos en los refugios subterráneos y allí, en medio del polvo y los escombros, entre derrumbes y estruendo de minas, empezaba a rezar el Rosario y la gente cobraba ánimos. Le llamaban «El Pararrayos». A pesar de las advertencias de peligro, siguió atendiendo a sus fieles en templos y hospitales.

 

En marzo de 1937 escribe una preciosa carta pastoral, en la que resumida telegráficamente habla de las penalidades de los sacerdotes perseguidos. Pide perdón para los perseguidores, siguiendo el ejemplo de Cristo en la cruz: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.» Invita a no volver mal por mal a nadie, a concienciarse de la responsabilidad de cada uno en la reconstrucción de España, con el espíritu de los primeros cristianos en las Catacumbas, pobres y perseguidos, pero animosos en la tribulación. Insiste en que se debe rendir culto a Dios, aunque los templos hayan sido arrasados. Estudia el dolor como prueba y como castigo y se lamenta de la pérdida de los valores cristianos...

En mayo de 1937 asiste al entierro del arzobispo de Valladolid y aprovecha para abrazar a su madre, en Buenavista. Cuando se despiden. le dice ella: «Anselmo, tú, a ser bueno. La obligación ante todo.» Y a los presentes: «Su puesto es aquel.» Así de firme, así de recia era su fe.

LA OFENSIVA FINAL. El 1 de julio aparece la célebre carta colectiva M Episcopado Español. Los obispos del mundo entero, toda la cristiandad, conocen la terrible persecución religiosa que sufre la Iglesia en España y el valor de los que luchan «para restaurar los derechos de Dios»... Dice aquí el padre Del Fueyo: «Los otros firmantes la firmaron con tinta y a buen recaudo; él la firmó en Teruel. línea de fuego, ciudad en peligro, y la rubricó después con la sangre propia en la torrentera de Can Tretze. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de Nuestra Señora, muere en Bienvista la madre del padre Polanco, reconfortada por él. El obispo va rigiendo su diócesis con abnegada dedicación. A primeros de diciembre acude a Burgos y allí el Nuncio monseñor Antoniutti aprovecha para rogarle que no vuelva a su diócesis. Fray Anselmo, como siempre, le respondió: «yo no puedo faltar de allí.» Y a otro que también intentaba retenerle: «Mi trinchera y mi aprisco es Teruel. Dios y España así lo quieren.»

 

Y llegó la ofensiva final. La ciudad, defendida en todo su frente por algo menos de cinco mil hombres, se vio atacada por doce divisiones, con un total de 110.000 combatientes bien pertrechados. El 15 de diciembre de 1937, con un frío verdaderamente siberiano, se desencadenó la gigantesca ofensiva por tierra y aire. Tras durísimas batallas quedó Teruel rodeada. Se organizó la resistencia en el edificio del seminario y aledaños, Muchos vecinos acudieron a guarecerse en él. Llegaron a más de 1.500 los civiles. y 1.759 militares, con otros 1.059 que llegaron de refuerzo, se aprestaron a la defensa.

 

La vida de los sitiados era durísima y el racionamiento estricto. El padre Polanco nunca aceptó privilegios y prodigó su caridad entre aquella población civil empavorecida por bombardeos y derrumbes. Hasta el propio colchón llegó a dar. En la noche del 24 de diciembre celebró la misa del gallo con fondo de cañonazos y el suelo retemblando a cada explosión. Sin tregua el día de Navidad, continué la lucha encarnizada y se sucedieron unos días de terribles penalidades, faltos los cercados de alimentos, agua, medicinas... y con un frío que todavía hoy se recuerda con espanto. De la iglesia de Santa Clara tan sólo quedó intacta la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, que se conserva con veneración. A las 9 de la noche del día 7 el coronel Rey d'Harcourt firmaba el acta de rendición. El obispo Polanco fue evacuado entre cadáveres y escombros y conducido con otros presos a Valencia.

 

FIEL HASTA LA MUERTE. En la ciudad del Turia estuvo 8 días, en el penal de San Miguel de los Reyes. La prensa gubernamental se despachaba a gusto denostando groseramente al cautivo. El 17 de enero lo llevaron a Barcelona, al llamado «cuartel Pi y Margall», ubicado en el monasterio de las Dominicas de Monte Sión, en Rambla de CataluñaRosellón. Las campañas difamatorias continuaban. En mayo de 1938 se le enjuició por haber firmado la carta colectiva M Episcopado Español. El obispo Polanco dijo al padre Torrent. oratoniano, que alguna vez le visitaba, que su defensa sería: «1. En punto a doctrina, nada puedo rectificar: es la doctrina de la Iglesia, 2. En cuanto a hechos, si hay algún error, lo rectificaré con gusto: mas en el hueco del dato erróneo, eliminado y rectificado, yo puedo colocar otros de los que fui testigo: por ejemplo, los crímenes rojos de Albarracín, que no puedo ni debo silenciar.»

 

El padre Polanco estuvo en prisión hasta finales de 1938, cuando, terminada la batalla del Ebro, se pone en marcha la «ofensiva de Cataluña», la resistencia roja es vencida y los pueblos del Principado van siendo liberados día a día por las fuerzas nacionales. El 16 de enero de 1939, en el «19 de julio» se recibe la orden de aprestarse a ser encuadrados en un batallón disciplinario. A los mayores de 50 años se les conducirá a Ripoll. El 25 de enero, víspera de la entrada de los nacionales en Barcelona, salen con dirección a Puigcerdá, parándose en Campdevánol. El obispo Polanco fue alojado en un cine, otros en la iglesia del pueblo. La noche del 26 la pasaron en el tren, por la mañana del día 27 regresaron a Ripoll y desde allí se dirigieron a pie hacía San Juan de las Abadesas. en medio de un fortísimo aguacero que les caló hasta los huesos. El día 31 los prisioneros de más de 50 años fueron conducidos en dirección a Figueras. hasta Pont de Molins.

El día 7 de febrero, pasadas las 10 de la mañana, llegó a Molins un camión con una treintena de hombres armados con fusílesametralladores, un teniente y varios suboficiales. Se hicieron cargo de los presos y, después de robarles cuanto de valor podían llevar encima, los ataron de dos en dos por las muñecas con recios cordeles y muy malos tratos, El camión tomó la carretera de Les Escaules, que no tiene salida y muere a los pocos kilómetros. A unos 1.200 metros se detuvo y los presos, apeados, fueron obligados a andar monte arriba por el cauce seco del barranco. En una de las plazoletas que se forman a la vera del cauce fueron acribillados por las ráfagas de los "naranjeros» los catorce primeros presos que había traído el camión. Después, arrastrados los cuerpos hasta el lecho del barranco, fueron rociados con gasolina y quemados.

 

El camión volvió a Pont de Molins por dos veces, trayendo a los restantes prisioneros y acabando con ellos de idéntica manera, en otras dos terracillas adyacentes al barranco, próximas a la primera. Algunos de los cadáveres presentaban hasta dieciséis impactos de bala. El del obispo de Teruel no presentaba ninguna a la vista y sí, en cambio, tenía la llamada actitud del gladiador, la propia de los que mueren quemados. ¿Habría sido quemado vivo el santo padre Polanco?...

El macabro espectáculo que ofrecían los restos destrozados y medio consumidos por el fuego de aquellas 42 víctimas, con sus pertenencias desperdigadas alrededor, fue presenciado al cabo de once días, por el pastor Pere, de Can Salellas, que pasaba por allí con su rebaño, Fue tal la impresión que recibió que al llegar al mas no podía articular palabra, demudado y tembloroso. Al fin exclamó: «íCuántos muertos!»... Se dio parte a las autoridades y se llevaron a cabo los trabajos de traslado de los restos al cementerio de Molins. En el reconocimiento practicado, el cadáver del padre Polanco no ofrecía señales de putrefacción y el médico forense quedó enormemente sorprendido al ver brotar sangre fresca de las encías cuando las punzó para reconocer la dentadura.

A ruegos de las autoridades de Teruel, los restos mortales del padre Polanco fueron reintegrados a la capital de su querida diócesis. Hoy reposan en la capilla de Santa Emerenciana de la catedral de Teruel. Sus diocesanos le recuerdan con cariño y gratitud, sabiendo que estuvo con ellos en las horas terribles del peligro y que al fin rubricó con su sangre cuanto de palabra y de obra, como buen pastor, les había enseñado.

Bien puede decirse del padre Polanco que fue fiel hasta la muerte. Fiel a Dios, fiel a la Iglesia y al Papa, fiel a su diócesis y sus diocesanos, en todo momento. El Señor premió su fidelidad a toda prueba con la mayor de las recompensas: la palma del martirio.

José VERNET MATEU