Nuestro
gran José Mª Pemán en su insuperable obra "El divino impaciente"
pone en labios de S. Francisco Javier las palabras que le dirigió a San Ignacio
antes de su partida a América, que fueron cortas pero llenas de amor entrañable:
Perdonad
me, padre Ignacio, que no diga lo que siento.
Vos
que entendéis a las almas traducidme este silencio;
que
vos me habéis enseñado, con la lección y el ejemplo,
a
ser de expresión más corta cuando es más largo el afecto.
Esto
mismo es lo que nos ha enseñado el P. Alba con su lección y ejemplo: a no
cantar las glorias y virtudes del prójimo mientras este vive, pero una vez
muerto, como ya no puede hacerle crecer en soberbia, se pueden V deben publicar
para Que nos sirvan de modelo.
Por
lo que considero una gracia de Dios, he compartido con él 38 años de vida de
comunidad, después de participar en una tanda de ejercicios dirigida por él.
Han sido años muy felices en que he podido experimentar sus inquietudes
sacerdotales, el buscar la mayor gloria de Dios, su amor a las almas y a la
Patria. He podido ser partícipe de sus alegrías y sus pena". He experimentado sus delicadezas para conmigo y para muchos más, que por desgracia
en ocasiones, no hemos sabido apreciar, valorar y corresponder .
Por
lo anteriormente dicho, lo primero que se me ocurre contaros sobre el P. Alba,
que no es poco, es que fue un digno sucesor e imitador de su hermano en religión,
S. Francisco Javier. jSí! el P. Alba fue otro gran impaciente para ganar almas
para Dios a través de los ejercicios espirituales, cursillos de cristiandad,
convivencias, retiros, peregrinaciones, adoración nocturna, colegio
Continuamente estaba tramando proyectos para cazar a las almas, para acercarlas
a Jesús. Más de una vez me había dicho: "reza por un alma que se resiste
a la gracia". He sido testigo también de su paciencia en querer asegurar
la perseverancia de almas volubles y con cuánto amor lo hacía, e incluso en
algunas ocasiones aguantando impertinencias, pero él que sabía que un alma
vale más que toda la creación material entera no cejaba en su empeño.
Quienes
hemos convivido con el P. Alba, sabemos de su impaciencia e intransigencia
cuando se trataba de salir en defensa de los derechos de Dios, de la Iglesia y
de la verdad, porqué sentía en su alma sacerdotal las palabras de Pablo VI
pronunciadas dramáticamente en los años en que daba comienzo la gran crisis
que había de acometer a la Iglesia: "sin una fortaleza de espíritu y acción,
cada vez más operante, podemos vernos arrastrados por culpa de nuestra inercia,
a creer que las causas del bien, se defienden por si solas. Los tiempos actuales
son fuertes y exigen hombres fuertes". El P. Alba fue el interprete exacto
de aquella hora en que Cristo, por la llamada del Papa, nos convocaba a actuar
en defensa de la santa Iglesia y la santa Tradición de siglos de fe católica.
Fue
también un impaciente para que pronto fuera realidad el reinado social de
Cristo Rey y en extender ese reinado. Impaciente en inculcar a todos el amor y
reverencia a Jesús Eucaristía. Amor y reverencia que le llevaba, en sus días
de enfermedad en que las piernas no le obedecían, a pedir que le ayudáramos a
recibir al Divino Huésped puesto de rodillas, y por la misma razón al salir
del hospital para ir a Sentmenat, al llegar a casa y decirle que le llevábamos
a la habitación dijo: "yo quería primero llamar a la puerta de Nuestro Señor
para decirle que ya he llegado" ( y lo demás que está al principio de
este Meridiano.
Fue también un impaciente en querer consolar y reparar al Corazón de Jesús y extender más y más el amor a Nuestra Señora. Impaciente por querer instaurar de nuevo, contra viento y marea, la unidad católica en España que otros alegremente habían echado por la borda, porque decían convenía una pasada por la izquierda.
El
P. Alba fue un alma de decisiones firmes y rápidas. Nadie ni nada le frenaba en
la consecución de alcanzar algo que Dios le había inspirado para su mayor
gloria, porque era consciente que:
Las
grandes resoluciones
para
su mejor acierto
hay
que tomarlas al paso
y
que cumplirlas al vuelo.
Fue
también un alma humilde. Siempre ponderaba las virtudes de los demás y jamás
tomó una decisión sin consultarla a sus más queridos colaboradores.
La
vida del P. Alba estuvo llena de momentos felices, pero como no hay rosas sin
espinas, también los hubo amargos, de persecución y de incomprensión e
incluso entre personas cercanas que podían haber entendido su grandeza de alma.
Hubo un momento especialmente doloroso en su vida al apartarse de su lado sus más
cercanos, aquellos a los que solamente había hecho bien y le dejaron solo con
un grupito de almas fieles a él y a su obra. Humanamente hablando parecía que
se había dado la puntilla a su obra, pero también en esa ocasión, se vio su
entereza y fortaleza de alma en llevar la cruz de lo que algunos consideraban
muerto y enterrado. Dios, en su bondad infinita, salió en defensa de su
servidor bueno y fiel e hizo surgir unas flores muy hermosas: Asociación de la
Inmaculada, Colegio CIM, Sociedad Misionera de Cristo Rey que han dado, dan y con la ayuda de Dios, le seguirán dando mucha gloria.
Pero
los caminos de Dios son inescrutables y Él que ha dispuesto premiar a nuestro
querido P. Alba, nos alcanzará por su intercesión el que podamos llevar
adelante las obras que él fundó haciéndolas crecer en santidad y número. De
momento, tenemos a nuestro favor los sufrimientos dolorosísimos de sus últimos
días de enfermedad y de Getsemaní ofrecidos con ese fin. Lo demás es sólo
cuestión de generosidad por nuestra parte y de seguir fielmente el camino señalado
por él combatiendo los nobles combates de la fe, por Cristo, por María, por
España, más, más, más.
Antonio
Turú Rofes,
MCR