SAN JENARO SÁNCHEZ DELGADILLO

Mártir mexicano (18861927)

Nació el 19 de septiembre de 1886 en Agualele, parroquia de Zapopan, Jalisco, en una familia de condición humilde y católicos observantes, que en el pueblo gozaban de estima por ser personas muy buenas. Desde pequeño trabajaba la fragua en el taller de artes y oficios, donde ganaba algún dinero, con el fin de ayudar en el sostenimiento de su hogar. Terminada la escuela primaria, siempre becado, ingresó al Seminario de Guadalajara. Recibió la ordenación sacerdotal el 20 de agosto de 1911.

Como sacerdote ejerció su ministerio en varias parroquias: Nochistlán Zacatecas, Zacoalco de Torres, San Marcos, Cocula, Tecolotlán, y finalmente en la capellanía de Tamazulita, todas ellas localizadas en su estado natal. En Cocula fue maestro del Seminario Menor instalado en la parroquia de ese lugar.

Para alimentar su fe y celo apostólico, realizaba frecuentes visitas al Santísimo Sacramento y era devoto de la Santísima Virgen María, a la cual se encomendaba. San Jenaro tenía la sana costumbre de prepararse devotamente para la celebración de la Eucaristía y, al terminarla, daba gracias. La frase del evangelio "el celo por tu casa me consume " lo vivió día a día pues ejerció su ministerio con mucho celo apostólico y con buena organización. Fue devoto de las Ánimas del Purgatorio. Siempre fue dócil y obediente a sus párrocos.

San Jenaro atendía especialmente a los enfermos, no importando lo lejos que se encontraban, no importando la hora ni las condiciones climáticas. Movido por su amor a Dios y a las almas que le encomendó, de buena gana se ponía en camino para auxiliarlos. A los familiares de los enfermos los alentaba y ayudaba. Preocupado por la formación católica de los niños, él mismo les enseñaba el catecismo.

El 1923 llegó a Tamazulita, acompañado de sus padres. En ese lugar ejerció su ministerio hasta su martirio en enero de 1927. Ante la persecución que había desatado Calles, especialmente contra los sacerdotes, San Jenaro lloró cuando se le dio la orden de cerrar los templos, sintió una tristeza profunda ante la imposibilidad de desempeñar convenientemente su ministerio.

Ya antes de llegar a Tamazulita había sentido el primer zarpazo de la persecución cuando fue llevado a prisión y procesado por leer, en el templo parroquial de Zacoalco, Jalisco, la carta pastoral de su obispo, el Excelentísimo Sr. Don Francisco Orozco y Jiménez. Esta carta era una dolorosa y valiente protesta del prelado por los artículos persecutorios que contra la Iglesia y sus ministerios contenía la Constitución de 1917. San Jenaro, aunque estaba triste y molesto por las órdenes persecutorias, nunca incitó a la gente a tomar las armas contra el Gobierno.

Cuando se suspendió el culto público ejerció su ministerio sacerdotal a escondidas, en casas particulares y en las afueras del poblado. Guardaba el Santísimo Sacramento en una casa y él estaba cuidándolo de cerca. Estaba consciente del peligro que corría de morir, pero, por atender espiritualmente a sus feligreses, no se decidió a abandonarlos. En varias ocasiones comentó con alguno de ellos: "En esta persecución van a morir muchos sacerdotes y tal vez yo sea uno de los primeros". Y así fue.

El 17 de enero del 1927 san Jenaro andaba en el campo con un grupo de vecinos, vivía entonces en el rancho "La Cañada", en la casa de la familia Castillo; por la tarde, el regresar al rancho, el santo y sus acompañantes se dieron cuanta de que los soldados andaban buscándolos. Los compañeros le insistían al santo que se escapara, y pudo haberlo hecho, pero no trató de huir. Les dijo: "Vamos bajando todos. Si no me conocen, ya me salvé; si me conocen, me ahorcarán sin remedio; pero a ustedes nada les pasará, fuera del susto. Yo tengo esa confianza en Dios". Al llegar al rancho todos fueron tomados presos. Los ataron espalda con espalda. El capitán federal Arnulfo Díaz mandó soltar a todos, menos al sacerdote.

San Jenaro fue llevado a las orillas de Tecolotlán, a un cerrito que se llama "La Loma" o "Cruz Verde", donde había un mezquite. A unos diez metros estaba una casita, donde vivía la señora Jovita García, quien pudo darse cuenta de los hechos ya que se asomó por los hoyos de las paredes al oír mucho alboroto y malas palabras. Vio a muchos soldados que rodeaban al sacerdote y le ponían una soga al cuello y oyó que él dijo: "Bueno, paisanos, me van a colgar; yo los perdono y que mi Padre Dios también los perdone, y siempre ¡que Viva Cristo Rey!. Los soldados jalaron con violencia la soga de manera que la cabeza del santo pegó en la rama del mezquite. Ahí lo dejaron colgado y se fueron; regresó un soldado a la casa de Jovita y le dijo a un hombre ahí hospedado que había sido seguidor de Carranza (un jefe revolucionario mexicano anticlerical). "Te encargamos a ese amigo que está allá colgado; si alguien lo baja, a ti te pasará lo mismo". La niña Victoria Santos, que había estado dormida, se despertó y vio el cuerpo ahorcado, colgando de la rama del mezquite y oyó que daba ronquidos antes de morir, pues no le habían puesto bien la soga al cuello. No salieron a darle auxilio por miedo a la amenazas que les hizo el soldado.

Así permaneció el cuerpo hasta la madrugada, y antes de que amaneciera volvieron los soldados, le dieron un balazo en el hombro izquierdo, lo bajaron, y ya estando en el suelo el cadáver, un soldado le dio un bayonetazo que casi lo traspasó. El cuerpo del sacerdote quedó ahí tirado casi toda la mañana hasta que la maestra Angelita Fernández Lepe reconoció el cadáver. Dieron aviso a la madre del sacerdote; doña Julia llegó y abrazó a su hijo muerto. Los habitantes del lugar consiguieron el permiso del jefe militar por medio del presidente municipal, Armando Lepe, para llevarse el cadáver a Tecolotlán a la casa de la maestra Angelita donde se veló al sacerdote. La noticia causó gran dolor en todos los feligreses, que acudieron a velarlo, y durante muchos días continuaron rezando. El mismo 18, después de velarlo tan solo unas horas, lo sepultaron como a la cuatro de la tarde en el panteón municipal de Tecolotlán. En el lugar del martirio, los fieles erigieron un monumento para recordar el sacrificio de San Jenaro. Este monumento aún perdura.

En 1934, contando con la autorización de la curia de Guadalajara, con solemnidad pero también con cautela por la situación política que aún prevalecía, les restos fueron trasladados de Tecolotlán a la iglesia parroquial de Cocula, Jalisco, y fueron reinhumados en el presbiterio.

Pidamos a Dios que nos envíe sacerdotes celosos por sus almas, que no tengan miedo a entregarse a su ministerio, aún a costa de sus comodidades, a ejemplo de San Jenaro, que pudiendo escapar de una muerte segura no lo quiso hacer, para atender espiritualmente a sus feligreses.

 

Gentileza del:

MOVIMIENTO NACIONAL DE CRISTO REY