Hay recuerdos que quedan tan grabados en el
corazón...que dejan de ser un simple recuerdo y se transforman en parte de tu
vida. Mi primer recuerdo se traslada allá por el año 73 . Estamos en las
primeras colonias de la Unión Seglar, en Falset. Estábamos cantando y, de
repente, como un viento impetuoso, entró el Padre Alba con aquel paso marcial,
decidido, que tenía, y sin más se puso a cantar con nosotros a viva voz. Era
la primera vez que lo veía y, sin embargo, me hizo sentir que lo conocía de
toda la vida; una vida, por cierto, cortísima, pues no contaba más que diez
años.
¡Cómo sabía atraer a pequeños y mayores! Todos sabemos lo difícil que es
mantener la atención de un niño; pues él siempre lo conseguía. Con su
entonación en el hablar, su gesticular tan atrayente, lograba que niños y
mayores nos entusiasmáramos con todo aquello que nos enseñaba, era un gran
pedagogo, un san Juan Bosco de nuestros días.
Este recuerdo me traslada al último campamento en Flamisell, cuando reunió a
todos los acampados al atardecer del día de las familias y, poniendo todo su
corazón en sus palabras, nos dijo y nos recalcó aquella exclamación tan
preciosa, que seguro que todos los que estuvimos allí la llevamos desde
entonces muy dentro del corazón cuando asistimos al Santo Sacrificio de la
Misa: "Sursum corda, habemus ad Dominun". Creo que nos lo hizo repetir
a todos tantas veces para que nunca en la vida olvidáramos que a pesar de los
problemas, incomprensiones, persecuciones o soledades de esta vida, debíamos
poner y levantar nuestro corazón a Dios, debíamos refugiamos en su Divino
Corazón, tal y como, nos contaba el Padre Turú y todos pudimos constatar, él
siempre hizo.
Otro recuerdo me vino también con las palabras del Padre Turú sobre sus
últimos momentos, cuando volvió del hospital al Colegio, su casa, y quiso
pasar primero por la capilla para decirle al Señor que ya estaba en su casa.
Ese gran amor a Jesús Eucaristía le movió siempre a no desaprovechar
cualquier ocasión de acercar a cuantos niños pudiera al Corazón de Jesús.
Estuvimos un tiempo yendo con él dos chicas a preparar para su primera
comunión a unos niños pobres, de los barrios pobres que hay detrás de la
iglesia del Palau. Cuando terminábamos la catequesis nos llevaba a la capilla y
hacíamos la visita a Jesús Sacramentado. De él aprendí aquel saludo tan
hermoso: "Aquí estoy, Jesús, te he venido a ver porque eres mi Dios,
porque eres mi Rey". Con qué amor, con qué ternura, con qué fe saludaba
a su Señor, a su Rey. Al verlo saludar así a Nuestro Señor me recordaba
aquello de Santa Teresita, que decía que para saber cómo rezaban los santos le
bastaba mirar a su padre.
Fue un padre en todo el sentido de la palabra; siempre desde niña hasta de
casada y madre de familia estuvo ahí como un padre solícito y amoroso que vela
por sus hijos. Tanto cuando me hubo de corregir de niña y adolescente, como
cuando madre me consoló por la muerte de mi hijo. En cuanto conocía nuestras
preocupaciones, las hacía suyas y procuraba, si estaba en sus manos, ponerles
remedio. Nunca podré agradecerle bastante todo lo que hizo por mí y mi
familia; en todos los momentos más importantes de mi vida, ahí estuvo él .
Supongo que la mejor manera que puedo emplear para agradecérselo, y decirle que
no han sido vanos sus sacrificios, es viviendo fiel a sus enseñanzas, de tal
manera que cuando me digan o pregunten, o me llegue el día de presentarme
también delante de Dios, pueda decir: Soy hija fiel del Padre Alba.
Padre Alba, siga haciendo desde el cielo lo que hizo durante toda su vida aquí
en la tierra, ser un padre amoroso y solícito que vela por sus hijos. Interceda
ante Dios para que todos sus hijos no nos cansemos nunca de trabajar para que
llegue el día en que toda la humanidad, unida en un solo rebaño y bajo un solo
Pastor, digamos:
"AQUÍ ESTOY, JESÚS, TE HE VENIDO A VER, PORQUE ERES MI DIOS, PORQUE ERES
MI REY".
Teresa Escudero