Hace nueve años escribí un artículo sobre el P.
Alba con motivo de sus 50 años de ingreso en la compañía de Jesús. Recuerdo
que allí ya os decía que daba gracias a Dios por haber conocido a un santo.
Ahora que ya está en el cielo reafirmo lo dicho, verdaderamente el P. Alba ha
sido un santo. Ha entregado siempre su vida a los demás ocupándose de ganar
almas para Dios.
Todo lo que soy y sé se lo debo a él. No hace falta señalar lo que todos
sabemos: el bien que nos han hecho sus charlas en Ultreyas, Campamentos y
Adoraciones; las tandas de ejercicios espirituales que nos ha dado; los consejos
recibidos en las confesiones y los retiros que nos ha dedicado. Gracias a todo
esto me he ido formado a lo largo de estos 30 años que hace que conozco al P.
Alba. Ha sabido inculcar en mí los verdaderos valores de la vida y un gran amor
a Dios y a España.
Muchas veces he dicho a mis hijos que yo quería mucho al Padre, tanto como al
abuelito Francisco o más, ya que él ha sido no sólo mi director espiritual,
sino que ha cuidado de mí con la delicadeza de un verdadero padre; incluso en
cosas materiales. Siempre que he tenido algún problema, él sabia qué decirme
para animarme y hacerme vivir esperanzada.
Recuerdo hace muchos años, un día fui al piso que tenían en la calle
Diputación con un problema que me hacía sufrir mucho (no me acuerdo qué era;
no debía de ser muy importante), sólo recuerdo que lloraba mucho en aquel su
despacho. Después de hablar largo rato con él me quedé muy tranquila y me
regaló una estampa del Corazón de Jesús en la que decía: « El amigo que
nunca falla ». Os aseguro que el recuerdo de aquel día me ha ayudado mucho en
otras ocasiones en que he tenido otros problemas algo mayores.
Recuerdo también muy bonito cada vez que le comunicaba que estaba esperando un
hijo. Sus palabras me llenaban de gozo y, al contrario de casi todo el mundo,
incluso familiares, él me animaba a seguir adelante luchando con alegría,
aunque el niño (normalmente era niña) viniera en el momento que a nosotros nos
parecía el menos oportuno. Como él muchas veces me decía, Dios no me ha
abandonado nunca y siempre hemos salido adelante.
Él me ha enseñado que mi vida ha de ser toda para Dios y lo feliz que se es
estando con Dios. Siempre me decía que debía ser «carmelita en el mundo»
viviendo el mayor tiempo posible en la presencia de Dios y que debía hacer de
mi casa un «Carmelo».
Me ha ayudado también muchísimo en la educación de mis hijos. Me aconsejaba
que los debía tratar con firmeza y suavidad, sin ceder en nada pero con mucho
amor, y que, sobre todo, les inculcara las buenas costumbres y tradiciones. Que
no me preocupara si no veía los resultados que esperaba en ellos; que sembrara
y supiera esperar con paciencia a recoger la cosecha; que el triunfo lo tendría
asegurado. Confío que ahora desde el cielo él me ayude a esta tarea. Le pido
también que todos ellos amen tanto a su obra como yo la amo; que trabajemos
incansablemente para que dé mucho fruto y que seamos siempre fieles. Que
podamos decir en la hora de nuestra muerte, tomando palabras de Sta. Teresa,
«Qué dicha morir hija de la Unión Seglar».
Rosario Notario