Querido Padre: Cuando sólo hace unas horas que ya no
está usted entre nosotros, ya estoy aquí, ante una cuartilla, para contarle
algunas cosas.
Le he imaginado llegando al Cielo con el rostro radiante de felicidad. Al
contemplar a Dios Nuestro Señor en toda su inmensidad, le imagino extasiado,
enmudecido y humillado como un soldado ante su Rey, Creador y Señor. Con qué
suma reverencia trata usted a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Les
enseña sus manos rugosas, pero tan llenas de obras. Qué más puedo pedir,
piensa usted.
Le imagino también a los pies de Nuestra Madre. La Santísima Virgen le sonríe
y le habla. Y usted se estremece de felicidad. Llega San José, que le mira con
dulzura y cariño. Y se suceden las "llegadas". Con qué reverencia
recibe usted a San Ignacio. Su corazón se llena al mismo tiempo de júbilo y
mansedumbre ante la presencia del Padre. Y siguen llegando más santos, San
Francisco Javier, San Claudio de la Colombiere, todos los santos de la
Compañía de Jesús y aquellos otros que están en la gloria eterna.
Después de tantas alegrías, su corazón generoso se acuerda, cómo no, de sus
padres y hermana. Qué gran abrazo de amor. Y no acaban aquí los encuentros.
Llegan sus hermanos en el sacerdocio. El P. Piulachs, qué abrazo más hondo,
Mosén Bachs, el P. Segarra, el P. Solá, el P. Solé, Mosén Ricart, Monseñor
Guerra Campos y muchos más santos sacerdotes que están en la morada eterna. Y
es el turno de los seglares. Llegan Pedro Bouyssi, los señores Guillén, Teresa
Ayala, Alberto e Inocencia, Francisca Vendrell, Rafael Stern y muchísimas más
almas que tuvieron el privilegio de conocerle.
Aquí, en el mundo terrenal, seguimos llorando su ausencia, aunque son lágrimas
de amor. Y ese amor que le tenemos no nos va a desviar del camino que usted nos
enseñó. Ayúdenos desde el Cielo. Interceda por todos nosotros, y por todos
aquellos proyectos que están en marcha y por los que aún quedan por realizar.
Nosotros seguiremos, con la ayuda de Dios, adelante. Usted desde la morada
celestial, acuérdese de sus hijos que le quieren y le añoran. Ruegue por
nosotros, para que la llama que un día usted "encendió", mantenga
intacta nuestra ilusión para seguir luchando por Cristo, por María y por
España, MÁS, MÁS Y MÁS.
Rafael Ruiz